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"Mamá, quiero que hagas que me corra".
Con esas palabras, un verdadero escalofrió recorrió mi cuerpo. Sentí una corriente ir desde mi cabeza hasta los dedos de mis pies. No podía creer lo que escuchaba. ¿Mi propio hijo acababa de pedirme que le provoque un orgasmo?
“Por favor, mamá, lo necesito. Lo necesito mucho.”
“Ni siquiera te das cuenta de lo que estás preguntando. ¿No sabes lo mal que está?”
“Solo sé que quiero sentir tu mano sobre mí una vez más esta noche, mamá. Quiero tu ayuda. NECESITO tu ayuda.”
"¡No! Me voy."
“Tú empezaste esto. Ahora quieres dejarme así. Toda la noche así. No es justo”, se quejó.
“Eso no es mi culpa,” dije.
“Pero, ¿no ves? TU hiciste que me pusiera así. ¡Es tu culpa!"
"Me voy. Eso,” señalé su erección, “es algo natural y normal que les sucede a los hombres cuando sus cuerpos tienen deseos sexuales. Ya te lo expliqué.”
“Necesito tu ayuda, mamá. Necesito mucho de tu ayuda. Siempre dijiste que me ayudarías sin importar nada. ¡sin importar nada! Por favor, solo por esta vez, para poder ir a dormir.”
“Buenas noches” dije, estaba del otro lado de la puerta. Justo antes de que cerrara por completo, Alex dijo:
"Mamá. Dijiste que las mujeres lubrican cuando se excitan… Dime, ¿Lubricaste?”
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Pensé en irme a la cama, pero lo que acababa de suceder no me dejó de humor, estuve dando vueltas repasando todas las cosas que se habían desarrollado. Repase y analice tratando de descubrir en dónde me había equivocado, para tratar de deshacerme de esta culpa que estaba creciendo en mí.
Y, esa última pregunta que mi hijo me hizo: "¿Lubricaste?" Muy dentro de mi temía lo que pudiera encontrar, pero tenía que saberlo. Metí mi mano en mi bata y por debajo de la camiseta de Pedro esta me llegaba a la altura de mis muslos, toqué mis bragas. "¡Joder!" dije en voz alta.
Para estar absolutamente segura, metí mi mano derecha dentro de mis bragas y avance a través de mi espesa jungla de vello púbico todo el camino hasta la abertura de mi vagina. Mi vello púbico estaba completamente empapado. Saqué mi mano y froté mi pulgar contra mi dedo índice, cuando los separé gruesos hilos de fluido vaginal se extendían entre ellos. Mi vagina estaba completamente mojada.
Lave mis manos como si estuviera preparándome para una cirugía. Luego me serví una copa de vino y caminé en círculos por la cocina hasta que la terminé. Me di cuenta de que no conocía a mi hijo tan bien como había imaginado. Ni siquiera sabía si se masturbaba. Mi hijo siempre fue ingenuo de mente y cuerpo, tan propenso a la culpa. Él siempre pensaba que todas sus enfermedades y problemas se debían a cosas que había hecho. Agravios por los que estaba pagando.
¿Qué pasaría si pensara que la masturbación era otro de sus males, otro pecado que traería aún más dolor y sufrimiento?
Tenía que saber que la verdad. Tenía que sentirse libre para satisfacerse a sí mismo. Tenía que saberlo esta noche.
La luz en la habitación de Alex seguía encendida, llamé en silencio. No hubo respuesta al principio, luego escuche, “Solo vete. No entres."
No dejé que eso me detuviera. Abrí la puerta por segunda vez esa noche. “Tenemos que hablar”, dije.
“Hablar, hablar, hablar”, dijo sarcásticamente. Estaba sentado en la cama, con las sábanas aún puestas, con la espalda apoyada contra la almohada. Las únicas dos cosas que habían cambiado eran que la parte de abajo de su pijama estaba en el suelo y su pene estaba un poco menos rígido que cuando me fui. Esa ligera deflación no duró mucho una vez que me miró.
"Sabes que siempre hemos sido honestos el uno con el otro, ¿verdad?" dije.
No respondió nada, así que continué: “La verdad es que esta noche te puse en una situación incómoda. Sin saber, ni siquiera imaginar las consecuencias. Fue mi culpa. Toda mi culpa."
“¡Entonces deberías arreglarlo, mamá! Arréglalo por favor."
“No puedo ayudarte de esa manera. Como dije, eso significaría cruzar una línea que para mí es tabú. Es impensable y totalmente inaceptable en la sociedad”.
“¿Quién lo sabría? Hemos pasado por tantas cosas juntos, mamá. ¿No es así? Esto parece una cosa tan pequeña en comparación con todo lo que hemos pasado. Todo lo que me has pedido que haga para rehabilitarme todo el sufrimiento por el que he pasado, pero nunca nos rendimos y siempre logramos superarlo. ¿eso no significa nada?”
“Esto es diferente”, dije.
“Todas esas noches cuando estaba sufriendo, dijiste que deseabas ser tú, dijiste que deseabas poder quitarme algo de ese sufrimiento, aunque solo fuera por un minuto. Bueno, ahora puedes. Puedes quitarme este peso. Y puedes hacerlo en solo unos minutos. Sin ningún esfuerzo. Y no te costará nada.”
“Pero, Alex, a eso me refiero. Existe un gran costo. La relación especial entre una madre y su hijo es hermosa. Todo eso se perdería”.
“Tal vez para la gente normal, mamá. Pero no para nosotros, no después de todas las cosas que hemos pasado durante todos estos años”.
El pene nunca cedió mientras hablaba. Mi corazón se estaba rompiendo, pero había venido aquí para darle un claro mensaje: ¡mastúrbate!
"Alex. Tú tienes que encargarte de eso-”, señalé su gruesa polla, “-tú mismo”.
“Yo no hare eso, mamá. Cada vez que hago algo, me pasa algo malo y vuelvo a estar en el hospital. Entonces, no lo hare. Tienes que ayudarme. Tienes que hacerlo por mí. Sólo esta vez. Solo esta noche."
“Alex, no pasará nada malo. Está bien masturbarse. Es algo natural”.
“¿Es natural? De acuerdo”, dijo. “Dijiste que serias honesta conmigo, dime ¿Te masturbas, mamá?”
“No,” dije antes de que pudiera mentir. Mis padres habían practicado la religión y constantemente predicaban sobre los “pecados de la carne”.
"Lo vez. Ni tu ni yo lo hemos hecho. Tienes que ayudarme, mamá. Por favor."
“Te diré qué haremos… túmbate en la cama y cierra los ojos”. Así lo hizo. “Ahora dame tu mano.”
No pedí permiso. Tomé su mano derecha y la coloqué alrededor de su gran pene. Apenas estaba comenzando con un movimiento de arriba-abajo cuando sentí que apartó su mano, dejando mi mano rodeando esa enorme polla caliente. Colocó su mano sobre la mía y continuó con el movimiento. Mi hijo comenzó a hacerse una paja, ¡con mi mano!
"¡Aahh!" susurró. "Eso se siente muy bien". Podía sentir las palpitaciones en mi mano, simplemente no podía racionalizar el tamaño de polla que tenía sosteniendo en mi mano.
Me aparté y me bajé de la cama. “Otra vez con eso”, dije con voz enojada, “buenas noches. Ocúpate de eso tú mismo. Si eres honesto contigo mismo, sabrás que no hay nada malo en masturbarse”.
"¿Honesto? ¿Qué tal si TU eres honesta conmigo y respondes mi pregunta?
"¿Qué pregunta?", respondí al llegar a la puerta.
"¿Lubricaste?"
Después de unos segundos, respondí: "Sí". Mi cara se puso caliente con un rubor de sangre.
"¿Mucho?"
Justo antes de cerrar la puerta, repetí: “Mucho!”.