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La lluvia caía con insistencia sobre los tejados de Bogotá. El cielo gris envolvía la ciudad en una atmósfera melancólica, perfecta para encerrarse con un buen café… o con una buena compañía. A través de mi ventana vi que Carolina, mi vecina del apartamento contiguo, salía a recoger su ropa de la cuerda. Su piel negra brillaba con gotas de agua, y sus caderas, generosas y rítmicas, se movían como si bailaran al compás de un son que solo ella escuchaba.
Tocó mi puerta minutos después, con una sonrisa tan amplia como su acento caleño.
—Veci, ¿le provoca un tintico pa' espantar el frío?
Cómo negarse. Entré a su apartamento. El aroma del café recién hecho se mezclaba con el perfume dulce de su piel. Estaba descalza, con una camiseta grande que le llegaba apenas a la mitad de los muslos. Se le marcaban los pezones bajo la tela, y sus piernas brillaban con la humedad de la lluvia.
Nos sentamos cerca de la ventana, viendo cómo el agua lavaba la ciudad. Me pasó una taza de tinto, caliente y fuerte, como su mirada cuando me la clavó de golpe.
—¿Y si en vez de espantar el frío… nos lo quitamos?
Antes de que pudiera responder, se acercó y me besó. Un beso húmedo, profundo, que hablaba de ganas acumuladas. Su lengua buscó la mía como si ya me conociera de otras vidas. Sus manos no tardaron en recorrerme el pecho, bajando con seguridad. Me acariciaba con la tranquilidad de quien sabe exactamente lo que quiere y cómo conseguirlo.
Se arrodilló frente a mí con una sonrisa pícara. Su mirada subía desde mi entrepierna hasta mis ojos, manteniendo el contacto mientras deslizaba sus manos expertas. Luego su boca…
La sensación fue tan intensa que me olvidé de la lluvia, del mundo, de mí mismo. Carolina usaba su boca como un arte, lenta al principio, subiendo la intensidad con cada movimiento, como una canción que no querías que terminara. Cada caricia, cada mirada suya desde abajo, era una declaración de poder, de placer compartido. Yo jadeaba, ella sonreía. Disfrutaba tanto dándome placer como yo recibiéndolo.
La lluvia seguía cayendo, pero el frío ya no existía...