Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Orgías 568 Vistas
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Soy Mateo, 38 años, el líder de un grupo que, con un toque de humor, llamamos “La Escuela de Gangbang”. Mis compañeros, Santi (19 años) y Daniel (27 años), y yo formamos un trío único: somos atléticos, seguros de nosotros mismos, y tenemos una química que hace que las cosas fluyan. Publicamos un anuncio en una página de clasificados ofreciendo “experiencias únicas”, una manera elegante de decir que ofrecemos noches inolvidables. Nunca hemos estado los tres con una mujer al mismo tiempo, pero cuando Andrés, un hombre de 42 años, nos contactó para el cumpleaños número 38 de su esposa Laura, supe que esta sería una aventura especial. Andrés quería sorprender a Laura, quien una vez mencionó, medio en broma, que le parecía “chévere” visitar un bar swinger. En lugar de llevarla a uno, decidió traer la experiencia a su casa en Bogotá, y nosotros éramos el regalo. Nos pidió que llegáramos como sus nuevos empleados del almacén de repuestos para autos, que coqueteáramos con cuidado para ver si Laura se sentía cómoda, y que dejáramos que todo fluyera de forma natural. Si las cosas se daban, la noche podía convertirse en algo salvaje. Aceptamos, con los nervios y la emoción a flor de piel.

Llegamos puntuales a la casa de Andrés y Laura, en un barrio tranquilo de Bogotá. El patio trasero estaba listo para un asado espectacular: el aroma del carbón y la carne asada llenaba el aire, mezclado con el dulzor de los plátanos maduros. La mesa estaba repleta: chorizos dorados, costillas jugosas, ensaladas frescas y jarras de jugo de lulo helado. Una playlist de salsa y merengue sonaba suavemente, creando un ambiente festivo. Laura nos recibió con una sonrisa que iluminaba todo, luciendo un vestido azul ceñido que abrazaba sus curvas: sus caderas redondeadas, su cintura estrecha, y un escote que dejaba entrever la suavidad de su piel. Su cabello castaño caía en ondas sueltas, y sus ojos brillaban con curiosidad y alegría. Andrés, desde la parrilla, nos presentó como sus nuevos empleados, y yo, con mi mejor sonrisa, le estreché la mano. “Un placer, Laura. Andrés nos ha hablado mucho de ti,” dije, dejando que mi voz grave y mi mirada directa marcaran el tono.

Santi, con su energía juvenil y un cuerpo esculpido por horas en el gimnasio, no tardó en hacerse notar. Sus músculos se marcaban bajo una camiseta ajustada, y su sonrisa pícara conquistaba a todos. Daniel, más reservado, se quedó cerca, sus ojos oscuros analizando cada detalle, su presencia silenciosa pero magnética. Nos integramos con facilidad: yo ayudaba a Andrés con la parrilla, contando historias de viajes que hacían reír a Laura; Santi la sacaba a bailar, haciéndola girar al ritmo de la música con una energía que la contagiaba; Daniel, con su aire misterioso, aportaba comentarios ingeniosos que arrancaban sonrisas. Cada tanto, cruzaba miradas con Andrés, quien parecía medir el ambiente, esperando el momento para avanzar con el plan. Como líder, mi trabajo era leer las señales de Laura y guiar a los chicos para que todo fuera perfecto.

El momento clave llegó cuando el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de naranja y morado. Estábamos en el patio, con cervezas frías en la mano, cuando Andrés soltó una broma que abrió la puerta. Me señaló y dijo: “Aquí Mateo, nuestro jefe de recursos humanos. No se dejen engañar por su cara seria, solo sabe organizar pausas activas y dar masajes de oficina.” Todos reímos, y Santi, siempre rápido, añadió: “¡Sí, Mateo! ¿Qué es eso de las pausas activas? ¿Estirar los brazos y ya? Enséñanos algo útil.” Daniel, con su tono seco pero divertido, remató: “Si los masajes de Mateo son tan buenos como dice Andrés, quiero verlo en acción.”

Laura, con una copa de vino en la mano, se unió a la broma, sus mejillas ligeramente sonrojadas por el alcohol y la risa. “¡Ay, qué chévere! ¿Masajes de pausa activa? Me apunto. Después de organizar este asado, me vendría bien uno.” Sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y curiosidad, y supe que era la oportunidad. Miré a Andrés, quien asintió sutilmente, y dije con una sonrisa confiada: “Laura, si quieres un masaje de verdad, nosotros sabemos más que solo pausas activas. ¿Qué dices? Podemos hacer algo especial para la cumpleañera.” Santi, con su entusiasmo característico, añadió: “¡Un masaje VIP! Los tres somos expertos, ¿verdad, Daniel?” Daniel, con una media sonrisa que escondía una intensidad creciente, asintió, su mirada fija en Laura.

Ella miró a Andrés, buscando su aprobación. Él le guiñó un ojo y dijo: “Es tu día, amor. Deja que te mimen.” Laura rió, un poco nerviosa, pero aceptó con un tono juguetón: “Bueno, pero que sea un masaje inolvidable, ¿eh? Vamos adentro.” Su voz tenía un matiz de desafío, y supe que estaba abierta a más de lo que decía.

Nos trasladamos al salón, donde las lámparas proyectaban una luz tenue y cálida, creando un ambiente íntimo. Andrés puso una playlist de música latina sensual, con un ritmo lento y envolvente que parecía acariciar el aire. Laura se sentó en el sofá, su vestido azul subiendo ligeramente por sus muslos, revelando la suavidad de su piel. Todavía reía, con un toque de nerviosismo, pero sus ojos nos seguían con curiosidad. Nos organizamos a su alrededor, y yo, como líder, tomé la iniciativa. Me arrodillé frente a ella, mis manos fuertes pero cuidadosas posándose en sus hombros. “Empecemos despacio,” dije, mi voz grave resonando en el silencio del salón. Mis dedos comenzaron a masajear sus hombros, sintiendo la tensión en sus músculos desvanecerse bajo mi toque. Laura suspiró, cerrando los ojos. “Dios, esto sí que es bueno,” murmuró, su voz suave y relajada, casi un ronroneo.

Santi, siempre audaz, se acercó por su lado derecho. “Déjame ayudarte con los brazos,” dijo, tomando una de sus manos. Sus dedos, jóvenes y ágiles, recorrieron su piel desde la muñeca hasta el codo, con una mezcla de suavidad y firmeza que hizo que Laura sonriera. Daniel, detrás del sofá, se inclinó para trabajar en su nuca. Sus manos, cálidas y precisas, se deslizaban con una presión perfecta, haciendo que Laura inclinara la cabeza hacia atrás, exponiendo la curva delicada de su cuello. Yo observaba cada reacción: el leve temblor de sus labios, la forma en que su pecho subía y bajaba con cada respiración, la manera en que sus muslos se apretaban ligeramente bajo el vestido. Sabía que estábamos encendiendo algo en ella.

El masaje, que empezó como un juego, pronto se volvió más íntimo. Mis manos bajaron por su espalda, rozando los costados de su cuerpo, cerca de las curvas que el vestido apenas contenía. Laura no protestó; al contrario, su respiración se volvió más profunda, un gemido suave escapando de su garganta. Santi, captando la señal, dejó que sus manos subieran por sus brazos hasta sus hombros, acercándose más, su aliento cálido rozando su piel. Daniel, inclinándose sobre ella, susurró: “¿Estás cómoda, Laura? Podemos parar si quieres.” Su tono, grave y cargado de intención, era una invitación disfrazada. Laura abrió los ojos, mirándolo con una mezcla de desafío y deseo. “No paren,” dijo, su voz baja pero firme.

Andrés, sentado en una silla a pocos metros, nos observaba con una mezcla de fascinación y excitación. Sus ojos brillaban, y supe que era el momento de avanzar. Me acerqué al oído de Laura, mi barba rozando su piel, y susurré: “Laura, Andrés nos dijo que querías algo especial para tu cumpleaños. Somos tu regalo, si tú quieres.” Ella giró la cabeza, sus labios a centímetros de los míos, y miró a Andrés. Él asintió, con una sonrisa cómplice, y dijo: “Es tu noche, amor.” Laura, con una risa suave que temblaba de emoción, respondió: “Bueno, entonces que el regalo sea completo.”

Ese fue el momento en que todo se prendió. La atmósfera se volvió eléctrica, como si el deseo flotara en el aire. Mis manos levantaron el vestido de Laura, deslizándolo por sus muslos hasta dejarlo caer al suelo. Su cuerpo era una obra maestra: sus tetas llenas, apenas contenidas por un sostén de encaje negro, su cintura estrecha, y unas bragas a juego que marcaban la curva de su culo. Santi soltó un silbido bajo, mientras Daniel, con un movimiento experto, desabrochó su sostén, liberando sus pechos, que se alzaban firmes, con pezones ya endurecidos por la excitación. La ropa desapareció rápido: mi camisa, los jeans de Santi, la camiseta de Daniel. Pronto, los tres estábamos desnudos, nuestras vergas duras y listas, mientras Laura nos miraba con una mezcla de nervios y deseo puro.

La acosté en el sofá, mis manos explorando cada centímetro de su piel. Me posicioné entre sus piernas, mi verga rozando su entrada, húmeda y caliente, mientras la besaba con hambre, mi lengua enredándose con la suya. “Qué chimba,” murmuré, antes de penetrarla despacio, sintiendo cómo su cuerpo me apretaba, caliente y apretado. Laura gritó, un gemido de puro placer, mientras yo empezaba a culiarmela con un ritmo profundo, cada embestida haciéndola arquearse. Santi, con su energía de pelao, se acercó a su cara, ofreciéndole su verga. “Mámala, mamita,” dijo, y Laura, con una mirada de lujuria, la tomó en su boca, sus labios envolviéndolo con una mamada intensa, chupando con ganas mientras gemía contra él. Daniel, detrás, preparó su culo con lubricante, sus dedos abriendo camino con cuidado. “Relájate, Laura,” susurró, antes de penetrarla por atrás, completando una doble penetración que la hizo gritar, su cuerpo temblando mientras los tres la llenábamos.

El salón era un torbellino de mamadas y culiadas. Los gemidos de Laura se mezclaban con nuestros gruñidos, el sonido de piel contra piel y la música sensual de fondo. Cambiamos posiciones: Santi la tomó por detrás, culiándosela con fuerza, sus manos aferrando sus caderas mientras su verga entraba y salía, haciendo que sus tetas se balancearan. Yo me puse frente a ella, mi verga en su boca, sintiendo su lengua trabajar con una intensidad que me volvía loco. “Qué chimba de mamada,” gruñí, mientras ella me miraba con ojos llenos de deseo. Daniel, con su intensidad, la levantó, penetrándola por el culo mientras la sostenía, sus manos fuertes manteniéndola en el aire mientras ella se aferraba a él, gritando de placer.

Laura estaba en el centro, un huracán de lujuria. “Culeénme más,” suplicaba, su voz rota por el éxtasis. Nos turnamos, penetrándola por todos lados, sus gemidos cada vez más fuertes. En el clímax, ella nos pidió todo. “Dénmelo,” jadeó, y los tres llegamos al límite. Primero, Santi se vino en su boca, y Laura, con una avidez que me dejó sin aire, tragó cada gota, sus labios brillando. Luego, Daniel y yo la llenamos, nuestras vergas descargándose en su cuerpo, una doble penetración final que la hizo convulsionar, su orgasmo sacudiéndola mientras gritaba, su piel cubierta de sudor y nuestra esencia.

Cuando todo terminó, Laura se desplomó en el sofá, su cabello despeinado, su cuerpo brillando, una sonrisa de satisfacción pura en su rostro. “Nunca había tenido un masaje así,” dijo, riendo temblorosa. Todos reímos, agotados pero felices. Andrés, que había observado todo desde su silla, se acercó a Laura, besándola con ternura. Nos vestimos, intercambiamos despedidas con un aire de complicidad. “Feliz cumpleaños, Laura,” dije, guiñándole un ojo. “Llámennos cuando quieran repetir.” Santi y Daniel asintieron, y salimos, dejando atrás una noche que nunca olvidaríamos.

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🍒 Pregunta Cereza

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