Guía Cereza
Publicado hace 3 días Categoría: Hetero: Primera vez 245 Vistas
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Esa tarde fue el último día del largo proceso para mi primer empleo en esa nueva ciudad, tenía mucha hambre, caminé por esas calles frías, nada me daba confianza gastronómica, así que entré a una franquicia de hamburguesas, hice mi pedido y comí lentamente mientras revisaba mis notas y hacía la lista de los documentos faltantes, de pronto empecé a sentir esa inquietud e incomodidad de ser observado insistentemente. Traté de ignorar la vigilancia, de concentrarme en mis papeles, notas y hamburguesa hasta que fue insoportable; así que enfrenté esos ojos azules que me estudiaban, era una joven rubia que comía papas fritas, se las metía en su pequeña boca muy sensualmente, la mire interrogativamente y solo se quedó allí, mirándome mientras comía. 

Luego de una eternidad del juego de no pestañear, la mujer se levantó y caminó hacia mi con una actitud de falsa timidez, pude detallar que era un poco más alta que yo y que era dueña de unas inmensas caderas que inexplicablemente combinaban muy bien con su cintura tan delgada, se sentó frente a mi sin dejar de mirarme, convencida del hechizo de sus ojos; pero yo apenas llevaba un año desde mi amarga experiencia con la tóxica así que aún andaba muy desconfiado. ¡Así tuviera unos lindos lentes de contacto azules!. No perdió más tiempo y pregunto con voz de acento paisa, grave, melosa, susurrante, musical y deliciosa, 

—¿Puedo sentarme contigo? Es que no me gusta comer sola, —cortésmente contesté, —¡Si claro!, por favor siéntate.

Corrió a traer sus papitas con toda clase cremas para untar e instintivamente me deleité viendo su caminar felino. Tenia maneras educadas, era muy femenina y sobre todo, muy inteligente, era capaz de sostener cualquier tema de conversación y eso me emociono mucho. 

Obviamente había muchos signos que hacían saltar mis banderas rojas, así que sin compasión le pregunté a que se dedicaba y porqué se había acercado a mi de esa manera. Se retorció las delicadas manos y dijo: 

—¿Sabes?, me caes bien, eres buena persona y además atractivo, no entiendo porque estás tan triste y solo, desde que te vi, no dejo de preguntármelo. Yo creo que alguien te lastimó y por eso estás tan cerrado, tan serio. Si quieres, podemos ir a un lugar mas tranquilo y hablamos....o algo...

Me agradó su capacidad de observación, pero el final de su discurso aclaró sus intenciones, dándomelas de muy digno, la miré seria e intensamente como castigando su pecaminoso ofrecimiento. Tras un silencio eterno, sus ojos se apagaron con húmeda vergüenza. 

Inspiró profundo, exhaló suavemente y sus ojos brillaron otra vez, pestañeó mucho para detener sus lágrimas y realizó un esfuerzo de sonrisa diciendo, 

—Bueno, discúlpame por molestarte. 

Al tratar de levantarse, la detuve colocando suavemente mi mano sobre la suya, totalmente invadido de culpa, lástima (y honestamente, mucho deseo), le ofrecí disculpas, la convencí de sentarse e intenté continuar nuestra conversación, luego de un rato se volvió a animar y la sentí más relajada, como si se le hubiera quitado un gran peso de encima. Al terminar sus papitas me interrogó con sus grandes ojos y le respondí, 

—Bueno, entonces sigamos hablando en otra parte.... o algo.... vamos a mi apartamento. 

Ella siguió esbozando la sonrisa fingida, sumada ahora a un dejo de resignación y asintió diciendo muy suavemente y con ademanes japoneses,

—Bueno, si señor. 

Mi sentido común seguía gritando que me detuviera, pero la verdad verdadera es que me dio mucha curiosidad y morbo ver (y sentir) cómo se juntaban esas caderas con su pequeña cintura, también su inteligencia, sus maneras suaves y corteses, para rematar, sus ojos tristes me terminaron de ablandar. Ya en el carro le dije, 

—Puedes poner la música que quieras, —buscó un CD de salsa y se puso a cantar, —Ay, ay, ay Micaela se botó... (Su pseudónimo será, Micaela). 

Cantando, entramos a mi pequeño apartamento, se quitó su gabán color mostaza imposible, debajo llevaba un vestido blanco, corto, ligero y estampado de flores multicolores (muy raro para esa ciudad tan fría), también vi que su cabello rubio era tinturado pero no me importó, porque estaba concentrado en sus grandes caderas. 

Le puse más música salsa como excusa para bailar con ella y comprobar sus carnes firmes con mis lascivas manos, fue impresionante, me excitó muchísimo y se notó, porque me dijo,

—¿Te gusta mi cintura no?, ¡lástima éstas caderas tan grandes! Le respondí, —¡Micaela tus caderas son bellísimas!, ¡Hay culturas donde serías una Diosa con ese cuerpazo!, ¡Para mi, eres una Diosa!. 

Se sonrió como si hubiera escuchado el mejor o el peor chiste del mundo y puso mis manos sobre sus caderas, mi erección ya era evidente y mi mente lujuriosa ya empezaba a imaginar toda clase de guarradas. Obnubilado por el deseo (era mi primera vez con una scort), intenté besarla, pero en el último segundo, Micaela giró su cara suavemente y mis labios se estrellaron frustrados en su mejilla derecha, al separarme confundido, me dijo con una sonrisa pícara, 

—Besos en la boca no, los besos en la boca enamoran, —solo atiné a decir, —Lo siento Micaela, no sabía. 

Se burló de mi ignorancia y se sentó en mi pequeño sofá. Para redimir mi vergüenza le pregunté que quería tomar, me respondió, 

—Tengo calor, ¡quiero un Sex on the Beach! —me desternillé de risa ante la ocurrencia y repliqué, —¡Subito mía bella signora! 

Le llevé una gaseosa en lata igual a la que se tomó en la franquicia de hamburguesas y me respondió, 

—¡Grazie signor! —le dije entonces, —¿Voulez-vous, autre chose madeimoselle? —se rió a carcajadas y me respondió, —Je voudrais danser encore un peu. 

Obedecí y la tomé nuevamente por su talle, bailamos y nos reímos tanto, que terminó corriendo al baño gritando que se iba a orinar de la risa. Al poco tiempo salió y atisbé un pequeño panty blanco colgado en mi baño; mi corazón y mi pene palpitaron. Micaela tomó mis manos y nuevamente las colocó sobre sus caderas, no pude más y le agarré las duras nalgas lascivamente, alcanzando a tocar su apretado ano con la punta de mi índice; suspiró, al escuchar este sonido de consentimiento, deslicé mi otra mano hacia su vulva y gimió, con esta otra autorización, mis dedos se hundieron en sus cálidas humedades buscando su punto G, mientras mi índice derecho masajeaba su ano ya palpitante (mi estúpido sentido común me decía que Micaela estaba fingiendo, mi deseo y anhelo rogaban que todo fuera real), la besé en el cuello y no hubo objeción, seguí con toda la cara como premio de consolación en vez de sus carnosos labios, como no hubo resistencia, sentí que tenía carta blanca y deslicé su vestido suavemente desde sus hombros hasta el suelo, mi boca devoró sus pequeños senos que tenían areolas y pezones aún mas pequeños y rosados, (parecían pintados o tatuados, nunca he vuelto a ver unos senos así). 

Sus gemidos aumentaban, así como sus fluidos empapando mi mano, le avisé con mi boca llena de tetas: 

—Micaela no puedo más, ¡te voy a hacer mía! —me respondió entre gemidos, —Yo tampoco puedo más, ¡hazme lo que quieras! (esas palabras me embriagaron de lujuria).

Sin sacarle los dedos inquietos de sus genitales, la fui guiando hasta mi cama y la puse a gatas, mostrándome en todo su esplendor lo que yo quería ver, sus grandes caderas, aún más grandes en esa postura y enmarcando bellamente su ano, inusualmente nacarado (primera y última vez que vi un ano tan blanco y rosado) y más abajo, una vulva igual de nívea y con forma de "cameltoe", ¡grandísima como sus caderas!, ¡súper excitante una vulva así! 

Preservativo puesto, e inicié a acariciar esa rolliza y blanda vulva de arriba a abajo con mi glande y poco a poco, empecé a entrar y salir de su estrecha vagina, sentí su calor y su abundante lubricación, me susurró que la penetrara, obedecí y en un solo movimiento llegué hasta su fondo de saco vaginal, gimió y dijo suave y "paisamente": 

—Que rico, no pares, sigue, sigue, no pares. 

No lo pude evitar y canté el susodicho merengue al ritmo de mis penetraciones, ¡adiós seriedad!, ella se reía entre suspiros y gemidos, y yo seguía con las bromas mientras la penetraba, la puse de lado y golpee brusca y rápidamente su pelvis con la mía, haciendo ese ruido de aplausos que adoro, luego la puse en el borde de mi cama porque quería ver, sentir y agarrar esas caderas de verdadera hembra, momentos después, en misionero, otra vez me encarnicé con sus pequeñísimas areolas y pezones rosados. Sin ningún esfuerzo podía meter en mi boca una de sus pequeñas tetas y eso al parecer le encantaba. 

Le dije que me cabalgara y me encabrité como caballo salvaje tratando de tumbarla, nunca olvidaré la hermosa visión y el sonido divino de esas grandes caderas al tragarse toda mi erecta y feliz masculinidad; esa hembra tan poderosa, sus movimientos felinos, esos ojos cerrados a veces, exorbitados otras, sus suaves y musicales carcajadas al tratar de ser una buena jinete y sus gemidos de gatita paisa con cada orgasmo, me hicieron venir con eyaculaciones muy fuertes y aferrado como garrapata a sus benditas caderas, el orgasmo fue inolvidable y Micaela no paró de cabalgarme hasta que mi pene poco a poco desfalleció, totalmente flácido y derrotado (pero feliz). 

Micaela se acostó a mi lado muy agitada, empapada de sudor y me dijo que nunca había tenido un sexo tan divertido, que hacía mucho tiempo no tenía orgasmos como los que tuvo conmigo (mi parte irónica e incrédula pensó, —Si, como no, —mi parte inocente y confiada se siguió riendo con ella). No se porque, le pedí que me contara cosas que le hubieran pasado como prepago. Se puso seria, pero le insistí y extrañada, me contó algunas cosas chistosas. Esa noche algo cambió en mi, empecé a sentir el placer de escuchar sus experiencias sexuales. ¡Mis primeros pasos como cornudo!. Se durmió entre mis brazos, su cara en mi pecho, una pierna sobre las mías, acaricié sus grandes caderas con inmenso placer y le agradecí por tantas experiencias nuevas, por emociones únicas, por el nacimiento de algo que no podía comprender. 

Una voz dulce, grave, muy femenina y paisa, me despertó, Micaela había traído el desayuno, comimos del mismo plato, le propuse que saliéramos a pasear, estuvo de acuerdo, pero que por favor la acompañara a la casa donde vivía para cambiarse.

Era una casa grande, vieja, apestaba a humedad, vivían en ella una pareja de ancianos desconfiados, tuve que utilizar todo mi carisma. Micaela me llevó hasta el patio disculpándose de antemano por la pequeña y fría habitación; había un minúsculo catre, bien tendido, pero ruidoso, una pequeña mesa donde pugnaban por espacio paquetes de snacks, libros, montones de fotocopias y apuntes; al lado del camastro, una maleta rosa, grande e hinchada de ropas; al fondo, un remedo de baño hediondo a humedad y desagüe, el nudo en mi garganta quería asfixiarme. 

Micaela se puso a buscar en la maleta rosada ropa para cambiarse, en ese momento la vi tan vulnerable, tan sola, tan pequeña a pesar de ser tan alta, que mi sentimiento, recién nacido en la mañana, creció, se desbocó, se alocó, se desbordó, aplastó cualquier rescoldo de sentido común y encontró desfogue en mis palabras: 

—Micaela, ¿por qué no te vienes a vivir conmigo? mira que te conviene, tu universidad queda a tres cuadras, vas a tener tu propia habitación, tu espacio para estudiar, ahorras más dinero y así reúnes lo del semestre más fácilmente. ¿Qué dices?.

Micaela estaba de espaldas, se volteó lentamente y me inquirió con sus ojos como buscando la trampa, el "pero", el "a cambio de qué". Le dije, 

—no pienses nada malo, la idea es compartir el arriendo, los servicios y la alimentación, vamos a ser como compañeros de cuarto universitarios, —respondió vacilante, —Bueno, si señor...

Micaela habló con la pareja de ancianos que estaban exaltados y me señalaban, vi que les pagó una fuerte suma (seguramente por abandonar la indigna pieza antes de tiempo). Al rato, yo llevaba su gran maleta y dos bolsas con libros y papeles, ella llevaba dos grandes bolsas con papeles y cachivaches, la situación era risible, no había nada más que hacer, 

—Nos echaron! —dijimos al tiempo, riéndonos por la coincidencia y nos alejamos lo mas rápido posible de aquella inmundicia....CONTINUARÁ..

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🍒 Pregunta Cereza

“Lo más excitante que me han hecho sin quitarme la ropa…” A veces lo más erótico no necesita piel desnuda ¿Qué fue lo más excitante que te hicieron sin tocarte directamente? ¡Cuéntanos!