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El frio se filtraba a través de las ventanillas empañadas del Transmilenio, pintando de tonos oscuros el interior del bus abarrotado. Bogotá, con su tráfico caótico, prometía una odisea de más de una hora. El aire estaba cargado de impaciencia, sudor y el murmullo constante de las conversaciones entrecortadas. En medio de aquel mar de cuerpos apretujados, Gustavo, un hombre de 55 años con la mirada cansada pero aún viva, se encontró con unos ojos que lo detuvieron en seco.
Eran ojos verdes, intensos, como dos esmeraldas brillando en la penumbra del bus. Pertenecían a una mujer de 45 años, con el cabello castaño recogido en un moño descuidado y un vestido ajustado que resaltaba sus curvas de manera indiscreta. Su pecho, generoso y firme, se movía suavemente con el vaivén del vehículo, y su trasero, redondo y perfecto, parecía desafiar la gravedad. Ella estaba de pie, agarrada de una de las barras metálicas, con la mirada perdida, como si el mundo a su alrededor no existiera.
Él no pudo evitar seguirla con la vista. Había algo en ella que lo atraía, algo que iba más allá de su belleza física. Era una mezcla de vulnerabilidad y deseo, de aburrimiento y pasión contenida. Sus ojos se encontraron por un instante, y él sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Ella desvió la mirada rápidamente, pero no antes de que él notara una chispa de interés en su expresión.
El bus se detuvo, y el gentío se movió como un solo organismo, empujando y ajustándose en el espacio limitado. Él se vio obligado a acercarse a ella, su cuerpo rozando el suyo de manera inevitable. Sintió el calor que emanaba de su piel, el aroma dulce de su perfume mezclado con el sudor del gentío. Ella no se apartó, sino que lo miró de reojo, con una sonrisa tímida que no llegaba a sus ojos.
—Este tráfico es insoportable —murmuró él, más para romper el silencio que por otra cosa.
Ella asintió, su voz suave y ronca cuando respondió: —Sí, parece que nunca vamos a llegar.
La conversación fluyó con naturalidad, como si hubieran estado esperando ese momento para desahogarse. Él descubrió que ella era casada, sin hijos, y que trabajaba en una oficina cerca del centro. Ella, a su vez, supo que él era separado, con una vida tranquila pero solitaria. El bus avanzaba a pasos de tortuga, y con cada parada, la distancia entre ellos se acortaba, tanto física como emocionalmente.
En un momento de audacia, él le ofreció un asiento que quedo libre. Ella lo miró sorprendida, como si no estuviera acostumbrada a tales gestos. —No, no hace falta —dijo, pero él insistió, y finalmente aceptó con una sonrisa de gratitud.
Sentada, ella cruzó las piernas, y él no pudo evitar notar cómo el vestido ajustado dejaba al aire gran parte de sus tetas, revelando una piel suave y tentadora. El aire entre ellos se cargó de una tensión eléctrica, un deseo que crecía con cada palabra intercambiada. Él se dio cuenta de que no era solo atracción física; había algo más, una conexión que no podía explicar.
—¿Siempre tomas este bus? —preguntó ella, rompiendo el silencio que se había formado.
—No, no vivo por acá, estaba de visita donde mi hermana —respondió él, acercándose un poco más—. Pero me alegro de subir a este bus.
Ella sonrió, una sonrisa que esta vez sí llegó a sus ojos. —A veces el destino nos lleva por caminos inesperados.
El bus se detuvo de nuevo, y esta vez el movimiento fue más brusco. El perdió el equilibrio por un momento, y ella sostuvo por la cintura, sintiendo su cuerpo contra el suyo. Sus miradas se encontraron, y por un instante, el mundo a su alrededor desapareció.
—Gracias —susurró el, con aliento cálido en su oído.
Ella no dijo nada, pero su mano permaneció en su cintura un segundo más de lo necesario. Cuando lo soltó, lo miró con una intensidad que lo dejó sin aliento. El deseo era palpable, un fuego que ardía entre ellos, alimentado por la proximidad y la situación inusual.
El bus avanzó un poco más, pero el tráfico no cedía. La frustración general era evidente, pero para ellos, aquel atasco se había convertido en una oportunidad. Él se atrevió a rozar su boca en su oído, y ella no la apartó. Sus dedos se entrelazaron discretamente sobre sus piernas, y él sintió un escalofrío de excitación recorrerle el cuerpo.
—¿Y si...nos bajamos para tomar algo? —empezó él, pero ella lo interrumpió con un gesto.
—No aquí, cuando lleguemos al centro. Yo me debo quedar en la 19 —murmuró, su mirada le prometió muchas cosas agradables a Gustavo.
El resto del viaje fue para ambos el espacio justo para conocerse mas y sin darse cuenta llegaron al destino de Gloria María
El bus se detuvo, y él no dudó. Con un movimiento rápido, la atrajo hacia él, presionando su cuerpo contra el suyo. Ella no se resistió, sino que lo abrazó, sus pechos aplastándose contra su pecho, su respiración acelerada. Él la besó, un beso apasionado y desesperado, como si fuera la última vez.
Se bajaron y caminaron buscando un sitio apropiado para continuar sus besos y caricias, sin imaginarlo, se sentaron en una cafetería enfrente de un hostal, cuando Gustavo se dio cuenta, una sonrisa se dibujó en su rostro.
¿porque no nos tomamos una cerveza, pero en un lugar privado?
¿por acá? ¿conoces algún lugar así?, el solo la hizo girar la cabeza y sonrieron al mismo tiempo
Ya en la habitación y con la puerta cerrada, todo fue con rapidez y velocidad
El primer beso del rompió la barrera de su boca y sus lenguas se entrelazaron
Ella respondió con la misma intensidad, sus labios suaves y cálidos, su lengua explorando la suya con una urgencia que lo enloqueció. El mundo a su alrededor desapareció por completo, y solo existían ellos dos, perdidos en un mar de deseo y lujuria.
Con manos temblorosas, él comenzó a desabotonar su vestido, revelando un escote generoso que dejaba poco a la imaginación. Sus pechos eran perfectos, firmes y redondos, con pezones rosados que se endurecieron al contacto con el aire frío del bus. Él los besó, los lamió, sintiendo cómo ella se arqueaba contra él, gimiendo suavemente.
—huy que rico —susurró ella, con voz cargada de deseo, casi un susurro.
Él no escuchaba ya. Con manos expertas, la giró ligeramente, presionándola contra la pared. el frío de los ladrillos contrastaba con el calor de sus cuerpos, y ella se aferró con ambas manos, buscando apoyo. Él levantó su vestido, revelando unas bragas de encaje negro que apenas cubrían su sexo hinchado.
—Quiero probarte —murmuró él, su aliento caliente en su oído.
Ella no dijo nada, pero abrió las piernas ligeramente, una invitación silenciosa. Él deslizó una mano entre sus muslos, sintiendo la humedad que delataba su excitación. Con dedos ágiles, la penetró, masajeando su clítoris con movimientos circulares que la hicieron gemir en voz baja.
—Por favor —susurró ella, su voz ronca de deseo.
Él no necesitó más invitación. Con un movimiento rápido, bajó sus bragas, dejándola expuesta ante él. Él se arrodilló, posicionándose entre sus piernas, y ella se aferró con más fuerza, su cuerpo tenso de anticipación.
Con un movimiento lento y deliberado, él lamió su sexo, desde la base hasta el clítoris, sintiendo cómo ella temblaba bajo su lengua. Ella gimió, un sonido ahogado que se perdió en el silencio de la habitación. Él repitió el movimiento, saboreando su esencia, sintiendo cómo su cuerpo respondía a su toque.
—Más —susurró ella, su voz un hilo de deseo.
Él obedeció, aumentando la intensidad, chupando y lamiendo con una urgencia que la hizo arquearse contra él. Sus manos se aferraron a su cabello, guiando sus movimientos, mientras su cuerpo se tensaba, preparándose para el clímax.
—Voy a... —empezó ella, pero no pudo terminar la frase.
Su cuerpo se convulsionó, su sexo se contrajo alrededor de su lengua, y ella gritó en silencio, su orgasmo sacudiéndola con una fuerza que la dejó sin aliento. Él la sostuvo, besando y lamiendo hasta que sus temblores cesaron, y ella se derrumbó contra la pared, exhausta y satisfecha.
—Gracias —susurró ella, su voz aún ronca.
Él se levantó, su rostro enrojecido pero satisfecho. Para ellos, aquel momento había sido eterno, una explosión de pasión en medio del caos de la ciudad.
—Aún no hemos terminado —murmuró él, su voz cargada de promesa.
Ella lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y deseo. —¿Qué tienes en mente?
Él sonrió, una sonrisa pícara que la hizo temblar. —Algo que nunca olvidarás.
Con un movimiento rápido, la giró, inclinándola contra la cama. Ella entendió inmediatamente, y se posicionó, apoyando las manos en las cobijas, su trasero perfecto elevado hacia él. Él no perdió tiempo, desabotonando sus pantalones y liberando su erección, dura y palpitante.
—¿Estás segura? —preguntó él, su voz ronca de deseo.
Ella asintió, su respiración acelerada. —Sí, pero rápido.
Él no necesitó más invitación. Con un movimiento lento y deliberado, la penetró, sintiendo cómo su cuerpo lo acogía, ajustándose a él con una perfección que lo enloqueció. —Despacio —murmuró ella, aunque su cuerpo decía lo contrario.
Gustavo la penetró lentamente, sintiendo cómo los músculos de su ano se ajustaban alrededor de su verga, apretándola de una manera que lo hizo gemir de placer. Gloria cerró los ojos, su cabeza echada hacia atrás mientras un gemido profundo y gutural salía de su garganta.
—Más —susurró, sus uñas clavándose en las cobijas de la cama —. Más, por favor.
Gustavo comenzó a moverse con más fuerza, empujando hacia adentro y hacia afuera con un ritmo constante que pronto se convirtió en una danza frenética de carne y deseo. Sus manos agarraron sus caderas, guiándola mientras ella se movía con él, sus cuerpos sudorosos brillando bajo la luz tenue de la habitación.
—¡Oh, Dios! —gimió ella, su voz llena de éxtasis—. ¡Así, así! ¡Cógeme como solo tú sabes hacerlo!
Gustavo sonrió, sintiéndose poderoso y deseado. Esta mujer, con su culo grande y hermoso, estaba completamente entregada a él, y él no tenía intención de defraudarla. Aumentó el ritmo, sus embestidas cada vez más profundas y rápidas, hasta que ambos estuvieron al borde del precipicio.
—¡Voy a venirme! —gritó Gloria, su cuerpo temblando de placer.
—¡Yo también! —respondió Gustavo, sintiendo cómo su orgasmo se acercaba con una intensidad abrumadora.
Y entonces, en un clímax explosivo, ambos se abandonaron al placer, sus cuerpos convulsionando mientras el orgasmo los consumía. Gustavo se derrumbó sobre ella, respirando entrecortadamente mientras su verga latía dentro de ella, liberando cada última gota de semen.
Gloria lo abrazó, sus manos acariciando su espalda mientras recuperaba el aliento.
—Eso —dijo, con una sonrisa satisfecha— fue exactamente lo que necesitaba.
Gustavo la besó suavemente en la frente, sintiendo una conexión inesperada con esta mujer que había aparecido en su vida de la manera más inesperada.
—Gracias —murmuró, su voz llena de gratitud y deseo.
Pero antes de que pudieran decir más, el sonido del teléfono los interrumpió. Ambos se miraron, sabiendo que su momento había llegado a su fin.
Gustavo se levantó, ajustando su ropa mientras intentaba recuperar la compostura. La mirada de Ella era una invitación, una promesa de que esto no había terminado. Y mientras se dirigían hacia la puerta, el corazón de Gustavo latía con la emoción de lo que podría suceder la próxima vez.