Guía Cereza
Publicado hace 3 semanas Categoría: Gay 2K Vistas
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Llegué tarde esa noche, casi a las once. El lobby estaba vacío y en silencio, solo iluminado por la luz tenue de la portería. El vigilante, un man de unos cuarenta, fornido, con bigote y el uniforme bien ajustado, me recibió con esa mirada que me atravesaba.

—Buenas noches, don Carlos.

—Buenas, mi hermano —le respondí, como siempre.

Me acerqué al ascensor, pero estaba dañado. Mientras miraba el letrero, lo escuché decir bajito, casi como un secreto:

—¿Y qué? ¿Con ganas de algo o ya muy cansado?

Me giré sorprendido.

—¿Cómo así?

El man se inclinó un poco hacia mí y soltó, serio, pero comuna mirada caliente:

—Si quiere… nos vamos al depósito. Allá no hay cámaras.

El corazón me empezó a latir a mil. Esa propuesta era demasiado directa, pero yo ya venía caliente.

—Muéstreme pues —le dije, con media sonrisa.

Sacó las llaves y me guió por las escaleras hasta el sótano. El eco de los pasos, la oscuridad, todo me calentaba más. Abrió la puerta de un depósito de un apto vacío con olor como a  madera y humedad. Cerró detrás y se me quedó viendo fijo.

—No pensé que aceptara tan rápido.

—Y yo no pensé que usted fuera tan atrevido —le respondí, ya prendido.

De una me arrinconó contra la pared y me besó fuerte, mordiendo mi labio. Sus manos grandes bajaron a mi culo, apretándolo con fuerza.

—Lo quiero clavar ya, papi —me dijo con voz ronca.

Yo estaba ya para ese momento estaba goloso. Bajó la cremallera de mi pantalón, me volteó contra la pared y me bajó los jeans hasta las rodillas. Sentí su verga dura rozándome.

—Relájese, que yo lo manejo —susurró.

Me escupió en el hueco y en un movimiento seco me empaló. Solté un gemido que rebotó en todo el cuarto.

—Hijueputa… —murmuré, apretando los dientes.

El man empezó a darme duro, pegando las embestidas con su cuerpo contra el mío. El frío de la pared en mi cara contrastaba con el calor brutal de su verga entrando y saliendo.

—Eso, aguántemela, marica… qué culo tan rico —me decía jadeando.

Yo solo podía responder entre gemidos:

—Más duro, papi… cúleame rico.

El depósito se llenó de golpes de piel y respiraciones agitadas. Sentía su verga cada vez más adentro, haciéndome perder el control. Él me agarraba del pelo, me empujaba contra la pared, todo rudo, todo macho.

—Se la voy a dejar adentro, gonorrea —me gruñó en el oído.

—Hágale, venga conmigo —le respondí, casi gritando.

Y en una última embestida, sentí cómo se venía adentro de mí, caliente, profundo. Yo me vine al mismo tiempo, embarrando la pared y mis jeans. El cuarto quedó oliendo a sexo, a sudor, a corrida fresca.

Nos quedamos unos segundos jadeando, pegados. Luego él se acomodó rápido el uniforme y me ayudó a subirme el pantalón.

—Ya sabe, Carlos —me dijo serio, como si nada—. Si le vuelve a dar ganas, el depósito siempre está abierto.

Yo sonreí, todavía con las piernas temblando.

—Voy a empezar a bajar más seguido al sótano —le contesté.

Volvimos a la portería como si nada. Él detrás del escritorio, yo esperando el ascensor. Pero ahora compartíamos un secreto que me va a calentar cada vez que lo mire de turno en la noche.

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