Guía Cereza
Publicado hace 2 semanas Categoría: Hetero: General 643 Vistas
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Mi primer encuentro con Adriana fue tan intenso como lo había imaginado. Desde el momento en que comenzamos a hablar, su voz seductora y su actitud descarada me dejaron claro que esta mujer no tenía límites. Las llamadas telefónicas se convirtieron rápidamente en sesiones de sexo explícito, donde sus gemidos y susurros sucios me llevaban al borde de la locura. No pasó mucho tiempo antes de que me enviara fotos de su cuerpo desnudo, mostrando sin pudor sus curvas maduras y su sonrisa pícara. Cada imagen era una invitación, una promesa de lo que estaba por venir.


Cuando finalmente acordamos vernos en persona, elegí un lugar público para nuestro primer encuentro: una heladería en el centro de la ciudad. Era un contraste deliberado, un escenario inocente para lo que planeaba hacer. Adriana llegó con un vestido ajustado que resaltaba sus caderas y un escote que dejaba poco a la imaginación. Su presencia era magnética, y su sonrisa maliciosa me indicó que estaba lista para jugar.


Nos sentamos en una mesa cerca del mostrador, y mientras esperábamos nuestro turno, comencé a trazar mi plan. Con disimulo, deslizé mi mano bajo la mesa y la acerqué a su muslo. Adriana no se inmutó, solo me miró con ojos brillantes y asintió casi imperceptiblemente. Sabía que estaba lista para lo que fuera.


Cuando el heladero se acercó para tomar nuestro pedido, aproveché el momento. Con movimientos lentos y calculados, llevé mi mano más arriba, rozando la tela suave de sus bragas. Adriana pidió un helado de chocolate, pero su atención estaba en otra parte. Mi dedo se coló bajo el borde de su ropa interior, y con un susurro casi inaudible, me dijo: "Hazlo, Gustavo. No me importa quién esté mirando".


Su vagina estaba caliente y húmeda, y su respiración se aceleró mientras mi dedo exploraba su intimidad. El heladero, ajeno a lo que ocurría bajo la mesa, sonrió y nos preguntó si queríamos algún topping. Adriana respondió con una voz sorprendentemente estable, pidiendo trozos de nuez. Yo, por otro lado, estaba completamente absorto en el placer que le estaba dando.


No contento con solo tocar su vagina, llevé mi otra mano a su ano, masajeando el músculo estrecho con suavidad. Adriana mordió su labio inferior, luchando por mantener la compostura. Sus ojos se cerraron con fuerza, y un gemido ahogado escapó de sus labios. El heladero, aún sonriendo, nos entregó nuestros helados y se alejó.


Con el frío del helado en una mano y el calor de Adriana en la otra, me sentí como un maestro de la discreción. Ella lamió su cucurucho con deliberada lentitud, su lengua trazando patrones sugerentes que solo yo podía interpretar. Sabía que estábamos al borde de ser descubiertos, pero eso solo aumentaba la excitación.


Después de terminar nuestros helados, Adriana me miró con una sonrisa satisfecha. "Vamos a mi casa", susurró. "Tengo algo especial para ti". No necesité más invitación.


Su casa era un pequeño apartamento que compartía con su hermano y su sobrina, una chica de 19 años llamada Sofía. Adriana me llevó directamente a su habitación, una estancia acogedora con paredes pintadas de un tono cálido y una cama deshecha que prometía horas de placer. "Mi hermano y Sofía están en el trabajo", explicó. "Tenemos la casa para nosotros solos".


Se quitó el vestido con un movimiento fluido, quedándose solo con su ropa interior. Su cuerpo era una obra de arte, con curvas generosas y una confianza que solo una mujer de su edad podía tener. "Quiero que me veas", dijo, su voz cargada de deseo. "Quiero que me veas tocarme para ti".


Me senté en el borde de la cama, mi corazón latiendo con fuerza mientras Adriana se colocaba frente a mí. Con movimientos lentos y seductores, comenzó a acariciar su cuerpo, sus manos trazando líneas invisibles sobre su piel. Sus dedos se deslizaron por sus pechos, apretando sus pezones hasta que se pusieron duros. Luego, con un gemido suave, llevó una mano a su vagina, masajeando su clítoris con círculos lentos.


No pude resistirme. Mi mano se movió hacia mi pantalón, desabotonándolo con prisa. Mi erección era dolorosa, y necesitaba aliviar la tensión. Comencé a masturbarme, mis ojos fijos en Adriana mientras ella se tocaba con desenfreno. Sus gemidos llenaron la habitación, y su cuerpo se retorció con cada caricia.


De repente, la puerta se abrió de golpe, y Sofía entró en la habitación. La sobrina de Adriana se quedó paralizada al ver la escena, pero en lugar de retroceder, sus ojos se iluminaron con curiosidad. Llevaba un vestido corto y ajustado, y su cabello caía en ondas sueltas sobre sus hombros. "Lo siento", murmuró, pero no se movió.


Adriana, sin dejar de tocarse, sonrió con malicia. "Sofía, cariño, ¿por qué no te unes a nosotros?", sugirió. La chica no necesitó más invitación. Se acercó a mí, sus ojos fijos en mi erección. Con movimientos ágiles, se arrodilló frente a mí y tomó mi pene en su boca.


La mamada de Sofía fue intensa y apasionada, su lengua trazando patrones expertos mientras sus labios se movían arriba y abajo. Mientras ella me complacía, llevé mi mano libre a su ano, introduciendo un dedo con suavidad. Sofía gimió alrededor de mi pene, su cuerpo temblando con cada movimiento.


Adriana, al ver la escena, alcanzó un nuevo nivel de excitación. Sus gemidos se volvieron más fuertes, más urgentes. Su mano se movía con frenesí, y su cuerpo se arqueó hacia atrás mientras se acercaba al orgasmo. "Oh, Dios", jadeó. "Me voy a venirrrr".


Y así fue. Con un grito de placer, Adriana tuvo un orgasmo explosivo, su cuerpo sacudiéndose con fuerza. Su vagina se contrajo alrededor de sus dedos, y un chorro de líquido caliente salió de ella, empapando sus muslos y la cama. Sofía y yo nos quedamos sin aliento, testigos de su liberación.


Pero Adriana no había terminado. Con un susurro ronco, me miró y dijo: "Ahora es tu turno".

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