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Todos los días iba a una tienda cerca de mi casa. El aire en la pequeña tienda de barrio olía a café recién molido pero ese aroma se mezcló con algo más intenso cuando crucé la puerta. Los ojos de Martha, la dueña, se alzaron del estante que revisaba y se encontraron con los míos. Tenía cuarenta años, pero su cuerpo conservaba una curva generosa en las caderas, unos senos firmes que se marcaban bajo la blusa ajustada y unas piernas que me volvían loco. Era divorciada y en su mirada reflejaba una sombra de melancolía.
Desde la primera vez que la vi, las fantasías volaron, ella era la culpable de mí atracción por las maduras, quería poseerla, que fuera mía sexualmente. Mi imaginación se enloqueció y más de una vez me masturbé pensando en ella, pensaba en su cuerpo, desnudo. No podía imaginar otra cosa.
—¿Otra vez por aquí? —preguntó ella, apoyando los codos sobre el mostrador. Su voz era ronca, como si llevara horas sin usarla, pero el tono juguetón delataba que sabía exactamente por qué venía. No era el pan, ni el café, ni siquiera los cigarrillos que a veces compraba como excusa.
Llevaba más de 5 meses seduciendo a mi vecina. Cuando empecé era muy esquiva. Algo cambió el último mes. Los saludos ya no son en el cacahuete, nuestras bocas cada día que pasa se pegan más. Las charlas no son comunes, son de personas que desean ser amantes, el morbo ya no era malo ahora era juego.
Sonreí, lento, mientras dejaba caer una moneda sobre la madera.
—No me digas que no me esperabas —respondí, acercándome un paso más. Me encantaba como olía. El olor de su perfume algo floral, se mezcló con el sudor fresco de su piel. Martha tragó saliva, y vi cómo el pulso en su cuello latía más rápido.
—Los clientes no suelen venir a esta hora —murmuró ella, pero sus dedos temblaban, la traicionaron los nervios. Sus labios, pintados de un rojo oscuro, se humedecieron cuando pasó la lengua sobre ellos. Ese gesto sólo lo hacía conmigo, como si me intentará provocar.
—No soy un cliente —dije, inclinándose ligeramente, lo suficiente para que mi aliento rozara su oreja—. Soy el tipo que te mira desde hace meses, el que sabe que llevas ese pantalón ajustado porque te gusta cómo se te marca el culo cuando te agachas a buscar algo en los estantes.
Martha contuvo el aire, pero no se apartó. Al contrario, su cuerpo se inclinó imperceptiblemente hacia mi, como si mi gravedad la atrajera.
Mire su escote y sonríe, sus tetas espectaculares como siempre redondas y firmes. Además, la blusa incitaba a pecar.
La saludo con un beso que toca sus labios casi por completo. Martha quedó paralizada. — estás jugando con fuego— me dijo, cuando se pudo mover. Con mi mirada le insinuaba que esto ya no me da miedo el fuego, y que si me tenía que quemar lo haría.
—crees que tu fuego es lo suficientemente fuerte para quemarme— le dije. Mi voz se puso en un tono retador. —Tienes 22 no van a quedar ni tu cenizas— balbuceo y terminó mordiéndose los labios.
Entró alguien y ella lo atendió mientras yo intentaba esconder mi erección, con solo unas palabras logra descontrolarme, logra ponerme cachondo.
Volvimos a estar solos. — quieres algo— me preguntó.
—si. qué te parece si empezamos por unos besos después miro que más llevo.
— el producto que deseas no están venta — susurró, y ladeo la cabeza. Dejando expuestos sus labios. Me estaba retando, sus gestos me decían, ahí están ¿Qué vas hacer? No pensé que solo me arriegue. El beso fue lento, nuestras lenguas se peleaban por el control. Su respiración se volvía cada vez más intensa a la par del beso.
Se alejó y escuche sus pasos pasar al lado mío. Estaba pensando en el beso hasta que el golpe de la puerta cerrándose, me trajo de vuelta. Nadie nos puede interrumpir ahora. Comencé a sudar, mis manos temblaban parecía un vibrador, los nervios eran más que evidentes. Como era obvio, ella lo noto, se me acercó en cámara lenta, su seguridad era impresionante, ella puede asustar a cualquiera.
Sus labios se echaron sobre los míos. El beso fue despacio, sin prisas, conocía mis nervios y busco mi calma hasta que lo consiguió. Mis manos dejaron de temblar exploraron su cintura. Martha percibió mi calma y el beso pasó a otro nivel. Sus dientes se apoderaron de mis labios, cada mordida calentaba más el lugar. mi reacción no tardó, el pantalón intentaba contener mi erección, me sentía tan duro que me dolía.
Nuestras bocas se daban un beso sucio y urgente. Martha dejó caer su mano, me apretó duro el miembro que parecía desesperada.
Su cuerpo se movía sin control, su respiración parecían olas descontroladas. Martha llevó sus labios a un lugar más tentador. Después de bajar los pantalones, su lengua se deslizó por el tronco de mi pene, y terminó haciendo remolinos en la cabeza. Me estremecí, la tomé del cabello la empuje con todas mis fuerzas, para que se lo metiera todo en su boca, al principio le costó, después le entraba toda hasta que sus dientes tocaran mis huevos.
Mi pelvis estaba llena de saliva, me encanta cuando me la chupan como una puta, con agresividad. Es una mujer que se muere por la verga, no cualquiera si no por la mía, así se sentía cada vez que sus labios abrazaban mi pene.
Mis dedos hábiles comenzaron a desabrocharle la blusa, uno a uno revelando la piel de su pecho, el sujetador se veía apretado, hacia lo posible para contener sus senos. Le bajé la parte derecha del sostén, dejando libre un seno pero la otra también se salió, sin dudarlo escupí sus pezones. A Martha le gustó incluso jadeo, después inclinó su pecho, ofreciéndome sus tetas.
Mi boca aceptó el ofrecimiento y se entregó a sus pezones. Los moriscos suaves no eran una opción, la mordí duro, que sintiera mis ganas, que pensaba que se los quiero arrancar. El hambre estaba caliente, ella se bajó los pantalones. Llevo mis manos a sus nalgas. Sin dudar la comencé a acariciar, a sentir su piel, noté que no tenía nada que cubriera su glúteo, dirijo mi mano para acariciar su ano y en ese momento sentí una textura muy delgada, era tan gruesa como una aguja. Mi vista se movió a ese lugar y vieron su hilo rosado que llevaba puestos.
Hice una pausa y le dije que me diera una vuelta. Cuando iba por la mitad su culo firme me invitó a darle una nalgada, me fascina esa mujer y la voy hacer mía.
Puso la ropa en el suelo, se quitó el sostén y el hilo. Quedó completamente desnuda, me tomó el pene se acostó en el suelo, abrió sus piernas y me dijo— lo tienes super parado yo también ando caliente.
Me arrodille en el suelo, cerca de su entrepierna, mire su vagina, una línea de vello en el monte venus la adornaba. Un brillo en el suelo llamó mi atención, muy cerca de su entrepierna, se veía un reguero de agua y una línea muy fina que llegaba al suelo y salida desde sus labios vaginales.
Deslice mi pene lentamente dentro de Martha, comenzó a gemir y de su boca se escapó — ya se me había olvidado lo rico que se siente. — las palabras de ella, casi me hacen venir. Me tocó parar. La curiosidad se apoderó de mí así que pregunté — ¿hace cuánto no lo haces?
—por qué paraste, sigue metiéndola hasta el fondo. Dijo. Su voz se entrecortaba, la excitación estaba por toda la tienda. Su palma de la mano llegó a sus tetas, se apretó tan fuerte que sus ojos cerros. Antes de volverlos abrir, susurró: “hasta el fondo”
Me moví con fuerza y acepté su petición. Cada penetración llegaba hasta el ombligo. Ella no quería un hombre romántico queria uno salvaje, uno que le hiciera recordar lo delicioso y diviertido del sexo. Estaba llegando al clímax, así que se lo saqué y de inmediato llevé mi lengua, su punto más débil. Al botón mágico.
Mi boca se adueñó de ese lugar. Con sus manos me confirmó que era así, me empujaba la cabeza contra la vagina, no quería que me apartara ni un milímetro. Mi lengua pasó por su clítoris, el deseo la controlo, su cuerpo se movía con desespero. Sus gemidos eran gritos de placer. Sabía que ya era hora de ponerme serio, la tomé y la puse en cuatro.
—Recuerdo que una noche te imagine así, fue la primera vez que me vine pensando en ti.— Le dije. Mi penetración era constante y con fuerza. Al mismo tiempo, mis dedos buscaron su debilidad, cuando la encontraron. Ella me lo hizo saber con un “ufff que rico’
—te masturbas pensando en mi— mordió sus labios— tu fantasía ahora es realidad — la interrumpí al intensificar mi fuerza en su clítoris. Su cabeza se movía sin control — así, más, ¡hijueputa que delicia! Dame tu leche— me dijo mientras su cuerpo se movía en todas direcciones.
Enrede mis dedos en su cabello y la obligue a que me mirara.
—¿Quieres mi semen? No te has portado mal, no la mereces. — le dije y detuve mi cuerpo, aparte la mano del clítoris. Ella me quitó la mirada, y jadeo después de la palmada que le di en su culo.
—no lo merezco, pues castígame— me dijo, la castigue penetrando una sola vez con todas mis fuerzas, eso la hizo gritar tan fuerte que en la calle se tuvo que escuchar. Cada vez que intentaba hablar, mi pene la interrumpía hundiéndose hasta el fondo. Su cara estaba llena de deseo y sus piernas decidieron temblar.
— tu ahora eres mi puta— le dije. Pase a darle otra nalgada. Sin esperar un segundo, deslice mi pene despacio dentro de ella. Para que entendiera que mis palabras eran verdad. Cuando llegué al límite, le pregunté— ¿Entendiste?
—si, ahora soy tuya— me dijo, al terminar comenzó a gemir con desespero. Los oídos de Martha escuchaban como yo jadeaba de placer. Le di una orden “quiero que acabes para mí” aunque sus piernas temblaban no le importo, su pelvis se movió, mi mano volvió a su punto favorito, la toque ni dos segundos pasaron. Un grito profundo de alivio inundó la habitación. Su cuerpo se quedó quieto y mi pene se hundió en sus fluidos, mi abdomen se empapó de ella y el charco del suelo se incrementó.
Mis manos se apoyaron en sus caderas, la apreté con la fuerza suficiente para dejar las marcas de mis manos. Las paredes de la tienda, reportaban los sonidos mezclados de mi abdomen chocando con su culo, de mi pene deslizándose por su vagina empapada y de sus gritos pidiéndome leche.
Ya no aguantaba una penetrada más. Mis manos buscaron su cabello otra vez, le alce la cara para poner mi miembro ahí. Sus pómulos y nariz quedaron embarrados de sus fluidos al instante. Leí sus labios que siempre repetía lo mismo, “dame tu leche” me comencé a masturbar con fuerza jadeo y parte de su cabello hasta la barbilla queda cubierta de mi, de mi excitación, de mi lujuria, de mi leche.
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