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No sé si esto les haya sucedido a muchos, pues no comparto con nadie las cosas que me ocurren en casi ningún aspecto: soy un lobo solitario.
Lo cierto es que casi todos los fines de semana salgo de cacería; normalmente infructuosa. No soy el más lindo de los lindos, ni tampoco acuerpado, pues nunca cultivé el hábito de ejercitarme; pero sé que, a pesar de todo, estoy dentro del rango de lo que una mujer podría decir: "aguanta si el man me entra".
Esa noche decidí - digo decisión aunque ya es un hábito - salir a darme una vuelta por los bares donde me siento cómodo; esos en los que la penumbra me permite observar sin ser observado y salir a la luz cuando encuentro a alguien que despierte mi instinto. Saltando de uno a otro, terminé mi ronda sin encontrar a nadie que llamara mi atención o, como nunca ha sucedido, yo la suya.
Me retiré entonces rumbo a mi apartamento, decidido a no beber más. No soy de los que buscan en el alcohol un refugio ni un olvido. Aunque mi vida, como la de todos, no es color de rosa, hace mucho alguien me enseñó que el sufrimiento es una invención de uno mismo. Pero paremos aquí la reflexión, que este cuento no es de Coelho.
Entonado, con ese murmullo de alegría y confianza que unos tragos le dejan al alma, salí a la fría noche y empecé a caminar hacia aquel lugar donde una cama, un televisor y un portátil me esperaban. Vivo cerca del sector de la parranda y recorrerlo a pie siempre me ha parecido seguro.
Es un hábito para mí, siempre que camino, observar y mirar... lo confieso: soy un mirón; pero esta historia no trata de eso. Observo a las mujeres, reparo en si están deseables y dejo que el morbo tome lugar en mi mente. Los malos pensamientos aún no son delito.
Como criatura nocturna, conozco mi entorno e identifico los detalles fuera de lugar. Y entonces la vi: a casi dos calles, saliendo ya de la zona de antros con paso suave, sin prisa ni temor. Sola, a esa hora y por ese sector. Definitivamente, estaba fuera de lugar.
Mi reacción natural fue acelerar el paso, alcanzarla: quería verla mas de cerca. Con paso apresurado de marchista, me fui acercando, y la imagen era cada vez más clara: era una mujer joven, de cuerpo y estatura menudas, que llevaba un vestido de falda englobada decorado con lo que parecía un estampado de grandes flores. El diseño dejaba su espalda descubierta. Que, al frío de esa noche, ella permitiera que la descarada brisa nocturna acariciara aquel apetitoso lienzo para besos que llamaba espalda, tampoco era algo habitual.
Faltando unos metros, me alejé un poco hacia el costado para que, en el momento en que llegara al punto en que estaba dándole alcance, ella tuviera tiempo de verme y no se sintiera ni sorprendida ni vulnerable. Mis intenciones, aunque carnales -lo juro-, eran buenas.
Ella me miró de soslayo y no manifestó ninguna reacción de rechazo: no apresuró ni aminoró su paso, ni desvió su ruta. Su actuar fue una tácita invitación para lo que hice después:
- Hola, hace frío, ¿no? - la saludé.
Ahora sí, mirándome, ella respondió:
- Sí, y yo no eché una chaqueta ni nada.
.oO( Dos por tres son seis ) pensé, y quitándome la chaqueta hice lo único adecuado en ese momento: acercarme y decirle:
- Te presto mi chaqueta para que no sientas frío.
Su sonrisa, y el hecho de que se detuviera al instante, fueron una muda aceptación. Le entregué mi prenda para que se abrigara y, al sentir su calor, ella respondió:
- Gracias.
En ese momento pude apreciarla con claridad: su rostro no era de concurso, pero estaba bien maquillada para acentuar sus ojos que, más oscuros que la noche, me hicieron olvidar por un momento lo que iba a preguntarle. Al rato, surgió de mi garganta —casi carraspeando— la pregunta:
- ¿Qué haces por aquí tan sola?
- ¡Aich! - exclamó, desviando la mirada con disgusto, porque obviamente no era conmigo.
- Pues... porque me dejaron plantada - confesó.
Mi asombro ante la posibilidad de que alguien dejara plantada a una mujer tan comestible era evidente.
- Si quieres, te acompaño hasta donde vas - le propuse.
- La verdad es que aún no iba para ningún lado - respondió, embrujándome de nuevo con su mirada. - Era importante que me viera con esa persona, pues él era quien me iba a llevar a mi casa de nuevo.
En ese momento sonó una notificación en su celular. Ella abrió el diminuto bolso que llevaba terciado, tomó el aparato, lo desbloqueó, miró el mensaje y, presionando el botón para grabar, dijo:
—Yo no me voy a devolver. Yo pensé que usted era una persona seria. Le di suficiente tiempo para que llegara y no lo hizo. Ya voy de camino a mi casa, y le agradezco que me bloquee y no me escriba.
Su disgusto era evidente. Volvió a guardar el aparato, y me miró.
La curiosidad me impulsaba a preguntarle acerca de qué le había pasado, quién era ese tipo, qué representaba para su vida. Pero no sé si fue el frío de la noche o algo que bebí, fue muy claro para mí que no debía hablarle de eso, y adoptando una actitud diferente en mi juego de ajedrez mental, le recordé:
- Pues lo de acompañarte sigue en pie.
Colocando sus manos sobre mis hombros, me miró y dijo:
- Gracias.
Lo que sigue formaría parte de otro relato, que no quiero que sea este, pero definitivamente debe ser resumido para continuar. Nos sentamos en el parque, y ella me contó que era extranjera, que había llegado hace no mucho y que estaba buscando un trabajo en lo que fuera, porque tenía que responder por su hija, a quien había dejado al cuidado de su mamá en su país natal. Me contó que tenía experiencia principalmente en marketing y ventas, pero que quería empezar a desempeñarse como community manager. Lo demás es, para esta historia, un completo bla, bla, bla.
El caso es que, mientras conversábamos, no podía evitar sentir que su mirada me invitaba a besarla. Su lenguaje corporal no era el de alguien que me estuviera poniendo a raya, así que, inevitablemente, en un momento en que me hablaba - exactamente no sé de qué - me atreví a acariciarle el cabello y, con suavidad, acorté la distancia hasta que la besé.
Decir "la besé" es, en realidad, una afirmación egoísta, pues verdaderamente solo estaba respondiendo a una invitación que ella, con la astucia que su entrenamiento en marketing le había otorgado, me había lanzado. Yo no era el cazador en ese momento; y lo digo porque solo bastaron dos respiraciones para que aquel beso de comedia romántica se tornara en una lujuriosa invitación a buscar un sitio más íntimo.
En mi estrategia mental contuve, lo más que pude, al depredador en mí: no quería propasarme. Así que, aunque la acaricié donde debía, lo hice sin mucha hambre y con bastante suavidad. Su nuca se sentía de júbilo, su cintura diminuta, y el hecho de que se empinara para poder besarme me hacía sentir más grande de lo que soy.
- Conozco un buen y bonito lugar, si quieres venir conmigo - dije.
El apretón de su mano fue la respuesta que esperaba.
Pedí un taxi indicando nuestro origen y destino; nos subimos en el asiento de atrás y, sin dar mayor espectáculo durante el trayecto, podía sentirla agarrada de mi brazo. Sin besarnos, hicimos el recorrido, y varias veces encontré la mirada del conductor en el retrovisor. Parece que no le brindamos el show que solían ofrecerle las parejas que llevaba a ese destino. Llegamos al parqueadero y yo hice el pago.
Subimos un corto tramo de escaleras bien iluminadas hasta un primer piso de luz tenue, donde el cubículo clásico de vidrios polarizados impedía ver quién nos atendía. La mujer detrás del mostrador, con una cadencia de aburrimiento y rutina en la voz, nos dio los precios de las habitaciones. Pedí una de temática egipcia, ya que en mi experiencia - después de probar muchas - era la que más me gustaba. Tenía todo lo que requeríamos: aire acondicionado, jacuzzi, pista de baile, sofá, potro, minibar y los consabidos televisor y equipo de sonido. También tomé un frasquito de aceite aromático del mostrador del lobby. Pagué en efectivo, me entregaron las llaves y los controles, y nos dirigimos al ascensor. Ella me besó mientras esperábamos; su beso era jugoso: esta mujer realmente sabía cómo atrapar a un hombre.
Entramos al cuarto, prendí la luz fuerte para revisar que todo estuviera en orden y completo, sobre todo el inventario del minibar. Mientras ella iba al baño, coloqué algo de calefacción suave y también la música: para este cuarto me decidí por una instrumental de la India que, según la lista de reproducción, era la que usaban quienes interpretaban el Kamasutra. Escuché la descarga del baño, seguida por el chorro del bidé, por lo que intuí que se estaba aseando adecuadamente. Calculé el tiempo preciso para entrar al baño, cuya puerta ella había dejado abierta, con la intención de confirmar visualmente si mi sospecha era correcta; y sí lo era. Fingí sorpresa; ella solo sonrió. Cuando salió, yo hice lo mío: acicalar mi pájaro decentemente para una buena faena.
Al salir, la vi de espaldas, de pie junto a la cama, con mi chaqueta puesta; estaba revisando su celular. Me acerqué, aparté su cabello para despejar su nuca y darle un beso (es algo que me encanta), y lentamente la despojé de mi chaqueta.
- Ya no hace tanto frío - le susurré.
Ella miró por unos segundos más el celular y finalmente lo guardó de nuevo en su diminuto bolso.
¿Para qué describir lo que hicimos en la alfombra? Porque no basta con resumir que la besé hasta la sombra: este es un relato. La piel de su espalda era justo como la había imaginado, un lienzo dispuesto para recibir mis besos, y eso fue lo que hice: besarla, acariciarla, susurrar en ella para que el aliento de mis palabras la acariciara. Aunque era ella quien condujo hasta allí, yo quería demostrarle que también sabía lo que debía hacerse, y mientras me dedicaba a besar su espalda, sin ver, también acariciaba sus senos: no eran muy grandes pues su cuerpo era menudo. Lentamente la despoje de su vestido, para descubrir que llevaba un cachetero sin costuras y que sus nalguitas sin ser enormes eran perfectamente redonditas. Le di la vuelta.
Llevaba uno de esos brasieres que son adhesivos e invisibles, y sus pezones ya duros apuntaban a mi rostro. La miré con cara de perrito bandido y empecé a besárselos, mientras con otra mano rozaba rozaba sobre el cachetero su vulvita con suavidad, tratando de rozar ese puntito donde los labios vulvares y el placer se unen.
Una de las cosas más ricas de estar esa noche con ella, recuerdo, fue que parecía tener la medida correcta para mí, ya que mientras chupaba sus deliciosos pezoncitos podía, en tiempo real, apretar sus nalguitas redonditas y acariciarle la entrepierna ... podía sentir cómo me miraba sin moverse, imaginando que en su cabeza su intención había sido siempre esa: tenerme ahí, brindándole placer.
Seguí así un rato hasta que, sin que mi lengua parara de vibrar en sus pezones, con la mano que tenía en la espalda y la que tenía en frente con decisión tomaba su cachetero para descenderlo con firmeza a la altura de sus rodillas y dejar descubierta la piel lampiña de su conchita que se adivinaba húmeda. Ella completó la tarea de despojarse de sus calzoncitos ejecutando con maestría un movimiento de piernas que los hizo bajar hasta sus tobillos, donde, dando un par de pasitos, los apartó a un lado; dándome a entender que su carnita, que hoy era para mí, ya estaba para servida.
Me puse de pie frente a ella, completamente paralelo, me quité la camisa y el pantalón dejándome únicamente el bóxer, como si ese insuficiente trozo de tela pudiera ocultar la enorme erección que, acariciarla, me causaba. Sentí cómo con picardía me miraba el paquete.
"Siéntate en la cama" - le ordené, y ella obedeció sin parar de mirarme como me había mirado toda la noche con esos ojitos oscuros que nunca olvidaré - "Ahora recuéstate, ponte cómoda y abre tus piernas" - Arqueando su ceja continuó obedeciendo mientras el sonido de las cítaras inundaban en ambiente.
Su Yoni, así dispuesto a la tenue luz, lucía apetitoso. Apetito que me negué a detener cuando, arrodillándome, puse mi cara en medio de sus piernas y aspiré su húmedo aroma antes de empezar a lamerle la rajita donde se juntaban sus labios vaginales y desde los cuales rezumaba tímidamente su fluido. Iniciando con una serie de lengüetazos, decididos, pero lentos, como de aquel que inicia catando, despejé mis dudas acerca de lo fenomenal que podría ser chupar una cuquita así.
Tengo que confesar que era la primera vez que yo tenía a mi disposición una mujer tan menuda y que, confieso también, hacía muchas pajas había fantaseado con ello y que todo aquello (valga el verso) estaba transcurriendo mejor de lo que había imaginado. Desde esa posición, sin dejarla de lamer y comerme su conchita podía también acariciar sus senitos y apretar entre mis dedos sus pezoncitos. No paraba de lamer y de recorrer todo su perineo desde el borde de su culo hasta su clítoris. Ella, dejando a un lado su orgullo, empezó a gemir y (tengo que decirlo) el timbre de sus gemidos era realmente afrodisíaco.
Mi verga estaba contenta, y sé que, aunque su cabeza no tiene materia gris, sí parecía imaginar todo lo que en mi parte superior estaba experimentando, porque la sentía templadísima completamente preparada para penetrar el manjar de una cuquita menuda. Cuando ella tuvo suficiente de lengüetazos, me agarró del pelo con fuerza, sabía que no quería que siguiera. Yo intuí que era una de esas mujeres que nunca han tenido la oportunidad de que alguien bien pervertido e insistente las haga explotar en un orgasmo múltiple. Era nuestra primera vez, por lo que respeté el ritmo del coito que ella quería. Me detuve.
Sin levantarme y sin que ella se diera cuenta, me quite el calzoncillo. Colocándome de pie, ahora sí, le expuse toda mi erección, a lo que ella sonreía de manera pícara ... era evidente que le habían apuntado ya con herramientas más intimidantes y que no tenía ninguna intención de que yo pensara lo contrario.
Sin más reparo me senté en la cama dejando que mi verga apuntara al espejo de techo y, abriendo mis piernas, le pregunté - "Y a mí también me la vas a chupar" - ella gateó hacia mi entrepierna y tomando con fuerza mi venoso miembro lo sacudió un par de veces emitiendo el sonido sordo con el que universalmente manifestamos unas ganas y deseos voraces y acto seguido ... empezó a chupármela.
Si yo traté de empezar suave, esta mujer definitivamente sabía lo que era contrastar, pues lejos de arrncar con suavidad actuó con la indiscreta voracidad de una ninfa experimentada, chupándome la pija como si ya supiera como es que yo lo había fantaseado. Dije antes que seguramente esta mujer habría podido tener vergas mas grandes apuntándole, y si bien la forma en que empezó comiéndose la mía esa noche parecía confirmarlo también debo repetirme en que sus medidas parecían perfectas para mi, pues la vista de su imagen chupándomela me resulta inolvidable ya que parecía casi que atragantarse y que el grosor de mi Lingam fuera a reventarle los labios.
Esa posición no duro mucho, pero duró lo suficiente para que se fijara en mi memoria - "Y usted no crea que pa a parar de hacerme cositas ricas aquí abajo" - me dijo mientras que se acomodaba para la posición de sexo oral más extacta matemáticamente : el 69 , y probablemente esa sea la misma cantidad de minutos que duramos dándonos placer mutuo con nuestras bocas, o eso lo que me pareció pues fue riquísimo. Era como una conversación sin mirarnos a los ojos, yo daba una caricia y ella respondía con una que me hiciera sentir similar placer. A ratos metia mi nariz en su vagina para que su clitoris quedara a completa disposicion de mi boca y se lo chupaba de manera que lo sacara de su caperucita de piel, mientras que ella en mi zona Sur me chupaba las bolitas bien depiladas y se atragantaba con el en un delicioso ensalivado.
Mientras culeabamos, en su telefono no paraban de sonar las notificaciones que ella ignoraba con una carcajadita sorda de malicia quizas imaginando lo que el idiota (al agradezco por haberla plantado esa noche) le pudiera estar escribiendo, ignorando lo bien que conmmigo la estaba pasando en ese momento.
Comérmela en cuatro fue muy delicioso, pues ya que sus nalgas no eran muy voluminosas me permitian apreciar como mi verga le entraba hasta los huevos, y como al salir su cuquita lustraba las venas de mi miembro humedeciéndolo mietras ella se recostaba con el culito en alto y con la mejilla en la cama jadeaba pidiéndome ritmo a lo que yo obedecía agarrandome de sus redondas nalgas bombeándola con mi pistón de carne como si quisiera sacarle petróleo.
No recuerdo cuanto tiempo pasó, pero si supe que fueron cuatro horas porque el telefono del cuarto sonó nos interrumpió. Era la recepcionista informándonos que quedaban 15 minutos y que mas allá el tiempo se cobraba por horas. Admito que al colgar estaba ya completamente deslechado y que seguir culeando habría sido de gula por lo que me detuve y le dije a ella - "Tenemos que irnos". "Ah bueno" - me respondío
Pasamos juntos a la ducha, la acaricié y la abracé, pero por una parte sentía que ella no quería que nos demoraramos. Mientras yo la secaba con delicadeza ella dijo: - "Y tu tienes efectivo? o me pagas con transferencia" Con esa frase, todo lo que sucedió esa noche cobro su verdadero sentido. Si antes sentía que era yo quien había sido cazado y llevado hasta allí por ella, acababa de confirmarlo. Siendo un hombre serio como soy, la verdad no fui capaz de negarme ya que hacerlo solo habría revelado lo inocente que fuí, y tampoco podía calcular si ella en su diminuto bolso no llevaba algun arma para obligarme a pagar. "Con transferencia" - le dije. Completada la tranascción ella agregó : "¿Me llevas a mi casa, o me das lo del carro?" - "Lo segundo" - le dije - "Ah bueno. Pero eso si en efectivo, por fa" - me respondió
Lo que sigue es un poco aburrido y lo omito mas por la vergüenza que siento al haber resultado presa esa noche, cuando mi objetivo era haber sido depredador. También he omitido muchas cosas de las que esa noche, llevé a cabo en la tumba de Tutanjalón ya que si las contará las dimensiones de este relato lo podrían convertir en una crónica; pero si les causa curiosidad saber lo que más pasó acepto los comentarios para introducirlos en otro relato.