Guía Cereza

Día 3 - La Profesora Traviesa en el Motel de la Cama de Agua

Publicado hace 2 días Categoría: Tríos 215 Vistas
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Ese mes me tocó elegir el motel. Busqué algo que tuviera un detalle diferente, algo que hiciera que la experiencia quedara tatuada en mi piel. Lo encontré: una habitación con cama de agua gigante, rodeada de espejos en el techo y luces bajas que daban la sensación de estar flotando.

Cuando llegué, llevaba un atuendo de profesora estricta: falda lápiz ajustada que se ceñía a mis caderas, una blusa blanca semitransparente, corbata delgada, gafas, y debajo… nada más que un conjunto de encaje negro que me hacía sentir poderosa. Él estaba esperándome ya adentro, sentado en la esquina de la cama de agua, sonriendo con esa mezcla de lujuria y picardía.

—Buenas tardes, alumno —le dije, en un tono firme, dejando mi bolso en el suelo.

—Buenas tardes, profesora… —contestó, fingiendo nervios—. ¿Me va a dar clases privadas hoy?

Me acerqué despacio, mis tacones resonaban en el piso, mientras deslizaba un puntero de madera que había traído solo para el juego. Me incliné hacia él, lo sujeté del mentón y lo obligué a mirarme a los ojos.

—Hoy no solo vas a aprender… hoy vas a obedecer.

Él rió bajo, como desafiándome, y eso me excitaba aún más. Me senté sobre sus piernas, sin dejar que me tocara todavía, y comencé a hablarle como si realmente fuera una maestra juzgando a su alumno. Cada palabra cargada de insinuaciones, cada mirada más ardiente que la anterior.

Lo empujé suavemente hacia la cama de agua. El colchón se movía, ondulante, como si flotáramos. Esa sensación sola ya me tenía húmeda, porque el vaivén hacía que cada roce de nuestros cuerpos fuera más intenso, más lento, más inevitable.

Me subí a horcajadas sobre él y comencé a moverme despacio, dejando que la cama marcara un ritmo hipnótico. Él gemía bajo, intentando contenerse, y yo me inclinaba para susurrarle al oído:

—¿Ves lo que pasa cuando prestas atención en clase?… te premio con más de mí.

Él me sujetó por la cintura, fuerte, y comenzó a marcar un ritmo más rápido. La cama se movía con nosotros, amplificando cada embestida, como si estuviéramos haciendo el amor sobre olas. Los espejos en el techo nos devolvían nuestra imagen, y yo no podía dejar de mirarme: mi falda todavía puesta, levantada a la altura de la cintura, mis pechos escapando de la blusa entreabierta, su cuerpo rígido bajo el mío.

La sensación era tan diferente… cada movimiento era un oleaje que me llevaba más alto. Me mordí el labio, dejándome llevar, y cuando creía que ya no podía más, él me volteó con un movimiento brusco, quedando encima de mí. Ahora era él el profesor y yo la alumna indisciplinada.

Me levantó las piernas sobre sus hombros, hundiéndose en mí mientras la cama nos balanceaba, y yo gemía sin poder disimularlo. Sentía que todo mi cuerpo vibraba con cada empuje, con cada ola de ese colchón líquido que parecía amplificar nuestra lujuria.

En el clímax, lo escuché gemir mi nombre, y yo me arqueé por completo, dejándome ir con él, jadeando, sudando, riendo entre gemidos. La cama seguía moviéndose, como si no quisiera dejar que esa tormenta terminara.

Cuando finalmente nos quedamos quietos, él me acarició la cara, aún respirando agitado, y me dijo:

—Si todas las clases fueran así… jamás faltaría a ninguna.

Reí, mordiéndome el labio, y lo besé con la misma intensidad que todavía ardía en mi cuerpo. Esa noche aprendí que cada encuentro sería distinto, único, y que la cama de agua había sido el escenario perfecto para nuestra tercera lección secreta.

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