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Cuando Don Julio decidió rentar el departamento a una pareja, quedó sorprendido con la belleza de la colombiana. En cuestión de días la tuvo viviendo ahí con su marido, quien se ausentaba la mayor parte del día. Después de masturbarse pensando en ella durante semanas, decidió que no iba a dejar pasar esa oportunidad. Aprovechando cuando ella salía al gimnasio, usaba un duplicado de la llave para entrar al departamento, ahí se ponía a olfatear en su ropa interior. Al ver qué nadie se daba cuenta, fue avanzando en sus hazañas, hasta que se atrevió a poner cámaras en puntos estratégicos. Ahora podía espiarla cómodamente, contemplar esas tetas cuando se acariciaba mientras se estaba bañando, o ver la lencería que usaba para esperar a su marido. Varias veces, incluso los grabó cogiendo, sacudiendo esas tetas mientras le daba sentones al cornudo o dejándose montar por el culo como una zorra barata. Básicamente le daba espectáculos privados. Así poco a poco su plan fue tomando forma, hasta que consiguió las pastillas con uno de los traficantes de la zona, estas la harían dormir durante horas e incluso perder la memoria.
Al saber su rutina, no fue difícil ponérselas en los licuados que se bebía todas las mañanas y por las cámaras podía saber cuándo había caído rendida.
En cuanto la tuvo a su disposición, se dio un banquete saboreando sus tetas, apretándolas, mordiéndolas, frotando su verga erecta en sus pezones. Al ver que la droga funcionaba, le pasó la punta por los labios, hundiéndola poco a poco hasta metérsela en la boca. Apenas podía creer que esa perra se la estuviera chupando, como no quería terminar todavía, terminó de desnudarla y la puso boca a bajo, amasando sus nalgas, abriéndolas, metiéndole los dedos muy despacio. La puta parecía una actriz porno de tan buena que estaba. Esa tarde, profano todos sus agujeros sin descanso, la penetró una y otra vez hasta que se quedó seco. Luego volvió a vestirla, pensando en que esa no iba a ser la última vez que disfrutaba a su presa, podía seguir usando las pastillas al menos una o dos veces al mes para no levantar sospechas. Durante todo ese año, Don Julio convirtió a la esposa de su inquilino en una muñeca sexual. Le daba morbo ver la expresión altanera de esa zorra, sintiéndose inalcanzable, sin sospechar que ya le había dado las nalgas sin siquiera darse cuenta.






