Guía Cereza
Publicado hace 20 horas Categoría: Sexo con maduros 201 Vistas
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No puedo excusarme en la vanidad que sentí esa noche, o en la culpa que recae en él. Yo sabía exactamente lo que estaba haciendo. Y aunque tantas veces lo había esquivado —filtrando sus miradas, ignorando sus roces 'accidentales'—, en el cumpleaños de Don José, mi suegro, la línea del respeto se rompió.


Como todo empezó temprano, y casi todos nos pasamos de copas, para las diez y media, el cumpleañero estaba más que listo para desplomarse. Quise evadir la tarea de ser su cuidadora; intenté buscar en cualquiera el reemplazo. Pero mi esposo, abstraído y ruidoso por el alcohol, se había sumergido en una conversación animada en el patio con los pocos rezagados que quedaban. Mi suegra no asistió, y eso hizo que el exceso se apropiara mas fácil de todos. Me aburría a muerte, a veces me quedaba en la sala o en la cocina, mientras en el patio todos parecían disfrutar. Salí a fumar y don José, que hacía unos minutos pasó muy ebrio por la cocina, me pidió un trago, y se estaba quedando dormido en la sala.


Lo ayudé a levantarse. Él se apoyó pesadamente en mí, un tanto torpe, y mientras lo guiaba hacia su habitación en el segundo piso, sus manos como siempre fueron un tanto inquietas, buscando alcanzar mis nalgas, como siempre hacia cada vez que podía. Lo senté en la cama y cerré la puerta desde afuera, pero dude cuando lo vi, se estaba quitando la camisa, sus manos fallaban en los botones. Dudé de nuevo. Un pensamiento me detuvo, un susurro de mínima cortesía, de los esperable, !no va a ser capaz de ponerse el pijama solo¡ pensé


Volví a entrar, la respiración acelerada por el riesgo. Me acerqué para desabrocharle la camisa. Él, que siempre usa zapatos, estaba de tenis, de los cuales se deshizo uno y otro con el pie contrario. Pero luego se quedó inmóvil. Sentí su cuerpo volverse levemente más firme, esperando. Era obvio que se había quedado esperando a que yo siguiera ayudando, y lo que proseguía eran sus jeans.


Quise ir por el pijama, pero él se tambaleó. Ante la posibilidad de que cayera, lo devolví a la cama suavemente.


La escena en sí tenía un aspecto un poco grotesco, y de hecho, nada erótica. Pero era cierto que, a veces, parecía más ebrio y a veces menos. De hecho, tuve la impresión de que su estado era en parte fingido, porque cuando finalmente desabroché el botón y el cierre, deslizando el tejido grueso por sus caderas, no solo fue perfectamente colaborativo levantando el cuerpo lo suficiente para ayudarme, sino que su movimiento fue firme.


Cuando los jeans cayeron, solo le quedó su ropa interior blanca, y el contorno innegable que se dibujaba bajo él. Era imposible no percatarse de su erección, que no solo fue una sorpresa por el supuesto estado de ebriedad, sino porque, de alguna manera, yo había imaginado que, igual que mi esposo, su dotación no era significativa. 


No era pequeño. Le ceñía enorme. Me levanté doblando los jeans, apreciando con disimulo su pene tras el blanco textil. Busqué pijama pero no encontré, asi que tome una pantaloneta.  


No se si obraba en mí el licor, la curiosidad o una mezcla de lascivo morbo, retorné al frío porcelanato para quitarle sus medias. Él parecía haberse quedado dormido sentado, por lo que aproveché para verificar con el tacto lo que mis ojos percibían. Tras tocar su pene, supe que pese a lo que veía no alcanzaba la solidez de la erección, lo que me llenó de lujuria, le intenté quitar los calzoncillos, pero se despertó, el sonido de las risas lejanas del patio se hizo repentinamente más fuerte.

Pensé en huir, pero mi cuerpo se quedó congelado ante la proximidad del suyo, y para disimular y romper la tensión le seguí quitando los interiores, y solo dije “solo encontré esta pantaloneta”. Él ya no parecía ebrio. Sus ojos, me miraron con una intensidad que me avergonzaba, pensé que me iba a regañar, cuando me habló, “duermo sin nada” no dijo nada más y se lo quitó él.

Yo me incorporé, quedando de pie, en disposición a salir, pero su mano alcanzó mi muñeca. Un leve, pero firme guió mis labios a los suyos, que se puso de pie. El beso fue profundo, con fuerte sabor a ron, a ideas encontradas y prohibidas. Mientras me besaba, sus manos, gruesas y ansiosas, que inicialmente se habían aferrado a mi cintura con firmeza, se deslizaron bajo mi falda. Las sentí ascender por mis piernas, pasando por mis muslos con una prisa que no me permitió reaccionar o siquiera pensar.

No tardó en recorrer mis glúteos. Y lo hacía con la seguridad y la precisión de quien ya había memorizado mi cuerpo, como si lo hubiera recorrido en su mente tantas veces que el contacto físico era una mera consecuencia. No podía creer que estaba en esa situación, por años evité todo tipo de avances maliciosos, roces accidentales y comentarios lascivos. Creo que mi fascinación por don José, siempre fue su carácter, pero nunca lo dejaba de ver como mi suegro, una línea de cortesía respetuosa inquebrantable, que en ese momento se transformó en transgresión pura, decadente, yo sabía que el me deseaba hace mucho, y todos sus intentos por acercarse los evité con éxito hasta esa noche.

Con la misma fluidez, o quizás prisa, con que se había roto el respeto, me dirigió una cómoda que se ubica junto a la puerta, y desde atrás, buscó entrar en mí. Sentí como buscaba, y pese a mi húmeda excitación tardó varios intentos. Su pene se abrió paso, lenta y forzadamente, un embate doloroso pero mutuamente decidido. Y yo, consciente de que no podía emitir sonido alguno —con la familia a solo metros—, solo pude resoplar, mi aliento ahogado en la garganta, mientras, arqueando mi espalda y alzando la cadera intenté facilitar su tarea. 

Tras unos instantes desconcertantes mi cuerpo se adaptó a su pene. Esos primeros instantes de intensidad, de sensación de ser rasgada, me hundían en el silencio de la habitación que contrastaba con el ruido lejano exterior, los demás seguían riendo y hablando, los escuchaba con una claridad que otorgaba seguridad y a la vez la sensación de riesgo. Las tonterías de los borrachos, pensé tras una broma imberbe de mi esposo, que hablaba demasiado duro por las copas. Me concentré de nuevo en la sensación de empalamiento. sentía que iba a llegar al orgasmo en cualquier momento, pero solo empezábamos. 

Mi suegro mantenía un agarre firme, de lado y lado de mi cadera, y embestía con tanta fuerza mi cuerpo que la cómoda se balanceaba y golpeaba el porcelanato del suelo al caer de nuevo. El golpeteo resonó en el silencio, y tras una punción especialmente violenta, la cómoda resonó estrepitosa, como un tiro.

En ese instante, ambos nos detuvimos. El placer se congeló. Él clavó los dedos en mi carne, conteniendo la sorpresa, sin sacar ni un centímetro de su pene. Yo contuve mi respiración. Por un segundo interminable, solo existió el sonido de nuestras respiraciones agitadas y, detrás de la puerta, de nuevo la risa ininterrumpida de los ebrios, mezclada con groserías.

Nadie venía. La broma de mi esposo se extendió y se perdió en el aire. Creo que don José y yo nos sentimos autorizados a continuar con la fluidez inicial. Era como si nos diéramos cuenta de que la transgresión que perpetrábamos, nos mantenía a salvo de la interrupción, Don José me besó el hombro y acarició la espalda. Redobló la furia de sus embestidas. Yo ya no alcé la cadera para ayudar, sino para pedir más, replicando sus movimientos.

El golpe nos había enloquecido, y mi orgasmo contra la cómoda fue bastante notorio. Don José prosiguió unos instantes y separó su cuerpo del mio, apenas para guiarme, en un arrebato violento y decidido, a la cama. Caí sobre el colchón. Él me siguió de inmediato, girándome con brusquedad para que quedara encima, sobre su cuerpo.

No podía dejar de pensar en el excesivo contraste de tamaños. El hijo, con su pene pequeño, tierno, y casi femenino, acorde con su personalidad calmada y su afecto predecible. Y el padre, con ese miembro grande y la erección potente que emanaba su carácter dominante y masculino. Amaba al hijo, si, pero el padre que me poseía con solo mirarme, ahora me poseía completamente.  

Traté de moverme rápido, de llevarlo al clímax en mi, porque no tendríamos justificación para una demora prolongada. Pero, pese a mi intento consciente de controlar el final, la realidad era otra. Solo yo era arrastrada, una y otra vez, a orgasmo tras orgasmo. Estando ahí, encima de mi suegro, en ese riesgo latente, mi cuerpo no tenía límites de placer. 

Decidí separar mi cuerpo del suyo y descender mis labios a su pene, para intentar hacerlo llegar. Lo pude disfrutarlo a detalle. Ese era su cumpleaños 58, y ahí nos hallábamos, celebrándolo, sin condón. Bajarle fue delicioso, disfrutaba mucho su glande, y ayudaba a mis labios, con la mano. Yo queríia que lo disfrutara, un impulso en mi deseaba que llegara de una vez para salir corriendo, pero otra parte de mi, disfrutaba del visible placer que le producía todo. 

Tras algunos instantes y para descansar la boca, le masturbe, y se hizo evidente, el curioso rutilar de mi anillo que seguia el trayecto de mi mano en su pene. Parecía un detalle del que también se percató porque desplace mi mirada de su pene a sus ojos, y él me estaba mirando con una sonrisa en sus labios.  

Me concentré de nuevo es disfrutar de su sexo con mi boca, intentando llevarlo tan adentro como podía, acelerando el ritmo, mis labios trabajando con la obsesión de quien sabe que está haciendo algo mas que prohibido, y por prohibido, doblemente delicioso. Él sulto un gruñido ahogado, parecía que iba a gemir pero se contuvo. Su mano, se deslizó de mis cabellos, controlando la profundidad. era evidente que no le importaba el riesgo; le importaba la posesión. Sentí las pulsiones a través de su pene, y un espasmo en su base. El esperma irrumpió en mi boca, caliente, abundante, con el sabor delicioso que atribuí a una victoria personal. Su mano sostuvo firme mi cabeza, haciéndome tragar todo, mientras, detrás de la puerta, la música, los murmullos y las risas. 

Me puse y acomodé el vestido rápidamente, y aunque hubiera deseado esperar un poco para refrescarme, preferí bajar para poder fumar, o pensar, no estoy segura. “si te aburres sube otro rato” me dijo don José sonriendo, yo le conteste que trataría de subirle agua, como una promesa vacia de que iba a volver. En la cocina, miré a través de la ventana que da al patio, había pasado una hora y media, pues iban a dar las doce, y ellos ni se habían percatado de mi ausencia extendida. Salí a fumar, repasé las imágenes, y tras un rato le subí agua a don José, con el pretexto de ir a revisarlo. Estaba despierto y con la pantaloneta puesta.  

–<< Capítulo 1: Don José se sale con la suyas >>--

Un par de días después, mientras yo intentaba desesperadamente borrar el olor de la traición de mi piel, una excusa llegó servida como tema laboral, mi esposo me comentó que su padre necesitaba apoyo con unos contratos, estaba por iniciar un nuevo proyecto y, por supuesto, requería "asesoría jurídica". Yo traté de disimular, inventando pretextos que sonaban huecos incluso para mí. En el fondo, era evidente que Don José quería un tipo de apoyo muy diferente. Fue imposible convencer a mi esposo de que había una justificación verosímil para evadir a su padre, y yo no estaba segura de querer verlo de nuevo, después de haberme poseído, tampoco imaginaba como sería su reacción. Sin embargo, su intento de volver a verme, me revelaba su encubrimiento mutuo. 

Terminé accediendo, forzada por la insistencia de mi esposo. Y así, las mañanas de los sábados, el único día que tenía libre, quedaron agendadas. El tiempo se convirtió en un borrón. Los contratos eran la fachada perfecta para que, por semanas, volviéramos a cerrar las puertas de su oficina, y la adrenalina se volviera rutina. Sí, el proyecto y los contratos eran reales, y aunque la remuneración era generosa, por tratarse de mi suegro, ni mi esposo ni yo estábamos seguros de que aceptar fuera correcto. 

Tal como temía —o tal como deseaba—, lo inevitable terminó pasando. Durante uno o dos meses, que duraría la parte formal del proyecto, las mañanas del sábado se convirtieron en un cita fija entre suegro y nuera. 

La oficina de don José es amplia, aparte de su escritorio (que pese a su éxito es como el de los demás), está un archivo, una mesa y un  sofá recién instalado. Desde la primer sesión, se formó una especie de rutina, de orden, que se repetimos cada sábado: 

Le muestro mis avances en su escritorio, trabajo que adelanto entre labores de la semana, después conversamos un poco en el sofá, me desnuda, y dedica unos largos minutos a contemplar mi cuerpo, acariciándolo y estimulando cada curva y resquicio. Usa su lengua, recorre mi cuello, mis pezones con detalle, me recorre por completo. Y, en su momento favorito de ese primer momento, siempre termina estimulando mi vagina y ano con su lengua. Después le hago sexo oral. Mientras estimulo su pene, siempre habla de mi culo, de como “siempre supe que iba a mio”, o “te voy a volver una trabajadora muy eficiente y de planta”, también hace alusiones entre el anillo matrimonial y mi ano, respecto del cual parece obsesionado.   

Lo hacemos sin prisa en el sofá, en diversas variaciones del misionero y el cuatro, siempre hacemos lo que él llama la carretilla, el asiento caliente y el martillo de thor. Por lo general se viene la primera ronda cuando estamos  de pie contra el escritorio. Cerca de las diez y media hacemos una pausa. Si no tiene demasiado trabajo acumulado, seguimos otro tanto.a veces nos tomamos parte de la tarde.

Le gusta mucho que le haga sexo oral, y es un arte que he venido refinando. Si hay segunda ronda, por lo general empiezo chupando mucho rato, creo que disfruto tanto de hacérselo como el de recibirlo. Lo disfruto mas que el 69 que a él le encanta, aun asi, lo hacemos de forma regular. 

En total, han pasado cinco meses y sigo trabajando para él. se suponía que iban revisar unos contratos, luego, el inicio formal de la obra que tardaría un par de meses, hoy en día lo acompaño a las obras, y aunque me trata como a una auxiliar mas, pero no faltan los escarceos y el sexo a hurtadillas como si fuéramos adolescentes.  

Creo que su ayudante y el mensajero ya saben lo que pasa, en particular porque don José permite que fume en su despacho, cosa que no dejaba hacer a nadie. Al principio hasta me preguntaron, pero luego, pasaron a miradas maliciosas, sonrisas mutuas y cómplices entre ellos, y comentarios sutiles pero claros.  

Muy al principio, al tercer o cuarto sábado, don José ya se refería a “un nosotros” con una sonrisa apenas perceptible, y decía que éramos "como novios". Él intenta usar apelativos afectuosos que, por la seriedad imponente de su carácter, suenan un poco forzados y me causaba gracia. Pero, aunque yo lo tomaba a broma, la verdad es que mi suegro tiene razón, el placer culposo, la pasión y la intensidad, en lugar de decaer, han crecido, y nos ha vinculado cada vez más.   

Un aspecto curioso es la loción que usa, me encanta, pero es una mezcla de aroma rancio de poder, de decadencia, que ahora asocio a la traición a mi esposo, su fragancia aunque me impregna, nunca ha despertado malicia en mi esposo, y eso teniendo en cuenta que varias veces me ha recogido, aprovechando para saludar a su padre en la oficina, donde aun predomina el olor del sexo, el sudor y el cigarrillo. Es curioso como el aire acondicionado se mezcla con el humo creando una atmósfera pesada y decadente. 

–<< Capítulo 2: Cena los Tres >>--

Un jueves en la mañana, cuando había discurrido el primer mes, don José nos escribió a mi esposo y a mi, “vamos a comer carne a la parrilla esta noche, ahí en la bomba”,  se refería a un negocio muy cerca del centro comercial Mallorca, entrando a sabaneta. tras mensajearnos, planeamos encontrarnos todos allá, sobre las siete y media de la noche. Pero esa misma tarde mi suegro, varió un poquito los planes, me recogería a mí a las seis y cuarto, e iríamos juntos, y mi esposo llegaría directamente del trabajo. 

Cuando llegamos el cuidador informal nos sugirió una celda de parqueo muy cercana al local, pero mi suegro siguió hasta un punto mas apartado, y parqueo en reversa en una bodega. Yo instintivamente fuí a descender del carro cuando él me dijo “tenemos una hora antes de que llegue quedémonos aquí un rato”, mientras hablaba, descorrió la hebilla y abrió sus blue jeans. Yo me reí nerviosa, me causó gracia su ingenio, pero me preocupaba que las cámaras de seguridad de la bodega, nos captaran.

Conversamos un breve rato, nos dimos besos y besitos, y entre caricias, terminé llevando mis labios a su pene. Pasó de flácido a una sólida erección en mi boca, cosa que me excitó mucho. Me distraje pensando en lo mucho que gustaba el aroma almizclado de su sexo, su forma y su masculinidad palpitante. Me resulta delicioso que produce mucho precum,  cae en mi lengua, se mezclaba con mi saliva y pasaba a mi garganta. mis pensamientos fueron interrumpidos cuando me dijo que succionara con más ganas, con fuerza. Yo intenté seguir su instrucción.

Mi esposo llegó puntual, don José lo avistó y me dijo, pero yo no quería sacar su pene de mi boca hasta que no llegara. 

Llegamos a la mesa casi veinte minutos tarde, don José le dijo a mi esposo “que pena la tardanza, al carro le hacía falta una aspirada y no creí demorar”. Parecía un pretexto sin validez pero ninguno le dió importancia. Yo tenía el sabor de su semen en mi boca aún fresco, cuando hicimos el pedido, la mandíbula me dolía un poco, pero sobre todo, estaba acalorada. Me aterraba estar con los dos en la misma mesa, igual iba a suceder en algún momento, pero solo me podía sentir espectadora de mi misma, fingiendo normalidad.  

La conversación casual entre mi esposo y su padre, fluía normal hasta que mi suegro dijo muy sardónico, “los invite a comer porque estoy muy contento, estoy celebrando, conseguí novia, es una chica algo joven para mi porque tiene una edad parecida a la de Ana, y no se las puedo presentar porque es casada, pero es una preciosidad, y ya lo estamos haciendo pero no veo la hora de partirle el culo, es lo que más me atrae de ella, me enloquece desde que la conocí”. Yo empezaba a notar que de verdad le gustaba la idea de penetrarme analmente, varias veces me lo había dicho, pero yo no podía imaginar su pene entrando por mi ano, a decir verdad, me parecía curioso que mi esposo nunca me lo había propuesto. Por otro lado, también me llamó la atención que de alguna manera formalizaba el hecho de cuadrarnos, pero luego se refería anónimamente a mi, como un objeto y hacía comentarios sumamente humillantes: “esa vagina necesitaba mantenimiento real”, “la voy a entrenar como me gusta”.    

Mi esposo hizo bromas sobre la infidelidad, y se reía del marido cornudo, sin saber que se burlaba de sí mismo, le preguntó a su padre muchas cosas, al principio parecía una forma de poner conversación, pero era evidente por su insistencia que le causaba demasiada curiosidad. Don José le respondía con fluidez y soltura prácticamente escribiéndome a detalle. Pero mi esposo hizo una pregunta aguzada “papá ten cuidado las mujeres pueden ser un vicio terrible… por cierto ¿no será que el esposo sabe y le gusta todo eso? hay una moda con eso”. “No creo, de hecho es la primera vez que me preocupa que se entere el cornudo” le respondió.

–<< Capítulo 3: Una obsesión >>--

Acompañé a mi suegro a ver cómo se desarrollaban las obras, en una remodelación independiente del proyecto principal, era una casa de un antiguo cliente. Al llegar, eran casi las nueve, solo habían un par de trabajadores, el albañil y un ayudante, habían retirado el revestimiento del pasillo posterior. Ese mismo sábado debía ir el fontanero, pero aun no estaba en el lugar.

No entendí bien la tarea laboriosa les asignó en el patio, pero parte era organizar los escombros, y parte en una habitación que estaba al fondo que parecía una construcción independiente que en otro tiempo había sido una zona de lavado, y ahora parecía un cuarto útil. Cuando subimos al segundo nivel, pasamos a través de  una biblioteca y salimos al balcón interno, desde donde veíamos a los trabajadores. En ese balcón había escombros apilados, algunos muebles de baño, y materiales de obra. Don José y yo hablábamos bagatelas, él a veces hablaba con los trabajadores desde allí arriba, y ellos hablaban entre sí.

Me tomó por sorpresa cuando sentí la mano de mi suegro descendiendo por mi espalda baja y cadera, pero estaba segura de que el muro que servía de parapeto, impedía que los ojos curiosos del albañil o su ayudante, se percataran de lo que hacía esa mano inquieta. Entre la gracia que me causó la situación, la fuerza atrayente y dominante de su dueño, y la excitante situación, me permití el arrojo a solo estar ahí y sentir. 

No discurrieron un par de minutos, cuando un dedo suyo, el del medio, alcanzó mi ano, y detenido allí a veces ejerció presión y a veces acariciaba en círculos. Diciéndome que no tardaba, mi suegro se apartó unos instantes, y cuando volviò retomamos las mismas posturas de antes, uno al lado del otro, mirando para el patio. Su mano también retornó al lugar que ocupaba antes.

No tardé en darme cuenta lo que se fue hacer cuando se apartó, su dedo estaba lubricado, y transfería el fluido viscoso a mi piel haciendo círculos. Era una especie de aceite con un aroma particular, que se mezclaba con el ambiente de la obra y la loción de don José. Pronto causó una hipersensibilidad en mi cuerpo, electrizante y acumulativa, que además creaba un choque entre lo cálido del lubricante y el ambiente frío que ascendía por la humedad del patio. Don José de muevo me sorprendía, todo lo hace  delicioso. 

Yo he tenido siempre prevenciones con el sexo anal, pero ese día estaba ahí de pie, disfrutando las caricias y la suave presión que hacia el dedo de mi suegro. Él hablaba con los trabajadores, que ignoraban lo que pasaba, y terminaron en charlas y bromas que no se agotaban, y mientras tanto su dedo se abrió paso en mi, aunque parecía deslizarse con facilidad por el lubricante, causaba en mi la sensación de molestia que se hizo visible en mi rostro. Sin embargo su dedo retrocedía sólo para entrar más cada vez. 

Retiró su mano despacio y con disimulo, aplicó ante mis ojos una generosa cantidad de lubricante, del pequeño vial plástico que llevaba en el bolsillo. Esta vez lo llevó tan adentro como pudo ponerlo y lo dejo quieto. La poca molestia o dolor que me causaba, desapareció rápidamente. Yo estaba sorprendida, tanto como, cuando un segundo dedo se abrió paso, no sin esfuerzo. Tal vez dos o tres minutos pasaron, antes de que empezara a recorrer con plena libertad el camino de ida y vuelta a través de mí. Luego entendería que se trataba de un lubricante anestéscico.   

- No dejes de mirar con atención los trabajadores, me dijo mientras dándose la vuelta como quien se va, pero en realidad se agachaba detrás de mí. 

- No me dejes sola, -le dije cuando era tarde. 

- Tenés el poder de enloquecerme, toda tu me fascina, pero sabes que tu culo que me quita el sueño -dijo casi susurrando- 

Pude, en una rápida mirada, ver que mi suegro terminó sentado en el piso del balcón, justo atrás mío, con su seriedad habitual y con la mirada concentrada en ese punto de mi cuerpo como quien ejecuta una tarea de sumo cuidado, demasiado minuciosa. Mi cuerpo en cambio, se permitía sentir cómo era fornicado por su mano, a veces un solo dedo, a veces dos, a veces los sacaba de golpe y me escupía el ano.  

Todo pasaba tan vertiginoso, que no supe en que momento don José me había despojado de la ropa que llevaba de la cintura para abajo. Permanecía ahí, sentado detrás mío, y yo reflexionaba una de mis piernas, como poniendo la rodilla contra la áspera textura del parapeto, intentando con ello apoyarme. A veces apretaba mis glúteos, a veces los apartaba para escupirme, o para ver mejor, pero la mayoría del tiempo trabajaba en mi con sus dedos.    

Entonces sentí como su mano guió mi pierna hasta el suelo de nuevo, solo para jalar un poco hacia atrás y levantar mi cadera. Me quedé con los brazos apoyados en el borde, y sobre mis manos apoyé el mentón. Le pedí que no lo intentara, susurrando y moviendo mi cabeza a los lados, negando en un gesto casi infantil, pero en realidad deseaba saber que sensación nueva, en mi cuerpo, podía causar mi suegro. Él, que no me escuchó, puso su glande contra mi ano, y ejerció primero una suave presión en él, que luego aumentó. 

Sabía que debía controlar mis reacciones, por los trabajadores, pero fue imposible. La sensación contradictoria de placer y de dolor, la dilatación alcanzada por los dedos no era suficiente y percibía como una sensación de desgarro que se anticipaba. Cuando sentí que su pene se abría paso lentamente, venciendo la resistencia que mi cuerpo realizaba, me hicieron abrir los ojos ampliamente y tuve que resoplar. No hubo desgarro, la sensación anticipada era errada. Su paulatina y calculada penetración, me hacia redescubrir esa parte de mi cuerpo, si, me sentía empalada, pero no era tan doloroso.

- Aguanta, solo ha entrado la puntica - dijo como a punto de reir y acomodando su cuerpo.   

- No creo que aguante -le repuse

- Solo un poquito más -dijo  

Sentí que lo sacó un poco, no del todo y lo empujó con fuerza sosteniéndome el cuerpo desde mis caderas, lo hizo de nuevo y de nuevo, y en cada arremetida, su pene entraba más, expandiendo mi ano con la circunferencia de su eje. En mis pensamientos, el hecho que acontecía me parecía imposible. Él me insistía que no había entrado sino apenas una parte. Al final, mientras sentía su pene forzar la entrada, supe que esta era la conquista total que él había deseado desde el inicio. El lubricante con anestesia, su mirada, el peligro de los obreros... La vergüenza era infinita, pero el dolor y el placer se anudaban con la adrenalina. Estaba penetrando mi ano, clavándome contra la baranda, sentí que mi última línea inquebrantable se había disuelto.

ido al cuarto de trastes, pero arrojaban tentativas miradas. Era obvio, a esas alturas, tenían que ser conscientes de lo que pasaba, pues mi intento de disimular, poco podía haber encubierto la intensidad de los movimientos y sensaciones, tanto dolorosas como placenteras. 

Tras unos instantes que me parecieron eternos, don José se detuvo en su movimiento, quedándose quieto. Yo sentía la piel y los vellos de sus piernas contra las mías, y realice un par de pasos diminutos, un movimiento reflejo que hice hacia adelante para sacar su pene, movimientos que el repitió con pasos igualmente pequeñitos, para mantenerlo adentro. Me percaté de que toda su virilidad debía estar ocupando esa cavidad de mi que tanto había esquivado, porque su cuerpo estaba ajustado contra el mío. 

El dolor, que era intenso pero soportable, desaparecía, cuestión que definitivamente atribuí al lubricante que usó. Don José, que pareció reconocer el alivio repentino, recorrió el camino de ida y vuelta con su pene a través de mi ano. Cuando definitivamente me dobló el dolor, nos entramos para la biblioteca desde la cual se sale al balcón. Poco más de hora y media estuvimos en un sillón que había en esa biblioteca, yo le bajé y él a mi, me penetró vaginalmente. Eyaculó dentro de mí.    

Cerca de las doce emprendimos el retorno a la oficina donde mi esposo me recogería. Mi suegro, un poco lisonjero, intentó alagarme y agradecerme, exagerando un tanto la pasión que le producía mi “trasero”, describiendo lo hecho como un sueño que tenía pendiente de cumplir y que le hice realidad. 

Para mi también acaeció como un sueño, por lo irreal, la escena me resultaba imposible, los trabajadores, el balcón, etc pero sin duda lo que mas me sobrecogía era la sensación que me produjo el sexo anal, el dolor que empezaba a agudizarse como un eco, y la sensación de oquedad en mi cuerpo que necesitaba llenar. Lo miraba mientras hablaba y no entendía cómo producía esas sensaciones en mi cuerpo. Y si, debo confesar que el lunes siguiente aun me dolía, pero me excitaba sentir ese dolor. 

–<< Capítulo 4: En Proceso >>--

Si hasta ese día del balcón muchas cosas rondaban mi mente, a partir de ese momento, me distraía constantemente pensando en sexo y en mi matrimonio. Yo de verdad amo a mi esposo, me dije con honestidad a mi misma que las cosas con mi suegro eran solo sexo, y se lo dije a a él mientras le hacia sexo oral, porque me preguntó que pensaba de lo nuestro.

Pero también le confesé a don José que mi sexualidad se abría a un mundo desconocido, que por extraño que parezca me era mostrado por él, aunque amara a su hijo. Él bromeó sobre los cuernos, dijo que le encantaban las mujeres bien putas, y cosas así, pero centró su conversación en seguir trabajando juntos “progresar sobre los avances”, “a mi me gustaría que mi novia no este con nadie más,... bueno, salvo tu esposo, él puede hacerte sexo oral, pero solo eso, de hecho me encantaría que lo hiciera y me enviaras un puntico o algo cuando lo pongas a…”. 

Sus palabras me atravesaron porque él no tenia porque saber que nuestro sexo marital se había apagado hacía tiempo, pero además sugerir que lo pusiera a hacerme sexo oral, me parecía demasiado morboso, demasiado controlador, era una forma de extender su poder sobre mí, hacia mi matrimonio. Entendí que era un corneador.  

En mi interior si pensaba sobre su lugar en mi vida ¿Es él o es su pene? me preguntaba, también me auto engañaba o intentaba engañarme con falsas ideas “ya casi se acaba y todo va a ser normal”, “es solo una aventura que ya va a terminar”, pero eso me dije desde el principio.

No puedo saber qué piensa mi suegro, y no le creo a sus palabras lisonjeras. Pero estos cinco meses han pasado demasiado rápido. Ahora cuando me baño los sábados para ir a trabajar, me hago enemas y lavativas. Muchas cosas han cambiado en mi rutina, pero mi esposo las ignora, como los juegos de ropa interior que me pongo y que le encantan a don José, o un butt plug y un vibrador que llevo en el bolso los sábados. Evaluando las cosas como han acontecido, mi suegro y yo realmente nos hemos planteado una transición a trabajar de planta en su empresa, o cuando menos aumentar los días.


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