Guía Cereza
Publicado hace 6 días Categoría: Tríos 205 Vistas
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La caminata desde la playa hasta el alojamiento de Mauro y sus amigos fue corta, pero cada paso se sentía cargado.

Cuando llegamos, adentro estaban sus amigos, uno en la cocina armando tragos, otro tirado en un puff, y el tercero sentado en una mesa revisando su celular. Todos levantaron la vista cuando entramos.

Me senté en un sillón mientras Mauro se apoyaba en el marco de la puerta, mirándome sin disimulo. Su camiseta blanca mojada dejaba ver el contorno de su pecho. Y yo lo miraba también. Le sostenía la mirada. La tensión era insoportable… y deliciosa.

Dio dos pasos hacia mí. Me guió por el pasillo, dejando atrás la música, las voces de sus amigos. Caminé con las piernas temblorosas, con la respiración alterada. No sabía qué iba a pasar… pero sí sabía lo que quería.

Sentía el calor subirme desde el pecho hasta las mejillas. No sólo por el alcohol.

Mauro me sostuvo la mirada, sin parpadear.

—¿Y vos qué querés hacer?

Respiré hondo. Sabía que podía decirle que cerrara una puerta, que apagaran las luces, que nos fuéramos a otro lugar. Pero no quería eso. Quería que me miraran. Quería ver en sus ojos el deseo sin filtros.

Entonces me acerqué a Mauro y le hablé bajito, para que solo él me escuchara.

—Quiero hacerlo con vos… ahí —señalé con la mirada el pasillo, la habitación al fondo, cuya puerta estaba entreabierta—. Pero no quiero que la cierres. Quiero que tus amigos escuchen. Que miren, si quieren.

Mauro soltó una risa seca, sorprendido y excitado a la vez.

—¿Estás segura?

—Nunca estuve tan caliente —le susurré.

Él me tomó de la mano y me guió hacia el pasillo, pero al pasar por la sala, se detuvo y miró a los demás.

—Che… dejamos la puerta entreabierta. No vayan a espiar, eh.

Nico soltó una carcajada.

—Eh, amigo, no te ortivés. Los pibes queremos ver qué pasa.

—Yo nomás digo —dijo Mauro, intentando disimular la sonrisa picarona.

Tomi se reacomodó en el puff, con una sonrisa sucia. Nico no dijo nada, pero su mano se deslizó al bolsillo. No necesitaba adivinar para saber qué iba a hacer con esa mano después.

Entramos en la habitación. La luz del pasillo entraba de costado, suficiente para ver nuestras siluetas. El colchón estaba deshecho, las sábanas revueltas, como si alguien ya hubiera cogido ahí esa misma tarde. El olor a sal y madera vieja me rodeaba. Me sentí mojada antes de que siquiera me tocara.

Mauro me empujó suavemente contra la pared y empezó a besarme el cuello, lento, arrastrando la lengua, bajando por el escote de mi bikini. Con cada beso, mi respiración se agitaba más. Pero no podía evitarlo: giré la cabeza. Desde la cama, alcanzaba a ver el living. Fede se había sentado en el respaldo del sillón, con los ojos clavados en nosotros. Tomi seguía con su media sonrisa. Nico... no lo veía bien, pero imaginaba sus manos.

—Están chusmeando —le dije a Mauro, mordiéndole la oreja.

—¿Y? —dijo él, bajando la mano por mi espalda hasta apretarme el culo—. ¿Te calienta eso?

—Sí —dije sin dudar—. Mucho.

Él me giró y me inclinó sobre la cama, dejando mi culo levantado, expuesto, mientras mis pechos rozaban las sábanas. Me bajó lentamente el short y después la parte inferior del bikini y soltó un suspiro al ver lo mojada que estaba.

—Mirá cómo estás —dijo, pasándome un dedo entre los labios—. Esto no es sólo por mí. Es porque sabés que te están mirando.

—Quiero que lo hagan —susurré—. Quiero que se imaginen que son ellos.

Hubo un pequeño silencio. Y después, desde el pasillo, se escuchó la voz de Tomi:

—¿Se puede entrar?

Mauro se rió.

—Podés mirar desde ahí. Pero si ella dice que sí...

Lo miré por encima del hombro. Sonreí.

—Por ahora que mire.

Y me empujé hacia Mauro.

Me ardían las mejillas. Y no solo por el calor del cuarto cerrado o el cuerpo de Mauro encima del mío. Era la mezcla embriagante de miradas, deseo contenido, y el eco de sus voces masculinas en el pasillo. Me sentía borracha de poder. De deseo.

Mauro se bajó el pantalón y me acarició lento, con sus dedos rozándome justo donde más los necesitaba. No se apuraba. Sabía lo que estaba haciendo.

Desde el pasillo, alguien chistó suave. Luego, Fede habló:

—Boludo, miren: se la está por coger.

Me mordí el labio, húmeda, avergonzada y más excitada que nunca.

—Que se acerquen un poco más si quieren mirar bien —dije de pronto, girando apenas el rostro hacia el marco de la puerta. El alcohol me soltaba la lengua. Me hacía sentir audaz.

Tomi asomó la cabeza, medio cuerpo adentro. Sonrió. Le brillaban los ojos.

—Sos tremenda, Vicky. Pobre tu novio… si supiera.

—Él fue el que me dejó venir —respondí sin filtros, clavándole la mirada—. Me dijo que hiciera lo que quisiera.

Mauro gruñó de placer, presionando su glande contra mi entrada. Me estremecí.

—¿Y qué querés ahora? —me preguntó él, pasándome la punta por los labios húmedos, sin penetrar todavía.

Me arqueé contra él, ansiosa.

—Quiero que me cojas —jadeé—. Así, como me estás viendo. Que me miren tus amiguitos mientras me llenás.

—¿Así de abierta?

—Más. Dale nene, no los hagas esperar más —sollocé contra las sábanas, moviendo la cadera para provocarlo—. Metémela, Mauro. Mostrales cómo me cogés.

Eso fue todo lo que necesitó.

Me tomó de las caderas con fuerza y me empaló de una sola embestida. Grité, sin filtros. Era un grito lleno de placer, alivio, lujuria. Se sintió como si mi cuerpo hubiera estado esperando exactamente ese momento desde que llegamos.

—¡Uff, boludo! —exclamó Tomi—. ¡Mirá cómo la agarra!

—No parés —murmuré entre gemidos.

Mauro me garchaba con fuerza, cada golpe de su pelvis haciendo chocar mi cuerpo contra el colchón. El sonido de la carne, húmedo, intenso, se mezclaba con mis jadeos, sus gruñidos, y los comentarios que seguían viniendo desde el pasillo.

—Nunca vi una mina tan puta y tan linda al mismo tiempo —susurró Nico—. Mirá cómo lo disfruta.

—¿Te imaginás si nos dejara turnarnos? —bromeó Fede.

Me giré un poco, con una sonrisa entre dientes, el rostro brillando de sudor.

—Tal vez… después —solté, con voz temblorosa—. Si Mauro me deja con ganas.

—¿Escuchaste, amigo? —se rió Tomi—. Apurá los trámites que con los pibes ya estamos ansiosos.

—Cerrá el orto —gruñó Mauro—. Todavía no terminé con ella.

Y me levantó la pierna, cambiando el ángulo, entrando más profundo. Grité otra vez, esta vez sin pudor, mientras me dejaba caer contra el colchón, desarmada, llena.

Me cambió de posición varias veces, con urgencia, decisión, dominio. Me hizo chupársela hasta atragantarme con su verga. Lloraba con la mandíbula desencajada, haciéndome babear. Prácticamente me cogía la boca, agarrándome del pelo y la nuca.

Sabía que estaba siendo observada. Que cada gesto, cada sonido, cada jadeo se quedaría en la memoria de esos tres tipos. Y eso… eso me hacía acabar más rápido.

No sabía cuánto tiempo pasó. Solo que cuando Mauro se vino dentro mío, gritando mi nombre mientras me descargaba toda su leche en la garganta, yo ya había terminado dos veces ayudándome con mis dedos. Y los otros tres… estaban mudos. Silenciosos. Testigos de algo que no podían tocar, pero que les iba a quedar pegado a la piel por mucho tiempo.

Mauro salió de mí despacio. Yo gemí, vacía de golpe. Me eché de espaldas a la cama y abrí bien las piernas, completamente desnuda, los labios hinchados, la piel brillante. Sabía que desde el pasillo podían verme entera. Sabía lo que estaba mostrando.

—Vengan —dije con la voz ronca, mirando hacia la puerta—. Si van a mirar, háganlo bien.

Hubo un murmullo. Una risa ahogada. Luego Fede fue el primero en entrar. Llevaba el vaso en la mano, pero los ojos clavados entre mis piernas.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Mauro, con una mezcla de asombro y lujuria.

—Quiero que me vean. Que se pajeen si quieren. Que se imaginen que son ustedes —dije mirando uno por uno, sentándome en el borde de la cama, las piernas aún abiertas, desafiantes—. Quiero sentirme más puta que nunca.

Tomi y Nico ya estaban en la puerta también. Los tres miraban como si no creyeran lo que estaban viendo.

—Mauro, ¿no te jode? —preguntó Fede, aunque su mano ya bajaba por su pantalón.

—Mientras no la toquen… —dijo él, y se sentó en una silla al costado de la cama—. Miren todo lo que quieran. Es de ella esta escena.

Y ahí me solté.

Me recosté en la cama, de costado, mostrándoles la curva de mi cuerpo. Pasé una mano por mis pechos, apretándolos con descaro, y luego bajé por mi vientre, hasta acariciarme. Me abrí los labios con dos dedos, mostrándoles lo mojada que seguía.

—Miren lo que me hizo —les dije—. Me cogió como una perra. Y todavía quiero más.

Nico se sentó en el borde del sillón, con la bragueta abierta ya. Fede no se molestó en disimular: se bajó el cierre y empezó a pajeársela mientras me miraba directo, como si cada movimiento mío fuera suyo.

Tomi suspiró.

—Dios, no puedo más. Sos una locura, Vicky.

—¿Les gustaría estar acá, en lugar de Mauro? —pregunté, subiendo dos dedos a mi boca y chupándolos lento, provocadora.

—Yo te re cojo —dijo Fede, sin filtros—. Así, con la boca sucia, mirándome.

—Te la pondría en cuatro —añadió Nico.

Mauro me miraba. No decía nada. Sólo me contemplaba con orgullo sucio, con esa sonrisa torcida que le quedaba perfecta cuando estaba caliente.

Yo seguía tocándome. Abierta, gemiendo, completamente desnuda. Y ellos ahí, tres tipos pajeándose con mi cuerpo, con mis gemidos, con mi olor llenando la habitación.

—¿Y si me los cojo a todos? —pregunté jadeando, sintiendo cómo me estremecía otra vez—. Uno en la boca… otro atrás… otro mirándome desde arriba… ¿Quieren eso?

—¡Sí! —dijeron casi al unísono.

Y justo ahí, mientras Mauro me miraba desde la silla y sus amigos se tocaban desesperados, me corrí otra vez. Grité. Me arqueé. Me sacudí.

Estaba empapada. De Mauro, de mí, de deseo. Y de esas miradas. Tres pares de ojos clavados en mi cuerpo como si fueran llamas. Los tres con las manos ocupadas, pajeándose sin pudor frente a mí. Mauro, a un costado, en la silla, con los pantalones bajos y su verga aún húmeda, me miraba con esa mezcla de orgullo y lujuria que me partía al medio.

Yo tenía el cuerpo abierto sobre la cama, los dedos todavía dentro, los pezones duros y rojos de tanto manosearlos.

—Vengan. No quiero que se queden allá. Quiero sentirlos más cerca. Quiero que se vengan conmigo.

Hubo un segundo de silencio. Fede fue el primero en dar un paso al frente. Después Tomi. Nico dudó apenas, pero cuando vio mi lengua lamiendo dos dedos con lentitud, se acercó sin decir una palabra.

Mauro no los detuvo. Solo se reclinó en la silla, con la verga semi-erecta entre sus dedos, acariciándola despacio mientras me miraba con los ojos prendidos fuego.

Fede se sentó en la cama, a mi derecha. Tomi, del otro lado. Nico quedó de pie, frente a mí.

—¿Estás segura? —preguntó Fede, con la respiración agitada.

—Estoy más caliente que nunca —le dije, agarrándole la verga sin avisar. Estaba dura, palpitante—. Y ustedes no hacen más que mirarme. Es hora de que me usen un poco.

Lo envolví con mi boca sin pensarlo. Me lo metí hasta el fondo, haciendo un sonido húmedo y sucio que los volvió locos. Fede soltó un gruñido profundo.

—La puta madre…

Tomi me acariciaba las piernas, besándome las rodillas, los muslos. Subía lento, rozando apenas, como si tuviera miedo de romper algo. Pero yo ya no quería suavidad.

—Más fuerte —le ordené—. Apretame. Tocame como si fuera tuya.

Nico se arrodilló a los pies de la cama y empezó a besarme las pantorrillas, los tobillos, subiendo también. Estaba rodeada. Encerrada entre cuerpos calientes, duros, ansiosos. Mi corazón latía como un tambor.

—¿Querés que te coja, Vicky? —preguntó Tomi, ya acariciando mi entrada con sus dedos gruesos.

—Sí. Todos ustedes. Uno a la vez… o juntos. No me importa. Quiero sentirlos.

Mauro soltó un jadeo desde su silla.

—Así me gusta verla —dijo con la voz ronca—. Entregada. Con las piernas abiertas para mis amigos.

Fede tiró de mi pelo con fuerza, guiando su verga dentro de mi boca otra vez. La garganta se me llenó de él. Me encantaba el sabor, el olor, la sensación de que estaba siendo usada por todos. Lo que más me calentaba era saber que no había vergüenza. Solo deseo. Solo carne.

Tomi se colocó entre mis piernas y sin preámbulos me la metió. Fuerte. Profundo. Me hizo arquear la espalda y soltar la verga de Fede con un gemido ahogado.

—¡Sí! Así, Tomi. Dame más.

Nico se subió a la cama y me ofreció la suya en la cara. No esperó mucho: la tomé con ambas manos y la lamí desde la base hasta la punta. El sabor salado me llenó la boca. Lo tenía a uno dentro, otro cogiéndome y otro esperando su turno.

Era un caos hermoso.

—No paren.

Me cogieron en turnos, a veces dos a la vez. Cada uno me llenó de placer, de jadeos, de semen caliente. Mi cuerpo temblaba, mojado, satisfecho, sucio, salvaje.

Esa noche, en Mar del Plata, dejé de ser solo la novia de Lucas.

Me convertí en la fantasía cumplida de cuatro hombres… y en mi versión más real y libre.

—Mirá cómo tiembla —dijo Nico, acariciando mi abdomen con la palma—. Está empapada.

—Está pidiendo que la rompamos —agregó Fede, ya mordiendo mi cuello—. ¿Nos das permiso, Vicky?

—Hagan lo que quieran conmigo —susurré, con la voz ronca—. Pero no se guarden nada.

Tomi fue directo. Me levantó una pierna y la sostuvo sobre su hombro, su cuerpo fuerte contra el mío. Mauro, todavía sentado, se pajeaba con calma, los ojos fijos en mi expresión: los labios entreabiertos, los ojos entornados, las manos aferradas a los cuerpos que me rodeaban.

—Está en trance, boludo —murmuró Nico—. Se nos va a desmayar de placer.

—No se me va nada —dije, mirándolo de frente—. Me están haciendo vivir. Me están haciendo gritar. No paren.

Manos por todas partes. Una boca en mis senos, otra en mi cuello. Besos que se volvían mordidas. Dedos que entraban y salían, frotaban, exploraban. Los chicos perdieron la timidez. Me decían cosas, me provocaban, competían por mis gemidos.

—¿Quién te gusta más, Vicky? —preguntó Fede, jadeando mientras me levantaba las caderas con ambas manos—. ¿Cuál te hace gritar más?

—Todos. No puedo elegir. Siento que me derrito con cada uno.

Nico me sujetó del cabello y me hizo mirarlo mientras hablaba:

—¿Te gusta que te usen así, putita?

—Me encanta —le dije, lamiendo mis labios—. Estoy hecha para esto.

El cuarto olía a sexo, a sudor, a noche sin freno. La cama crujía, los cuerpos chocaban. Me sentía venerada. Entregada. Llena. Cada uno de ellos me estaba dejando una marca. Mauro era el único que no me tocaba, y sin embargo, era el que más control tenía. Y en el fondo, a quien más yo deseaba.

No sabía de dónde salía esa autoridad, pero Mauro hablaba y todos lo obedecían. Su voz no era violenta, ni siquiera particularmente fuerte. Era firme. Segura. Como si siempre hubiera sabido que ese momento iba a llegar. Como si siempre hubiera querido tenerme así, para él… y para compartir.

—Cambiála de posición —dijo, con una calma que me hizo temblar—. Quiero verla de espaldas ahora.

Los chicos se miraron entre sí, sudorosos, excitados, como si un código secreto se hubiera activado. Fede fue el primero en reaccionar. Me tomó suavemente de la cintura mientras Tomi me acariciaba el pelo.

—¿Estás bien, Vicky? —me preguntó, con un tono que mezclaba ternura y fuego.

—Nunca estuve mejor —jadeé—. Hagan lo que Mauro diga.

Mauro sonrió desde su silla. Estaba inclinado hacia adelante, con los codos sobre las rodillas, los ojos fijos en mí. Lo que más me excitaba no era lo que hacía, sino lo que no hacía. Observaba como un estratega. Como si supiera exactamente cuándo intervenir.

—Que no deje de mirarte, Nico —le dijo—. Quiero ver su cara. Quiero que no se pierda ni un segundo de esto.

Nico me sostuvo del mentón y me obligó a mirarlo. Pero no podía dejar de mirar también a Mauro. Sentía que todo lo que ocurría en esa habitación giraba alrededor de él, aunque no me tocara.

—Estás hermosa así —dijo Mauro, sin moverse—. No sabés cuánto envidio a Lucas.

Tomi me sujetó fuerte, marcando el ritmo. Fede jadeaba contra mi espalda. Nico me susurraba cosas al oído. Yo solo podía gemir, con la boca entreabierta, los sentidos colapsando.

—¿A quién querés primero después? —me preguntó Mauro—. ¿A quién vas a suplicar?

—A vos —le dije, casi sin voz—. Pero todavía no. Todavía no, por favor. Quiero que sigan…

Mauro asintió. No necesitó decir nada más. Y ellos entendieron.

Era como estar dentro de un ritual. Mauro guiaba, yo me ofrecía, y ellos ejecutaban. A veces me tomaban con violencia, otras con devoción. Me levantaban, me movían, me recorrían. La cama crujía, las risas se mezclaban con gemidos, y yo… yo me sentía adorada.

—Estás en otro mundo, Vicky —dijo Nico, acariciándome el rostro mientras los demás jadeaban—. ¿Sabés cómo nos vas a quedar grabada después de esto?

—No quiero que me olviden nunca —dije, totalmente ida.

La mirada de Mauro se endureció un poco. Se levantó por primera vez en la noche. Caminó lentamente hacia la cama. Sentí un escalofrío. El aire se volvió denso.

—A ver, banquen un toque —ordenó.

Los chicos obedecieron al instante. El silencio fue absoluto. Mauro se inclinó, me tomó de la nuca y susurró cerca de mi oído:

—Y ahora, Vicky… es mi turno de nuevo.

El silencio pesaba como una ola caliente sobre la habitación. Mauro estaba de pie frente a mí. No hizo ningún gesto exagerado. No levantó la voz. Solo me miró, con esos ojos que ya no preguntaban nada. Ordenaban.

—Quedate así —dijo con calma, mientras acariciaba mis labios con los dedos—. No digas una palabra.

Yo asentí. Sentía el pulso en los labios, en los muslos, en la garganta. Estaba desnuda, vulnerable, temblando… pero más viva que nunca. Los chicos se habían quedado en los bordes del colchón, algunos sentados, otros de pie. Nadie hablaba. Nadie se atrevía a moverse. Todo giraba alrededor de él. De Mauro.

Me tomó del mentón y me obligó a mirarlo.

—¿Esto es lo que querías? —preguntó, sin suavidad.

—Sí…

—¿Así? ¿Frente a ellos?

Tragué saliva, apenas pude murmurar:

—Más que nada.

Él sonrió, pero no era una sonrisa tierna. Era segura. Consciente de que yo ya era completamente suya.

Sentí cómo me observaban otra vez. Cómo las miradas me recorrían como si fueran manos. No había pudor. No había juicio. Solo admiración cruda. Deseo. Calor.

Me hizo girar. Me acomodó como si fuera su obra. Como si mi cuerpo le perteneciera, como si llevara años planeando ese momento. Yo gemía, respiraba entrecortado. Ya no sabía si me excitaba más lo que él hacía o el hecho de que todos lo estuvieran viendo.

Nunca imaginé que una habitación tan pequeña pudiera contener tanta tensión. No había música, ni voces superpuestas. Solo el sonido de nuestras respiraciones, el crujido de la cama, y esa presencia que dominaba todo: Mauro.

Estaba detrás de mí, pero no hacía falta verlo. Lo sentía. Sentía su fuerza, su pija entrando y saliendo de mí, como si me castigara por ser tan puta.

Los chicos se miraron entre sí. No había envidia. Había otra cosa. Algo más parecido a admiración. Nico murmuró un "qué hijo de puta" apenas audible. Fede sacudió la cabeza con una sonrisa de incredulidad. Tomi tenía los ojos clavados en mí, en cómo respondía, en cómo temblaba.

Aún me latía el cuerpo cuando Mauro se incorporó un poco, sin salir de mí. Tenía la mandíbula apretada, los músculos tensos, como si estuviera conteniéndose. Su mirada ardía sobre la mía.

—Dale, deciles cómo te gusta —me dijo en voz baja, pero firme, para que todos lo oyeran.

—Me gusta tu pija, Mauro… —dije con voz ronca, casi un gemido—. Me calienta… es tan dura, bebé.

Se escucharon risas suaves, cargadas de morbo.

Mauro me agarró con fuerza de las caderas y empezó a moverse otra vez. Esta vez más rápido, más profundo. Me sentía completamente abierta, invadida por su cuerpo, por sus palabras, por las miradas.

—No pares… así… así…

Entonces me cambió de nuevo. Me levantó con rudeza, me puso de rodillas sobre el colchón, con el torso hacia adelante, la cara girada hacia ellos.

—Miren esto —dijo Mauro con tono posesivo.

Me tomó desde atrás, sus caderas golpeando contra mí con fuerza, con ese sonido húmedo que ya llenaba la habitación. Yo gemía, con la boca entreabierta, los pezones duros, el pelo cayendo por mi cara. Sentía los ojos de todos encima.

—Te gusta ser nuestra puta, ¿no? —me preguntó Mauro, jadeando mientras embestía.

—Sí… soy suya… toda suya…

—¿Querés que alguno de ellos se te acerque ahora? —insistió él, bajando una mano para jugar con mi clítoris mientras me embestía sin pausa.

—Sí… el que quiera… que venga…

Y fue Tomi el que se levantó primero. Se subió a la cama y se arrodilló frente a mí. Su erección rozó mis labios, y no dudé. Lo tomé con una mano y lo envolví con la boca, mientras Mauro seguía dentro mío, profundo, marcando un ritmo salvaje.

Eran sus jadeos mezclados, sus cuerpos sobre el mío, el calor, el sabor salado de la piel, el olor a sexo flotando como un vapor denso. Era como si me desdoblara: una parte mía gritaba de placer, otra lo observaba todo y pensaba: nunca volví a ser la misma después de esa noche en Mardel.

Y los demás se fueron acercando, sumándose. Mauro no paraba, no cedía. Yo era el centro de todo, y me encantaba.

—Mirá cómo la comparto —dijo Mauro, sin dejar de cogerme—. Pero esta sigue siendo mía.

Y en ese momento, sentí que me venía con una fuerza que me hizo gritar. El cuerpo entero se me tensó, temblé como si el mundo se estuviera deshaciendo debajo mío. Mauro me sostuvo, me apretó contra él y me llenó al mismo tiempo que me hacía suya otra vez.

Cuando caí rendida sobre la cama, escuché los gemidos de ellos también, uno tras otro, descargándose sobre mí, o cerca, o viéndome acabar.

Mauro me acarició el pelo y me dijo:

—Mirá lo que lográs con solo mirarlos así… Sos fuego, Vicky. Sos adicción.

Y yo, con la voz temblorosa, solo pude decir:

—Nunca voy a olvidarme de esta noche.

El cuerpo me ardía, cada movimiento de Mauro detrás de mí me sacudía entera. Sentía la piel sensible, los músculos tensos, la respiración entrecortada.

Él me tomaba de la cintura con las dos manos, marcando el ritmo, cada vez más fuerte, como si me hiciera suya una y otra vez. Los golpes de sus caderas contra mi cuerpo se sincronizaban con mis movimientos de boca sobre el miembro de Tomi, que empezaba a gemir sin pudor.

—Qué bien que la chupa, boludooo.

Estaba al borde. Lo notaba por cómo se tensaba, cómo respiraba.

—Vicky… pará… ahí viene —dijo con voz ronca, casi rogando.

Pero no paré. Todo lo contrario. Lo miré desde abajo, manteniendo el ritmo, apretando más con los labios, llevándolo más profundo.

—No… no aguanto más… —dijo con un gemido corto y desgarrado.

Y entonces lo sentí. Su cuerpo se estremeció y supe que ya no había vuelta atrás. Se vino en mi boca con una sacudida intensa, jadeando fuerte, mientras yo lo sostenía y tragaba cada pulso, cada chorro de semen, sin apartar la mirada.

Cuando terminé, lo solté con suavidad, pasándome la lengua por los labios, y Tomi se dejó caer hacia atrás, rendido, murmurando un "la puta madre..." como si no pudiera creer lo que acababa de pasar.

Mauro, que había visto todo desde atrás, me jaló más fuerte y me susurró en la nuca:

—Así me gusta… tragando mientras te cojo. Sos una obra de arte, Vicky.

Yo no podía ni hablar. Mi cuerpo ya no me respondía del todo, pero todavía ardía, todavía quería más. Escuché a Fede y a Nico moverse, acercarse. Sabía que esto no había terminado. No todavía.

Y en medio de todo, pensé en Lucas. En cómo me miraría si estuviera ahí. En si se tocaría viéndome así. En cómo le contaría todo después, mirándolo a los ojos, sabiendo que me amaba más por atreverme a cruzar ese límite.

Pero eso sería después.

Ahora... seguía siendo la noche de ellos.

Tomi se dejó caer a un lado, con la respiración todavía entrecortada. Su semen aún me ardía en la garganta, su sabor mezclado con el sudor, con la adrenalina… con el placer brutal que me recorría de punta a punta.

No tuve tiempo de recuperarme.

Nico ya se estaba acercando por detrás. Mauro se deslizó fuera de mí con una última embestida profunda, y me dio una nalgada que sonó fuerte en la habitación.

—Te la dejo caliente, amigo —dijo, jadeando.

Me giré apenas, y ahí estaba Nico, mirándome con esa mezcla de deseo y nervios. Se notaba que había esperado su momento. Estaba completamente desnudo, duro, con las venas marcadas, listo.

—¿Estás seguro? —le pregunté, provocadora, apoyando los codos sobre la cama y sacando la cola hacia él, sin pudor.

—Más que nunca —respondió, colocándose detrás de mí.

No esperó mucho. Me agarró de la cintura y se hundió dentro mío con una exhalación temblorosa.

—Dios, Vicky… estás re mojada.

—Es para ustedes —le dije, mirándolo por encima del hombro—. Para que me usen como quieran. Para que me hagan suya esta noche.

Nico empezó a moverse, al principio lento, como si no quisiera venirse demasiado rápido. Me llenaba diferente a Mauro. No era tan rudo, pero su deseo se notaba en cada empuje, en cada gemido que le escapaba.

Yo me entregaba, abierta, temblando, con los brazos ya cansados de tanto sostenerme. Cada tanto, él se inclinaba sobre mí, mordiéndome el hombro o acariciándome el clítoris mientras me decía cosas al oído:

—Sos increíble… sos una fantasía hecha real… quiero cogerte toda la noche…

Yo solo podía gemir. La humedad de mi cuerpo se mezclaba con el sonido de sus embestidas, con las respiraciones de los otros, que seguían ahí, sin perderse un detalle.

Y entonces Fede se acercó por delante. Ya no tenía paciencia.

—Quiero tu boca ahora, Vicky —dijo, con voz grave, excitado al límite.

Me acomodé como pude, con Nico dándomelo desde atrás mientras me inclinaba hacia adelante, y abrí la boca para recibirlo.

Fede era más intenso. No esperaba suavidad. Me tomó con una mano del pelo y empezó a moverse él también, marcando su propio ritmo. Mi boca era suya, mi cuerpo era de Nico. Estaba atrapada entre los dos, empalada, usada, adorada.

—Mirá cómo se la cojen, boludo —escuché a Mauro decirle a Tomi, con una risa entrecortada—. Está hecha mierda y todavía quiere más.

Y sí… era cierto. Estaba al límite, pero no quería parar. Me sentía llena, tomada por completo, como nunca antes.

Fede no aguantó mucho. Se tensó, jadeando, y acabó en mi boca, como Tomi antes. Me sujetó con fuerza, como si el orgasmo le arrancara el alma.

Nico, detrás, se aferró a mis caderas y me dio un último envión profundo antes de sacármela con urgencia derramarse sobre mi cintura, temblando. Se agarraba la pija con fuerza y la sacudía sobre mi piel, salpicándome las nalgas, la espalda baja.

Y cuando todo terminó, me dejé caer sobre las sábanas húmedas, jadeando, cubierta por el calor de todos ellos, por sus miradas, sus marcas, su deseo aún latiendo.

Estaba agotada… pero en paz.

Me giré apenas y murmuré:

—Estuvieron hermosos.

Los chicos se movían despacio. Ninguno hablaba al principio. Mauro fue el primero en levantarse. Caminó hasta la heladerita del minibar, sacó una lata de cerveza y la abrió con un chasquido seco. Me miró, todavía tirada, y soltó una risa entre dientes.

—Bueno… creo que nadie esperaba eso.

Tomi, acostado en la otra punta de la cama, todavía desnudo, giró la cabeza para mirarme y sonrió.

—Yo sí. Desde que te vi hoy en la playa… sabía que algo así podía pasar.

—Sí, claro —saltó Fede, desde el sillón junto a la ventana—. Vos lo decís ahora que la tenés dormida en la cama.

Me reí un poco, apenas. Tenía la garganta seca.

—Che… ¿alguno me alcanza agua? —pedí, sin moverme.

Nico, todavía sin remera, vino hasta mí con una botellita a medio tomar. Me la destapó y me la acercó a la boca con una ternura que contrastaba con lo que me había hecho hacía minutos.

—Tomá, reina. Te la ganaste.

—Idiota —le dije con una sonrisa, y tomé varios tragos, sintiendo el agua bajar por mi garganta como un alivio.

Mauro se sentó en la punta de la cama, con la lata en la mano, y nos miró a todos.

—No quiero decir que hicimos historia… pero esto no lo superamos más.

—Posta —dijo Tomi, girando hacia mí—. Fue increíble, Vicky. En serio. No sé cómo lo bancaste todo…

Lo miré con una ceja levantada.

—¿Y quién dijo que ya terminó?

Se rieron los cuatro, entre exclamaciones de “¡nah!” y “¡esta piba es una bestia!”. Yo también me reí, aunque sabía que el cuerpo ya me pedía pausa.

Me quedé callada unos segundos. Lo miré. Y después a los demás. Estaban relajados, pero había algo en sus ojos… respeto, tal vez. Complicidad.

—Lucas me conoce —dije, al fin—. Y me desea más cuando soy así. Cuando no escondo lo que soy. Esto fue para ustedes… pero también fue para él.

Leo asintió.

—Tu novio tiene que tener una mente muy abierta. Porque si yo fuera él, no sé si podría.

—No es fácil —admití—. Pero lo hablamos mucho. Él lo propuso. Y yo... me animé.

Tomi se acercó un poco, sentándose con las piernas cruzadas en la cama, ya más tranquilo.

—¿Y cómo va a ser cuando lo veas? ¿Se lo contás así nomás?

—No. No le cuento. Se lo muestro —dije, seria—. Le hablo con la mirada. Le describo cómo me tocaron, lo que sentí, lo que hice… cómo tragué a uno mientras el otro me cogía desde atrás. Y después… me deja en carne viva otra vez.

Silencio.

Mauro se rió, rompiendo la tensión.

—Y yo que pensaba que había tenido sexo salvaje con mi ex en un camping.

—Vicky les cambió la vara a todos —agregó Leo, mientras se recostaba en el piso con una almohada detrás.

—No soy distinta a otras minas —les dije—. Solo tengo un tipo que no me quiere enjaular. Y muchas ganas de vivirlo todo.

Me rodeó un silencio distinto. Más íntimo.

Y ahí lo sentí: no era solo una aventura. Algo había cambiado en cómo me veían. Ya no era la chica caliente de la noche. Era algo más. Y a la vez… no me importaba ponerle nombre. Yo sabía quién era.

Respiré hondo, cerré los ojos, y me dejé abrazar por el sonido del ventilador, por el murmullo de los chicos hablando entre ellos, por esa paz extraña que llega después del fuego.

Después de un rato, el cuerpo empezó a calmarse. Las pulsaciones ya no me retumbaban en los oídos, y el calor denso de la habitación se volvió cómodo, casi reconfortante. Yo seguía ahí, en la cama, envuelta en una sábana que apenas me cubría. Sentía mis piernas como si no fueran del todo mías.

Ellos se movían por la habitación, vistiéndose entre risas, como si acabáramos de ganar un partido de fútbol.

—Che, ¿alguien vio mis calzoncillos o se los tragó Vicky también? —dijo Tomi.

—No, boludo, están ahí abajo del escritorio —le respondió Nico—. Igual, si te los hubiera sacado Vicky, estarían enmarcados.

—¡Eh! —me quejé desde la cama, riendo—. No se burlen, que los hice acabar como adolescentes.

—¿Y vos cómo seguís caminando? —tiró Fede—. Te dimos como si no hubiera mañana…

Me senté despacio en la cama, dejando caer la sábana. Sentí todas las miradas de nuevo sobre mi cuerpo, aunque ahora eran más cálidas que lascivas.

—Porque me gusta. Y porque valió la pena —dije con una sonrisa, acomodándome la tanga con movimientos sugerentes y lentos.

Mauro se acercó con la remera en la mano.

—La próxima… vas a tener que venir con amigas. Porque no nos va a alcanzar una sola Vicky.

—¿Ah, sí? —pregunté, poniéndome de pie y acomodando mi short—. ¿Y quién dijo que ustedes podrían con más de una como yo?

—Touché —murmuró Tomi, riéndose—. Esta piba es dinamita.

Terminaron de alistarse entre bromas y comentarios cargados de doble sentido. Yo me limpié los labios por última vez en el espejo del baño y me miré: estaba despeinada, con la boca apenas hinchada, las mejillas rojas… pero había algo más. Brillaba. Me sentía deseada, plena. Libre.

Salimos del hotel juntos. El sol empezaba a bajar en Mar del Plata, dorando los edificios y tiñendo el cielo de naranja y violeta. Caminamos media cuadra hasta la esquina, donde cada uno seguiría su camino.

Me detuve ahí. Los miré a todos. Sonreían. No había ni culpa, ni tensión. Solo un recuerdo compartido que nadie iba a olvidar.

—Bueno… llegó la parte triste —dije, cruzando los brazos.

—¿Te vas al hotel con Lucas? —preguntó Tomi.

Asentí. Ellos sabían desde el principio que no me quedaba a dormir.

—¿Nos vamos a ver de nuevo? —preguntó Fede, serio, con un dejo de ternura.

—Eso depende de ustedes. Pero ahora… —me acerqué primero a él—. Este beso sí es tuyo.

Lo besé lento, profundo, con lengua, dejando que mi cuerpo lo rozara uno más vez.

Después fue el turno de Tomi. Me tomó de la cintura, apretándome apenas, y me besó con entusiasmo.

—Gracias por todo, hermosa —murmuró, todavía con los ojos cerrados.

Nico me abrazó con fuerza antes de besarme, y se rió al separarse.

—Espero que Lucas sepa la joyita que tiene.

—Lo sabe —respondí, mirándolo fijo.

Por último, Mauro. Se me acercó con esa actitud suya de siempre, confiada, un poco canchera, pero ahora con una intensidad distinta. Me besó como si marcara un territorio, como si sellara algo.

—Esto fue una locura, Vicky. Sos de otro planeta.

—Y vos sos un animal —le dije en voz baja, con una sonrisa—. No lo cambies.

Nos separamos. Ellos volvieron a entrar, riéndose entre ellos, mientras yo tomé el camino de vuelta a mi hotel.

Tenía el corazón acelerado otra vez.

No por lo que había pasado… sino por lo que venía ahora.

Porque ahí, en la habitación del hotel donde me hospedaba, me esperaba él.

Lucas.

Entré en la habitación con pasos lentos, el corazón latiendo fuerte otra vez. Lucas estaba ahí, sentado en el sillón frente al ventanal, mirando hacia el mar.

Se giró al oírme. Sonrió apenas. Tenía los ojos cargados de expectativa. Sabía que venía de estar con ellos.

—Hola, hermosa —dijo, sin moverse—. ¿Cómo estuvo?

Me quedé en la entrada, apoyada contra la puerta cerrada. Lo miré. No hacía falta disimular nada. Lo nuestro no tenía espacio para la vergüenza.

—Intenso —le dije—. Todavía tengo el cuerpo temblando.

Lucas asintió, mordiéndose el labio. Sus ojos me recorrían como si pudiera ver las marcas bajo la ropa. Yo no me movía.

—Contámelo —pidió—. Quiero que me lo cuentes todo.

Me acerqué despacio. Me senté en la punta de la cama, frente a él. Crucé las piernas. Me desabroché el primer botón del short, despacio.

—Cuando llegué, estaban todos en la habitación —empecé, sin rodeos—. Me ofrecieron algo para tomar. Yo no quise. Les dije que estaba lista.

Lucas tragó saliva.

—¿Te miraban?

—Todos. Mauro fue el primero en cogerme… después se sumaron los demás. No me dieron respiro.

Vi cómo se tensaba su mandíbula. Su respiración se volvió más pesada. No decía nada.

—Me pusieron en el medio de la cama. Uno me agarraba del pelo, otro me abría las piernas. Me la metieron en la boca, Lucas. De a uno. Me hicieron tragarla entera. Tenía las mejillas rojas, los labios húmedos, la voz rota de tanto gemir.

Lucas se había apoyado en el borde del sillón. Estaba duro, excitado, su mirada clavada en mí como si pudiera ver la escena con mis palabras.

—¿Y te gustaba?

—Me encantaba. Me llenaban. Uno me cogía por detrás mientras otro me acababa en la boca. Yo no decía que no. Yo gemía, babeaba, pedía más. Después cambiaban. Sus nombres me salían entre jadeos.

Vi cómo Lucas se tocó por encima del pantalón, apretando. Estaba durísimo.

—Y cuando terminaron… me miraron como si fuera un regalo. Me besaron. Uno por uno. Y yo… yo volví así, con ellos todavía dentro mío.

Lucas se levantó sin decir una palabra. Cruzó la habitación, furioso de deseo. Me tomó de la nuca, con fuerza. Me besó con una necesidad que me dejó sin aliento.

—Sos mía —susurró—. Aunque hagas lo que hiciste… sos mía.

—Lo soy —le respondí, rendida—. Y lo hice para vos.

Me levantó en brazos. Me tiró sobre la cama. Y ahí empezó la verdadera segunda parte.

Estaba tirada en la cama, boca arriba, apenas respirando. Lucas encima mío, con una mano en mi cuello y la otra apoyada en la cama, como si me encerrara entre su cuerpo y el deseo.

—No termines de contarlo —me susurró—. Quiero que sigas… con todo.

Asentí con los ojos cerrados. Su mirada me quemaba. Sabía que me quería así: expuesta, sucia, completamente suya.

Le conté sin omitir detalles.

Lucas apretó más mi cuello. No fuerte. Justo. Para que lo sintiera.

—¿Gritaste?

—No podía —susurré—. Tenía la cara contra la sábana. Solo gemía. Y los otros me miraban, acariciaban sus vergas y se reían. Me decían cosas… cosas que me encendían más.

—¿Como qué?

—Que era su putita… que nunca habían cogido una así… que me iban a extrañar cuando volviera con vos.

Lucas bajó la mano. No decía nada. Pero el bulto en su pantalón lo decía todo.

—Decime una última cosa —dijo—. ¿En qué pensaste cuando te acababas con ellos?

Lo miré directo. Me temblaban las piernas.

—En vos. En cómo me ibas a coger cuando volviera.

Y entonces, lo hizo.

Cuando me abrió las piernas, no me lo metió enseguida. Me miró. Con ese fuego que tiene cuando está a punto de perder el control. Sentía su respiración sobre mi boca, su cuerpo tenso, a punto de estallar.

—Sos mía —me dijo otra vez, como si necesitara recordármelo.

—Tuya —le respondí, susurrando, con los ojos cerrados—. Solo tuya.

Entonces me lo metió de un solo empujón. Gemí fuerte, sin poder evitarlo. Estaba tan mojada que entró hasta el fondo, y el cuerpo me tembló.

—Así te cogieron ellos, ¿no? —dijo al oído, embistiéndome lento, profundo.

—Sí… —susurré, gimiendo—. Pero no como vos… Nadie me hace sentir esto…

Lucas me cogía con furia, con hambre. Me tomó de las caderas y me hizo sentar sobre él, como si necesitara que yo me moviera, que lo cabalgara con desesperación. Y lo hice. Lo hice con todo el cuerpo, con el deseo acumulado, con la culpa transformada en fuego.

Lucas me levantó en el aire y me volvió a tirar contra la cama. Esta vez me cogió de espaldas, con fuerza. Me tiró del pelo y me embistió sin pausa, cada vez más rápido, más profundo.

—Ahora te vas a acabar para mí —me dijo—. Vas a acabar como una puta feliz.

Y lo hice.

Me corrí gritando, con todo el cuerpo. Me corrí mientras él seguía dentro, duro, hasta que también se vino. Se vino gimiendo mi nombre, apretado contra mí, respirando agitado. Sentí su leche caliente llenarme toda, buscando escaparse por los bordes. Nos quedamos así un rato. Sudados. Agotados. Juntos.

Después me abrazó. En silencio. No hacía falta decir nada.

Me quedé dormida un rato entre sus brazos. Cuando desperté, ya era de madrugada. Fui al baño, me lavé la cara. Me miré al espejo. Tenía las mejillas marcadas, los labios rojos, el cuerpo con rastros de todo lo vivido. Me sonreí sola.

Volví a la cama, me metí debajo de la sábana, y Lucas me rodeó con su brazo.

—¿Estás bien? —me murmuró.

—Sí —respondí—. Mejor que nunca.

Nos quedamos abrazados, y antes de cerrar los ojos, le dije bajito:

—Mañana volvemos a casa. A la rutina. Pero esto… esto no me lo voy a olvidar nunca.

Él me besó el hombro. No contestó.

No hacía falta.

Nos quedamos en silencio unos minutos más. Yo con la cabeza apoyada en su pecho, sintiendo cómo bajaba su respiración. Afuera se escuchaba el mar, lejano, calmo, como si también estuviera descansando después de todo lo que había pasado.

Acaricié su abdomen con la yema de los dedos, despacio, mientras hablaba bajito, casi como un susurro:

—Fue el mejor finde de mi vida, amor.

Él no respondió enseguida. Me abrazó más fuerte, con una mano en mi espalda. Me besó la frente.

—El mío también —me dijo, casi sin voz.

Cerré los ojos y sonreí. Mañana volvíamos a casa. No había culpa, no había dudas. Solo nosotros dos, después del deseo, después del fuego. Más unidos que nunca.

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🍒 Pregunta Cereza

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