Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Hetero: General 474 Vistas
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En la penumbra de mi habitación, con las luces apagadas y solo el zumbido de mi respiración rompiendo el silencio, me tumbo en la cama completamente desnuda. Mis piernas se abren instintivamente, exponiendo mi vagina ya húmeda y palpitante. Empiezo con mis dedos, deslizándolos directamente sobre los labios hinchados, separándolos para llegar al clítoris que late como un botón endurecido. Lo froto en círculos rápidos, presionando con la yema del dedo medio, sintiendo cómo el placer sube como una corriente eléctrica directa al cerebro. Mi jugo moja los dedos, resbaladizo y caliente, y meto dos adentro, curvándolos para golpear ese punto rugoso en la pared frontal. Cada movimiento me hace jadear, el calor se acumula en mi vientre bajo, y me retuerzo contra las sábanas, disfrutando esa autosatisfacción cruda, sabiendo que soy yo quien controla cada oleada de placer sin pedir permiso a nadie.

Pero no es suficiente; quiero sentirme llena. Agarro el consolador de goma, ese pene falso grueso y realista, con venas marcadas que lo hacen parecer vivo. Su textura es suave al tacto, pero firme, como silicona caliente que se calienta con mi cuerpo. Lo unto con mi saliva y mi propia humedad, hasta que brilla, y lo posiciono en la entrada de mi vagina, rozando la punta contra el agujero abierto. Ahí está mi secreto más íntimo: el piercing en el capuchón del clítoris, una barra de metal plateada que atraviesa la piel sensible justo encima de mi entrada, hinchada y reluciente por la excitación. Lo rozo accidentalmente con la punta del consolador, y un rayo de placer agudo me recorre, como si el metal vibrara contra mi carne expuesta, amplificando cada roce hasta volverlo insoportable. Empujo despacio al principio, sintiendo cómo la cabeza ancha me estira, abriéndome centímetro a centímetro, y el piercing tira ligeramente con el movimiento, estimulando el clítoris desde adentro y afuera en una fricción deliciosa que me hace morder el labio. Es una presión exquisita, casi dolorosa al inicio, pero luego se desliza adentro con un pop húmedo, llenándome hasta el fondo. La textura rugosa de las venas raspa justo en los nervios sensibles, rozando el piercing con cada pulgada, enviando chispas de placer que me hacen apretar los dientes. El calor de mi interior lo envuelve, como si mi vagina lo estuviera chupando, y me quedo quieta un segundo, sintiendo cómo late contra mis paredes, estimulando cada rincón con su grosor mientras el piercing palpita con el pulso de mi excitación, conectando todo en un circuito de fuego líquido.

Ahora muevo las caderas, subiendo y bajando sobre él como si estuviera cabalgando a un hombre real. Lo clavo profundo con cada bajada, girando un poco para que roce ese punto G que me hace gemir en voz alta, y el piercing se mueve con el vaivén, tirando de la piel del capuchón y frotando el clítoris expuesto contra la base del consolador, multiplicando las sensaciones hasta que siento que voy a enloquecer. Mis tetas deliciosas y suaves rebotan con el ritmo, esas curvas redondas y plenas que se mecen como fruta madura, la piel tersa y sedosa al tacto, tan sensibles que cada movimiento envía ondas de placer directo a mi centro. Mis pezones duros rozan el aire fresco, pero lo que me enloquece es el piercing en el izquierdo: esa bolita de metal plateado atravesando el pezón erecto, que tira y estimula con cada rebote, amplificando el placer como un rayo extra, haciendo que mis terminaciones nerviosas canten en éxtasis, conectando el cosquilleo de mis tetas directamente con el fuego en mi vagina y el tirón ardiente del piercing abajo. El sudor me perla la piel, y no resisto: libero una mano para apretar una teta, pellizcando el pezón perforado con fuerza, sintiendo cómo el piercing roza mi palma y dispara chispas de dolor-placer que me hacen arquear la espalda, intensificando todo el calor que sube desde abajo, mientras el otro piercing en mi capuchón vibra con cada embestida.

Cada embestida interna es un golpe de placer puro: la fricción me calienta la vagina entera, haciendo que mis jugos chorreén por el consolador y mojen mis muslos, y el piercing añade un roce constante, como un dedo invisible pellizcando mi clítoris con cada salida y entrada. Me siento poderosa, cachonda, autosatisfecha al máximo, follando mi propio juguete sin vergüenza, imaginando cómo se vería mi vagina tragándoselo entero mientras mis tetas suaves tiemblan y los dos piercings me recuerdan lo jodidamente sensible que soy, convirtiendo cada movimiento en una explosión de sensaciones.

El ritmo se acelera; ya no hay delicadeza. Solo lo meto y saco rápido, embistiendo con fuerza, el sonido de mi humedad chapoteando llenando la habitación. Sale casi del todo y entra de golpe, golpeando mi cervix con un placer que roza el dolor, pero que me encanta, y el piercing se sacude salvaje, frotando contra la piel hinchada y enviando descargas eléctricas que me hacen gritar. Mi clítoris palpita ignorado, así que libero la otra mano y lo ataco directamente: tres dedos frotándolo en círculos furiosos, pellizcándolo, presionándolo contra la base del consolador mientras lo bombo adentro, rozando el metal del piercing que lo hace aún más intenso, como si estuviera vibrando. La doble estimulación es brutal – el llenado profundo combinado con el roce externo y el tirón del piercing me tiene al borde, mis caderas temblando incontrolables, mis gemidos convirtiéndose en gritos ahogados, y mis tetas rebotando salvajes, el piercing del pezón tirando con cada salto y multiplicando las sensaciones hasta que siento que voy a romperme. Siento la presión construyéndose, un nudo apretado en la uretra y la vagina, como si fuera a explotar.

Y exploto. El orgasmo me golpea como un puñetazo, mis paredes contrayéndose alrededor del consolador en espasmos violentos, mientras lo mantengo enterrado, y el piercing amplifica todo, vibrando con las contracciones y prolongando las olas de placer. En el pico, no puedo aguantar: un chorro caliente de squirt sale disparado, mojando mis dedos, el juguete y las sábanas en un chorro abundante y liberador, como si mi cuerpo estuviera eyaculando todo el placer acumulado. Me corro temblando, exhausta, con la vagina aún palpitando alrededor de él y mis tetas subiendo y bajando con la respiración agitada, los piercings aún sensibles y enviando réplicas de placer. Me quedo ahí, jadeando, saboreando el desastre húmedo que dejé, lista para repetirlo cuando el deseo vuelva a picar.

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🍒 Pregunta Cereza

“Lo más excitante que me han hecho sin quitarme la ropa…” A veces lo más erótico no necesita piel desnuda ¿Qué fue lo más excitante que te hicieron sin tocarte directamente? ¡Cuéntanos!


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