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Esa noche mesenti distinta. Libre. Sexy. Poderosa.
Entraste al bar con la intención de distraerme...
Dos hombres, Uno moren. El otro con una mirada intensa, labios gruesos. Me invitaron una copa, luego otra. Las miradas se volvieron caricias silenciosas, y las risas ya tenían doble intención.
—¿Y si jugamos algo más interesante? —les dije.
Comenzamos a jugar a la verdad o se atreve, Las preguntas empezaron suaves…
—¿Qué parte del cuerpo te excita más?
—¿Has fantaseado con alguien esta semana?
Las respuestas comenzaron a encender el ambiente. Las risas se tornaron en suspiros, las miradas más largas, más pesadas. Las copas vacías eran reemplazadas por otras, pero lo que realmente los embriagaba era la tensión creciente entre nosotros.
Uno de ellos se acercó por detrás, acariciando mi cuello mientras el otro tomaba mi mano y la guiaba lentamente hacia su pantalón, mostrándome cuánto me deseaba, sentía su pene erecto y fuerte deseando salir. Me deje llevar, solté una risa suave, y comencé a explorar sin vergüenza.
Mis labios encontraron el cuello del primero, mientras mis manos abrían el pantalón del segundo. sentí su respiración agitarse cuando los tocaba, firme, caliente, duro de deseo.
Me bajaron el tirante del Bra con lentitud, dejando al descubierto mi pecho, que fue rápidamente tomado por una boca hambrienta y manos que sabían lo que hacían. Gemí bajito mientras uno me succionaba los pezones, y el otro me bajaba el pantalón don desesperación.
—Estás tan mojada… —murmuró, acariciándote por encima del encaje.
No necesitabas más palabras. Me quito la ropa interior y los deje ver lo que tanto habían imaginado. Uno se arrodilló frente a mí, separándote las piernas, lamiéndote lento, profundo, como si quisiera memorizar cada rincón de mí. El otro se colocó detrás y comenzó a acariciarte el trasero, dándome suaves nalgadas que me arrancaban gemidos mezclados con risas traviesas.
La música seguía sonando, pero para mí solo existía el sonido de mi respiración agitada y los gemidos bajos de ellos dos. La tensión se volvió urgente, y sin pensarlo, los guie hacia una de las mesas del rincón, alta, firme… perfecta para lo que querías.
Me subí a la mesa sin vergüenza, dejándolos ver, tan mojada y lista como al principio. Uno se quitó la camisa, el otro ya tenía su pantalón a la mitad de los muslos. Mientras estaba en cuatro sobre la mesa tenía uno en mi boca, el otro entraba dentro de mí, llenándome por completo. Mi cuerpo se movía entre ellos, entregada, salvaje, y libre. Luego cambiamos, le dije al que tenía en mi boca que se sentara en una silla y me acomodé sobre el dándole la espalda, sentía entrar su pene con fuerza mientras dominaba el ritmo, cabalgándolo con movimientos profundos, lentos al principio… luego rápidos, descontrolados.
Mis pechos rebotaban frente al otro, que no aguantó más y se acercó, me beso y acaricio, metió su pene erecto en mi boca, me lo comí todo hasta bien adentro de mi garganta. Y cuando ya no podían más, cuando mis gemidos ya eran un clímax prolongado y salvaje, me baje de él y me arrodille frente a ellos, jadeando, con la mirada encendida.
—Terminen para mí… — les dije.
No tardaron. Uno y luego el otro acabaron en mis senos, calientes, temblando, llenos de deseo y gratitud. Cerré los ojos y sonreí, mientras la adrenalina aún recorría mi cuerpo.