Guía Cereza
Publicado hace 3 días Categoría: Gay 669 Vistas
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Todo comenzó una tarde cualquiera, haciendo oficio en la casa con mi pareja. Mientras descansábamos un rato, abrimos esa aplicación amarilla que todos conocemos... queríamos ver qué plan se nos cruzaba. Últimamente nos llamaba mucho la atención probar los saunas. Nunca lo habíamos hecho, nos daba un poco de miedo, pero la calentura nos tenía con la idea dándonos vueltas.

Entonces recordamos que un amigo nos había hablado de un sauna muy hot, donde todo el mundo iba con la misma intención: morbo, complicidad, carne y deseo. A mí me prendió de una. Me encantan esos ambientes donde podés mirar bultos marcados, cuerpos desnudos, miradas que dicen todo sin decir nada. Me encanta chupar... y me fascina que me miren haciéndolo.

Sin pensarlo más, pedimos un Uber. Llegamos ese sábado al lugar. Al principio estaba medio vacío, pero igual nos animamos a explorar. Poco a poco se fue llenando... y eso fue lo mejor. Empezaron a llegar manes buenísimos, quitándose la ropa sin pudor, luciendo esos calzones apretados que marcaban todo. Yo ya estaba a mil.

Con mi pareja decidimos recorrer todo el lugar. En un momento le dije que quería dar una vuelta solo, ver qué más encontraba. Así que empecé a caminar entre la gente, echando ojo, cruzando miradas, haciendo pequeñas señales. Algunos respondían, otros no. Subí a una zona más apartada, que conectaba con el área de las cabinas —donde entran los que no pagan el sauna completo—. Allí estaba él.

Un tipo solo, apoyado contra una reja. Empezamos a hablar bajito, y sin mucho preámbulo empezó a tocarme por entre los barrotes. Me agarraba el bulto, me sobaba las nalgas mientras con la otra mano se acariciaba el suyo. Sentí cómo su verga iba creciendo, y mi cuerpo lo pedía.

Para que te hagas una idea: mido 1.70, soy llanero, cuerpo promedio ni gordo ni flaco, voy al gym, mis piernas son mi orgullo que es lo mas facil de generar para mi… y ahora estoy trabajando duro por unas nalgas bien potentes. El tipo me hacía señas... hasta que entendí. Me pidió que me arrodillara. Y lo hice.

Cuando saqué su verga casi me desmayo. Era gruesa, caliente, babeaba como loca. Me agarró del cabello con fuerza y me la metió hasta el fondo. Me lloraban los ojos, me ahogaba, pero eso me encendía aún más. Empezó a bombearme la boca sin piedad, dándome duro, haciéndome gemir ahogado.

Y de un momento a otro... gemidos profundos, un gruñido bajo... y sentí cómo me llenaba la cara de leche caliente, espesa, deliciosa. Me lamí los labios, me limpió con su mano, me besó... y se fue sin decir nada más.

Yo me quedé con el sabor en la boca… y las ganas de seguir explorando.

Después de aquel primer encuentro que me dejó con la cara llena y la mente dando vueltas, seguí caminando por los pasillos del sauna con la respiración aún agitada. El lugar ya estaba a reventar, los cuerpos sudaban, las toallas caían y el ambiente estaba cargado de sexo, sudor y deseo.

Decidí entrar a una de las cabinas oscuras. Me gustaba ese juego de sombras, esa incertidumbre de no saber bien con quién te encontrabas, solo sentir… tocar… dejarte llevar.

Entré a una cabina en penumbra, la puerta se cerró detrás de mí y ahí estaba él: un man alto, no muy flaco, con buen cuerpo, piel morena, barba cerrada. Me miró de arriba abajo sin decir palabra. Solo se me acercó y empezó a rozar su bulto contra el mío, los dos en ropa interior, sintiendo cómo las vergas se endurecían, separadas solo por una delgada tela húmeda.

Nos besamos con fuerza, de esos besos que no son románticos, sino salvajes. Me agarraba con las dos manos, fuerte, con hambre. Empezó a sobarme el culo como si fuera suyo, como si ya supiera que terminaría adentro de mí. Me apretaba las nalgas, me las abría, las masajeaba con los dedos calientes, mientras yo le lamía el cuello, le mordía el pecho y sentía su verga palpitando detrás de la tela.

Me susurró al oído:

—Soy versátil… pero hoy quiero metértela.

Eso fue suficiente para rendirme. Me volteó, bajó mi ropa interior lentamente, como disfrutando cada segundo, y sin más, me empezó a frotar con su verga entre las nalgas. Yo me arqueaba, la buscaba, la quería dentro. Me escupió el culo sin aviso, me lo sobó con la punta... y de repente, sentí cómo me la metía despacio, abriéndome, llenándome, caliente, gruesa.

Gemí bajito, mordiendo mi brazo para no gritar.

Empezó a darme suave al principio, pero poco a poco fue metiéndola con más fuerza. Cada embestida sonaba húmeda, su pelvis chocando contra mis nalgas sudadas, el ambiente oscuro, el olor a sexo puro, gemidos sordos de otras cabinas alrededor. Me sujetó del cuello y me folló con ganas, marcando su territorio dentro de mí.

Hasta que lo escuché: su respiración se cortó, sus caderas se tensaron…

Y ahí fue. Se vino adentro, caliente, profundo, temblando mientras gemía mi nombre al oído.

Me abrazó por la espalda, jadeando.

—Estás delicioso —me dijo—. Te quiero volver a ver aquí.

Se subió el bóxer, me dio una nalgada suave, abrió la puerta... y desapareció entre el vapor y los cuerpos.

Yo me quedé ahí, contra la pared, aún sintiendo cómo su leche me chorreaba entre las piernas… sabiendo que la noche apenas comenzaba.

Salí de la cabina con las piernas un poco temblorosas, el culo húmedo aún con el calor de la última descarga… y una sonrisa que no podía borrar. Caminé directo a las duchas. Necesitaba agua, pero también... algo más.

El vapor salía denso desde las paredes, y entre la neblina, lo vi: mi pareja ya estaba ahí, bajo una de las regaderas, con el cuerpo mojado y brillante, la toalla tirada a un lado y su verga semi dura, descansando entre sus piernas. Cuando me vio, me sonrió con esa mirada que ya conozco: sabía que algo había pasado… y le excitaba.

Me acerqué sin decir nada, lo abracé por detrás, le pasé las manos por el pecho, y empecé a besarle el cuello. Me apretaba contra él, mientras el agua caliente nos recorría. Su verga empezó a endurecerse, y la mía también. Le susurré al oído:

—Me lo metieron hace poco… me vinieron adentro… ¿Quieres sentirlo?

Él jadeó. Me volteó con fuerza, me besó con hambre. Me agarró las nalgas, me metió dos dedos y sacó un poco de la leche que aún tenía dentro. Se la llevó a la boca.

—Estás exquisito —me dijo—. Vamos a jugar.

En ese momento, escuchamos pasos. Un man se nos acercaba. Era joven, de piel clara, cuerpo marcado, sin una gota de pena. Nos miró directo, sin hablar. Y sin pedir permiso, se metió bajo el chorro con nosotros.

Mi pareja y yo nos miramos. No dijimos nada, solo nos entendimos. Él se quedó detrás de mí, y yo quedé de frente al nuevo. Empezamos a acariciarlo entre los dos, tocándole el pecho, el abdomen, el bulto ya bien duro que se marcaba debajo del calzoncillo mojado.

Le bajé la ropa interior y me arrodillé frente a él. Tenía una verga gruesa, venosa, y la punta roja brillando con deseo. La empecé a chupar lento, saboreándola desde la base, mientras mi pareja me abría las nalgas y me empezaba a meter la suya. Estaba tan mojado todo… que no hizo falta más que eso.

Me bombeaba suave, mientras yo me concentraba en chuparle la verga al nuevo, que gemía bajito y me agarraba del cabello. Mi pareja jadeaba detrás, me decía cosas sucias al oído mientras seguía dándome sin parar.

El man del frente se vino primero, llenándome la boca con una corrida espesa y caliente. Me la tragué toda, mientras aún gemía. Luego, mi pareja me folló con fuerza hasta que se vino dentro de mí, agarrándome las caderas y mordiendo mi espalda mientras me llenaba.

Los tres nos quedamos ahí, bajo el agua caliente, recuperando el aliento. El silencio era solo interrumpido por las gotas cayendo y nuestros corazones acelerados.

Nos miramos. Sonreímos. Y sin decir nada… sabíamos que este sauna se convertiría en nuestro nuevo ritual.

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