Guía Cereza

La Marca del Placer: Una Noche de Cera Caliente en la Hab 415

Publicado hace 1 semana Categoría: Sadomasoquismo 107 Vistas
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Ese día habíamos decidido jugar con algo nuevo: la cera caliente. Habíamos leído, fantaseado, pero nunca lo habíamos intentado. Lo que no sabíamos es que existían velas especiales para esto, con cera que no quema tanto. Nosotros, como buenos intrépidos, fuimos directo a lo que había en la casa: una vela común y corriente, de esas blancas que usas cuando se va la luz.

La cita fue en un motel de Bogotá, habitación 415. No sé si era la emoción, el morbo o la expectativa, pero desde que cerramos la puerta ya estábamos respirando más rápido. Él se quitó la camisa despacio, con esa seguridad que me derrite, y sacó la vela. La encendió, y la llama empezó a bailar con una luz tenue que llenaba la habitación de sombras sugerentes.

Para evitar quemarme, se subió a la cama y sostuvo la vela muy alta, dejando que la cera cayera con tiempo de enfriarse antes de tocarme. Yo estaba de pie al borde de la cama, con la espalda recta, las manos apoyadas en la cabecera, y la respiración agitada.

La primera gota cayó en mi pecho… caliente, punzante, pero tan erótica que sentí un escalofrío recorrerme entera. Otra en mi abdomen. Otra en mis pezones, haciéndome gemir. El contraste entre el dolor breve y el placer creciente me tenía a su merced.

—No te muevas —me ordenó con voz grave, mientras bajaba lentamente la vela para que las gotas fueran más seguidas. Sentí la cera caer en mi espalda, en mis hombros, y cuando llegó a mis nalgas, arqueé la espalda con un gemido más profundo. Él lo notó y sonrió como quien sabe que tiene el control absoluto.

El olor de la cera derretida se mezclaba con el calor de nuestros cuerpos. La habitación estaba llena de un ambiente pesado, húmedo, cargado de lujuria. Entre cada caída de cera, él acariciaba mi piel, retiraba algunos trozos endurecidos con la yema de los dedos, y luego bajaba su mano para rozar mi sexo, que ya estaba completamente empapado.

De pronto, la vela quedó más cerca y escuché un tac tac suave, como si algo chisporroteara. No le di importancia, porque en ese momento me tomó por la cintura y me penetró sin previo aviso. El contraste del ardor en mi piel y el empuje profundo me arrancó un gemido que llenó toda la habitación.

Cada embestida hacía que la cera se quebrara en mi cuerpo, cayendo en pequeños trozos que rodaban por mi piel. El dolor se mezclaba con un placer que me hacía perder la noción del tiempo. Él marcaba el ritmo con fuerza, sujetándome del cabello, sus labios cerca de mi oído, diciéndome lo perra que me veía cubierta de cera y goteando placer.

Cuando llegamos al clímax, los dos nos dejamos caer sobre la cama, sudados, jadeando, con la piel aún caliente y la habitación oliendo a sexo y parafina.

Fue entonces, mientras recuperábamos el aliento, que miramos al techo… y vimos una gran mancha negra, justo encima de nosotros. Nos miramos, y explotamos en carcajadas. La vela, al arder tan alto, había dejado una nube de hollín que marcaba nuestra pequeña travesura para siempre.

Así que ya saben: si algún día se encuentran en un motel de Bogotá, habitación 415, y ven una sombra oscura en el techo… es nuestra firma. Una marca hecha de cera, sexo y placer.

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