
Compartir en:
El inicio del descontrol
Íbamos en la parte trasera, él y yo. El amigo manejaba, en silencio, con cara de aburrido. Y nosotros… entre el trago, el calor del cuerpo, y esa tensión que siempre explotaba… comenzamos a tocarnos.
Al principio fue sutil: su mano en mi muslo, mis dedos jugando con su cinturón. Pero cuando él me susurró al oído “me tienes muy mal”, ya no quise disimular más. Me subí sobre él, con la falda recogida, y comencé a moverme despacio. Sentía su dureza debajo de mí, mi ropa interior ya completamente mojada. Nos besábamos como si no hubiera nadie más.
El amigo miró por el retrovisor y dijo riendo:
—¿Van a coger aquí mismo o qué? Porque si es así, paro el carro.
Yo me giré, lo miré directo a los ojos y le dije:
—Páralo entonces.
Lo dijo como broma, pero ni un minuto después, ya estábamos parqueados en un restaurante de carretera, completamente solo, con neblina y la madrugada cubriéndolo todo.