Guía Cereza
Publicado hace 1 día Categoría: Tríos 276 Vistas
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Una noche ardiente en Medellín. Contado por ella (Vanesa)

Desde hace un tiempo, mi pareja (Andrés) y yo (Vanesa) descubrimos un gusto compartido: conocer otras parejas para vivir nuevas experiencias y romper la rutina. Nos resulta excitante explorar juntos este mundo de sensaciones y posibilidades.

Hace aproximadamente un año y medio, visitamos por segunda vez un club SW conocido en Medellín. Nuestra primera experiencia no había sido la mejor, pero algo habíamos disfrutado… y decidimos darnos otra oportunidad. Esa noche, sin saberlo, nos esperaba una historia inolvidable.

A mí, personalmente, siempre me han atraído las mujeres mayores. Hay algo en ellas que despierta en mí un deseo intenso. Mientras explorábamos uno de los espacios del club, notamos a dos parejas frente a nosotros. Una de ellas destacaba: ella, una mujer adulta (me llevaba casi 13 años) y su pareja igual. Con un par de tragos encima y el ambiente encendido, me acerqué a invitarla a bailar.

La química fue inmediata. La noche se fue calentando poco a poco… y no decepcionó. Después de un rato de conversación y miradas cómplices, terminamos los cuatro en uno de los cuartos oscuros del lugar. Fue allí donde todo comenzó a arder. Ella y yo nos comenzamos a besar con una intensidad increíble. Nuestras manos recorrían cada rincón, cada curva, mientras nuestros novios nos observaban, nos tocaban y se dejaban llevar también por el deseo.

En medio de la excitación, ella se acercó a mi oído y me susurró:

—Nunca he estado con una mujer, pero esta es una de mis fantasías… hagámoslo bien rico.

Yo le respondí con suavidad, asegurándole que se dejara llevar, que todo estaría bien y que me dijera si algo no le gustaba.

Nos recostamos, una sobre la otra, en forma de tijera. Comencé a frotar mi vulva contra la suya con movimientos lentos, húmedos, profundos… Nuestros gemidos se mezclaban con las respiraciones agitadas de nuestras parejas, que se masturbaban mientras nos miraban. Nos besábamos, nos acariciábamos, nos devorábamos con deseo. Sus manos encontraban mis pezones, los besaba, los lamía, mientras yo hacía lo mismo con los suyos.

Ya más confiada, ella se soltó por completo: me recorría con la boca, me mordía suavemente los labios, me introducía los dedos con fuerza y ritmo, haciendo que mi cuerpo temblara de placer. Yo le susurraba que llamáramos a nuestras parejas para que nos penetraran mientras nosotras seguíamos tocándonos, compartiendo placer y exhibiéndonos para ellos.

En un momento, ella los miró y les pidió que nos trajeran algo de beber. Cuando quedamos solas, me miró con una mezcla de ternura y lujuria y me dijo que quería quedarse conmigo, que no quería parar.

La temperatura entre nosotras era brutal. El calor de nuestros cuerpos, la humedad compartida, todo era puro fuego. Y aunque la idea de seguir era muy tentadora, uno de los acuerdos con mi pareja es que nunca nos excluimos de las experiencias. Así que, con mucha sutileza, tuve que frenar lo que pudo haber sido aún más intenso.

Aun así, esa noche quedó grabada en nuestra memoria. Fue una experiencia intensa, excitante y liberadora. De esas que uno recuerda y vuelve a desear… una y otra vez.

Tan prendidos quedamos, que al llegar a casa no pudimos esperar: nos seguimos follando con la misma hambre, reviviendo cada imagen, cada gemido, cada roce. Esa noche se convirtió en una fantasía recurrente para los dos. 

Y esa noche, simplemente, nos saboreamos completos.

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