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Parte 3: El trío en el carro
Apenas el carro se detuvo, la lujuria ya no podía contenerse. Me subí sobre él de inmediato, sin quitarme la ropa del todo, solo empujándola a un lado, dejando mi falda recogida y mis pechos al aire. Lo cabalgué con fuerza, sintiéndolo tan duro y desesperado por mí como yo por él.
El otro nos miraba desde el asiento delantero, mordiéndose el labio. Le lancé una mirada y le dije sin pena:
—¿Y tú? ¿Te vas a quedar solo mirando?
Se rió, pero su cara cambió cuando me incliné hacia atrás, separando bien las piernas, mientras seguía cabalgando, y le hice una seña con el dedo para que se acercara. Se sentó a mi lado, su mano fue directo a mi pecho, su boca al cuello, y entre los dos me encendieron como nunca.
Cambiamos de posición. Me subí a gatas en el asiento trasero y uno de ellos se colocó detrás de mí, tomándome fuerte por la cintura mientras entraba con fuerza, golpeando profundo. El otro se puso frente a mí, tomándome del cabello mientras me ofrecía su miembro y yo lo devoraba con hambre.
Sentía el vaivén del carro, mis gemidos ahogados entre su piel, el sonido húmedo de nuestras bocas, de nuestros cuerpos chocando una y otra vez. Me ponían boca arriba, luego me montaban de lado, yo me sentaba en sus piernas, me inclinaban… todo lo que mi cuerpo permitía dentro del espacio apretado del carro.
Me hicieron acabar entre los dos, una y otra vez. Mi cuerpo sudado, los muslos temblando, la respiración entrecortada.
Pero ellos aún no habían terminado.
Me deslicé lentamente al piso del carro, justo en la mitad del asiento trasero. Me arrodillé ahí, entre ellos dos, que se colocaron uno a cada lado, arrodillados también, subidos sobre el asiento con las piernas abiertas.
Los miré desde abajo, jadeando, con la boca húmeda y lista.
Uno tomó mi cabeza, el otro se masturbaba mientras me veía lamer y chupar con ganas, como si lo estuviera pidiendo a gritos.
Y cuando los dos estuvieron a punto, no dije nada… solo abrí bien la boca, los miré directo a los ojos… y lo recibí todo.
Me llenaron la boca al mismo tiempo, calientes, intensos, estremeciéndose mientras gemían mi nombre entre dientes. Tragué lento, sonriendo satisfecha mientras los miraba con los labios aún brillantes y mi cuerpo deshecho de placer.
El carro quedó en silencio. Solo se escuchaba nuestra respiración pesada, el vidrio empañado y el eco de lo que acabábamos de hacer.
Nos vestimos sin hablar mucho, como si todos supiéramos que esa noche no se iba a repetir… pero jamás se iba a olvidar. Volvimos a la ciudad al amanecer. Nadie habló mucho… pero esa noche quedó grabada en mi piel como una de las más calientes y locas de mi vida.
Y ahora, con 35, cada vez que paso por esa carretera… sonrío. Porque sé exactamente lo que pasó ahí.