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TERAPIA
Cuando el árbitro dio por terminado el partido, sentí que las piernas me temblaban, no de cansancio, sino de algo más profundo: una descarga de alegría que me atravesaba de pies a cabeza. El balón quedó quieto en el césped, pero dentro de mí todo seguía corriendo. Mis compañeros gritaban, corrían hacia mí, y en un instante estábamos todos enredados en un abrazo torpe, apretado, lleno de sudor y risas.
Los vecinos que nos acompañaron para ese encuentro donde se definía el titulo, gritaban desde la tribuna felices por el resultado; era un sonido tan fuerte que no se escuchaba con los oídos, se sentía con el pecho, con la piel erizada, con la garganta seca de tanto gritar. Yo levanté los brazos, miré al cielo y, por un segundo, creí que podía volar. Todo el esfuerzo, cada caída, cada golpe, había valido la pena. Éramos los campeones!
No importaba nada más: ni el dolor en los músculos, ni las heridas en las rodillas. Estábamos en la cima, y la euforia era tan grande que parecía infinita. Esa victoria no estaba solo en el marcador; estaba tatuada en el alma.
El torneo se llevo a cabo en un municipio cercano, cada ocho días nos acompañaban y transportaban los vecinos que tenían su vehículo y nosotros los jugadores nos distribuíamos en los autos acompañantes, para este último encuentro se contrato una carro más grande tipo buseton ya que muchos vecinos y amigos nos quisieron acompañar.
Terminado el encuentro y el acto de premiación nos dirigimos hacia un hermoso estadero acondicionado con piscina y pista de baile y allí celebramos hasta la media noche, nos embriagamos y bailamos.
Ya de regreso seguíamos cantando en el buseton, la carretera estaba oscura y el bus avanzaba; de repente, un chirrido metálico cortó la quietud: el volantazo brusco, el golpe seco contra el asfalto, los cuerpos sacudidos como muñecos. Un instante de silencio, y luego el caos: vidrios rotos, gritos ahogados, la noche tragándose todo en un destello de luces y polvo.
Recuerdo despertar en la pieza de un hospital, rodeado de mi familia, sentí fuertes dolores en todo mi cuerpo y recordé lo sucedido, pregunte por mis compañeros y la respuesta fue que todos estaban relativamente bien, solo golpeados a excepción de Juan, quien estaba en cuidados intermedios porque había quedado bajo el peso de carro y al parecer habría sufrido un golpe que afecto su columna y estaba en riesgo de afectar su movilidad. Juan era el líder de nuestro equipo, capitán indiscutido, gran persona, amable, servicial y de un porte físico impresionante; era el conquistador del equipo.
Pasados pocos días todos fuimos dados de alta, solo quedo Juan quien recibió la peor noticia que se podría esperar, el golpe había afectado su columna y fue diagnosticado con paraplejia simple, con posibilidades de recuperación mediante terapias físicas especificas. Entre ellas se debía estimular su pene directamente para sostener una erección refleja y mantener activa su actividad sexual y evitar detrimento de su función genital; de estos tácitamente se designaba a Sofía su muy hermosa novia. Nosotros los amigos nos numeramos del 1 al 17 y en orden acudíamos a la casa de Juan y realizábamos las terapias a sus extremidades inferiores, eran agotadoras y de una hora de duración. Así pasaron seis largos meses y no veíamos la recuperación de la movilidad de Juan, se desplazaba en silla de ruedas, Sofía no aguanto y termino su relación con Juan, ya su función en la terapia genital le toco asumirlo al mismo Juan y auto estimularse.
Era sábado, en familia celebrábamos el cumpleaños de mi hermana, estábamos reunidos en casa de nuestros padres, hermanos y sobrinos y algunos amigos, después de cantarle el feliz cumpleaños y disfrutar la torta y la comida, llego el licor en abundancia, estábamos bastante eufóricos y en ese momento recordé a Juan, había olvidado que ese día era mi turno de hacerle las terapias, partí un pedazo de torta, lo envolví en servilletas para llevárselo, cuando me disponía a salir, mi esposa se ofreció a acompañarme, eran solo unas pocas cuadras que nos separaban de la casa de Juan, llegamos apresurados y algo tomados, yo notaba los efectos del licor en mi esposa. Comencé con los ejercicios dictados por el médico que incluían la terapia, fue una larga hora que hizo que mi sudor corriera por mi cuerpo y mas con el estímulos del licor, como se dice popularmente sude la borrachera, solo al terminar me percate que mi esposa estaba sentada en una silla cerca a la cama donde nos encontrábamos Juan y yo, mi mente algo inquieta recordó la otra terapia y le propuse a mi esposa que se la hiciera, ella sabía a qué me refería porque habíamos hablado del tema, la mire y vi esa expresión maliciosa de su rostro, esa sonrisa maliciosa y esa mirada llena de perversión; no respondió nada, solo se sentó al lado de Juan y me cedió la silla en que se encontraba sentada, cambiaron los papeles, ella hacia la terapia y yo observaba sentado en la silla. Mi esposa despojo a Juan de la pantaloneta que se ponía para las terapias, dejando a la vista un bien formado miembro que sin haberlo tocado ya comenzaba su erección, lo tomo entre sus manos y comenzó a acariciarlo suavemente, a la vez que estimulaba los testículos, ese miembro tomo proporciones que yo no imaginaba, y mi esposa paso a mastúrbalo con movimientos de suba a baje en la longitud del pene, y no se quedo ahí, subió la camiseta de Juan hasta el cuello y con la boca estimulo los pezones, pasando su lengua y succionándolos, mientras sus manos continuaban masturbando su miembro, dejo el glande al descubierto y paso a estimular con su boca ese gran miembro, dándole roces circulares con la lengua y pequeñas succionadas ocasionales,, para pasar a introducírselo completamente en su boca, dándole suaves mordiscos, en un momento cuando Juan emitió un fuerte sonido, ella entendió que ya iba a eyacular y lo saco de su boca y termino con sus manos la terapia, Juan soltó un gran chorro de semen que cayó sobre la cama a buena distancia, lo más llamativo fue ese casi grito de placer, tuve temor que algún familiar entrara al escuchar el grito. Mi esposa sonreía y me miraba como esperando mi aprobación a su labor. Juan se tapo los ojos con su brazo doblado y mi esposa y yo salimos sin despedirnos dejando a Juan desnudo y feliz.