Guía Cereza
Publicado hace 5 horas Categoría: Fantasías 9 Vistas
Compartir en:

Al principio bailábamos todos juntos, risas, bromas, copas en la mano. Pero poco a poco él se fue pegando a mí. “Lore, usted baila demasiado bien… seguro que es porque tiene práctica en mover la cintura”, me susurró con una sonrisa que me hizo reír y ruborizarme al mismo tiempo.

—Eres un atrevido —le respondí, dándole la espalda mientras seguía el ritmo, pero en realidad estaba disfrutando de que me rozara.

Su mano bajó un poco más de lo que debía en mi cadera, y en lugar de apartarlo, me acerqué yo más. El calor de su cuerpo, tan firme, tan joven, me envolvía. Sentí cómo me deseaba, tan evidente, y eso me excitó de un modo que me hizo cerrar los ojos por un segundo.

—Si sigo bailando así con usted, voy a perder el control —me dijo al oído, mordiéndose los labios después.

Yo reí, pero mi respiración ya estaba acelerada. Sus dedos se atrevían a recorrer mi espalda desnuda, a detenerse un poco más de la cuenta en la curva de mi cintura. Lo miré fijamente, y me lancé:

—¿Y si lo pierdes, qué pasaría?

Su respuesta fue un beso robado, rápido, escondido entre la multitud. Nadie lo notó, pero a mí me atravesó como una descarga eléctrica. Recordé mi juventud, esos besos robados en la pista, el miedo delicioso a ser descubierta. Y lo peor… es que quise más.

Seguimos bailando, y sus manos se volvieron más descaradas. Se inclinó a mi oído y me confesó:

—No sabe cuánto he fantaseado con usted en clase… y ahora la tengo aquí, moviéndose contra mí… esto es una locura.

Mi corazón golpeaba con fuerza. Sus palabras me mojaban más que cualquier trago. Le devolví la provocación:

—No te imaginas lo peligrosa que puedo ser cuando alguien me tienta.

Él sonrió, esa sonrisa juvenil y hambrienta, y me apretó aún más contra él. Yo sentía claramente su excitación, y en vez de apartarme, me moví de manera que rozara aún más conmigo. Un gemido escapó de mis labios, apenas audible por la música, pero lo notó.

Me atreví a girar el rostro y besarlo de nuevo, más lento, más profundo, escondiéndonos en la sombra de la pista. Su lengua buscó la mía con ansiedad, y su mano se deslizó por mi muslo, subiendo peligrosamente bajo mi vestido. Frené su mano justo antes de que fuera demasiado lejos, pero no lo aparté del todo. Le sonreí con picardía y le dije al oído:

—Si quieres más, tendrás que esperar… aunque no prometo resistirme mucho.

Él me miró como si lo hubiera enloquecido. Y yo, sudando, excitada, sintiéndome viva de una forma que hacía años no sentía, supe que esa noche no acabaría ahí.

La música seguía sonando, pero yo ya no escuchaba nada más que el latido acelerado de mi corazón y el roce de su cuerpo contra el mío. En cada canción nos pegábamos más, y en cada giro sus labios buscaban los míos como si fuéramos cómplices de un secreto sucio.

En un momento se inclinó a mi oído y me dijo con esa voz grave que me erizaba la piel:

—Si seguimos aquí, voy a hacer algo que no deberíamos frente a todos.

Lo miré, con la copa en la mano, y sonreí como si estuviera cediendo a una travesura. “Entonces llévame a donde no nos vean”, le contesté.

Fue ahí cuando recordé decirle, medio en broma, medio en serio:

—No podré volver a casa… tendré que quedarme en un hotel.

Él ni lo pensó. Me agarró de la mano, y sentí esa adrenalina adolescente recorrerme el cuerpo mientras salíamos de la discoteca, escondiendo sonrisas culpables.

El hotel quedaba a pocas cuadras. Entramos riendo, como si fuéramos pareja clandestina. En el ascensor, sin poder esperar, me besó con una urgencia que me encendió por completo. Me apoyó contra la pared metálica y sus manos ya no tenían freno: recorrió mis muslos, me apretó las caderas, me mordió el cuello. Yo lo dejaba hacer, incluso lo animaba, gimiendo bajito, como una mujer que había olvidado lo que era ser deseada así.

Cuando entramos al cuarto, la puerta apenas se cerró y ya estábamos devorándonos. Me arrancó la chaqueta, yo le quité la camisa con desesperación, y caímos sobre la cama como dos animales hambrientos.

Él era puro ímpetu, pura juventud, y yo era pura experiencia, sabiendo exactamente cómo guiarlo, cómo provocarlo, cómo hacerle perder la cabeza. No quiero dar detalles gráficos, pero puedo confesarte esto: esa noche hubo de todo. Besos interminables, juegos con mi cuerpo que me hicieron gritar, posiciones que probamos una y otra vez como si no hubiera cansancio.

Lo llevé a explorarme con la boca, con sus manos, con una intensidad que me hizo estremecerme una y otra vez. Y él, sorprendido, seguía el ritmo, aprendiendo de mí, pero también empujándome a un límite que hacía años no alcanzaba.

No me dejaba descansar: cada vez que pensaba que ya no podía más, volvía a encenderme, volvía a tomarme con esa fuerza brutal de sus veinte años. Y yo, que en mi vida de casada había olvidado lo que era perder el control, me descubrí pidiendo más, gimiendo sin pudor, dejándome llevar hasta quedar exhausta.

Hubo momentos en que me dejé llevar hasta perder el pudor por completo. Lo recibí con la boca, lo probé como un secreto sucio que me quemaba de placer; sentí cómo se desbordaba en mí y jugué con eso como una mujer hambrienta, dejándolo sorprendido, casi incrédulo. También me atreví a abrirle puertas de mi cuerpo que hacía años no se tocaban, y lo hice con un gemido ahogado, entre dolor y excitación, saboreando el atrevimiento de entregarme entera a un chico veinte años menor.

Tuve tantos orgasmos que perdí la cuenta; sé que fueron más de seis, y cada uno distinto, más intenso que el anterior. Él me miraba fascinado, jadeante, sorprendido de todo lo que yo le ofrecía, y confesó entre risas que no se imaginaba lo que podía darle una mujer mayor.

Cuando amaneció, con el cuerpo aún temblando y la cama hecha un desastre, lo vi a mi lado, con los ojos brillantes y esa sonrisa traviesa. Me dijo que jamás olvidaría lo de esa noche… y yo solo pensé en cuánto tiempo había vivido apagada, sin este fuego.

Salí del hotel con el corazón latiendo fuerte, sabiendo que había cruzado una línea de la que no quería volver.

Publica tu Experiencia

🍒 Pregunta Cereza

“Lo más excitante que me han hecho sin quitarme la ropa…” A veces lo más erótico no necesita piel desnuda ¿Qué fue lo más excitante que te hicieron sin tocarte directamente? ¡Cuéntanos!

Nuestros Productos

Vestido

MAPALE $ 102,900

Body

MAPALE $ 89,900