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Encendí una vela en el centro del espacio y vertí el aceite tibio entre mis manos. Al comenzar el masaje, mis movimientos fueron lentos, conscientes, como si cada roce tuviera un propósito: liberar, sanar, despertar. Sentía cómo su cuerpo, al principio tenso, empezaba a entregarse poco a poco, como una flor que se abre ante la primera luz del día.






