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🔥 Día 2 – La Doctora y la Camilla
Había pasado un mes desde nuestra primera cita del juego. Todavía podía sentir en mi piel los rastros del uniforme de enfermera, el cosquilleo de las luces rojas del motel anterior y las miradas que me devoraban entre los dos.
Esta vez decidimos algo distinto: yo sería la doctora, y ellos llegarían como mis “pacientes” a los que debía examinar. Quería que la fantasía fuera más atrevida, más profunda… y el motel que elegimos parecía diseñado para ese papel: las habitaciones eran blancas, limpias, con una camilla real en el centro, lámparas frías como de quirófano y hasta un carrito con bandejas metálicas donde acomodé los juguetes que llevaríamos.
Me puse una bata blanca corta, apenas me cubría los muslos. Debajo solo llevaba un brasier de encaje negro y un tanga mínimo. Un estetoscopio colgaba de mi cuello, y unos tacones altos me daban esa postura de autoridad.
Cuando ellos entraron, me hice la seria, con voz firme:
—Quítense la ropa, necesito revisar que todo esté en orden.
Ellos se miraron, sonrieron, y obedecieron como pacientes disciplinados. Desnudos, se acostaron en la camilla metálica. El aire frío de la habitación les erizó la piel, y yo
Deslicé el estetoscopio por sus pechos, fingiendo tomar notas en una libreta. Cada vez que tocaba sus cuerpos, me inclinaba demasiado, dejando que vieran lo que escondía bajo la bata.
Primero atendí a uno, palpando su abdomen, bajando lentamente hasta su entrepierna.
—Mmm… parece que aquí hay una inflamación que debo tratar de inmediato —susurré con picardía.
Saqué unos guantes de látex, los abrí despacio para que el sonido llenara la habitación, y comencé a “examinarlo” con mis manos. Mientras tanto, con la otra mano acariciaba al segundo, que observaba ansioso desde la camilla.
Pronto, cambiamos de posición: ahora ellos eran los que me sujetaban sobre la camilla, mis piernas abiertas, la bata subida hasta el pecho. Cada uno jugaba su papel: uno me “sujetaba” como asistente médico, el otro me “trataba” con su boca y sus dedos como si buscara mi punto más
El juego se volvió intenso. La camilla metálica chirriaba con cada movimiento. Yo estaba atrapada entre los dos: uno detrás de mí, firme, sujetando mi cintura con fuerza, y el otro delante, besándome, haciéndome gemir con cada embestida coordinada.
La sensación del metal frío contra mi piel contrastaba con el calor de sus cuerpos. El sonido de la lámpara oscilante arriba y mis tacones aún puestos sobre el metal me hacían sentir completamente expuesta, dominada, deseada.
—Doctora… ¿el tratamiento está funcionando? —me dijo uno jadeando.
—Todavía no… necesitan darme una dosis más fuerte —respondí, provocadora.
Y siguieron hasta que la camilla estuvo temblando bajo nosotros, hasta que los tres terminamos exhaustos, empapados de sudor, entre risas y gemidos.
Al salir del motel, me quité la bata y me quedé solo con el tanga bajo la chaqueta. Íbamos de la mano, cómplices, sabiendo que todavía quedaban 10 noches más de fantasías por cumplir.