Guía Cereza
Publicado hace 3 días Categoría: Intercambios 476 Vistas
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Con Lucas tuvimos un mes bastante agitado, entre trabajo y asuntos pendientes que merecían atención. ¿Había tiempo para nosotros, para sexo? Sí, siempre, obvio. Pero no para hacernos los boludos y postergar cosas que ya veníamos postergando.

Fue por eso que, ni bien pudimos, nos hicimos una escapada de fin de semana a un lindo hotel. No un telo, no un albergue. Un HOTEL como se debe. Coger íbamos a coger, y bastante. Pero queríamos relajarnos un poco, comer bien, pasarla lindo. Así que reservamos y nos mandamos.

Apenas entramos a la habitación señada, me quedé parada un momento, con la valija todavía en la mano, porque me costaba creer que ese lugar fuera para nosotros. Era enorme, con esas paredes altas que daban eco hasta con un suspiro, el piso alfombrado en un rojo oscuro que parecía absorber los pasos, un ventanal gigante que se abría a un balcón con vista al mar, cortinas pesadas de terciopelo que caían hasta el suelo y ese olor inconfundible a madera pulida y sábanas recién lavadas. La cama era un monstruo: king size, de esas que parecen diseñadas para perderse en medio de las almohadas y los pliegues blancos que brillaban con la luz de la tarde. A un costado había un espejo de cuerpo entero, justo frente a la cama, como si lo hubieran puesto a propósito para lo que iba a pasar.

Lucas cerró la puerta detrás de mí sin decir nada. Apenas dejó el bolso en el sillón, vino directo hacia mí y me empujó suavemente contra la pared. Su boca me buscó con desesperación, besándome fuerte, con hambre. Yo ya estaba caliente desde antes de salir de casa, porque sabía que íbamos a estar solos, sin horarios, sin nadie que nos interrumpiera. Sus manos me apretaron la cintura, subieron por debajo de mi remera, y en dos segundos ya la tenía levantada hasta el cuello.

—No llegamos ni a desarmar las valijas y ya te quiero coger.

Yo gemí bajito, agarrándolo del pelo y tirando de él hacia mi boca, besándolo con fuerza. Me encantaba sentir cómo se ponía duro contra mi panza, incluso con la ropa todavía puesta.

—Entonces hacelo ya… —le susurré, mirándolo con esa sonrisa que sabía que lo enloquecía—. Demostrame que este finde va a ser solo tuyo.

No necesitó más. Me cargó en brazos, me llevó a la cama y me tiró encima de las sábanas blancas que crujieron bajo mi cuerpo. Sentí el contraste: el frío suave del algodón y el calor ardiente de su cuerpo que ya me cubría. Me abrió las piernas sin dudar, arrancándome el shortcito que llevaba, y deslizó la mano entre mis muslos. Estaba empapada, podía sentirlo.

—La puta madre, Vicky… —jadeó, hundiendo un dedo en mí mientras me mordía el cuello—. Estás chorreando.

—Es que te estaba esperando… —gimoteé, arqueándome bajo su toque—. Te juro que pensé todo el viaje en cómo me ibas a dar acá adentro.

Me bajó la bombacha de un tirón y enseguida me abrió de nuevo, esta vez con dos dedos, entrando hondo. Yo gemía fuerte, ya sin poder controlarme. El espejo frente a la cama me devolvía la imagen: mi cuerpo retorciéndose, su mano desapareciendo entre mis piernas, mis pechos subiendo y bajando agitados. Era pornográfico, y me encantaba.

En un segundo, él se bajó el pantalón y la sacó dura, brillosa en la punta. Me la frotó contra la concha, mojándola más, y yo ya le rogaba con la mirada que me la pusiera.

—Lucas, metémela ya… —le pedí, agarrándolo de la nuca y mordiéndole el labio—. No me hagas esperar, no seas hijo de puta.

Con un gruñido, me embistió de golpe. El aire se me escapó de los pulmones cuando sentí cómo me llenaba toda de una sola estocada.

—Dios… —grité, agarrándome de las sábanas—. Sí, así, más…

Él empezó a cogerme con esa furia que solo le sale cuando estamos solos, como si el hotel entero pudiera escuchar cómo su verga chocaba contra mi carne. Cada embestida me movía el cuerpo entero, y el colchón cedía con un crujido constante. Me agarró de las muñecas y me las sostuvo contra la cama, dominándome, mientras yo lo miraba con los ojos en llamas.

—Mirá cómo te rompo, Vicky… —me dijo con la voz ronca, el sudor bajándole por la frente—. Mirá cómo te cojo como si fueras mía y de nadie más.

—Así, Lu, así. Soy tuya… Toda tuya… haceme lo que quieras.

Se inclinó y me besó como un animal, metiendo la lengua, mordiéndome los labios. Yo lo sentía dentro, duro, implacable, y no quería que parara nunca. Me daba placer y me dolía al mismo tiempo, pero ese dolor era lo que más me hacía gozar.

Cuando me dio vuelta para cogerme en cuatro, la vista en el espejo fue todavía más obscena: mi culo bien arriba, mi espalda arqueada, mi pelo cayendo sobre la cara, y él detrás, marcándome con cada golpe de cadera. Yo gemía fuerte, mordiéndome el brazo para no gritar demasiado, aunque en realidad quería que todo el hotel escuchara.

—Sos mi puta, ¿no? —me dijo, agarrándome del pelo para que lo mirara en el espejo—. Decímelo.

—Soy tu puta, Lucas… —gimoteé, perdida, con la voz quebrada—. Haceme acabar, por favor, no pares.

Me golpeaba el culo con cada embestida, fuerte, hasta que el ardor se mezcló con la humedad y el orgasmo me golpeó sin aviso. Grité su nombre, retorciéndome, temblando de pies a cabeza mientras él seguía dándome más, más y más.

El servicio del hotel fue excelente. Bajamos al restaurante todavía con el calor pegado en la piel. El olor del asado me golpeó apenas nos sentamos en la mesa cerca de la pileta iluminada. Pedimos directo: asado completo. Yo, muerta de hambre, ataqué un choripán como si no hubiera comido en días. Lucas me miró masticando, con esa sonrisa suya medio socarrona y hasta infantil, y me tiró:

—Vos siempre terminás con un chorizo en la boca, ¿no?

Casi me atraganto. Le pegué una patada por debajo de la mesa y me reí con la boca llena.

—Sos un forro, Lucas —le dije entre risas—. Igual bien que te calienta verme así.

Me chupé los dedos, exagerando, y él me miraba fijo, como si en lugar del pan estuviera rodeando con mi boca otra cosa mucho más dura.

Ahí, mientras nos reíamos, se acercó una pareja. Un tipo alto, pelo con canas prolijas, camisa medio abierta mostrando el pecho; al lado, una mujer preciosa, de esas que se nota que se mantienen con gimnasio y cuidado, el pelo rubio, sonrisa amplia. Los dos parecían de cuarenta y pico, más de diez años sobre nosotros.

—Buenas noches —dijo él, seguro de sí, como si supiera que íbamos a prestarle atención.

Nos presentamos. Juan Manuel y Daniela. Tenían esa pinta de matrimonio sólido, pero con algo por detrás, un brillo en los ojos que no era común. Charlamos de boludeces al principio, vacaciones, el hotel, la comida. Pero mientras yo hablaba sentía cómo los ojos de Juan se me pegaban en las tetas, apenas escondidas por el top de la malla. Daniela, cada tanto, me miraba de arriba abajo también, y yo lo notaba, ese escaneo lento: la curva de mis caderas apenas cubierta por el pareo, mis piernas cruzadas.

De pronto, Daniela me largó un piropo como si no pudiera contenerse:

—Qué lindo cuerpo tenés… y ese top te queda pintado.

Yo sonreí, con esa mezcla de falsa inocencia y picardía que me sale natural.

—Gracias… vos también estás divina, eh.

Juan se metió enseguida, con voz gruesa, un poco más cargada:

—La verdad… es imposible no mirarte, Vicky. Tenés algo… magnético.

Sentí la mano de Lucas apretándome la rodilla debajo de la mesa. Me hizo cosquillas el contacto, como si él supiera que me estaba calentando escuchar eso.

—Bueno, tampoco me digas esas cosas que me pongo colorada —le contesté jugando, aunque por dentro lo que me subía no era vergüenza, era calor.

Juan se rió con complicidad, y después, lo soltó:

—Mirá… no quiero dar tantas vueltas. Somos pareja swinger. Y hace rato que los venimos mirando.

Sentí un golpe en el estómago, como un destello eléctrico. Daniela lo confirmó con la mirada, esa sonrisa ladeada como de gata segura de su presa.

Lucas me miró de inmediato. Sus ojos me buscaron, brillando, mezclando sorpresa y esa fantasía que lo tenía desde siempre. Yo noté cómo se le tensaba la mandíbula, como si quisiera decir algo pero no supiera qué.

Yo me incliné un poco hacia él, y en voz baja le murmuré:

—¿Te das cuenta? Siempre te calienta verme con otro… y ahora es distinto, porque podés probar vos también.

Me mordí el labio. Daniela me estaba mirando en ese instante, como si hubiera escuchado.

Lucas me susurró, con el tono de quien está al borde de rendirse:

—¿Vos querés…?

—No me digas que no te excita la idea —le respondí, acariciándole el muslo debajo de la mesa.

Juan se inclinó hacia nosotros, apoyando un codo con tranquilidad de empresario que sabe cerrar un trato:

—Si quieren, después de cenar nos quedamos tomando algo juntos… sin compromiso. Y vemos hasta dónde llega la noche.

Me reí, pero fue una risa nerviosa, porque ya me estaba imaginando todo. Daniela me tocó apenas la mano, una caricia leve, suficiente para erizarme.

Yo mordí otro pedazo de chorizo, despacio, mirándolo fijo a Juan, que no despegaba los ojos de mi boca. Daniela también me observaba, inclinada hacia adelante, como si en cualquier momento fuera a besarme.

Y ahí entendí que lo que empezaba como un asado podía terminar siendo la cena más excitante de mi vida.

Daniela se acomodó de costado, cruzando las piernas y clavando los ojos en Lucas. Yo lo notaba, porque él estaba medio incómodo y al mismo tiempo fascinado, como si no supiera dónde meterse.

—Qué lindo que sos —le dijo ella de pronto, sin disimular nada—. Tenés una mirada que derrite.

Lucas se rió nervioso, bajó la vista, pero yo ya veía cómo se le marcaba la erección debajo del short.

—Gracias… —contestó, y me miró de reojo como pidiendo permiso.

Yo me reí suave, acariciándole apenas la mano sobre la mesa.

—Dale, bebé, aceptá el piropo… que te queda bien.

Juan aprovechó para tirarse de lleno hacia mí.

—Y vos, Vicky… sos un espectáculo. Te miramos desde que bajaste. Ese top debería estar prohibido… o al menos multado, porque es un delito no querer arrancártelo.

Sentí un calor recorrerme desde las tetas hasta entre las piernas. Le sostuve la mirada y contesté con picardía:

—Entonces arréstenme… pero ojo, yo no me resisto.

Se rieron los tres, y esa risa nos envolvió en algo más íntimo que el simple juego.

Daniela, con una copa en la mano, empezó a hablar sin filtros, con esa seguridad que tienen las mujeres que ya no necesitan aparentar nada:

—Miren, lo digo así de frente… Juan y yo tenemos una vida sexual intensa. Mucho. Nos encanta probar, compartir, jugar. A veces con otros, a veces solos. Nunca nos aburrimos. No hay nada que no hayamos intentado: tríos, orgías, noches enteras de maratón. Somos insaciables, y eso es lo que nos mantiene así de juntos.

Me mordí el labio escuchándola, la voz de ella me envolvía como una caricia.

—¿Y ustedes? —preguntó después, clavando la mirada en Lucas primero y luego en mí—. ¿Se animan a contar lo suyo?

Nos miramos con Lucas. En ese instante sentí que la complicidad entre nosotros era más fuerte que cualquier otra cosa. El amor puro, sí, pero mezclado con la lujuria que nos atravesaba.

Fui yo la que arrancó, sin vueltas:

—Bueno… nosotros tenemos algo especial. A Lucas le calienta verme con otros hombres. Y yo lo hago, porque me excita a mí también. A veces delante suyo, a veces me escapo sola, y después vuelvo y le cuento con lujo de detalles. Pero siempre vuelvo a él, siempre. No tenemos secretos en la cama.

Lucas me miró con ternura, y después se animó a agregar:

—Es así… yo disfruto viéndola. Me vuelve loco verla disfrutar con otro. Y no es que me sienta menos, al contrario: cuando vuelve conmigo, cuando la tengo después, es como si la tuviera más mía que nunca.

Yo lo miraba con amor, con ese amor que me estallaba en el pecho mientras a la vez me mojaba entre las piernas de solo imaginar la cara de Juan oyendo eso.

Daniela se relamió, inclinándose hacia adelante:

—O sea que a vos te gusta que te usen, Vicky… ¿y a vos, Lucas, te calienta verla usada?

—Me fascina —contestó él sin titubear, y su voz sonó firme, erótica, llena de orgullo.

Yo lo tomé de la mano y le besé los nudillos, con los ojos llenos de deseo.

—Sí, me encanta ser la puta de él… y de quien él me permita. No me da culpa, me da libertad. Y cada vez que me abre las piernas otro, yo sé que es también porque él lo quiso.

Juan se inclinó hacia mí, bajando la voz como quien me confiesa un secreto:

—Con esa boca y esas tetas… ¿quién no querría compartirte?.

Me reí despacio, mirándolo fijo:

—Decilo más cerca si te animás.

Lucas, lejos de enojarse, me acarició la rodilla por debajo de la mesa. Nuestros ojos se cruzaron y ahí estaba todo: la confianza, la entrega, el pacto silencioso de que pase lo que pase, nosotros somos nosotros.

Daniela, con la voz un poco más grave, agregó:

—La verdad… me calienta escucharlos. Es raro encontrar otra pareja que hable así, sin reservas. Ustedes tienen algo… algo auténtico.

Yo levanté la copa, brindando, y sentí la electricidad recorrerme entera. La mesa ya no era solo una mesa de restaurante. Era el preludio de algo mucho más grande.

La charla seguía, cada vez más picante, cada palabra cargada de insinuaciones, cada mirada clavada en la piel como si fueran dedos. Yo los veía: Juan y Daniela estaban listos, más que listos. No era solamente el jueguito de mesa, había una energía pesada, caliente, que nos rodeaba como si la pileta, la gente alrededor, el murmullo del restaurante, se hubiesen disuelto y solo quedáramos nosotros cuatro en esa burbuja.

Lucas, que hasta hacía un rato parecía medido, de golpe se soltó. Ya no necesitaba mi permiso, y eso me hizo temblar. Se inclinó hacia Daniela, con la voz ronca, cargada de un deseo que yo reconocía de memoria.

—Si te tuviera en la cama ahora… con las piernas abiertas… —le dijo, casi susurrando, pero lo suficientemente alto para que todos lo escucháramos—. Te la daría hasta que no puedas más. Te haría gritar mi nombre hasta quedarte sin aire.

Daniela lo miró como si lo estuviera desnudando ahí mismo, y yo sentí un escalofrío brutal recorrerme, mezclado con celos y con un fuego en el vientre que me obligó a jugar. A competir.

Me acomodé en la silla, dejé que mi pareo se corriera apenas y estiré la pierna por debajo de la mesa. Despacio, con una calma fingida, busqué con los dedos de mi pie descalzo el bulto que ya se le marcaba a Juan en el jogging. Cuando lo encontré, duro y caliente, lo recorrí como si lo acariciara con la mano: le rodeé el contorno, lo presioné suave, le jugué con el arco del pie.

Juan abrió más las piernas, sin disimular nada. Me miró directo a los ojos y me agarró el pie con las dos manos. Sus dedos eran firmes, seguros, de hombre que sabe lo que quiere. Me masajeó los dedos, la planta, el talón, como si ya fuera suya, como si estuviera reclamándome de a poco.

Yo me mordí el labio inferior, dejándome llevar.

—Está re dura… —le susurré, con la voz quebrada de placer anticipado—. No aguantás más, ¿no?

Él se inclinó un poco, todavía sosteniendo mi pie contra su entrepierna, y me contestó sin titubeos:

—No, nena. Y vos lo sabés. En poco tiempo vas a tener mi pija adentro, aunque todavía no sé si primero en tu boca o en tu concha.

Cerré los ojos un instante, tragando saliva, sintiendo cómo esa certeza me incendiaba. Con ese gesto, con esas manos fuertes masajeándome el pie como si fueran caricias en el clítoris, yo ya me sabía a merced de ese desconocido. Mi cuerpo lo había aceptado antes que mi cabeza. Ya no era una posibilidad: era un hecho. En breve, su verga iba a estar enterrada en mí.

—Decímelo otra vez —le pedí, con la voz temblando—. Quiero escucharlo.

—Te voy a coger, Vicky. —Lo dijo despacio, mirándome fijo, sin dejar lugar a dudas—. Te voy a coger hasta que no sepas ni cómo te llamás.

Sentí que me ardía la cara. Lucas lo escuchó todo, y lejos de frenar, me acarició la pierna que todavía estaba sobre su costado, como dándome vía libre, como alentándome a seguir.

Daniela, mientras tanto, no se quedó atrás. Con una sonrisa ladeada, le murmuró a Lucas:

—¿Viste lo que está haciendo tu novia? Es una atrevida. Te calienta verla así, ¿no?

—Me pone re caliente —le respondió él, sin apartarle los ojos de encima—. Quiero que lo hagan delante mío. Quiero verla gemir con él. Y después te quiero a vos, ahógandote con mi pija.

Yo ya estaba perdida. Las palabras, el roce, las manos de Juan jugando con mi pie como si fueran sus dedos en mi concha, me hicieron arquear la espalda contra la silla.

—Juan… —susurré, entrecortada—. Me vas a volver loca.

—Ese es el plan —contestó él, apretando más fuerte el arco de mi pie contra la dureza palpitante de su verga.

Cuando nos levantamos de la mesa, ya con un par de copas de vino y cerveza encima, sentí que el mundo giraba con esa liviandad deliciosa que te da el alcohol, justo ese punto en el que no estás desbordada, pero sí desatada. Caminábamos por el pasillo, Juan y Daniela adelante, abrazados como dos reyes que llevaban la batuta de lo que venía, y atrás íbamos Lucas y yo. Me reía como una nena, las carcajadas salían solas, como si no hubiera nada más en el mundo que ese momento. Él me abrazaba de la cintura, firme, cuidándome porque estaba medio tambaleando. Sentía su brazo fuerte y su cuerpo de sostén, y eso me volvía más loca: yo, chiquita y temblando de excitación, y él, serio, excitado, pero cuidándome como si supiera que en minutos iba a soltarme para que otro me agarrara.

La puerta de la habitación se abrió y casi me caigo de culo de la impresión. Era enorme, una suite de lujo que no se parecía en nada a la nuestra. Una cama inmensa, más ancha, acolchada con sábanas blancas de hotel cinco estrellas, cortinas pesadas que apenas dejaban pasar la luz cálida de las lámparas. El aire olía a jazmín y a madera pulida. Y ahí, en una esquina, brillaba lo que me hizo gemir de emoción: un jacuzzi redondo, amplio, con las burbujas ya encendidas, como si nos estuviera esperando.

—¿Y si arrancamos fuerte? —dijo Daniela, sacándose las sandalias—. Los cuatro ahí adentro. Sin vueltas.

Me mordí el labio. La frase me atravesó como un látigo. Lucas me miró, buscando mi complicidad, y yo asentí rápido, con los ojos vidriosos, con el pulso enloquecido.

—Dale, amor… —le susurré, agarrándole la mano—. Quiero vivirlo todo. Que dure por siempre.

El alcohol ya me había soltado la lengua, y la calentura me hacía sentir las piernas blandas. Llevaba demasiado tiempo guardando las ganas de garchar con Juan, y ahora estaba ahí, a metros de distancia, sacándose la remera y quedando con un torso fuerte, marcado, con ese aire de empresario seguro de sí mismo que me tenía loca. Y además, por primera vez, iba a ver a Lucas con otra mujer. No como un chiste, no como una fantasía susurrada entre gemidos: en serio, delante mío, con una mina que estaba buenísima.

Daniela se acercó a Lucas, sonriéndole, mientras se bajaba lentamente el top de la bikini y sus tetas quedaron libres, firmes y maduras, con pezones duros de excitación.

—¿Qué decís, bombón? —le preguntó ella, provocándolo—. ¿Te animás a jugar conmigo?

Lucas tragó saliva, me miró una última vez, y yo le devolví una sonrisa cómplice, con los ojos encendidos.

—Dale, hacelo… —le dije en voz baja, con tono sucio y dulce a la vez—. Quiero verlo.

Mientras tanto, Juan se acercó a mí. Sentí su presencia antes de que me tocara. Estaba descalzo, con el jogging todavía puesto, y me rodeó con su sombra.

—¿Y vos, chiquita? —me dijo, agarrándome de la cintura—. ¿Tenés idea de lo que me hiciste en esa mesa?

Yo reí nerviosa, mordiéndome el labio, apretando los muslos porque ya estaba húmeda como nunca.

—Es que… me gustó jugarte así —confesé, con la voz entrecortada—. Desde que me agarraste el pie, ya sabía que te iba a dejar hacerme lo que quieras.

Juan me tomó del mentón y me besó de golpe, con una boca voraz, húmeda, caliente, como si quisiera comerme entera. Sentí su lengua invadiéndome y gemí contra su boca.

—Dios, cómo besás —susurré—. Me hacés temblar.

Él me apretó más fuerte, y en un movimiento casi automático me llevó hacia el borde del jacuzzi. Detrás mío, escuchaba la risa nerviosa y excitada de Lucas, y el murmullo grave de Daniela.

—Mmm… —la oí gemir—. Estás durísimo, me encanta.

No quise darme vuelta todavía. Solo la imagen de imaginarlo acariciándole las tetas ya me hacía mojarme más.

Juan me bajó el top de la bikini sin pedir permiso. Mis tetas quedaron al aire y él las chupó de inmediato, con avidez, apretándolas con las manos grandes.

—Sos un manjar, Vicky —me dijo, mordiéndome el pezón—. Te voy a coger como te merecés.

Yo arqueé la espalda, temblando, y lo abracé con fuerza. El calor del jacuzzi me envolvía sin haberme metido todavía, y la mezcla de alcohol, piel, vapor y deseo me estaba enloqueciendo.

—Sí, por favor, hacelo… —le pedí, jadeando—. Quiero que me uses.

A un costado, Daniela exclamó un gemido más fuerte, y entonces sí me di vuelta para ver. Lucas ya le estaba chupando los pezones, sosteniéndola de la cintura, con los ojos cerrados como un hombre hambriento. La imagen me arrancó un gemido propio, que Juan aprovechó para besarme otra vez.

Estaba tan encendida que me costaba respirar. Juan me mordía los pezones como si fueran suyos, como si tuviera derecho a marcarme con la boca, y yo sentía que mi cuerpo temblaba en cada lamida húmeda que me arrancaba un gemido descontrolado. Le miré a los ojos, con la voz ronca, y le solté entre jadeos:

—¿Te gustan mis tetas, Juan? ¿Eh? Decime la verdad…

Él levantó la cara apenas, los labios mojados de mi piel, y me miró con un brillo animal en los ojos.

—Me vuelven loco, Vicky. Tenés unas tetas riquísimas.

Esa confesión me atravesó como un golpe de calor. Casi al mismo tiempo escuché los jadeos graves de Lucas, roncos, como si se estuviera conteniendo. Giré apenas la cabeza y lo vi: Daniela ya le había metido la mano dentro del pantalón, y lo estaba pajeando despacio mientras le susurraba algo al oído. La cara de mi novio era un mapa de contradicciones: placer, desconcierto, bronca contenida, excitación. Ese sonido, ese gemido que no era mío, me encendió más todavía.

Un impulso feroz me recorrió: no quería quedarme atrás, no quería que Daniela me pasara por encima. Tenía que demostrarle a Lucas que yo también podía ir más lejos, más sucia, más puta. Me separé de Juan un segundo, lo miré con una sonrisa torcida, y antes de que pudiera decir nada me arrodillé frente a él. Sentí la dureza palpitante bajo el pantalón, el calor que me llamaba, y sin esperar, le bajé el borde y saqué la pija afuera.

—Dios, Vicky… —murmuró él, sorprendido, cuando me la metí en la boca de golpe, entera, hasta que me llenó la garganta.

—Mmmhh… —gemí con la boca llena, las lágrimas asomándome en los ojos de tanto tragarlo.

Le hice un pete frenético, desesperado, como si quisiera devorarlo. Mis labios se movían con violencia húmeda, mi lengua lo recorría sin piedad, y cada vez que lo sentía rozarme el paladar, yo gemía más fuerte, para que Lucas escuchara. Abrí un ojo y lo vi: me miraba fijo, con la mandíbula apretada, mientras Daniela seguía masturbándolo con la mano adentro del pantalón.

—Mirá cómo se la chupo, amor… —le dije a Lucas entre jadeos, sacando la boca un segundo para lamerle toda la cabeza a Juan y volver a tragarla.

—La puta madre, Vicky… sos una puta deliciosa —gruñó Juan, agarrándome del pelo y empujándome contra su pija.

Ese comentario me hizo gemir contra él, la garganta vibrando. Yo lo sentía endurecerse más y más, y cada vez lo tragaba más hondo, como si quisiera ahogarme en su sexo.

No pasó mucho hasta que la tensión nos desbordó. Fui la primera en arrancarme la ropa, sin vergüenza, dejándome desnuda ante todos, todavía con la boca húmeda de su pija y el preseminal que ya empezaba a derramarse sobre mis labios. Entramos al jacuzzi riéndonos y jadeando, el agua caliente cubriéndonos la piel que todavía ardía del deseo. Juan me tomó de la cintura y me sentó arriba de sus piernas, y yo gemí fuerte, sin importarme nada.

—Dios, estás hecha fuego, Vicky… —me susurró al oído, mordiéndome el cuello.

Detrás, vi que Lucas y Daniela no tardaron en imitarnos: se sacaron la ropa también, como si se tratara de un pacto tácito, y se metieron al agua con nosotros. Mi novio estaba desnudo frente a mí, con la pija dura, y yo me retorcía sobre el cuerpo de otro hombre mientras lo miraba a los ojos.

—¿Te calienta, amor? —le dije con descaro, mordiéndome el labio, frotándome contra Juan.

—Me estás volviendo loco, Vicky… —me contestó entre dientes, mientras Daniela le acariciaba el pecho y se frotaba contra él.

No podía evitarlo: había algo en esa situación que me volvía insaciable, como si no alcanzara con sentirlo duro contra mí, como si además necesitara que todos vieran que yo era la reina, la puta más desvergonzada de la noche. Hundí la curvatura de mi espalda, arqueándome con descaro, y levanté bien el culo por encima del agua espumosa, caliente, dejando que la luz tenue de la habitación resaltara cada gota que me recorría.

Sabía lo que estaba haciendo: me estaba exhibiendo. Quería que todos los ojos se clavaran en mí. Quería que Lucas me mirara y ardiera de celos, que Daniela me envidiara y deseara tocarme, que Juan se sintiera el hombre más afortunado de tenerme encima.

Sentí de repente la mano húmeda de Daniela en mi piel. Se reía, esa risa descarada que me erizaba, y mientras seguía pajeando a Lucas con una mano, con la otra empezó a manosearme el culo sin pudor. Me apretó las nalgas, me abrió un poco, como probando hasta dónde podía llegar.

—Mirá lo que es este orto, boludo… —le dijo a Juan, con malicia, refiriéndose a mí.

—La tiene hecha para que se la rompan toda —contestó él, apretándome más fuerte contra su verga dura.

Yo gemí, arqueándome todavía más, excitada no solo por lo que me hacían, sino por lo que decían. Me sentía un trofeo sexual, una diosa que ellos comentaban como si estuviera en un altar de carne. Y yo quería ser eso.

Daniela no se quedó callada:

—Igual, Lucas también me recalienta… mirá cómo la tiene, toda dura… —y le apretó la pija a mi novio, haciéndolo gemir grave, con ese tono gutural que tanto me excitaba.

Yo lo miré fijo: mis ojos se cruzaron con los de Lucas. Vi cómo me observaba mientras otra lo tocaba, pero su deseo seguía dirigido a mí. Eso me descontroló.

De golpe, Lucas apartó la mano de Daniela con un gesto brusco. Le agarró los hombros, la volteó contra la pared del jacuzzi y la obligó a apoyar las manos. Ella se rió excitada, sin oponer resistencia, y él le tomó las caderas con fuerza. El sonido del agua chapoteando me envolvió cuando empezó a cogerla de atrás, con toda la bronca y todo el deseo acumulado.

—Eso, cogétela, amor… —le solté yo, con voz ronca, mientras lo miraba.

La escena me atravesó: ver a mi novio metiéndosela así a otra, mientras yo estaba desnuda y con otra pija contra mí, me volvió loca. Gemí fuerte y me giré hacia Juan, mis pezones endurecidos de puro calor, el agua resbalando entre mis piernas.

—Yo también quiero eso… —le dije al oído, casi suplicando pero con orgullo de reina—. Quiero que me cojas así, de perrito, hasta que no pueda más.

Juan sonrió, con esa mueca de macho excitado, y me mordió el cuello antes de darme vuelta con brusquedad. Yo misma me apoyé contra el borde del jacuzzi, hundiendo las manos, levantando el culo como una ofrenda. Sentí el agua correr por mi espalda arqueada, mi piel brillando, mi respiración entrecortada.

—Mirá lo que sos, Vicky… —me dijo él, acariciándome las nalgas antes de abrirlas con sus manos fuertes—. Qué putita más hermosa.

—Decímelo más fuerte, Juan… —le pedí, con la voz temblando de deseo—. Quiero escucharlo mientras me la metés.

Y entonces lo sentí: la punta dura y caliente abriéndose paso entre mis labios hinchados, y yo grité de placer, mirando de reojo cómo Lucas hundía su verga en Daniela con la misma violencia. El agua nos rodeaba, el vapor nos envolvía, y yo me sentía en el centro de todo, la reina absoluta de esa orgía improvisada.

El calor del agua burbujeante me envolvía como un abrazo húmedo, pero yo no sentía calor de jacuzzi: sentía fuego en cada centímetro de mi piel. Juan me tenía agarrada fuerte de las caderas, empujándome hacia él con fuerza, hasta que la punta de su verga entró húmeda, caliente, y tiró un gemido bajo. Yo grité, un sonido largo, desesperado, mientras arqueaba la espalda y hundía las manos en el borde del jacuzzi.

Sentí cada centímetro suyo abrirme, estirarme, llenar mi concha hasta hacerme temblar. El agua salpicaba a nuestro alrededor, mezclada con mis gemidos y los de los otros dos. Lucas gemía ronco, Daniela respondía con sus propias respiraciones entrecortadas, y yo estaba en el centro, entregada a Juan y a la escena entera.

Quería que todas las miradas estuvieran clavadas en mí. Que vieran mi piel brillando, mis pezones duros, mi vulva abierta y empapada alrededor de su pija.

—Sí… Juan… así… más fuerte —jadeé, mordiendo mi propio hombro—. Haceme mierda, por favor.

Él apretó más las caderas, empujándome duro, rápido, hasta que el agua explotó en salpicaduras. El calor de su piel, el sonido de su verga entrando y saliendo de mí, la humedad que escurría entre mis muslos… todo se mezclaba en un torbellino carnal que me hacía perder la noción.

Sentí la mano de Daniela recorrer mi espalda, mis nalgas, y reírse mientras Lucas seguía cogiéndola de atrás. La escuché decir, con voz susurrante pero provocadora:

—Está hecha para que te la cojas, Juan… mirala cómo se arquea… esa curva, esa concha abierta… Dios…

Yo giré la cabeza para mirar a Lucas, mientras Juan me hundía su pija hasta el fondo. Él me devolvió la mirada, con los ojos brillantes, jadeando, sin apartar a Daniela, mientras ella cerraba los ojos y gemía. Ese cruce de miradas me volvió loca.

—Quiero que me mires mientras me cogés —le susurré a Juan, con voz ronca.

Él sonrió con esa expresión de hombre que sabe que tiene el control, y empujó aún más fuerte, haciendo que mi cuerpo temblara entero. Mis pechos se movían al ritmo de sus embestidas, mi vulva se cerraba y se abría alrededor suyo, mientras la espuma del jacuzzi hacía burbujas a nuestro alrededor.

—Ahhh… sí… —jadeé, hundiendo mis uñas en el borde del jacuzzi—. Te quiero adentro, Juan… todo entero.

En ese momento, Daniela rió bajo, todavía excitada, y murmuró:

—Lucas, mirala… mirala cómo se mueve… cómo se entrega… me vuelve loca.

Lucas solo gimió, hundiendo más fuerte a Daniela, agarrándola de la cintura, arrastrándola con fuerza. Yo, desde mi posición, sentía cada uno de sus movimientos, cada sonido húmedo, y mi excitación se multiplicaba. Quise demostrarle más, que yo podía ser incluso más puta, más atrevida.

—Juan… —susurré jadeante—. Quiero que me levantes… que me des vuelta… que me cojas así, para que todos me vean.

Y él, sin mediar palabra, me agarró por la cintura, sacándome un poco fuera del agua, dejándome caer apoyada sobre sus rodillas. Me levanté sobre él, arqueando la espalda como un animal expuesto, mientras su verga me llenaba toda.

—Vicky… sos una puta tremenda.

—Sí… Juan… soy tu puta… —respondí con voz quebrada—. Soy toda tuya…

Daniela rió, rozando mis hombros, mientras Lucas me lanzaba una mirada tan intensa que me hizo gemir otra vez.

—Quiero más… —susurré, jadeando—. Más fuerte, más profundo… rompeme.

Juan apretó más fuerte mis caderas y me respondió con un gemido grave, arrastrando su pedazo hasta el fondo una vez más, mientras yo gritaba con la cabeza caída hacia atrás, completamente perdida en ese volcán de placer.

De pronto, Daniela no pudo contenerse más. Entre los gemidos graves de Lucas, arqueando su espalda sobre ella y dándole nalgadas fuertes, se inclinó hacia mí. Sentí su mano firme sujetándome la mandíbula, el peso de su cuerpo acercándome. Y entonces me mordió el labio con intensidad, dejando un sabor metálico mezclado con mi propio sudor. Su boca era caliente y húmeda, exigente.

—¿Te gusta mi marido?

Ese tono, esa pregunta, me hicieron gemir. Mi corazón latía a mil, me sentía borrachita todavía, intoxicada por el vino, la cerveza, el calor, el juego sexual y el deseo. Con la respiración agitada, la piel erizada y los pezones duros, le respondí, casi jadeando:

—Sí… me encanta. Me encanta que te esté cagando conmigo.

Daniela rió, una risa baja, excitada, mientras Lucas apretaba sus caderas con fuerza y le daba más duro, metiéndosela sin contemplaciones. Sentí su espalda arqueándose, sus gemidos mezclándose con los míos. Lucas, como queriendo marcar su territorio, le agarró el cuello a Daniela con fuerza, echándole la cabeza hacia atrás, apretando más sus caderas contra él, obligándola a recibirlo. Ella gimió largo, un sonido profundo que me atravesó como electricidad.

La escena se volvió un torbellino. Nos movíamos, cambiábamos posiciones sin descanso: Daniela encima de Lucas, yo sobre Juan, Juan devorándome con hambre la vulva, Lucas ahora sosteniendo a Daniela contra el borde, Daniela acariciándome mientras me observaba… todo se mezclaba en un ruido húmedo de cuerpos chocando, de gemidos, salpicaduras y respiraciones que se entrecortaban.

Sentía el agua acariciando mi espalda, mis pechos, mi concha abierta, mientras Juan me tomaba con fuerza, hundiéndome toda su longitud. Me mordía los hombros, me apretaba las nalgas, y yo gemía fuerte, perdiéndome en ese placer intenso, en el juego de miradas cruzadas.

—Vicky… —me dijo Juan con voz grave—. No aguanto más.

Antes de que pudiera reaccionar, me sacó bruscamente su verga, haciéndome gemir de frustración. Pero yo sabía lo que venía. Me apoyé contra el borde del jacuzzi, arqueando el cuerpo, y lo tomé con ambas manos. Mis dedos apretaron su pija dura, calentita, palpitante. Sentía su piel tersa, brillante de agua y sudor. Lentamente, llevé el glande a mi lengua, comenzando a lamerlo, mojándolo, chupándolo con ansias.

—Así… sí… —jadeé contra él, mientras él me miraba con los ojos brillantes—. Te gusta, ¿no? Que te chupe así…

Juan no dijo nada más. Sujetó mi cabeza, hundiéndola más, mientras yo tragaba su tronco caliente, apretándolo con fuerza con la lengua. Sus gemidos se hicieron más profundos, más largos. Su respiración se aceleró. Y entonces lo sentí: un calor espeso explotando dentro de mi boca. Me llenó de leche caliente, salpicando mi lengua, mi garganta, desbordando hacia mi cuello, mis tetas. Tragaba todo lo que podía, sin dejar escapar nada, mientras mi respiración se volvía agitada.

Yo lo miré de reojo, con la boca todavía húmeda y brillante, los labios resbalando. Mi mirada buscó a Lucas primero, sintiendo su respiración pesada, su postura firme. Pero no me quedé ahí: clavé mis ojos en Daniela, provocándola sin pudor. Ella me devolvió la mirada con una sonrisa cómplice, jadeante, mientras sus dedos seguían recorriendo mi espalda y mis muslos.

—Mirá cómo me lo estoy tomando, Daniela… —le susurré, apartando apenas la cabeza para seguir mojando la piel de Juan con mi lengua—. ¿No te da ganas de hacerlo vos también?

Ella me respondió con un gemido bajo, mientras Lucas cerraba los puños y apretaba más fuerte las caderas de Daniela. Era un cuadro de deseo y provocación absoluto: cuatro cuerpos desnudos, húmedos, moviéndose, tocándose, mirándose, mientras la espuma explotaba alrededor y nuestras respiraciones se confundían con gemidos profundos.

Sentí cómo el ritmo de Lucas se hacía más feroz, más profundo, como un martillo incansable. Sus músculos se tensaban, su frente se arrugaba, los dientes apretados. Todo su cuerpo era tensión pura. Yo lo sabía: él iba a acabar. Lo vi en sus ojos, en sus mandíbulas, en cómo sus caderas empezaban a moverse con violencia. Y en ese mismo instante una parte de mí se estremeció: no quería que terminara nunca, pero también me excitaba pensar en el desenlace que venía.

Lucas gimió fuerte, grave, dejando escapar un gemido de animal cuando se la sacó de adentro de Daniela. Ella arqueó la espalda, jadeando y temblando. Él, sin perder un segundo, se sacudió la verga con fuerza, empapada de humedad y calor, y la llenó de semen sobre esas nalgas divinas. El sonido húmedo de su eyaculación se mezcló con los gemidos, el agua del jacuzzi saltando a nuestro alrededor, y un olor intenso a sexo caliente, sudor y espuma inundó el aire.

Lucas jadeaba ronco, su pecho subiendo y bajando como un tambor, los puños apretados contra el borde del jacuzzi. Miró a Daniela, y luego sus ojos se cruzaron con los míos, llenos de deseo, celos y una excitación salvaje.

Yo no me quedé atrás. Sin pensarlo dos veces, me incliné sobre la cola de Daniela, arqueando la espalda con descaro. El agua resbalaba por mi cuerpo desnudo, por mis pezones duros, por mi vulva aún húmeda. Sentí la piel de Daniela bajo mi lengua antes de abrirla y empezar a lamer, recorriendo cada curva, cada pliegue donde Lucas había dejado su leche caliente. Mi lengua se humedecía más y más, llevándose cada gota, mientras Daniela arqueaba la espalda y gemía fuerte.

—Ahhh… Vicky… —susurró ella, con la voz rota de excitación—. Qué loca que sos… me encanta.

Yo la miré de reojo, saboreando su piel, tragando cada gota que podía. Y entonces fui hasta ella y la besé, compartiéndole parte del néctar de mi novio, boca a boca. Lucas me sonrió con un brillo salvaje, jadeando todavía por el esfuerzo.

—¿Te gusta lo que ves? —le susurré con voz ronca, sin apartar la lengua de Daniela.

Lucas asintió, casi sin poder hablar.

—Sí… —dijo por fin, con voz grave—. Sos una puta preciosa, amor… te adoro.

Yo lo miré, sonriendo, con los ojos brillantes de deseo y un poco de travesura. Me levanté lentamente, lo miré fijamente, acercándome hasta sus labios, y le dije con voz ronca, entre gemidos:

—Ésta sí es la leche más rica.

Él cerró los ojos, gimiendo ronco, mientras apretaba mis hombros. Yo lo seguí mirando, sabiendo que en ese instante éramos nosotros cuatro los que creábamos algo salvaje, una explosión de placer, de cuerpos entregados. Daniela detrás mío jadeaba, Lucas respiraba pesado, Juan me miraba con una mezcla de deseo y orgullo… y yo, sabía que estaba en el centro de la escena, en el centro de ese infierno húmedo de deseo donde nada importaba más que seguir entregada, seguir sintiendo.

Entre comentarios, risas ahogadas y felicitaciones húmedas, salimos del jacuzzi. El vapor todavía nos envolvía como una manta tibia mientras nuestras pieles ardían de placer y deseo. Las gotas resbalaban lentamente por nuestros cuerpos desnudos, brillando bajo la luz suave de la habitación. Nos mirábamos todos con una complicidad silenciosa, todavía excitados, como si esa orgía improvisada hubiera creado un vínculo nuevo, casi secreto.

Nos secamos con las toallas, pero ninguno tuvo prisa por vestirse. La humedad seguía en nuestras pieles, los pechos, los glúteos, las piernas. Y así, casi como en un ritual, nos trasladamos a la enorme cama de la habitación.

Nos tiramos sobre ella, todos juntos. Sin palabras, los cuerpos seguían hablándose, rozándose, intercambiando calor. Yo me acomodé de espaldas contra el torso de Juan. Sentí sus brazos rodeándome con firmeza, un gesto protector y posesivo, aunque yo siguiera siendo de Lucas. Era una contradicción deliciosa que me hacía sonreír. Lucas, por su parte, se tendió boca arriba, dejando que Daniela se desparramara sobre su cuerpo. Ella se acomodó sin pudor, sus muslos rozando los de Lucas, sus pechos aplastándose contra él, y él cerró los ojos, sonriendo con un placer lento y profundo.

La imagen era casi irreal: cuatro cuerpos desnudos, pegados, mezclados, respirando juntos. Una composición imposible pero emocionante. Yo cerré los ojos un segundo, sintiendo cómo me envolvía el calor de Juan, su olor, su respiración profunda en mi oído. Mis manos buscaban su piel, acariciando sus caderas, bajando despacio hasta su muslo velludo. Él me apretó más fuerte, como marcando que yo era suya, aunque fuera solo en ese momento.

—Me encanta tenerte así.

Sonreí contra su piel, apoyando la cabeza en su su brazo..

Lucas abrió los ojos, observándonos, y sonrió. Daniela soltó una carcajada suave, apoyando su cabeza en su hombro. Había algo liberador en ese momento: una mezcla de agotamiento, excitación, felicidad y complicidad. El silencio no era incómodo, era parte de la conexión que habíamos creado.

Después de ese fin de semana, nos quedamos con ganas de más. Todo fue tan intenso, tan distinto… que arreglamos con Juan y Daniela encontrarnos más seguido. Nos caímos bien, nos entendimos… y la pasamos bomba. Ahora volvemos a nuestras actividades cotidianas, pero ya sabemos que no fue algo al pasar. Fue algo que queríamos repetir.

Sonreí mientras sentía todavía el calor, el recuerdo de cada caricia, cada gemido, cada mirada. Y cerré los ojos, abrazada a Juan, con Lucas y Daniela a nuestro lado, pensando que en algún punto nos habíamos convertido en un solo cuerpo, una sola energía, una sola fantasía cumplida.

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🍒 Pregunta Cereza

“Lo más excitante que me han hecho sin quitarme la ropa…” A veces lo más erótico no necesita piel desnuda ¿Qué fue lo más excitante que te hicieron sin tocarte directamente? ¡Cuéntanos!


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