Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Hetero: General 210 Vistas
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La época de la universidad, fue mi verdadero despertar sexual, experiencias diferentes, sexo delicioso y sin compromisos, sin arrepentimientos ni culpas, sin las cargas emocionales de las estupideces de la adolescencia. Amistades que continuaron sin ningún problema aún después de deliciosas faenas sexuales. (El cielo en la tierra para mi). 

Me presentaron a Katherine un día de enero, era una mujer alta, casi de mi estatura, con un hermoso pelo azabache, largo hasta la cintura, que enmarcaba una cara hermosa como pocas. Me saludó efusivamente, con un fuerte abrazo que me hizo sentir sus grandes y tibios senos y con un beso intencionalmente húmedo, estampado con fuerza muy cerca de mi boca y con una mirada esmeralda e intensamente penetrante al separarse de mi, que me inquietó, me descontroló, me excitó. 

Al día siguiente, al final de las clases, estaba hablando animadamente con una amiga en la cafetería, ya nos disponíamos a partir hacia un motel, cuando sentí un abrazo por la espalda, al sentir esos cálidos senos supe inmediatamente quien era. Sin soltarme, se puso frente a mi y me besó efusivamente, ¡en la boca! y mirando a mi amiga de reojo fríamente. Mi amiga me miró con cara de ¿Qué paso aquí? y se alejó mientras la verde mirada de Katherine brillaba triunfalmente. Bueno, de todas maneras termine en el motel, con Katherine, ¡la mujer mas ardiente de mi vida! ¡Nunca había sentido tanto fuego, tanta pasión, tanta entrega!. Apenas cruzamos el umbral de la habitación, me arrancó la ropa sin piedad y en un santiamén vi como mi pene erecto chocaba contra su cálida garganta, atragantándose mientras me miraba con sus brasas verdes que me quemaron el cerebro.

La sensación fue tan intensa que le respondí también rudamente, tomando su cabeza y empujando mi miembro con mas vehemencia mientras rugía de placer. Me sorprendió que no se amilanó, por el contrario, succionó mas fuerte y se lo metió mas profundo hasta casi vomitarse. La levanté y la arrojé con muchísimo esfuerzo a la cama, esas grandes caderas eran pesadas. Le correspondí sus cariños arrancándole la ropa también, descubriendo con placer como rebotaban esos senos inmensos y turgentes y su aroma, imborrable, inigualable, inolvidable. No era el de un perfume, era el aroma de su piel, un olor a miel, a canela, a limpio, todo revuelto con el almizcle de su sudor. Le olfatee y lamí cada milímetro de su cuerpo como un perro hambriento, probé sus dulces jugos vaginales y devoré su vulva sin piedad, hasta que sus muslos me rodearon invitándome y entendí que estaba lista para recibir mi pene, que estaba que se estallaba, dentro de su albo, hirviente y sudoroso cuerpo.

La penetré violentamente pues el juego que habíamos iniciado, así lo dictaminaba, aunque su vagina era un poco estrecha, entré con facilidad por la cantidad de jugos vaginales que se desbordaban ya hacia rato y empezamos a bambolearnos con deliciosa y extasiante furia, nuestras pelvis chocaban felices cada vez mas rápido y mas profundo, mis testículos y muslos estaban ya empapados de sus jugos, Katherine no paraba de tener orgasmos, uno tras otro, acompañados de fuertes gemidos y pequeños y largos grititos de gata en celo penetrada. El esfuerzo que hice para no venirme fue magnánimo, pero era inevitable, al sentir que estaba en el borde del despeñadero de la eyaculación, le avisé, saqué mi verga para bañar su vientre sonrosado, pero me gritó: -¡No! ¡lo quiero adentro! ¡dame tu leche! ¡quiero lo que es mío! ¡quiero que me marques!. Yo estaba tan excitado que la volví a empotrar e inmediatamente me vine a chorros y con esa sensación de morirse de placer cuando uno tiene un orgasmo bien fuerte y sigue enclavando con fuerza. Transcurrió la noche y vulgarmente: culeamos como cerdos, una y otra vez, bastamente, violentamente, hasta el amanecer. El pene ya me dolía y Katherine aún insistía en ponerlo erecto cuando los rayos del sol fisgonearon entre las cortinas.

Los días y meses que siguieron, fueron un in crescendo sexual, nunca había tenido tanto, tan intenso, tan fabuloso e inolvidable, pero al mismo tiempo, Katherine me iba mostrando su otra cara, obsesiva, posesiva, celotípica, me quería solo para ella, hasta su vagina era posesiva, pues cada vez que eyaculaba, me apretaba muchísimo, ordeñándome con sus espasmos, hasta la última gota de esperma. Sus celos eran abiertamente manifiestos, si estaba hablando con alguna amiga, no dudaba en correr y atenazarme como una garrapata gritándole: -¡Es mío!. Me volví el hazmerreir de todos, se lo hice saber y me contestó con el típico: -¡Si no eres mío no eres de nadie!. Alejó a mis amigas gritándoles: -¡Perras!, ¡putas!, ¡aléjense de mi hombre!. Mi preocupación crecía diariamente pues entendía la vorágine en la que estaba metido, pero ese sexo divino, su belleza, sus senos increíbles, su maravilloso olor, sus redondas caderas, donde enterraba mis uñas cada vez que la llenaba de semen y esos ojos verdes, me hacían caer una y otra vez en ese apego insano, en ese miedo de perder algo que sabía, nunca iba a volver a encontrar. Le había vendido mi alma al diablo y ya empezaba a dar mis primero pasos en ese infierno ardiente, en ese círculo vicioso, pero delicioso (Increíble, aun lo sigo justificando).

Todo tiene su final, una mañana de esas, de sexo delicioso e inolvidable, mientras yo me corría chillando como un cerdo dentro de su ano y ella me decía con voz perentoria: -¡Lléname, márcame con tu leche, soy tuya.... y tú, eres mío!. Lo decía con una entonación que con el tiempo, me fue provocando esa desazón incómoda de sentirme sin salida. Contemplé su hermoso ano chorreando semen hasta su vagina mientras mi pene la abandonaba y dejaba de sentir el delicioso calor de sus entrañas y me decidí.

Me armé de valor y le dije calmadamente que nuestra relación no era sana, que no podíamos seguir así, que me sentía preso, asfixiado, aislado, que era maravillosa pero que sus celos y posesión eran inaguantables, que ya no podíamos seguir juntos. El silencio incómodo que se escabulló entre nuestros cuerpos desnudos y sudorosos, se hizo mas incómodo al ver esos ojos arder en fulgurantes llamas verdosas, de improviso, se abalanzó hacia mí y me abofeteó tan fuerte que, como dicen ahora, me reinició. Afortunadamente reaccioné porque ya se me abalanzaba otra vez, ahora con sus garras silbando en dirección a mi cara, alcancé a correr y me encerré en el baño mientras Katherine gritaba como poseída, golpeaba y pateaba la puerta y destrozaba el inmobiliario.

Todo terminó muy mal, entraron los empleados del motel con la policía, la desnudez, la vergüenza, las miradas burlonas, las explicaciones, las declaraciones, afortunadamente no dijo mentiras y seguía gritando que yo era suyo interminablemente, mientras nos llevaban a la estación. Pensé que luego de eso sería el fin pero no, la persecución siguió implacable, agobiante. La única forma que finalizó fue cuando terminé la universidad y me fui para otra ciudad. Pasaron los años y pensé que la había olvidado. Ayer, revisando mi correo, había uno que titulaba en su remitente: Katherine. Mi corazón latió con intenciones de salirse o de infartarse, lo leí, mis emociones se desbordaron en todas direcciones pero no contesté, lo borré y empecé a escribir este recuerdo.

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🍒 Pregunta Cereza

“Lo más excitante que me han hecho sin quitarme la ropa…” A veces lo más erótico no necesita piel desnuda ¿Qué fue lo más excitante que te hicieron sin tocarte directamente? ¡Cuéntanos!

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