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Conocí a Camila a través de Tinder y aunque al principio parecía que no íbamos a pasar de una noche de copas, nuestra relación se tornó rápidamente en algo supremamente intenso que nos haría vivir momentos llenos de lujuria y placer. Se suponía que yo, por ser mayor, sería el que aportaría la experiencia; a mis cuarentas, creía que ya lo había visto y hecho todo en el sexo. Trios, orgias, gangbang, cuckold, dogging y otras cosas mas que ni se en que tendencia se clasifican. Camila, con sus apenas diecisiete años, me sorprendió, contándome cosas que parecían sacadas de un libro del Marques de Sade. Parecía tener más experiencia en algunos terrenos que ni en mis sueños más atrevidos pensé adentrarme.
En el tema swinger sí aporté mi experiencia, y Camila, ávida de nuevas sensaciones, era como un lienzo en blanco que absorbía todo con un entusiasmo contagioso. Sin embargo, lo que ella realmente tenía en mente era una aventura totalmente nueva para mí.
Desde las primeras veces que tuvimos sexo, ella siempre se refería a mi ano como "tu culito". Le encantaba besármelo, lamerlo y chuparlo con una vehemencia y un gusto que me resultaban pecaminosamente deliciosos. En algunas ocasiones sentía cómo metía su lengua con tanto entusiasmo que parecía querer adentrarse por completo en mí. A ella le encantaba y a mi me empezaba a gustar mucho; de hecho, me sentía increíblemente bien. Pronto pasamos de la lengua a un dedo, luego dos y hasta tres, a mi ya me excitaba mucho lo que me hacia sentir ella con esa lengua y los dedos. Mas adelante ese juego con mi ano se extendió también a lugares públicos. En restaurantes, cines o discotecas, siempre metía su mano dentro de mi pantalón para juguetear con mi ano y se encargaba de mantenerlo lubricado. Para ella, cada dedo que lograba introducir era un nuevo logro en su objetivo final: desvirgar total y definitivamente mi culo. Yo ya estaba metido en su juego y, aunque me hacía el que no quería, la verdad es que me gustaba mucho, y ella lo sabía.
El siguiente paso en su plan, que iba diseñando sobre la marcha, fue hacerme usar un plug anal cuando salíamos. Constantemente metía su mano para tocarlo, asegurarse de que estaba en posición y hacérmelo sentir. Al principio fue incómodo, pero con el tiempo me acostumbré y me mantenía excitado. También me pidió que usara tangas de mujer e, incluso, un liguero en alguna ocasión. En una de esas salidas recuerdo que estábamos haciendo fila para entrar a un bar y ella se las ingenio para hacer un agujero dentro del bolsillo trasero de mi pantalón y por allí metio su mano y como me había dicho que usara unas tangas pequeñas que dejaban mi agujero expuesto, le quedo muy fácil de acceder y allí con mucha gente alrededor empezó a meterme los dedos, me parecía que la gente se estaba dando cuenta pero la excitación y los nervios no me dejaban darme cuenta si se daban cuenta o no, y si lo hacían la verdad no me importo de lo bien que me estaban haciendo sentir esos dedos mágicos de Camila.
En el apartamento, cuando llegábamos de nuestras fiestas en bares swinger u otros sitios, me hacía poner minifaldas y prendas femeninas sexys y se mostraba feliz de ya meterme hasta tres dedos en el culito que, en ese momento, ya sentía que estaba desvirgado. Pero faltaba mucho más. Yo tenía algunos juguetes sexuales, pues siempre me ha gustado tenerlos para dar más placer a mi pareja. Entre ellos había un arnés y un dildo morado, no tan grueso pero un poco largo. Ella decidió que ese era el adecuado para iniciarme de manera definitiva y pasar de la etapa de los dedos.
Y así, una noche, Camila, con su sexualidad desbordante, decidió que era el momento. Preparó muy bien mi ano primero con su lengua, lubricándolo y dilatándolo con sus dedos. Seguidamente con mucho entusiasmo se puso el arnés y me puso en cuatro en la cama. Intentó meterme el dildo, pero me dolía mucho y no fue fácil. Hasta que el dolor cedió y una parte del dildo entró y se acomodó. Desde ese momento, todo fue placer, era increíble la sensación de ese dildo entrando y saliendo a mi cuerpo. Ella movía su cadera hacia adelante y hacia atrás sin mucha experiencia, pero con una excitación que no podía disimular en su rostro. Yo la miraba y mas me excitaba ver esa cara de picardía y de satisfacción por lo que acababa de lograr. Y yo no me quedaba atrás. Para mí era una sensación prohibida, sucia y potentemente excitante. Mientras lo hacía, su mano encontró mi miembro erecto y a punto de explotar y comenzó a masturbármelo al mismo ritmo de sus embestidas. Para mí, el mundo se desvaneció. La doble estimulación, la sensación de ser llenado y poseído mientras mi erección era atendida con delicadeza, me empujó hacia un clímax que nunca había imaginado ni mucho menos sentido.
Cuando llegué al orgasmo y eyaculé, fue como si mi cuerpo explotara. Sentí que perdía el sentido, una ola de calor recorrió mi cara y mi cabeza, una cascada de sensaciones nuevas y abrumadoras me dejó temblando y sin aliento en el colchón, sentía como el musculo de mi esfínter anal se contraía y dilataba mientras eyaculaba y fue algo casi sublime sentir al mismo tiempo ese movimiento involuntario del esfínter y la explosiva evacuación. Sin lugar a dudas, ese era el orgasmo de mi vida. A mi edad y con una buena cantidad de diferentes experiencias sexuales, nunca había sentido algo tan abrumadoramente excitante y fuerte. A partir de ese día, supe que esa era una parte de mi sexualidad que quería explorar más a fondo.
Con los días y las semanas, los juguetes fueron creciendo y las aventuras también. Cada nuevo dildo, un poco más grande y realista, era un nuevo desafío que aceptaba con una mezcla de temor y anticipación. Hasta que llegamos al último: uno de unos 20 centímetros, rosado, grueso y con venas marcadas, tan realista al tacto que daban ganas de usarlo. Alguna vez lo intentamos, pero no fue una tarea fácil en ese momento y no pudimos lograrlo así que el rosado, como le llamábamos, quedo aplazado indefinidamente pero en mi mente quedo rondando como un reto y me excitaba mucho pensar en eso.
Recuerdo que una noche en particular, una de esas que marcaron un antes y un después, fuimos en mi Jeep hasta un lugar solitario de Medellín, un sitio en un morro alto cerca de un cementerio, lo que le daba un toque gótico y emocionante al momento. La atmósfera era densa, cargada de deseo. En medio de la oscuridad, con solo las luces de la ciudad como testigos, Camila sonrió con esa mirada suya que anunciaba una travesura. Se subió a la parte trasera del Jeep y sacó el arnés con el deseado dildo rosado. Lo ajustó a su cadera y se enganchó su trofeo de la noche. Ella tenía muchas ganas de metérmelo y, la verdad, yo también las tenía de sentirlo entrando en mi culo.
Se sentó en el asiento trasero, con las piernas abiertas y el dildo erecto apuntando al techo. No hizo falta que me dijera nada. Me subí, me puse de frente a ella y, con las piernas a ambos lados de su cuerpo, comencé a bajar. La punta rozó mi entrada y, con una respiración profunda, me dejé caer hasta el fondo. El tamaño me robó el aliento por un segundo. Y entonces, ella se inclinó y, en una postura que solo nuestra locura podría lograr, comenzó a chuparme mi verga mientras yo cabalgaba sobre el famoso dildo rosado. Cada subida y bajada era una ola de placer. La sensación de ser llenado mientras ella me lo mamaba era demasiado intensa. Después de unos minutos de ese ritmo infernal, sentí una presión crecer en mis entrañas que anunciaba un inminente y potente orgasmo. Cuando eyaculé, fue tan fuerte que los dos quedamos sorprendidos. Mi leche salió con una fuerza que hacía tiempo, desde mi juventud, no había experimentado: chorros potentes y abundantes que salpicaron sus deliciosas tetas, su cara y mi vientre. Nos quedamos en silencio por un momento, jadeando, mirándonos con los ojos muy abiertos por la intensidad de lo que acababa de pasar.
Pero para Camila no fue suficiente. —Bajémonos —me susurró.
Salimos del Jeep; el aire frío de la noche me erizó la piel. Me apoyé en la parte lateral del vehículo y ella, aun con el dildo colgando entre sus piernas, me separo mis piernas y, sin previo aviso, me volvió a meter todo el dildo hasta el fondo. Esta vez, de pie, el ángulo era diferente, más profundo, más salvaje. Me agarró de las caderas y comenzó a metermelo con fuerza, bajo el cielo estrellado, con la ciudad a nuestros pies y los muertos como testigos silenciosos. Añadía a todas esas sensaciones el miedo de que alguien nos viera o que llegara la policía y la explicación que tendríamos que dar sería muy engorrosa. Fue brutal, primitivo y absolutamente inolvidable.
Ya para nuestras noches de sexo salvaje y desbordado preferíamos ir a moteles, pues dejábamos todo hecho un desastre cuando lo hacíamos en el apartamento. Entre los juguetes había un dildo que era exageradamente gigante, "el negro" le decíamos por su color, de unos 40 cm, pero lo que más asustaba era su grosor; era también verdaderamente pesado. Ese sí sabía que ni en mis peores pesadillas me lo iba a meter, pero lo llevaba para usarlo en Camila. Me gustaba ver su cara de dolor cuando se lo metía por su hermoso chochito; aunque solo le entraba un poco mas de la mitad, era todo un reto, pero me fascinaba ver su cara de placer y dolor. Por el culo no intentamos meterlo ni a ella ni a mi, pues la verdad parecía una tarea imposible.
Ya era como un ritual nuestras noches de sexo anal. Llegábamos y nos hacíamos la respectiva limpieza con enemas para no tener accidentes desagradables durante las maratones sexuales que teníamos. Estábamos también metidos en el tema de hacer que Camila tuviera squirts, y lo logramos varias veces. Me encantaba ver cómo ella se venía a chorros; a veces, solo con metiéndole mi verga en el culo, empezaban a salir jugos de su deliciosa vagina y yo los limpiaba con mi lengua. Durante nuestras sesiones sexuales siempre tuvimos mucha comunicación, nos retroalimentábamos de nuestras experiencias swinger, pues íbamos con mucha frecuencia, especialmente a un bar de Medellín llamado Secret Garden, donde pasaron muchas cosas ricas y muy interesantes. Me encantaba ver cómo ella se desinhibía tanto que a veces me sorprendía. En ocasiones, casi sin percatarme de pronto la veía de un momento a otro con dos y hasta tres hombres al mismo tiempo en una sala del bar, teniendo sexo con ellos como si los conociera de toda la vida.
Ella es una mujer con un cuerpo delicioso, unas tetas de un tamaño ideal y un trasero perfecto en cuanto a su forma y tamaño. En su hermoso rostro, una mirada pícara y unos labios que dan ganas de besar y de comerse, en pocas palabras, es una verdadera Lolita que ni en los pensamientos mas sucios de Novokov existió.
En una de esas charlas después de tener una de nuestras maratones sexuales, surgió el tema de un trío con otro hombre. Pero, a diferencia de los que ya habíamos hecho, esta nueva aventura incluía un componente abrumadoramente novedoso y hasta aterrador en un comienzo para mi. Camila había encontrado un chico llamado Sebastián y le había propuesto hacer un trío bisexual, en el que yo interactuaría también con él, a lo que él aceptó pero con algunas condiciones que a mí también me parecieron adecuadas.
La idea de Camila era que yo me vistiera como una mujer muy sexy y me maquillara para recibir a Sebas. Él llegaría y, en un juego de roles, actuaríamos como si yo fuera una mujer llamada Sofía, amiga de Camila, y haríamos el trío simulando estos roles. Las condiciones eran claras: no habría besos entre él y yo, y si yo lo deseaba, él me penetraría a mí, pero yo a él no. Bajo esas condiciones, preparamos el encuentro, que acepté con muchos nervios pero también con mucha curiosidad y bastante excitación.
El apartamento quedaba en una torre del Poblado y lo organizamos muy sobriamente para el encuentro. En el ambiente se sentía una anticipación eléctrica que casi se podía palpar. Camila, con un vestido negro que se adhería a sus curvas y sin ropa interior debajo, ajustó el volumen de la música y bajo la intensidad de las luces mientras me ayudaba a maquillar y a ponerme el corset que elegimos, las medias de malla negras y una diminuta tanga que se veía casi ridícula sobre mi verga y mis huevos. Faltaba poco para que Sebas llegara y yo, encerrado en el dormitorio, sentía que mi corazón intentaba escaparme por el pecho. Me miré una última vez en el espejo. El reflejo me devolvía la imagen de una desconocida: el corset de encaje negro apretaba mi cintura, me puse un brasier y encima un pequeño top que hacia parecer que tenia senos. El maquillaje expertamente aplicado por Camila suavizaba mis facciones. En ese momento no era William, era "Sofía", y en unos minutos un hombre llamado Sebastián llegaría para conocerla y comérsela.
Escuche el timbre sonar y Camila tomó una respiración profunda, sonrio y fue a abrir. Ahí estaba Sebastián, tan joven y guapo como en las fotos, con una sonrisa tímida pero una mirada segura.
—Hola, soy Sebastián —saludó con una sonrisa. Solo escuché su voz y pensé que yo no iba a ser capaz de seguir con el plan.
—Soy Camila, encantada. Pasa, pasa —lo guio hasta la sala, donde le ofreció un whiskey.— Sofía está terminando de arreglarse, dijo Camila. Se pondrá muy nerviosa si la ves antes de tiempo.
Sebastián sonrió y tomó un trago. —No hay problema, entiendo la situación.
Me quedé en la habitación, escuchando sus voces. La conversación fluía con la ayuda del alcohol. Camila lo dominaba, haciéndolo sentir cómodo. Pasaron unos quince minutos antes de que la oyera decir:
—Creo que ya está lista. Sofía, ¡puedes salir!
Antes habíamos acordado que yo llegaría como si fuera una mucama y los iba a atender sirviéndoles tragos y los observaría con curiosidad, y cuando empezara la acción, Camila me llamaría y me pediría que le ayudara, con la excusa de que eso era mucho para ella sola. Pero quizás por los nervios o porque ella no le dio mucha importancia al guion que habíamos planeado, solo me llamó y me pidió que me sentara al otro lado de Sebas. Y así quedamos: ella a un lado y yo al otro del muchacho que, al verlo, me pareció bastante joven e impactantemente atractivo, con una mandíbula marcada y unos ojos oscuros que me examinaban sin juzgar. Una ola de nerviosismo me recorrió, sentí las piernas temblarme. Por primera vez iba a tener sexo con otro hombre y a partir de ese momento ya no había marcha atras.
Sebastián se levantó y me sonrió. —Sofía. Un placer.
Yo solo pude asentir, sintiéndome acorralado por su mirada intensa.
Camila intervino para romper el hielo. Se acercó a Sebastián y empezó a besarlo y, sin más preámbulos, se arrodilló frente a él, desabrochó sus pantalones y liberó su miembro. Yo, sentado en la alfombra al otro lado de Sebastián, mientras él estaba sentado en el sofá, contuve la respiración. Su verga era recta, imponentemente gruesa y de unos 20 centímetros. Por decirlo de otra forma, era casi perfecta.
Camila comenzó a chuparlo con lentitud, con la experiencia de quien sabe lo que le gusta a su pareja. Después de varias metidas de esa sensacional verga hasta bien adentro de su garganta y muchos recorridos de su mágica lengua por todo su contorno y también de los huevos, Camila se aparto un momento, me miró y me hizo una seña con la cabeza.
—Ven, ¿quieres ayudarme? —me susurró.
Dudé por un instante, el miedo y la timidez luchando contra la curiosidad y el deseo. Me moví hasta arrodillarme a los pies de Sebas. Con la mano temblando, toqué por primera vez el miembro de otro hombre. Era firme y caliente. Bajo la guía de la mirada de Camila, me incliné y, con duda, llevé la punta a mis labios. El primer contacto fue extraño, pero la sensación en mi boca y la reacción de Sebastián, un gemido sordo y además la cara de complicidad y satisfacción de Camila, me animaron. Poco a poco, mi timidez desapareció, reemplazada por el gusto de la nueva experiencia. La veía a ella chuparle la verga con tantas ganas y empecé a tratar de imitarla en sus movimientos de labios y lengua. En pocos segundos, ya me sentía como un experto mamando esa verga, lamiéndola, chupándola, besándola, y hasta me empezó a gustar cómo se sentía. Ahora entendia porque a tantas mujeres les gustaba mamarlo, no solo es la sensación de tener la verga en la boca palpitando de excitación, sino que también es el placer que se provoca en el dueño de ese miembro que se esta chupando. Continuamos mamándosela y lamiéndola los dos al mismo tiempo, nuestras lenguas se encontraban y parecían danzando sobre ese miembro tan erecto y al mismo tiempo tambien nos besábamos con mucha lujuria y pasión, parecíamos luchando por quien le daba mas placer a la verga que nos tenia deslumbrados.
Después de un rato, Camila se detuvo. Con una sonrisa pícara, me dijo:
—Ponte en cuatro, en la alfombra. Quiero que Sebastián te lo meta.
Acomodo unos cojines en la alfombra y yo obedecí sin chistar una sola palabra, pero sintiéndome increíblemente expuesto y vulnerable. Me arrodillé y apoyándome en mis codos quede en cuatro con las nalgas en el aire, como una perrita en celo. Sebastián se colocó detrás de mí. Sentí las manos de Camila en mi espalda, tranquilizándome y luego el roce del miembro de Sebastián en mi entrada, guiado por ella. Fue una penetración lenta y cuidadosa. Sentí cuándo entró la cabeza y me dolió, pero resistí. Gemí, una mezcla de dolor y un placer que antes había sentido con los dildos, pero que ahora era mas real porque era una verga de verdad la que me estaba penetrando. En ese momento, con el calor de un hombre dentro de mí, y ya sintiendo toda esa verga en mi interior, dejé de ser William. Era Sofía, y era toda una perra en calor. Sentí algo caliente y vivo pulsando en mi ano, una sensación que ningún dildo había logrado replicar. Cada embestida de Sebastián me llenaba más, y un pensamiento atrevido cruzó mi mente: quería que él eyaculara dentro de mi culo, quería sentir el semen caliente inundándome por dentro. Pero eso no se había planeado y en ese momento no se dieron las cosas así.
Sebastián comenzó a moverse, al principio suave y luego con más fuerza, tomando el ritmo que Camila le pedía con sus palabras sucias. La escena provocaba un torbellino de sensaciones. Yo, penetrado por primera vez por un hombre de verdad, sentía el mundo girar. Sebastián, con una fuerza juvenil, me tomaba con firmeza. Pero Camila quería su parte. Se deslizó debajo de mí, en posición 69, y comencé a devolverle el favor, lamiéndola con mucho deseo mientras era follado por Sebastián.
Pronto, Sebastián quería más.
—Cámbiate —le dijo a Camila, retirándose de mí con un movimiento fluido.
Se colocó detrás de ella, que ahora estaba en cuatro frente a mí, y le dio una buena culiada, profunda y enérgica, haciéndola gritar de placer. Yo, mirando desde cerca, me masturbaba sin poder quitarle los ojos de encima. El contraste entre la suavidad de su piel y la brutalidad de las embestidas de Sebastián era fascinante.
El final llegó de forma rápida e inesperada. Sebastián se retiró de dentro de Camila, sacó su verga y la acercó a la cara de ella. Con unos pocos jadeos, llegó a su orgasmo, eyaculando en la boca y parte de la cara de Camila, que recibió el semen como un premio merecido. Ella, sin dudarlo, aun con la leche en la boca, se acercó a mí y me besó, pasándome la leche de ese macho que nos acababa de culiar a los dos. Nos besamos así un buen rato, jugando con esos jugos, mientras Sebastián veía que ya había cumplido su parte. Se vistió con prisa y se fue, casi sin decir despedirse.
Allí quedamos Camila y yo, sonriendo por lo que acababa de pasar. Yo aún no lo creía. Me había penetrado otro hombre. No sabía ni qué pensar. Me había gustado, y lo que se me venía a la mente era: ¿y ahora qué? ¿Me volví bisexual de un momento a otro? Me calmaba a mí mismo diciéndome que el hecho de que me gustara que me penetraran no quería decir que fuera bisexual, porque no me atraía la parte masculina de un hombre en sí. Pero, ¿si me había gustado mamársela a ese chico? No podía negar que, en ese aspecto, sí lo era. Era lo que había logrado Camila y, en el fondo, le agradecía por haberme hecho descubrir todo un mundo nuevo, pero no podía dejar de pensar en qué seguiría después.
Como la faena que habíamos tenido con Sebas fue bastante interesante pero corta, después me arrepentí de no haber hecho más cosas que en algún momento tuve en mente o que se me ocurrieron después, como por ejemplo haberme puesto debajo de Camila mientras el la follaba y darle lengua en su clitorix y al mismo tiempo volver a mamarle la verga a Sebas en esa posición, pero los nervios del momento me dejaron hipnotizado y solo me quede observándolos. Pero bueno, ya había pasado el momento y nos dejó bastante excitados, por lo que después de que Sebas se fue, Camila se puso el famoso arnés. Me hizo inclinarme sobre la mesa y allí me folló con muchas más ganas, hasta que me hizo eyacular muy excitado y con la mente llena de nuevos pensamientos y dudas.






