Guía Cereza
Publicado hace 2 días Categoría: Hetero: Infidelidad 466 Vistas
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Me llamo Luisa, tengo treinta y siete años y vivo en Medellín. Estoy casada desde hace siete, y si alguien me preguntara, respondería sin dudar que soy feliz con mi marido. Con él tengo una vida estable, cómoda, con rutinas bien marcadas: los sábados y los miércoles son los días en los que tenemos sexo en la cama, casi siempre después de ver Netflix. Besos dulces, caricias y después él me penetra con calma, me acaricia el pelo, me habla bajito y me hace gozar rico, de esa forma dulce y ordenada que tiene. Yo me dejo llevar, lo disfruto mucho, me vengo, y después seguimos como si nada. Esa soy yo con él: sumisa, esposa cumplida, la mujer que se abre de piernas cuando su marido lo pide.

Pero hay otra Luisa. La que aparece los lunes en la tarde y los viernes después de salir de la universidad. Con mi amante. Tengo un amante hace unos meses. Con él no hago el amor. Con él cojo. Duro, sudando, sin medir palabras ni gestos. Me agarra como si fuera una mujerzuela, y yo me excito porque me encanta serlo. Con él me corro de maneras que no le confieso a mi marido.

El viernes salí de la universidad con la cabeza llena de excusas preparadas para la casa. En realidad, solo tenía una dirección en mente: el apartamento de mi amante en Guayabal. Apenas abrí la puerta, él me jaló de la muñeca y me pegó contra la pared. Ni me dejó soltar la maleta. Me besó fuerte, metiéndome la lengua, y en segundos ya me estaba subiendo la falda.

Con él no hay suavidad. Me abrió las piernas y me metió los dedos de una, duro, como si me conociera de memoria. Yo gemí sin pudor, dejándome llevar. Me dio la vuelta, me bajó la tanga de un tirón y me penetró por detrás con toda la fuerza. Con mi marido nunca hablo sucio. Con él no puedo evitarlo. —HP! Dame más duro, cógeme así, no pares—, le dije mientras me agarraba del sofá para no caer. Me coge sin medir nada, sin preocuparse si los vecinos escuchan mis gritos. Y yo me corro rápido, varias veces, mojada, temblando.

Él acaba afuera, chorros calientes que me dejan la piel marcada, y luego me sonríe con esa cara de cabrón que me vuelve loca. Yo me siento con las piernas abiertas, mi sostén y tanga tirados en el piso, el corazón a mil. Así son mis viernes: sucios, intensos.

Un viernes al igual que los otros al terminar de coger con mi amante y quedar bien satisfecha.Él me había dejado sudada, temblando y con el coño todavía lleno de su semen cuando salí del motel. Llegué a casa con esa sensación deliciosa de ir caminando con su semen dentro de mí, como un secreto pegado a mis piernas. Creí que la noche sería tranquila, que me bañaría, me pondría la pijama y me dormiría normalmente.

Pero apenas entré al cuarto vi a mi marido distinto. No estaba frente al televisor ni con el celular en la mano: estaba en la cama, desnudo, erecto y con esa mirada que me dejaba claro lo que quería. No me dio tiempo de inventar excusas. Me agarró de la cintura, me tumbó en la cama y me abrió las piernas.

Ahí me entró la preocupación: yo todavía estaba llena del otro. Sentía cómo su corrida seguía dentro, tibia, como una marca indeleble. ¿Y si él lo notaba? ¿Y si se daba cuenta del engaño? La idea me asustó y al mismo tiempo me excitó aún más.

Me moví rápido, buscando solución. Cuando él me bajó la ropa, lo tomé con la mano y lo guié directo a mi boca. Se lo mamé con ganas, profundo, ensuciándome la cara de saliva. Así desviaba su atención, así lo encendía para que no pensara en nada más. Lo tuve así varios minutos, hasta que él mismo me tiró de espaldas, desesperado por metérmela.

Cuando me penetró sentí esa mezcla extraña: mi coño aún húmedo por la corrida de mi amante y ahora lleno de la verga dura de mi esposo. Era como tener a los dos dentro, a pocas horas de distancia. Cerré los ojos, me agarré fuerte de las sábanas y me dejé coger sin poner resistencia. Gemía, fingiendo sorpresa por lo “mojada” que estaba, mientras él me follaba con fuerza creyendo que todo era suyo.

Yo sabía la verdad. Y eso me volvía loca. Estaba viviendo algo distinto: no era solo ser la esposa obediente ni la puta de mi amante, era ser las dos al mismo tiempo. Dos hombres en un mismo día, uno todavía marcando mi cuerpo mientras el otro me llenaba de nuevo. Y entre miedo y deseo, me corrí otra vez.

Ese otro viernes llegué con la decisión tomada. Apenas entré al apartamento, antes de que me desvistiera, le solté:

—Hoy con condón.

Él me miró sorprendido, mientras me apretaba las nalgas contra la pared.

—¿Y eso? —preguntó, con media sonrisa incrédula.

Respiré hondo, sabiendo que si hablaba iba a meterme en problemas. Pero ya estaba excitada solo de pensarlo.

—Porque el lunes llegué a casa todavía llena de ti… y mi marido estaba con ganas. Tuve que tener sexo con él solo una hora después de haber cogido contigo.

Su expresión cambió. Se quedó callado un segundo, y después me empujó con más fuerza contra la pared.Acariciando la parte de mi vagina fuerte y lento de abajo hacia arriba

—¿Y qué pasó? —me susurró, con voz ronca.

Yo cerré los ojos, pero no para callar, sino para revivirlo.

—Me cogió. Apenas entré, me tiró a la cama y me abrió las piernas. Yo estaba chorreando, todavía con tu corrida adentro… Y mientras me follaba, yo solo pensaba que si se daba cuenta me iba a matar.

—Hija de puta… —murmuró él, mordiéndose los labios, apretándome más fuerte.

—Lo sentía. Sentía tus restos adentro mientras él me llenaba otra vez. Yo gemía como si todo fuera suyo, pero en mi cabeza solo estaba el sabor a peligro… Era como si estuvieras tú también en la cama.

Lo vi tragar saliva, con los ojos brillantes de puro morbo.

—No me jodas… Me estás poniendo durísimo.

Me apretó contra él para que lo sintiera. Yo sonreí, excitada por el efecto que mis palabras le causaban.

—Por eso quiero condón, no quiero que vuelva a pasar —le dije, aunque mi voz ya temblaba.

Él se rió, me mordió el cuello y me levantó la pierna contra su cintura.

—Ni de mierda. Si me cuentas eso y me pongo como un animal, ¿crees que voy a ponerme plástico ahora? Te quiero sentir igual que ese día… quiero imaginar a tu marido cogiendo lo que yo dejé dentro.

Esas palabras me atravesaron. Me descubrí mojada, ardiendo, más excitada que nunca. Su mirada me devoraba, y me di cuenta de algo: me calentaba no solo coger, sino que él imaginara la escena, que se excitara con mis confesiones. Me sentí observada, deseada en dos dimensiones: en la cama y en su cabeza.

Me penetró de golpe, sin protección, con fuerza. Yo me entregué, sintiendo que él me abría de nuevo. Cada embestida era más sucia porque en mi mente revivía lo del lunes, como si estuviera jugando a ser la puta de los dos en la misma semana. Y mientras él me follaba duro, me corrí con un temblor salvaje, entendiendo que lo mío no era solo el sexo: era el morbo de ser imaginada, de ser contada, de ser poseída en cuerpo y en mente.

Un miércoles en la noche. Yo ya estaba desnuda, posición misionero y con mi marido encima, bombeándome con ese ritmo constante que siempre me lleva al orgasmo. Cerré los ojos y gemí fuerte, dejándome llevar. Pero algo me ardía por dentro: lo que había descubierto con mi amante, esa excitación de contar y de ser imaginada.

En medio del vaivén, sin pensarlo, le susurré al oído:

—Quiero un trío. Quiero que me cojas mientras otra mujer me toca.

Él jadeó, sorprendido. Bajó el ritmo un segundo, me miró con los ojos brillantes y me soltó:

—¿Y por qué mejor no con otro hombre?

Me quedé helada, con el corazón desbocado.

—¿Qué…? —le dije, incrédula.

—El otro día vi un video… dos tipos cogiendo a la misma mujer. Y pensé en ti, Luisa. Pensé en ti con dos vergas dentro, gritando como una loca. —Su voz estaba ronca, cargada de lujuria.

Esa confesión me atravesó como un rayo. En lo primero que pensé fue en mi amante. En él y mi marido tomándome juntos, partiéndome en dos, llenándome sin dejar un hueco libre. El morbo me explotó en la cabeza.

—Lo haría… —dije, casi temblando—. Pero solo si tú lo permites.

Él gruñó, apretándome las caderas con más fuerza. Lo sentí más duro, más ancho, como si esa sola idea lo hubiera transformado.

—Puta rica… —murmuró, empujando más profundo—. Solo de pensarlo me vuelvo loco.

Yo me derretí. Saber que mi esposo fantaseaba con verme tomada por dos hombres me puso al borde de la locura. Y la imagen se hizo más clara: mi marido detrás, mi amante frente a mí, los dos llenándome hasta hacerme llorar de placer.

Me corrí mojada, descontrolada, mientras él me penetraba con rabia, como si quisiera dejar su marca en mi cuerpo antes de que otro la tocara.

Yo no me quedé atrás. Le di la mejor faena que he dado en mi vida. Moví la cadera como nunca, lo cabalgué con fuerza, lo apreté adentro con mis músculos, grité su nombre como una mujer poseída. Lo hice acabar en mí con un rugido, sudando, desbordado.

 Esa noche no solo habíamos cogido. Habíamos abierto una puerta peligrosa. Y yo ya estaba planeando cómo encontrar la excusa perfecta para hacerla realidad… con el hombre que ya me cogía los lunes y viernes.

 

A veces pienso en cómo sería tenerlos a los dos al mismo tiempo, verlos compartir mi cuerpo, sentirlos dentro de mí, uno detrás y otro frente, sin darme tregua. Fantaseo con la escena cada vez que estoy sola, pero aún no sé cómo hacerlo realidad. No tengo claro cómo dar ese paso sin arriesgarlo todo.

Lo único que sé es que, mientras tanto, vivo con el privilegio de ser deseada y poseída por dos hombres en una misma semana. Los lunes y viernes soy la amante descarada, sudando y gimiendo en un cuarto escondido. Los miércoles y sábados soy la esposa obediente, entregada al hombre que me llama suya.

Y aunque no sé cuánto tiempo más pueda sostener este juego, por ahora me excita demasiado vivirlo. Dos hombres, dos camas, dos versiones de mí. Una sola mujer disfrutando de la doble vida que me hace sentir más viva que nunca.

Todavía no sé cómo hacerlo. No tengo claro cómo juntar a mi marido y a mi amante en la misma cama, cómo lograr que me follen juntos, que me usen a su antojo y me dejen hecha un desastre. Fantaseo con la idea cada noche, pero aún no encuentro el camino.

Mientras tanto vivo esta doble vida que me enciende. Los lunes y viernes me dejo follar por mi amante como una puta descarada: me abre las piernas sin piedad, me jala el pelo, me hace gritar con la boca llena de su verga, me corre dentro como si mi coño solo existiera para eso. Salgo de ahí oliendo a sexo, con los muslos temblando y la piel ardiendo.

Los miércoles y sábados, en cambio, soy la esposa obediente: me desnudo frente a mi marido, me pongo de rodillas cuando él lo pide, me dejo coger en todas las posiciones que quiera. Él no sabe que mi cuerpo todavía guarda el rastro de otro hombre, y eso me excita más; me penetra creyendo que todo es suyo, mientras yo aprieto los dientes recordando que horas antes ya había sido usada.

Y entre uno y otro, mi cuerpo no descansa: llevo el semen de un hombre todavía fresco cuando me arrodillo ante el otro; gimo por el esposo en la cama mientras recuerdo cómo me rompió el amante horas atrás. Vivo encendida, húmeda, usada y feliz.

No sé si algún día me atreva a dar el paso y tenerlos a los dos a la vez. Pero mientras tanto, ya estoy disfrutando de algo que pocas mujeres se atreven: tener dos hombres en mi semana, dos vergas reclamando mi cuerpo, dos formas de hacerme suya. Y yo, Luisa, me corro cada vez más fuerte al saber que ninguno sospecha que en realidad soy de los dos.

 

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