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En cuanto despegó el avión le susurré: -Mi Diosa, ¿serías capaz de conseguirte un macho en el congreso? Replicó con desdén: -¡Ja! ¿Con quien crees que estás hablando? -¡Ya verás!. No pude ocultar mi gran sonrisa y disfruté esas dos horas de viaje, dejando volar mi imaginación.
Luego de la última conferencia, le escogí a mi esposa ropa sexy y unos tacones muy altos (¡Adoro cuando queda mas alta que yo, así a ella no le guste!), subimos al bar y obviamente le llovieron hombres, le dimos el visto bueno a... (tengo que ponerle un nombre ficticio por razones obvias, de pronto lea esta historia, le pondré: ¡Juan!), Juan, era del gusto de mi esposa: Un poco mayor que ella, moreno, de su estatura (Bueno, con esos tacones, ¡imposible!), contextura mediana y muy varonil. Aclaramos todo, los dejé hablando y tomando en el bar y yo fui a la habitación a prepararlo todo, condones, hidratación, licores, lubricante, luces, música, temperatura, todo! (Yo era muy controlador en esa época). Esperé impaciente en la penumbra, con mi corazón desbocado y que se quiso salir de mi pecho al escuchar la risa tintineante de mi esposa. Emocionado, corrí a abrirles la puerta, la besé con fruición, la halagué muchísimo y luego saludé cordialmente a Juan, que se notaba nervioso pero contento. Les agradecí por permitirme estar ahí, les ofrecí algo de tomar y les reiteré que estaba tanto o más feliz que ellos. Mi esposa entró al baño a prepararse y le dije a Juan que se dejara llevar por mi esposa y que hiciera todo lo que ella quisiera, pero que debía ser dominante pues a ella le gustaba el sexo duro y sentirse sometida por un macho!. Me senté en mi rincón cornudo, levanté mi copa a modo de brindis, dejándole en claro a Juan que todo iba a estar bien.
Salió mi Diosa del Vestier con una lencería azul rey de encajes adherida a su hermosa y blanca piel, tenía aberturas en los senos y en la vulva que mi esposa cerró para que aparecieran luego sorpresivamente. Mi esposa se acercó como una pantera, ya descalza, su cabello dorado, ondulado y suelto hasta la cintura, la hacia ver mas felina, empezó a besar a Juan en la boca y a quitarle la ropa bruscamente, se le notaban las ganas y el gusto por su macho, se veía a leguas que estaba super excitada... ¡Y yo también!, empecé a masturbarme lenta y discretamente. Juan le correspondió y se sorprendió agradablemente al descubrir las ocultas aberturas de la lencería, escuché como se desgarraba el encaje y vi como se pegó desenfrenado a sus pechos, succionando sus pezones ardorosamente, yo sabía que eso a mí esposa le provocaba sus primeros orgasmos y supe que todo iba a salir muy bien. Juan la besó y acarició en cada centímetro de su cuerpo como si no hubiese un mañana (Seguramente intuía que ¡jamás iba a volver a tocar el cielo en su vida!), succionó su clítoris como una sanguijuela, probando la ambrosía que manaba de su divina vagina y completamente extasiado dijo: -¡Jamás había sentido en mi vida un sabor tan delicioso!. (Pensé: Pobre hombre, ¿Aún no te das cuenta que estás con una Diosa?).
Mi esposa llegaba una y otra vez, sus gemidos se escurrían lujuriosos hasta mi rincón cornudo aumentando mi placer cada segundo, hasta que escuché las palabras que adoro, salir de esa boquita: -¡Métemela ya!, ni bien terminó de ordenarlo y yo ya le estaba entregando un preservativo y lubricante a Juan, la penetró en un solo movimiento y hasta el fondo, ella se retorció y gimió entre los espasmos del orgasmo que le produjo la sola introducción, aullaba de placer y empezó a proferir improperios, cada cual más vulgar y dulce para mis oídos, pues mi mayor placer es su placer, porque la amo con locura, porque es mi Diosa!.
Juan la hizo suya con vehemencia, siempre macho, siempre dominante, le hablaba también de manera soez, la trataba de perra y de puta mientras le halaba su hermoso cabello al poseerla en cuatro, la penetraba profunda y ruidosamente al chocar su pelvis contra la de ella, al golpear sus testículos contra sus maravillosos glúteos, al ponerle sus delicados tobillos a la altura de sus orejitas y machacarla con violencia. Me di cuenta que la cambiaba a muchas posiciones, muy frecuentemente y entendí que el pobre Juan estaba tratando de prolongar su estadía en el cielo del sexo. Pero mi esposa se ponía realmente salvaje cuando quería su eyaculación, entonces lo cabalgaba violentamente gritando: -¡Me encanta el sexo! -¡Me encanta ser tan perra! -¡Me encanta ser tan puta! -¡Soy una Diosa del sexo!, se acariciaba el cabello, los senos, el clítoris las nalgas y se intentaba tragar el cuerpo de su amante comenzando por su miembro viril, una y otra vez, muy rápidamente, sin permitirle cambiar de postura y pidiéndole su leche (¡Ningún hombre aguanta eso!), haciéndolo llegar inevitablemente entre gritos, gruñidos y mas improperios.
Juan tuvo cuatro orgasmos durante esa noche y la madrugada, yo mientras tanto, les daba de beber y de comer para que aguantaran y siguieran la hermosa faena, también me encargaba de botar los condones llenos y de proporcionarle nuevos, de aplicarles lubricante cada vez que cambiaban de postura. Además, mantenía a mi esposa caliente haciéndole sexo oral y acariciándole sus perfectos y pequeños senos mientras ella besaba y masturbaba a su macho provocándole la siguiente erección. En cuanto Juan se erguía nuevamente y poseía nuevamente a mi Diosa, yo me retiraba a mi rincón cornudo, relamiéndome los labios de los jugos exquisitos que ese hombre había provocado en mi esposa y continuando con mi masturbación infinita.
Lástima que todo tiene su final, alrededor de las 3 de la mañana, Juan se retiró a su habitación, exhausto pero con infinitos agradecimientos y elogios para mí esposa y para mi, ella lo despidió hermosamente, con un gran beso en la boca, con su lencería ya destrozada y la puerta de nuestra habitación abierta de par en par, como enmarcando esa hermosa escena.... CONTINUARÁ...






