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Cuando estaba en la licenciatura entré al equipo de fut de la escuela.
El equipo femenil entrenaba en el mismo campo que nosotros y como ellas eran pocas a veces algunos vatos ayudaban a completar sus equipos para jugar.
Inmediatamente me fijé en la capitana del equipo; Karina Zago. Italiana, de aprox. 1.65 m., cintura angosta, nalgona y con unas piernas anchas y fuertes. Siempre estaba muy alegre y trataba de platicar con todos, de hecho jugaba mejor que varios de nosotros.
Después del fut iba al gimnasio de la uni y cerca está un dojo. Una vez pasé enfrente y vi a Karina con su karategui haciendo katas, me vio y me hizo un gesto alegre con la mano, respondí y seguí caminando.
Recuerdo que un día salí del gimnasio y me dieron ganas de tirarme en el pasto, me acomodé y cerré los ojos. De repente alguien dijo mi nombre, pensé que le hablaban a otro pero reconocí la voz, era Karina.
—Hola ANGEL—. Dijo con su acento que le da un hermoso timbre de voz.
—Hola Kari.
—¿Qué haces?
—Nada, quise venir al pasto. ¿Y tú? ¿Ya te vas?
—No, todavía voy a canto—. Respondió mientras dejaba caer su maleta.
—¿También cantas?—. Pregunté asombrado.
—Sí, además del fútbol y karate voy a clases de canto, violín y francés.
Comenzó a cantar en francés, su voz sonaba realmente hermosa y los gestos que hacía al cantar la hicieron ver lindísima.
—¿Qué te parece?
—Cantas muy bonito.
—Gracias—. Respondió sonriendo.
De repente se quitó los tenis y con un movimiento lento y sensual comenzó a quitarse el pants. Mi corazón se detuvo como por 3 segundos, llevaba un mini short debajo. Pude apreciar mejor sus muslos; bien torneados, firmes y duros. Se sentó junto a mí.
Mientras hablábamos se quitó los calcetines, dejando al descubierto sus pies blancos y pequeños, sus uñas estaban perfectamente cortadas y con un gelish carmesí, pero lo que más me gustó fue su arco de la planta perfectamente formado. En mi cabeza pasaban cosas como ¿A qué olerán esos pies después de jugar fut?, ¿Estarán rasposos por el karate?, ¡¿A QUÉ SABRÁN?!
—¿Me das mi maleta por favor?—. Me dijo interrumpiendo mis pensamientos.
Sacó una cajita.
—Me pongo exfoliante, porque con eso de andar descalza en el karate se me ponen feos los pies—dijo mientras se masajeaba cuidadosamente—. Me duché pero olvidé ponérmelo, ¿no te incomoda?
—No, para nada—. Dije tratando de disimular la excitación.
Terminó, se acomodó en el pasto.
—Acuéstate, no muerdo—. Me acomodé junto a ella y seguimos platicando mientras ella elevaba las piernas, cruzaba una pierna sobre la otra arqueada, movía los dedos… Yo nada más veía deleitándome.
Se hizo tarde, nos entretuvimos platicando y Karina no fue a canto, se puso el pants y yo me ofrecí a llevarla a su casa, aceptó con gusto y nos fuimos. Los siguientes días seguimos platicando en los entrenamientos, a veces iba a verla al dojo sin que ella se diera cuenta, y nos hicimos amigos.
Un día quedamos en ir a un bar. Karina bebía un tequila tras otro, su carita blanca se puso chapeada. Pasando la una de la mañana me dijo:
—¿Me acompañas a mi casa?
—Claro.
Nos fuimos. Su casa está muy cerca de ese bar así que decidimos caminar.
—Creo que sí me movió el tequila je je—. Dijo con voz mareada.
Le di mi antebrazo para que se sostuviera pero pasó su brazo a través de mi cintura y recargó su cabeza en mi hombro, la sujeté con cariño. Yo me sentía como Enrique VIII, iba encantado aspirando el dulce olor de su cabello.
Llegamos a su casa.
—¿Quieres pasar?
—Sí—. Dije con gusto.
Se dejó caer exhausta en el sofá.
—Creo que no hay nadie. ¿Quieres tomar algo?
—Sí.
—En ese mueble están las botellas, yo quiero un tequila.
Le serví uno y me senté junto a ella. Comenzó a cantar mientras se quitaba las zapatillas, sus pies tenían la marca de las tiras de las zapatillas plateadas.
—¿Quieres escuchar mi linda voz o quieres poner música? Violín no puedo tocar porque creo que no coordinaré je je.
—Canta, siempre me gusta escucharte.
Siguió cantando mientras se sobaba la pierna.
—¿Estás bien?
—Me duele la pantorrilla, creo que me lastimé en karate.
La acaricié levemente, quería bajar hasta su pie pero me contuve.
—Tengo una amiga que es kinesióloga, le diré que me revise.
—¿Te pusiste el exfoliante?—. Dije sonriendo.
—Sí, en la mañana.
Me miró mordiéndose el labio.
—Ve a mi habitación, en mi tocador hay un gel que se llama “Active”, tráelo—. Me ordenó.
Volví a sentarme junto a ella.
—Sóbame —dijo subiendo sus piernas en mi regazo—. Empieza con la pantorrilla que me duele.
—Oui mon amour—. Me eché un poco de gel en la palma de la mano y empecé a sobar su pantorrilla con delicadeza, su piel estaba tibia.
—¡Con fuerza, que se note que levantas pesas!—. Dijo autoritaria.
Eché más gel en mi mano y masajeé con fuerza, me perdí en su suave y lisa piel, después seguí con su pie; con los pulgares amasé su planta, acaricié sus dedos y el dorso de su pie. Volteé a verla, me miraba fijamente con una sonrisa muy coqueta. Tomé su otra pierna para hacer lo mismo pero me tomó de la camisa y me jaló hacia ella, nos hundimos en el sofá besándonos apasionadamente. Acariciaba y apretaba sus muslos con lujuria mientras ella me frotaba la entrepierna. Se incorporó.
—Vamos a mi cama—. Dijo jalándome.
La desvestí delicadamente, su espectacular cuerpo quedó ante mí; su piel de leche con pecas en el pecho, sus tetas pequeñas y redondas, y su vagina rosita perfectamente depilada.
Tomando una pose como de la Maja Desnuda me dijo:
—Tómame, soy tuya esta noche.
Terminé de desvestirme y como Alejandro Magno antes de entrar a Babilonia hice todo lo que mi principessa italiana me pidió.
Sus piecitos estaban raposos, tenían el olor de sus zapatillas, el sabor era salado y húmedo. El sexo pasó a segundo término, yo me dediqué a adorar sus hermosos pies y sus pesadas piernas.
Estuvimos juntos casi dos años, aproveché cada momento para satisfacer mi fetiche. Sólo le pedía que los días que jugara fut y practicara karate no se lavara los pies.






