Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Hetero: Infidelidad 683 Vistas
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Siempre he sido un hombre muy reservado, especialmente con quienes trabajan para mí. Nunca me ha pasado por la cabeza cruzar esa línea… hasta que ella llegó.

No era una "niña del servicio" cualquiera. Tenía cerca de 30, y aunque no era de esas mujeres que deslumbran al pasar, había algo en su forma de mirarme: directa, con fuego. Su cuerpo era discreto pero delicioso, y tenía una sensualidad natural, silenciosa, pero intensa. Me observaba con deseo, y yo… comencé a devolverle la mirada.

Trabajo desde casa desde la pandemia, así que nos cruzábamos a menudo. Siempre atenta, pendiente de si quería algo. Empezó con gestos pequeños, detalles. Yo, de vez en cuando, soltaba comentarios sutiles:

—Lo que necesito… no creo que puedas dármelo.

Ella sonreía, bajaba la mirada, pero no decía nada.

Un día vi una foto suya en WhatsApp, en brasier. Provocativa. Deliberada. No me aguanté. Le dije que se veía muy interesante. Ella solo respondió con un emoji que decía todo.

Días después me trajo una aromática a mi escritorio. Aproveché el momento, la tomé de la cintura y la atraje hacia mí. Se soltó rápido, algo nerviosa. Pensé que me había pasado. Pero al rato me escribió:

—¿Por qué hiciste eso?

Le pedí disculpas, le dije que no quería incomodarla.

Su respuesta fue la chispa que lo encendió todo:

—No me incomodaste. Me gustó. Siento algo raro… y quiero probar.

Y lo hicimos. Vaya si lo hicimos.

La primera vez fue en el cuarto de visitas. Cerramos la puerta con seguro. El ambiente era puro deseo contenido. Le quité la ropa con calma, como si cada prenda fuera un regalo. Estaba completamente depilada, su aroma era limpio, delicioso. Se notaba que lo había anticipado. Cuando le abrí las piernas y le pasé la lengua por esa chimba jugosa, no podía parar. Gemía bajo, entrecortado, con un clítoris firme, salido, que parecía pedir cada caricia.

Le metí lengua, dedo, ritmo y hambre. Y ella se retorcía, se mojaba más. Luego se subió encima de mí. Me besó como si fuéramos amantes de años, con esa pasión cruda que se da cuando todo es nuevo… y prohibido.

Su vagina era estrecha, húmeda, y cuando intentó meterme dentro, casi no le entraba. Sentía cómo me apretaba, y eso solo me encendía más. Me encanta cuando una mujer necesita tiempo para acomodarse a mí. La tenía ahí, encima, sintiéndolo todo. Y cuando me la mamó, al final, me vine en su boca, en su cara, y no hubo una sola queja… solo placer.

Era delicioso… y aterrador.

El riesgo, el secreto, la posibilidad de que lo contara.

Pero eso mismo lo hacía más adictivo.

Se convirtió en costumbre. Ella me escribía que adoraba mi verga, que era grande y gruesa, que la dejaba temblando. Cada mensaje era la antesala de otra sesión ardiente. El deseo vivía en casa. A un pasillo de distancia.

Ahora ya no trabaja conmigo. Pero a veces, muy de vez en cuando, nos escribimos. Hay noches en las que hacemos videollamadas… y el juego revive. Ella sola se quita la ropa frente a la cámara, me dice que me extraña. Y yo, mientras me la jalo, la miro, y sonrío.

Lo prohibido tiene sabor.

Y aún me queda hambre.

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