Guía Cereza
Publicado hace 3 días Categoría: Hetero: General 241 Vistas
Compartir en:

No es un demonio elegante, ni un dios de la carne. El Marrano no conoce de belleza ni de lujuria divina. Es carne, sudor y suciedad. Es la bestia que arrastra la mugre de la tierra y la convierte en placer.

Lo escuché antes de verlo: gruñidos sordos, jadeos pesados, como un cerdo buscando entre la mierda. Cada sonido retumbaba en mi pecho, como si algo dentro de mí ya reconociera la amenaza. El olor llegó después: cloaca, sudor rancio, carne podrida. Un hedor insoportable que me revolvió el estomago, y que sin embargo me hizo estremecer de humedad. Mi cuerpo reaccionaba con traición: repulsión en la garganta, deseo entre las piernas.

Cuando apareció en la penumbra casi quise gritar. Era enorme, desproporcionado, casi humano, casi bestia. Ciento ochenta y cinco centímetros de grasa palpitante, piel sudorosa cubierta de cicatrices, verrugas, manchas. El hocico chato brillaba de baba, los colmillos amarillentos chorreaban saliva. Sus ojillos diminutos, hundidos en el rostro, me taladraban con un desprecio absoluto.

—Así que tú eres la puta cósmica —gruñó, con voz ronca, vulgar, tan humana como asquerosa.

No esperó respuesta. Me jaló del pelo con la fuerza de un verdugo. Sentí cómo mi cuello crujía, cómo la raíz de cada hebra ardía en su puño grasiento.

—No eres nada. Eres un agujero. Un chiquero donde vaciarme.

Me empujó contra el suelo sin cuidado, como quien tira un saco. El golpe me arrancó el aire, pero antes de poder recuperar el aliento ya estaba encima de mí. Su sombra lo cubría todo.

La primera visión me heló la sangre: su pene grotesco, hinchado, goteando un fluido espeso que no parecía natural. No era una humana, era un monstruo palpitante, húmedo, como si tuviera vida propia. Lo acercó a mi cara con un gruñido.

—Abre, chiquero.

Intenté apartarme, pero su mano hundida en mi pelo me obligó. La cabeza pesada, grasienta, me golpeó los labios, me partió la boca. Entró de golpe, como un hierro vivo que me asfixiaba. El aire se me fue en un espasmo, la garganta se cerró. Tosí, babas me chorrearon por la barbilla. Él solo se rió, escupiendo encima de mí.

—Eso, traga. Eso es lo único que sirves pa’ hacer.

Su risa era un gruñido mezclado con flema. Embestía mi boca sin piedad, cada empuje me hacía ver destellos blancos de falta de aire. Las arcadas se convirtieron en sollozos, mis ojos enrojecidos se llenaban de lágrimas que bajaban por las mejillas, mezcladas con baba. El Marrano olía mi miedo como un perro. Y eso lo excitaba más.

No pasó mucho antes de que lo sintiera tensarse, como una cuerda a punto de romper. El rugido brotó de su garganta y, con un último empuje, me llenó la boca de calor nauseabundo. Una avalancha espesa, densa, que me inundó hasta casi vomitar. Intenté apartarme, pero me sostuvo firme.

—Trágalo. —escupió, apretando mi mandíbula.

Lo hice. No por obediencia, sino porque me ahogaba. El líquido me bajaba por la garganta a presión, y aun así se escapaba por las comisuras, escurriendo por mi barbilla, mezclándose con mi saliva y mis lágrimas. El Marrano me observaba con deleite, respirando fuerte, gruñendo satisfecho.

—Eso… ensúciate.

Cuando terminó, me soltó de golpe. Caí sobre las sábanas, tosiendo, jadeando. El aire me volvía a los pulmones en bocanadas torpes. Pensé que era suficiente, que su brutalidad acababa allí. Pero él no había hecho más que empezar.

Con un manotazo me volteó de espaldas. Sus manos grasientas se clavaron en mis muslos, separándolos con violencia. Sentí su panza sudorosa aplastarse contra mi vientre, el peso enorme hundiéndome en la cama. Y entonces me atravesó de una.

El grito se me escapó desgarrado. Su entrada fue brutal, como si me partiera en dos. El dolor me arañaba las entrañas, pero un temblor perverso lo acompañaba: placer sucio, prohibido, que no podía negar. Cada embestida chocaba contra mis caderas, su vientre blando me golpeaba, su sudor caía a chorros sobre mis pechos. Me mordía la oreja, me escupía al cuello, me insultaba con palabras que me reducían a carne sin nombre.

—Gime, puta. Eres un chiquero viviente.

Y yo gemía. No porque él lo ordenara, sino porque mi cuerpo ardía, vibraba, explotaba con cada golpe. El sudor del Marrano me impregnaba, su olor me envolvía, su asco se volvía mi deseo. Sentí cómo la humedad me corría entre las piernas, empapando sus pliegues viscosos.

Cuando finalmente se derramó dentro de mí, lo hizo como una bestia desatada. Caliente, abundante, sofocante. Rebalsaba en mi interior, chorreando hacia afuera en un río sucio. El Marrano rugió satisfecho, mordiendo mi cuello hasta casi romper la piel.

Caí exhausta bajo su peso, temblando, con las sábanas pegajosas bajo mi piel. Mi garganta ardía, mi sexo latía, mis muslos estaban bañados en sudor y semen. El aire seguía cargado de hedor, y aun así, en lo más hondo de mí, había una chispa inconfesable: lo deseaba otra vez.

El Marrano no descansaba. Mientras yo temblaba bajo su peso, creyendo que ya me había vaciado todo, me levantó del pelo como si fuera una muñeca rota. El tirón me arrancó un quejido gutural; sentí cómo las raíces de mi cuero cabelludo ardían, pero él ni se inmutó.

—No acabamos, chiquero. Tú sirves pa’ más.

Su voz era una mezcla de ronquido y gruñido animal. Lo miré de reojo: sudor chorreaba por sus mejillas fofas, cayendo en gotas que me salpicaban. Su hocico babeaba todavía, y cada resoplido era un hedor que me revolvía el estómago. Lo aborrecía. Lo deseaba.

Me puso de rodillas, la cara hundida contra las sábanas húmedas, el culo levantado. Sus manos grasientas se aferraron a mis nalgas con violencia, separándolas hasta que dolió. Sentí el aire frío contra mi piel ardiente, y luego su escupitajo caliente escurriéndome hacia el ano.

—Este agujero también me lo vas a dar.

No hubo preparación, ni pausa. Con un gruñido me embistió de golpe. El grito se me rompió en la garganta: era demasiado grueso, me desgarraba. El ardor era insoportable, como fuego vivo, pero detrás de ese dolor se escondía una punzada eléctrica de placer, un eco prohibido que recorría mi espina dorsal.

El Marrano no se detuvo. Empujaba con toda su masa, sus caderas chocaban contra mí, y cada estocada me arrancaba gemidos incontrolables. Mi cara estaba pegada a la cama, babas mojaban la tela, y aun así mi cuerpo vibraba, estremecido por cada empuje.

—Llora, zorra. —gruñó—. Te gusta, aunque te duela.

Y tenía razón. Lloraba, con los ojos ardientes y la garganta rota, pero también me corría. El clítoris palpitaba contra las sábanas, cada sacudida me arrancaba espasmos. El Marrano jadeaba detrás de mí, su sudor resbalando por mi espalda, impregnándome de su olor nauseabundo.

Cuando finalmente rugió, lo hizo como una bestia que marca territorio. Su semen me inundó el culo, caliente, espeso, tanto que lo sentí rebalsar y escurrirse por mis muslos. Era asfixiante, asqueroso… y perversamente delicioso.

Me desplomé, pero él no lo permitió. Me levantó de nuevo, esta vez de la mandíbula, abriéndome la boca a la fuerza. Su verga seguía dura, palpitante, chorreando. Me golpeó la cara con ella, me manchó de semen y sudor.

—Abre, chiquero. Que no acabamos.

Me folló la boca otra vez. Ya no había resistencia en mí; la garganta estaba abierta, rendida, convertida en túnel para su placer. El sonido de mis arcadas se mezclaba con su gruñido. Cada embestida me hacía ver destellos, cada golpe era una humillación que mi cuerpo transformaba en deseo.

Cuando acabó, lo hizo sobre mi rostro. Chorros calientes me bañaron la cara, pegajosos, espumosos, chorreando por mis mejillas y labios. Me dejó así, pintada como si fuera su obra grotesca.

Y aun así, no me soltó.

Me tumbó de espaldas, se acomodó sobre mí y me miró con sus ojillos brillantes de malicia. Su respiración era un rugido de cerdo satisfecho.

—Tienes agujeros pa’ rato, perra. Yo no me canso.

Y comprendí que no era un encuentro pasajero. El Marrano no era de los que terminan y se van. Era una bestia insaciable, un pozo sin fondo de deseo grotesco. Y yo, a pesar del asco, del dolor, del hedor, ya estaba palpitando, deseando más.

Publica tu Experiencia

🍒 Pregunta Cereza

Imagina que una persona con curiosidad te dice: "Quiero explorar algo nuevo y no sé por dónde empezar ¿Qué experiencia íntima le recomendarías vivir al menos una vez en la vida? ¡Comenta!

Nuestros Productos

Babydoll

MAPALE $ 104,500

Body

MAPALE $ 94,000

Disfraz Policia Noa

HENTAI FANTASY $ 75,900