
Compartir en:
Una de esas noches estaba solo porque mi pareja estaba de viaje por trabajo. Me escribió un pelado de 19 años, curioso, que decía que recién estaba empezando a experimentar como bisexual.
Era alto, flaco pero fornido por el ejercicio, piel morenita, peludo… y con una verga enorme, torcida hacia arriba, rosada, de esas que con solo verla te erizan la piel.
Yo, de 25 años, alto, blanquito, con el cuerpo trabajado en el gym, le conté que tenía varios juguetes: esposas, antifaz, látigo, consolador, bomba de vacío. Él me dijo que quería probar todo, pero con una condición:
—Quiero que me recibas desnudo.
Cuando llegó, cerramos la puerta, puse música y empezamos con los besos, las caricias, oliéndonos, calentando la tensión. De pronto me empujó contra la pared, me desnudó por completo y me colocó el antifaz. Me esposó las manos atrás y ahí empezó el juego.
Me besaba el cuello con hambre, me mordía fuerte los pezones y de pronto ¡zas! sentí el primer golpe del látigo en mi pecho y después en mi culo. El ardor mezclado con el placer me arrancó un gemido. Me dio de pie contra la pared, me escupió en el culo y empezó a abrirme con los dedos, hasta que agarró el consolador y me lo metió, lento al principio, y luego con fuerza, haciéndome retorcer.
Después me tiró sobre la cama, me abrió de piernas y me lo metió sin compasión. Me agarraba de la cintura, me daba duro, y entre cada embestida me escupía en la espalda o en la cara, disfrutando de tenerme rendido.
Pero yo también quería jugar con él. En un momento logré voltearlo, le puse a él el antifaz y lo amarré a la cama. Agarré la bomba de vacío y se la puse en la verga. Ver cómo se le hinchaba, palpitando dentro de la bomba, mientras se retorcía y gemía, fue brutal.
Me sentía excitado de verlo así, pero cuando me liberó, volvió a tomar el control: me puso de rodillas, me escupió en la boca y me la metió toda, dura y caliente, hasta ahogarme. Luego me levantó, me puso en cuatro y me dio tan fuerte que terminé corriéndome sin tocarme, gritando de placer.
Él acabó dentro de mí, caliente y profundo, mientras me jalaba del pelo y me dejaba marcado el culo del látigo.
Al final, me quitó el antifaz, me besó con fuerza y me dijo:
—Quiero mas