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Hola, me pongo arrecho de solo de acordarme de lo que pasó hace unas noches en mi apto. Fue de esas cosas que uno cree que se quedan en fantasía, pero se me hizo realidad Les voy a contar.
Todo empezó en un chat de esos donde la gente entra a buscar polvo rápido. Yo estaba parchado en la cama, aburrido, mirando mensajes. De pronto me escribe un man con un Nick de , de esos que son genericos. Le contesté por joder, y me manda foto: parce, un pollo, un chino de unos 20 años, universitario, con cara de inocente, pero con una mirada de arrecho. Flaco, trigueñito, labios carnosos, cejas gruesas… parecía como esos peladitos de primer semestre que todavía tienen pinta de niño, pero ya quieren probar mundo.
Me dice:
—“¿Qué hace, papi? Busco quién me reciba, estoy cerca de Chapinero.”
Le suelto:
—“Venga pa’ mi apto, yo le hago la vuelta.”
El man ni lo pensó. Me pidió la dirección y a los 20 minutos ya estaba timbrando. Cuando abrí la puerta casi me cago: un pelado con maleta universitaria, gorrita, sudadera, camiseta suelta. De una me saludó con sonrisa tímida, pero yo le pillé la verga marcada debajo de la sudadera.
Entró nervioso, mirando todo, como pollo que se mete por primera vez a algo serio. Yo le ofrecí agua y el man me soltó sin rodeos:
—“La verdad vine a que me lo coma, papi. Desde que lo vi en las fotos me calenté todo.”
Eso me prendió. Lo miré de arriba abajo y le dije:
—“¿Seguro que aguanta? Porque yo estoy super caliente.”
El man se mordió el labio y respondió:
—“Para eso vine, pa’ que me dé duro.”
Con esa frase me paré de una. Lo agarré del cuello y lo besé con toda la furia. El pollo besaba con ganas, torpe pero arrecho, metiendo la lengua como si fuera el fin del mundo. Lo empujé contra la pared, le subí la camiseta y me encontré con ese pecho liso, caliente, oliendo a jabón barato y sudor de estudiante.
Mientras lo besaba, ya tenía la verga parada. El man se rió entre jadeos y me dijo:
—“Uy, papi, ya lo tiene durísima… qué rico.”
Me agarró el bulto y empezó a sobarlo por encima del pantalón. Yo no me aguanté: le bajé la sudadera y marica… tremenda sorpresa. Esa vergota escondida, gruesa, venosa, parada como palo. No parecía un pollo, parecía un macho hecho y derecho.
—“Qué hp verga tan rica, marica”, le dije mientras la sobaba.
Nos tiramos en el sofá, los dos con las vergas afuera, dándonos paja mutua como dos desesperados. El sonido de las manos en la carne, los gemidos, el olor a verga caliente llenaron todo el apto. El pollo me miraba directo, con esa cara de “quiero más” y me dijo:
—“Cúleme ya, papi, no me aguanto más.”
Lo puse de rodillas en el piso, le bajé del todo la sudadera y le vi ese culito redondito, blanquito, apretado. Se lo abrí con las manos y me mordí el labio.
—“Ese culo es mío, marica. Hoy se lo voy a partir.”
—“Hágale, rómpamelo, hp”, me respondió.
Le escupí, lo trabajé un poco con los dedos, y el pollo gemía como loco, agarrándose del sofá. Ya estaba tan caliente que me rogaba:
—“Métamela ya, papi, se lo suplico.”
Le clavé la verga despacio al inicio, y el pollo gritó, mezclando dolor y placer.
—“Ay gonorrea, qué rica la tiene… métala toda, no sea asi.”
Eso me volvió animal. Le metí completo y empecé a culearlo duro, el sonido de mis huevos chocando contra él rebotaba por toda la sala. El pollo gritaba sin miedo:
—“Cúleme ricooo, papi… más duro, hp… rómpame ese culo.”
Lo agarré de la cintura, se lo metía con todo y él se arqueaba, botando babas de tanto gemir. El sudor nos chorreaba, el olor a sexo era brutal. Yo no aguantaba más y él tampoco.
De repente, el pollo se pajeaba mientras yo lo culiaba y empezó a acabar.
—“Me vengo, papiii, me vengo…”
Y botó toda la leche sobre el piso, chorros calientes cayendo mientras yo le seguía dando. Eso me prendió tanto que lo agarré del pelo, lo mordí en el cuello y me vine adentro con toda la fuerza, sintiendo mi leche llenar ese culo apretado.
Quedamos botados en el sofá, respirando agitados. El pollo se giró, todavía con cara de niño, pero los ojos brillando. Me dijo sonriendo:
—“Uy, papi, me partió ese culo… qué rico, gracias. ¿Me invita otra vez?”
Yo solo pude reír y decirle:
—“Ya sabe, marica. Aquí tiene casa cuando quiera que lo revienten.”