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No hay nada que me caliente más que sentir una boca hambrienta bajando por mi abdomen, con esa lentitud que me enloquece...
Me gusta que se arrodillen frente a mí y me miren con esos ojitos llenos de deseo, como si supieran que están por devorar algo que necesitan.
Yo no digo nada… solo me relajo y dejo que pase. Que se arrodille y empiece.
La primera lamida, justo en la punta, suave… provocadora. Me agarra del borde del pantalón, me lo baja con hambre, y apenas mi verga queda libre, se la mete en la boca sin aviso.
Ahí es cuando ya pierdo el control. Me agarrás bien fuerte de la base y empezás a jugar con tu lengua como si fuera un caramelo.
Me gemís despacito mientras me la tragás entera, mojándomela con esas babas calientes que me hacen temblar.
Yo te miro desde arriba, te agarro del pelo, y te marco el ritmo. Me encanta cuando te la metés bien adentro, cuando se te escapan esas arcadas, pero seguís… porque te calienta verme disfrutar.
—Así, mamita… no pares —te susurro con la voz ronca, mientras me tiro hacia atrás para darte todo el espacio.
Me abrís las piernas, me chupás los huevos, me lustrás la verga entera con tu lengua y volvés a metértela de una. Me hacés mierda la cabeza.
No sabés el poder que tenés cuando me hacés eso. Yo soy el que domina, el que controla, el que manda… pero cuando me la chupás así, quedo entregado. Sumiso. Todo mío, todo tuyo.
Te mojás solita mientras me lo hacés. Lo sé. Lo huelo. Me prendo más.
Te levanto de golpe, te pongo de espaldas contra la pared, y ahí empieza otra historia…
Pero eso te lo cuento en el Capítulo II