Guía Cereza
Publicado hace 7 horas Categoría: Hetero: General 50 Vistas
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Llevo más de veinte años dedicándole mi vida a los compresores, a las fugas de gas y al zumbido monótono de los ventiladores. Soy Pir, y mi mundo está hecho de metal frío, de tornillos y de lógica. O al menos, eso creía yo. Esa tarde de julio, el calor parecía una broma de mal gusto, y la llamada me llevó hasta una casa que parecía sacada de una revista, un lugar demasiado limpio y demasiado silencioso.La puerta se abrió y apareció ella. Elena. No era la señora de siempre, preocupada por la factura. Llevaba un vestido de seda que se pegaba a su cuerpo como si quisiera contarme un secreto, y su perfume... Dios, su perfume era una trampa. Un nido de jazmín y algo oscuro que se metió por mi nariz y me desmontó el cerebro antes de que yo pudiera sacar mi primer destornillador.—El sistema ha muerto —dijo con una voz que no era un lamento, sino una invitación—. No puedo ni respirar.Asentí, mi única defensa, y me puse a trabajar. Pero era inútil. Sentía su mirada clavada en mi nuca, en mis manos, en la gota de sudor que me corría por la espalda. No era la mirada de una clienta impaciente. Era algo más, algo que me erizaba la piel y me hacía tropezar con mis propias herramientas. Me trajo una limonada. Nuestros dedos se rozaron al pasar el vaso. Su piel era un incendio, un calor que nada tenía que ver con el que me estaba matando fuera.El problema era pequeño un sensor que no funcionaba. Mientras la cambiaba, ella se movía por la casa como una pantera enjaulada. Se inclinaba para cualquier cosa, y cada vez que lo hacía, el vestido se tensaba en los lugares justos. Mi cabeza, esa herramienta fiable que calcula presiones y temperaturas, se había convertido en un caldero de humo. No pensaba en freones, pensaba en el sabor de su piel, en cómo sería desatar ese nudo de seda que sostenía su vestido.Cuando por fin el aire frío empezó a salir de los conductos, sentí un alivio que duró un segundo. Porque entonces se acercó a mí. Demasiado cerca.—No sé cómo pagarte —susurró, y su aliento era cálido contra mi mejilla—. De verdad que me has salvado.—Es mi trabajo, señora —logré decir, con la boca seca.—Elena —corrigió, y su mano aterrizó en mi brazo. Fue como un shock eléctrico—. Y creo que la deuda es más grande.No supe qué hacer. Me quedé tieso, un tonto con una caja de herramientas en la mano, mientras el mundo se reducía a sus ojos, a su mano quemándome la piel. Y entonces no me dio tiempo a decidir. Ella se inclinó y me besó. No fue un beso de gracias. Fue un beso hambriento, un beso que me robó el aire y me lo devolvió cargado de su deseo. Y yo, hombre de mecanismos y engranajes, me rompí. Dejé que mis manos, esas mismas manos que arreglan motores, exploraran la curva de su cintura, que se deslizaban por la seda de su vestido.No fue en la cama, ni en un lugar romántico. Fue ahí, en el salón, sobre una alfombra que se tragó nuestros jadeos. Fue rápido, torpe, salvaje. Fue un acto puro y físico para apagar otro tipo de fuego. Ella me despojó de mi uniforme con una urgencia que me contagió, y yo desnude todo su cuerpo que ardía como fuego,mis labios recorrieron hasta el último rincón de sus curvilíneas seductoras, ella solo temblaba de lujuria y enterraba sus lindas uñas en mi espalda mientras la penetraban suave pero firmemente , por primera vez en mi vida, no supe qué estaba haciendo, y no me importó. Solo supe que necesitaba sentir ese calor, ese caos, esa vida.Cuando terminamos, el único sonido era el murmullo del aire acondicionado, ya cumpliendo su función. Yo me vestí, sintiéndome un extraño en mi propia piel. Ella yacía en el sofá, con una sonrisa de gata que ha comido el canario.—Mándame la factura, Pir —dijo, y su voz ya no era un susurro, sino una orden. Cogí mis herramientas y salí de allí sin mirar atrás. Dentro de mi coche, encendí el motor y el aire acondicionado a tope. El frío me golpeó la cara, pero esta vez no me aclaró las ideas. Volví a ser el técnico de refrigeración, sí, pero el zumbido del compresor ya no sonaba igual. Ahora sonaba como el eco de un secreto, el sonido de una tarde en la que el calor más intenso no salía de un motor, sino de una mujer llamada Elena.
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🍒 Pregunta Cereza

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