Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Hetero: General 463 Vistas
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La sala de reuniones estaba casi vacía, iluminada solo por las luces frías del techo. Fingía trabajar en un informe, aunque lo único que hacía era esperar una señal de Pablo. Me inclinaba más de lo necesario sobre los papeles, buscando provocar un destello en sus ojos. Pero él permanecía absorto, como si yo no existiera.

Me acomodé en la silla, crucé las piernas con lentitud, consciente del roce de la tela sobre mi piel. No era un movimiento inocente; lo sabía, y al mismo tiempo me reprochaba esa actuación desesperada. ¿Qué me hacía exponerme así? ¿Qué clase de vacío buscaba llenar con su mirada?

Seguí tecleando sin sentido, escribiendo cifras que no llevaban a ninguna parte. La verdad es que lo único que buscaba era distraerme de esa sensación punzante: estar disponible y no ser vista. ¿Qué tan evidente tenía que ser? Bastaba con que girara un poco la silla, con que me lanzara una mirada cómplice, y todo este fuego tendría una salida.

Pero nada. Pablo continuaba concentrado, absorto en sus reportes como si no existiera otra realidad más allá de la pantalla. Esa distancia me confundía: ¿era frialdad, simple falta de deseo, o un poder silencioso que ejercía sobre mí? Porque, en el fondo, su indiferencia me excitaba tanto como me hería.

Era un juego en el que yo apostaba todo: mis gestos, mi vulnerabilidad, mis ganas. Y él… él simplemente no jugaba. Tal vez ese era su modo de dominar: no darme ni siquiera el mínimo reconocimiento. Y yo, atrapada entre la frustración y la excitación, seguía encendiendo fantasías sola, en medio de una sala donde mi deseo parecía tener eco únicamente dentro de mí.

El silencio se volvió insoportable. Y entonces, sin levantar la vista, murmuró con voz tranquila:

—¿Aún no terminas?

Sentí mis mejillas arder, no de vergüenza, sino de un deseo que ya no cabía en mi cuerpo. Traté de responder con naturalidad, un “casi” que salió menos natural de lo que quería. Él no levantó la cabeza, siguió escribiendo, pero esa sonrisa apenas dibujada permanecía en su rostro.

Me mordí el labio y apreté los muslos bajo el escritorio, buscando contener el impulso que me dominaba. Era absurdo lo que me hacía: ni un roce, ni una palabra explícita, y sin embargo me tenía atrapada. Yo, que me había mostrado tan disponible, tan expuesta, terminaba doblegada por su manera de negarme lo obvio.

El reloj marcaba las nueve. Afuera la ciudad seguía viva, pero aquí dentro solo quedábamos él, yo, y ese silencio pesado que parecía observarlo todo. Quise desafiarlo, romper la distancia con un comentario trivial, pero las palabras se me quedaron atascadas en la garganta.

Pablo no decía nada más. No necesitaba hacerlo. Su calma era la prueba de que él sabía exactamente lo que pasaba conmigo, y que prefería dejarme en ese estado, como suspendida en un borde invisible.

Y ahí lo entendí: no habría caricia, ni gesto evidente, ni entrega mutua. Su poder estaba en retenerlo todo, en obligarme a quedarme con mi propio fuego. Yo salí de esa sala tan entera por fuera como devastada por dentro.

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🍒 Pregunta Cereza

“Lo más excitante que me han hecho sin quitarme la ropa…” A veces lo más erótico no necesita piel desnuda ¿Qué fue lo más excitante que te hicieron sin tocarte directamente? ¡Cuéntanos!