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Reciban todos ustedes muy apreciados lectores un cordial y respetuoso saludo de mi parte, el motivo de este relato surge ahora mucho tiempo después de haber desertado de la vida religiosa, es decir, como un consagrado en calidad de seminarista.
La forma en que está escrita esta historia es fiel digno recuerdo de mi memoria como si todavía habitara en aquel tiempo y lugar, espero no herir susceptibilidades o generar malestar con lo que relato a continuación…
Estudiaba en el seminario mayor arquidiocesano de un pueblo cerca a Medellín cursando mi sexto año que se conoce con el nombre de pastoral, para dicha ocasión fui enviado a un lugar bastante apartado y hasta olvidado, tanto así que ni la guerrilla ni los paracos se interesaban por dominar. Recuerdo claramente que salí del seminario hacia el paradero de buses con mi tiquete en mano y una pequeña maleta listo para desarrollar la misión encomendada.
Durante el recorrido del bus después de hora y media, se subió una joven que llamó mi atención por su rostro y la sonrisa que de allí salía, obviamente aparte de ese encanto de inmediato mis ojos pecaminosos se fijaron en sus enormes tetas que eran cubiertas por una chaqueta, (lo que pasa es que los senos grandes siempre han sido mi debilidad) asi que no tarde en reconocer el efecto de la mirada y lo bien que Andrea me correspondió cuando se sentó al lado mío en la mitad del bus.
Aquel encuentro extraño parecía estar preparado desde el inicio de la creación porque hubo una conexión inmediata, sin embargo no ocurrió nada especial a parte de conversar. Recuerdo que era medio día cuando llegué al pueblo de… (San Paleste) por decir cualquier nombre del lugar, el recibimiento de parte del cura párroco parecía como un carnaval, me sentía abrumado y obviamente un tanto ridículo pero lo acepté, sabía que luego todo se olvidaría.
Transcurrieron varias semanas familiarizándome con las familias del pueblo, los grupos parroquiales, cursillos prematrimoniales, catequesis, visitando veredas, llevando la comunión a los enfermos etc., una cantidad de funciones que al final del día me dejaban bastante agotado, comencé a notar que el párroco se ausentaba constantemente de sus obligaciones por quebrantos de salud y que la responsabilidad recaía sobre mí, tanto que me tocaba ir a pueblos cercanos por algún sacerdote para que consagrara las hostias.
En fin que un día me tocó salir a una vereda muy de madrugada y llegar tarde en la noche mojado montado en un caballo con la pequeña novedad que en el regreso me encontré con la señorita del bus (la de cara bonita con enormes tetas). Haciendo el papel de buen samaritano le ofrecí lugar en el caballo para llevarla hasta el pueblo, pero como dice la biblia “la carne es débil”; les diré que fue la primera vez que sentí el olor de una verdadera mujer, una hembra, ese aroma inconfundible que llega al cerebro y no te pide reaccionar sino devorar, no sé a cuantos de ustedes les habrá sucedido algo similar o si lo entenderán. Digamos que a partir de ese instante todo se dio y comenzó a fluir sin contratiempos, los abrazos, las caricias en las piernas porque yo estaba detrás de ella, asi que podía besar su cuello sin compasión y sentir los movimientos sobre la silla del caballo; por un momento hicimos una pausa y bajamos del equino junto a una manigua para “bluyiniarnos” calentándonos mas de lo permitido, entonces con mi sed de hombre aproveché para sacarle las tetas y mamarselas un poco, oscurecía rápidamente y debíamos agilizar el paso.
Recuerdo que llegamos por la parte trasera de la iglesia y sin mediar palabra entramos muy calentones a la sacristía, en aquel escenario se me había olvidado por completo todo lo aprendido en el seminario y mas bien opté por dar rienda suelta desfogada a mi reprimida virilidad.
La experiencia es única e irrepetible porque olía a mujer de campo, cabello negro, cacheti colorada, un culo redondo y ese par de tetas gigantes de todo mi gusto, recuerdo que en esa época yo no me rasuraba, cuando nos mandamos mano a nuestros sexos nos sorprendimos porque ella tampoco se rasuraba del todo, la parte totalmente afeitada eran sus labios, podía hacer mucho sexo oral sin un solo fastidio, daba gusto, digamos que era algo salvaje fuera de lo común, lo hicimos acostados “Andrea sobre mí”, de pie cargándola de frente y dándole por detrás mientras ella se sujetaba del escritorio; el frío ya no existía, finalmente cuando nos sentamos en una silla recuerdo que eyaculé dentro de ella con tanta fuerza que creí desmayarme y al instante sentir una gran orina pegajosa, era la primera vez que una mujer hacía eso conmigo, nos vestimos por la premura del tiempo intercambiando ropa interior, ella con mis bóxer y yo con sus tangas y brasieres, esa noche no dormí “ ma pajié toda la noche sin compasión, parecía un adicto” como la experiencia no fue para menos continuábamos frecuentando en lugares inimaginables.
Finalmente espero les haya gustado esta historia y entrar en contacto real con algunos de ustedes. Agradeciendo su atención. Santiago F. sanfacio22@hotmail.com