Guía Cereza
Publicado hace 4 días Categoría: Lésbicos 386 Vistas
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El autobús 

Hola, mi nombre es Isabel. Soy una chica normal, menudita, mido 1,56 de estatura, bonita y proporcionada. Nací en Medellín, en una familia humilde pero llena de valores. Mi madre fue monja durante algunos años, luego se casó y, tiempo después, se separó. De esa unión nacimos mi hermano y yo.

Gracias a la cercanía de mi mamá con las monjas, ella logró conseguirme una beca en un colegio privado de mujeres. El único problema era que vivíamos un poco lejos, así que cada día debía recorrer un largo trayecto en bus… y fue precisamente allí donde comenzó mi historia.

Siendo muy joven, mi rutina de subir al autobús se transformó en una obsesión. La causa era ella: una mujer  mayor que coincidía conmigo casi milagrosamente todos los días.

Desde el primer momento, la conexión se estableció en sus ojos. Ella me miraba de forma insistente, con una electricidad que solo yo percibía. Me sonreía, y en esa sonrisa había una insinuación, una promesa silenciosa que hacía que mi corazón latiera como loco.

Pronto, el juego de las miradas se convirtió en cercanía. Empezó a situarse justo detrás de mí. Sentía su presencia como una ola de calor, y a veces, un roce aparentemente accidental, una mano que se detenía más de lo necesario, me dejaba temblando. Si me susurraba algo al oído, el aliento encendía una reacción intensa. Al principio, la sorpresa me paralizaba, pero debía confesar que esa audacia me encantaba. Esperaba su presencia con ansias; los días en que no la veía eran tristes y vacíos.

Así pasaron los meses, hasta que llegó el día en que la tensión se rompió. El autobús estaba misteriosamente vacío. Me senté y, de repente, sentí que el asiento a mi lado se hundía. Era ella. Un aroma delicioso y complejo me golpeó, llenando el espacio con una fragancia encantadora. Mi corazón latía a mil por hora.

Sin una palabra, su mano se movió sobre mi muslo, una caricia lenta que buscó el borde de mi falda. Sentí su piel contra la mía, y al mismo tiempo, su rostro se acercó a mi cuello. La combinación de su cercanía y la intensidad de sus caricias me llevó a un punto sin retorno. Fue una oleada larga e intensa de placer que me dejó temblando. Y tan rápido como sucedió, el momento terminó. Ella se levantó, se dirigió a la puerta, y se bajó del autobús sin decir una palabra, dejando solo el rastro de su perfume.

La Confesión a Media Voz

Tras ese día electrizante, pasaron tres largas semanas sin verla. Me subía al bus con el deseo de encontrarla y el miedo a lo que vendría después. Yo imaginaba que ella sentía el mismo conflicto.

Finalmente, la vi. Fue un reencuentro incómodo. Ella bajó su mirada, y la electricidad de antes se había envuelto en duda. Ninguna de las dos supo cómo afrontar lo vivido. Yo deseaba en el fondo que se repitiera, pero entendía lo complicado de la situación. Ese día no pasó nada.

Unos días después la volví a encontrar. Ella se acercó por detrás y me habló al oído, pero esta vez con un tono de disculpa:

"Tienes que disculparme... lo que pasó no debió suceder. Soy una persona mayor, podría ser tu madre."

En lugar de toques, solo hubo esa confesión cargada de pesar que me dejó más confundida y triste, porque yo, en el fondo, anhelaba que ella me iniciara en ese mundo de lujuria que ya había experimentado.

La Iniciativa y la Llamada

Después de eso, ya no hubo más encuentros en los que el deseo jugara su papel. Ella conservaba una distancia que se sentía fría. Me di cuenta de que si quería que la historia continuara, tenía que ser yo quien diera el paso.

Me le acerqué, dispuesta a todo, y le pasé mi número de teléfono. Prácticamente le supliqué que me llamara, diciéndole que era importante.

Pasaron dos días eternos. Yo sabía que me llamaría, lo presentía y lo deseaba. A las nueve de la noche, ya acostada, entró la llamada de un número desconocido. Supe que era ella. El teléfono sonó dos veces y se cortó. Esperé prudente, pero no volvió a llamar. Después de veinte minutos de dar vueltas en la cama, tomé la decisión. Le marqué.

Ella no me habló. Me tocó a mí tomar la iniciativa de nuevo. Le dije: "Sé que eres tú, ¿por qué no me hablas? Lo que pasó fue algo que yo deseaba desde el principio. Fue algo maravilloso y quiero que se repita."

Mi sinceridad rompió su barrera. Ella me habló y me confesó que sí, que sentía algo muy especial por mí, que me encontraba muy linda y muchas otras cosas. Hablamos por más de dos horas. Me contó sobre su vida, que era separada y tenía una hija. La conversación se elevó en intimidad y confianza, escalando en un torrente de caricias verbales y liberación mutua a través del teléfono.

Terminamos la llamada con una promesa firme y cargada de expectativa: nos veríamos pronto.

Si les gustó comenten para segunda parte…..

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