Guía Cereza
Publicado hace 7 horas Categoría: Hetero: General 9 Vistas
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El aire en la habitación principal era demasiado denso, húmedo y cargado de silencios. Observo la ancha espalda de Liam, la tensión en mis hombros al arroparse con la cobija, aislándose del mundo. La tela de mi baby doll negro se sentía fresca contra mi piel, una provocación inútil y costosa. Inhale lentamente, una sonrisa secreta dibujándose en mis labios. ¿Acaso no percibía el aroma metálico y almizclado del deseo que aún impregnaba la tela? ¿No veía el tenue, casi invisible, mapa de placer grabado en la sábana junto a mi rodilla?

—Es que… no puedo esta noche, amor. Estoy cansado. —murmuró Liam contra la almohada, con la voz amortiguada por el cansancio.

Me incliné hacia adelante, mi sonrisa transformándose en una máscara de perfecta y comprensiva empatía. La ironía era tan intensa que resultaba casi embriagadora.

—No te preocupes, amor —ronroneo en voz baja—. Está bien. De verdad.

Estaba más que bien. Estaba magnífico. El rechazo fue un regalo, un respiro para saborear la tarde anterior sin la distracción de la intimidad del momento. Me levanté de la cama, dejando que la fina tela negra rozara mi cuerpo. Esa misma prenda, veinticuatro horas antes, había sido desechada con entusiasmo, arrancada de mi cuerpo por manos que sabían exactamente dónde tocar y con qué fuerza apretar.

Me dirigí a la puerta del baño, deteniéndose para lanzar una última mirada escrutadora a Liam. ¿Acaso no había notado el brillo casi insolente que emanaba de mi piel? ¿La suave y satisfecha relajación de mis hombros? Estaba completa y deliciosamente relajada.

No, no ve nada, - pensé, dándome cuenta de ello como una cálida piedra en el estómago.

La puerta se cerró tras de mi con un suave clic. Mi máscara de compasión conyugal se disolvió al instante, reemplazada por una sonrisa lenta y hambrienta reflejada en el espejo.

Me quité el baby doll negro y lo arrojé descuidadamente sobre la encimera de madera. El aroma de mi propia excitación, mezclado con un leve rastro de él, aún era intenso. Entré en la ducha y abrí el agua hasta que el chorro se convirtió en un calor abrasador. El diluvio de agua solo intensificó los recuerdos. Mi mente repasó la escena, no solo la imagen, sino también el sonido: el gemido gutural y ahogado que había mordido contra la almohada, el zumbido bajo y placentero que él había emitido cuando mi espalda se arqueó bajo él. Recordé el golpe rítmico de nuestros cuerpos al chocar, el profundo y animal gruñido que había vibrado en mi pecho.

La persona que descansaba a pocos metros no podía comprender la perversidad salvaje y exquisita que había tenido lugar en su santuario, en nuestra cama. No podía imaginar a otro hombre tocando lo que él consideraba suyo, satisfaciendo necesidades que hacía tiempo que había olvidado atender.

Bajo la cascada, recorrí lentamente mi cuerpo con la mirada, susurrando el nombre que aún me estremecía. Seguí el camino que él había trazado, conteniendo la respiración, inclinando las caderas instintivamente. La repentina e intensa oleada de humedad fue inmediata, deliciosa, y tan profundamente mía que ni siquiera el agua pudo borrarla. Su simiente, la prueba tangible de mi deseo, aún se sentía arraigada en mi interior, un calor secreto y potente.

El vapor en el baño se espesó, mezclándose con la memoria reciente. En mi mente lo vi de nuevo, no en la cama, sino en la sala de estar, donde la luz de la tarde entraba por las ventanas. Estaba de pie, los jeans azul claro tensos sobre sus muslos, el cinturón oscuro, su postura dominando el centro del espacio como un punto de gravedad.

La imagen se aceleró. El recuerdo de arrodillarme ante él, mis labios calientes y húmedos. El sonido de mi boca engullendo su extensión resonó en el silencio, seguido por su bajo, casi inaudible gemido de satisfacción. La saliva uniendo su falo duro con mis labios hambrientos. Lo llevé a la habitación, él me hizo retroceder sobre cama. Su lengua era un arma precisa, atacando, lamiendo, exigiendo de mí. El placer era tan agudo que pronto me hizo arquear la espalda, buscando desesperadamente algo en qué aferrarme.

-       Mi amor, si sigues así… - La advertencia en el aire. Mis gemidos son animados por él, su boca ocupada, succionando.

Él levantó la cabeza por un instante, los ojos oscuros y brillantes, viendo cómo me deshacía en sus manos, en su boca.

Solo pude emitir un sonido vibrante, un largo, tembloroso grito contenido por mi propio puño, que se convirtió en un gemido ahogado cuando el placer se apoderó de mí. La explosión fue tan total, tan inmediata, que me dejó jadeando.

Él gatea hasta mi entrada, la urgencia de su cuerpo duro y caliente. El sonido de su cintura golpeando la mía era un ritmo animal sobre el colchón diferentes movimientos, diferentes ángulos, diferente placer. Me aferré a sus hombros, mi aliento contra su oído, mis gemidos dándole fuerza.

-       ¡Vamos, dámelo! - él gruñó, la voz ronca, impulsándose con una fuerza que me hizo ver el cielo antes de volver a su infierno.

Un impulso de puro éxtasis atrapado en mi garganta:

-       ¡Sí! ¡Sí! Mmmmm…

Un último, poderoso empuje. Un largo, satisfecho gruñido de él, y un agudo, contenido jadeo de mi garganta. Mis paredes capeando el climax en pequeños espasmos que se sienten en su verga, aumentando la sensación y esperando no separarse.

De regreso al presente, en la ducha, mi mano se cerró bruscamente sobre mi propia boca, ahogando un gemido que estaba a punto de escapar. El sonido del agua era lo único que debía resonar en la habitación. Liam miraba videos ociosamente en su celular. Yo no podía permitirme hacer ruido. No ahora, no cuando el placer era tan dulce y silencioso.

El agua caliente caía sobre mi piel, lavando la evidencia, pero no la memoria. Cerré la ducha, agarré la toalla, envolviéndola suelta y secando mi cuerpo sensible. Me vestí rápidamente con un pijama corta, notando mi reflejo. Mis ojos estaban demasiado brillantes, mis labios aún hinchados.

Demasiado placer, - me reprendí. Tomé un respiro profundo y constante.

La puerta del dormitorio se abrió. Liam estaba exactamente donde lo había dejado, recostado sobre las almohadas, la luz azul de su teléfono proyectando sombras estériles en su rostro. Estaba viendo un video sobre motos, teatro y chistes malos.

-       ¿Lista? - murmuró, sin levantar la vista.

-       Claro - respondí, la palabra cubierta de una dulzura peligrosa que él no podía detectar. Me deslicé bajo la cobija.

Él se desplazó por la pantalla, dejando escapar una pequeña y satisfecha risa ante algo en el video.

Me acosté allí, el temblor residual de mi clímax aun vibrando débilmente a través de mi cuerpo, una sinfonía secreta bajo las sábanas. Él no había notado el rubor en mi pecho, el persistente aroma en la habitación, o el placer privado y completamente satisfecho que brillaba bajo mi piel. Simplemente veía sus videos, ajeno a mi infierno.

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🍒 Pregunta Cereza

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