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El departamento de Lisa y Miguel respiraba una calidez densa, como si el aire mismo se hubiera espesado con el peso del deseo. El aroma del café recién hecho, mezclado con el musgo de los libros viejos, envolvía el espacio en una atmósfera que ya no era solo intelectual, sino carnal. Alexandra, con una sonrisa que prometía pecado, sostenía dos vendas de seda negra entre sus dedos. Sus ojos brillaban con malicia mientras observaba a Lisa y Miguel, sentados en el sofá de cuero, sus cuerpos ya tensos por la anticipación.
—Hoy no van a ver nada —susurró Alexandra, acercándose a Lisa primero, deslizando la venda sobre sus ojos con movimientos lentos, casi ritualísticos—. Solo van a escuchar. Mis gemidos, mis jadeos… eso les dirá si lo están haciendo bien.
Lisa inhaló profundamente cuando la tela oscureció su visión, pero no protestó. Sus labios se entreabrieron levemente, como si ya estuviera saboreando lo que vendría. Miguel, a su lado, sintió cómo el calor se le subía por el cuello cuando Alexandra se arrodilló frente a él, atando la venda con un nudo firme, pero no apretado. Sus dedos rozaron la mandíbula de Miguel por un segundo, y él contuvo el aliento.
—Las reglas son simples —continuó Alexandra, levantándose con gracia felina—. Me van a usar como la puta que soy. Me van a tocar, a lamer, a follar… pero —su voz se endureció, juguetona pero firme— yo no les daré placer a ustedes esta vez. Solo recibiré.
Miguel tragó saliva, sintiendo una gran excitación. La idea de no poder ver, de ser guiado solo por el sonido de los gemidos de Alexandra, lo excitaba más de lo que quería admitir. Lisa, por su parte, se lamió los labios, sus dedos crispándose sobre el cuero del sofá.
—Empiecen —ordenó Alexandra, recostándose contra la pared, sus piernas ligeramente separadas, invitando sin palabras.
Miguel se levantó con torpeza, sus manos temblando al extenderlas hacia adelante. El primer contacto fue eléctrico: sus yemas rozaron el hombro desnudo de Alexandra, luego bajaron por su brazo, sintiendo la suavidad de su piel, el calor que emanaba de ella. Alexandra contuvo un suspiro, pero no se movió. Detrás de él, Lisa se acercó, su aliento caliente contra la nuca de Miguel mientras susurraba:
—Tócala como si fuera tuya. Como si no hubiera un mañana.
Las palabras de Lisa fueron gasolina al fuego. Miguel dejó que sus manos exploraran con más confianza, deslizándose sobre los senos de Alexandra, sintiendo cómo los pezones se endurecían bajo sus dedos. Ella arqueó la espalda, un gemido bajo escapando de sus labios.
—Así… —murmuró Alexandra—. Más fuerte.
Miguel obedeció, pellizcando los pezones entre sus dedos, retorciéndolos con suavidad y firmeza mientras Alexandra jadeaba cada vez más. Entonces, sin previo aviso, se inclinó, capturando uno entre sus labios. La lengua de Miguel era cálida y húmeda, trazando círculos alrededor de la yema sensible antes de succionar con fuerza. Alexandra gimió, llevandl sus manos instintivamente a la cabeza de Miguel, enredándose en su cabello.
—Dios… —susurró, su voz quebrándose—. Así, justo así…
Lisa no pudo resistirse más. Se acercó por el otro costado y buscando con sus manos, encontró el otro seno. Comenzó a acariciarlo y pellizcarlo, escuchando las reacciones sonoras de Alexandra. Al escucharla disfrutar, ambos llevaron su mano libre a la entrepierna de Alexandra.
Tú en el clítoris y yo en su vagina -propuso Lisa-.
Ambos comenzaron a masturbarla siguiendo el ritmo y la excitación de los gemidos que escuchaban. Lisa introdujo un dedo y buscó la zona rugosa que volvía loca a Alexandra. Acarició su clítoris desde dentro, mientras Miguel lo hacía por fuera. De pronto, Alexandra tuvo su primer orgasmo.
Se incorporó y se puso por delante de Miguel, presionando su cuerpo contra el de él, sintiendo la dureza de su erección contra su trasero. Las manos de Miguel se deslizaron sobre sus caderas, y comenzó a moverse arriba y abajo suavemente para que ella sintiera lo mucho que lo excitaba.
Con un movimiento audaz, Lisa rasgó la tanga de Alexandra y acercó su boca, encontrando el calor húmedo de su entrepierna.
—Estás empapada —susurró Lisa, su voz un ronroneo obsceno—. ¿Ves lo que le haces, Miguel?
Miguel rió y comenzó a lamer la espalda de Alexandra. Ella, perdida en la sensación de la lengua de Miguel y la boca de Lisa explorando su coño, separó más las piernas, invitándolos a profundizar.
—Quiero más —exigió Alexandra, su voz temblorosa—. Quiero llevar el ritmo mientras busco mi placer.
El comando fue claro. Alexandra se tumbó de espalda y Lisa se recostó sobre ella, ubicando su boca sobre su clítoris. Sus manos y su boca comenzaron un sincrónico juego de estimulación haciéndola disfrutar al máximo.
Miguel, con torpeza, se acercó buscando la vagina de Alexandra y no perdió tiempo.
Voy a follarte como nunca -dijo Miguel-.
Comenzó a penetrarla firme y duro, cada vez con más fuerza y deseo. Lisa, recostada junto a ellos, no podía apartar sus manos del clítoris de Alexandra. Tocó, besó y lamió todo su sexo mientras era penetrada por Miguel, mordisqueando la piel sensible y descubriendo el capuchón del clítoris para aumentar las sensaciones. Lo frotó en círculos firmes mientras escuchaba cómo los gemidos de su amiga aumentaban cada vez más.
—Eres tan puta —susurró Miguel, su voz un susurro sucio—. ¡Pero eres nuestra puta!
Alexandra no pudo responder con palabras, pero el sonido que salió de su garganta fue respuesta suficiente. Sus caderas se movían al ritmo de Miguel, acercándolo con sus piernas para aumentar el roce de su vagina contra su pelvis, buscando más presión, más fricción.
—Dame más, más fuerte —jadeó Alexandra—.
Lisa volvió a los senos de su amiga y con un movimiento rápido comenzó a exprimir ambos pezones, lamiéndolos de vez en cuando y dando potentes mordiscos.
Alexandra gritó, su cuerpo sacudiéndose, pero Miguel la sujetó por las caderas, empujando su polla de vuelta entre su vagina. Posó una de sus manos sobre su monte de venus y con el dedo pulgar presionaba su abultado clítoris, mientras la penetraba con deseo y pasión.
Eres demasiado rica, Alexandra! -gritó Miguel-.
Alexandra se entregó, y entonces Miguel la volteó, dejándola al borde de la mesa. Comenzó a penetrarla en su ano, estrecho pero dilatado. Lisa tomó posición al borde de la mesa y desde abajo, arrodillada, comenzó a penetrar a Alexandra en su vagina con un vibrador, mientras con su boca continuaba estimulando su clítoris. Alexandra se movía, marcando el ritmo y su propio placer, mientras ambos se excitaban por hacerla disfrutar de esa forma.
Los tres perdieron la cuenta de los orgasmos de su amiga. Lisa y Miguel le daban placer sincronizadamente, rápido y sin piedad… todo se mezclaba en una sinfonía de lujuria.
—Voy a correrme —anunció Alexandra, su voz quebrada, sus muslos temblando—. No paren… no paren, por favor…
Otro orgasmo la golpeó como una ola, su cuerpo sacudiéndose violentamente, sus gemidos ahogados mientras su coño se contraía sobre la boca de Lisa, empapándola.
Miguel tampoco pudo aguantar más y gritó un gran orgasmo que llenó toda la sala. Lisa, sintiendo cómo el cuerpo de Alexandra se relajaba tras el clímax, retiró su boca y vibrador lentamente, lamiendo el jugo con un gemido de satisfacción.
Cuando todo terminó, el silencio fue casi ensordecedor. Solo se escuchaban las respiraciones agitadas, el sonido de tres cuerpos recuperándose del éxtasis. Alexandra, con una sonrisa perezosa, se levantó tambaleante y desató las vendas de Lisa y Miguel.
Los ojos de Lisa y Miguel se encontraron en la penumbra, brillando con algo más que deseo. Alexandra, satisfecha, se alejó hacia el baño, agradeciendo a ambos por tan exquisita velada.
Y en ese silencio, entre el sudor y los suspiros, ambos supieron que esto no terminaría aquí. Que esto era solo el comienzo.






