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El sol de la tarde se filtraba entre las hojas de los árboles del parque, creando un juego de luces y sombras que parecía conspirar con la atmósfera de complicidad que siempre se establecía entre ellos. Ella, la esposa de su vecino, un hombre de mal carácter y pocas palabras, disfrutaba de esos momentos en los que podían escapar de la rutina y la vigilancia constante. Le gustaba jugar con él en sitios abiertos, donde la naturaleza parecía ser su cómplice. Parques, bosquecitos urbanos, cualquier lugar donde pudieran sentirse libres, aunque fuera por unos minutos.
Él, un de maduro cincuentón de mirada traviesa y sonrisa pícara, siempre encontraba la manera de aprovechar esos juegos para rozar su cuerpo. Sus manos, aparentemente inocentes, se deslizaban con naturalidad hacia sus pechos o su trasero, como si fuera parte del juego. Ella, en lugar de rechazarlo, sonreía con complicidad, como si disfrutara de esa tensión silenciosa que se iba construyendo entre ellos.
Aquel día, sin embargo, las cosas tomaron un giro diferente. El deseo que había estado latente durante tanto tiempo finalmente encontró una salida. Mientras caminaban por un sendero menos transitado del parque, él se acercó a ella con una intención clara. Sus dedos se deslizaron bajo la falda ligera que ella llevaba, buscando el contacto con su piel. No fue un movimiento accidental, sino premeditado, lleno de deseo y curiosidad.
Ella se detuvo en seco, su respiración se aceleró ligeramente, pero no lo apartó. En cambio, sus ojos se encontraron con los de él, y en esa mirada había una mezcla de sorpresa y anticipación. Él, sin dudarlo, llevó sus dedos hasta el vértice de sus nalgas, donde la tela de su tanga se ajustaba a su cuerpo. Esperaba un rechazo, una reprimenda, pero lo que recibió fue muy diferente.
Un gemido suave, casi como un susurro, escapó de sus labios. Su cuerpo se tensó, pero no para apartarlo, sino para recibirlo. En lugar de cerrarse, se abrió, ofreciéndole un acceso que él no había esperado. Su culo, apretado y tentador, se movió ligeramente, como invitándolo a explorar más. Él, sorprendido pero entusiasta, comenzó a frotar su ano a través de la tela, sintiendo la calidez y la suavidad de su piel.
La reacción fue inmediata. Su erección creció, palpable bajo sus pantalones, y ella lo notó. Sin decir una palabra, su mano se movió con decisión hacia su entrepierna, liberando su verga de la prisión de su ropa. Él jadeó suavemente, sintiendo el aire fresco en su piel sensible. Ella, sin perder tiempo, se arrodilló frente a él, su cabello cayendo sobre sus hombros como una cortina de seducción.
Con un movimiento fluido, tomó su verga en su boca, envolviéndola con sus labios cálidos y húmedos. Él cerró los ojos, sintiendo el placer recorrer su cuerpo como una corriente eléctrica. Sus manos se aferraron a su cabello, guiando su movimiento, pero ella ya sabía lo que hacía. Su boca trabajaba con experiencia, su lengua trazando patrones que lo llevaban al borde del éxtasis.
—Métemelo —susurró ella, su voz ronca y llena de deseo—. Quiero sentir tu dedo en mi culo.
Él aceto la invitación de inmediato . Con una mano aún en su cabello, llevó la otra hacia su trasero, separando sus nalgas para tener mejor acceso. Su dedo, húmedo con su saliva, se deslizó lentamente hacia su ano, sintiendo la resistencia inicial antes de que ella se relajara y lo recibiera. Ella gimió en torno a su verga, el sonido vibrando en su miembro y aumentando su excitación.
El parque, con sus sonidos de la naturaleza y la luz dorada del atardecer, se convirtió en el escenario perfecto para lo que estaba por venir. Él comenzó a mover su dedo con ritmo, entrando y saliendo de su culo apretado, sintiendo cómo ella se adaptaba a su movimiento. Su otra mano dejó su cabello y se movió hacia su cintura, tirando de ella para que se levantara.
—No —dijo ella, su voz firme pero llena de deseo—. Aquí. Ahora.
Él no discutió. La dejó arrodillada, su boca aún trabajando en su verga, mientras continuaba explorando su culo. El contraste entre la suavidad de su boca y la estrechez de su ano lo volvió loco. Su respiración se volvió más pesada, sus movimientos más urgentes. Ella, sintiendo su creciente excitación, se levantó ligeramente, mirándolo con ojos llenos de lujuria.
—Quiero más —dijo, su voz un susurro que apenas se escuchaba sobre el sonido de los pájaros—. Culeame aquí, en el parque. Hazme tuya.
Él no necesitó más palabras. Con un movimiento rápido, la levantó y la apoyó contra un árbol cercano, sus piernas envolviendo su cintura. Su verga, dura y lista, se posicionó en la entrada de su sexo, húmedo y acogedor. Ella lo miró, sus ojos brillando con anticipación, y él entró en ella con un solo movimiento, sintiendo cómo lo envolvía con su calor.
El sexo en el parque fue intenso, primitivo. Los sonidos de la naturaleza se mezclaron con sus gemidos, sus cuerpos moviéndose al unísono. Él la tomó con fuerza, sus manos aferrándose a sus caderas mientras la embestía con ritmo. Ella, con los ojos cerrados, se dejó llevar por el placer, su cuerpo respondiendo a cada movimiento.
Pero no fue suficiente. El deseo de más los consumió. Él la giró, apoyándola contra el árbol, y sin decir una palabra, se posicionó detrás de ella. Su verga, aún dura, buscó la entrada de su culo, y ella lo guió con sus manos, abriéndose para él. El sexo anal fue lento al principio, cada movimiento calculado para maximizar el placer. Ella gimió, su cuerpo tensándose con cada entrada, pero no se detuvo.
—Más fuerte —pidió, su voz un susurro entrecortado—. Culeame como si fuera la última vez.
Él no se contuvo. Sus embestidas se volvieron más rápidas, más profundas, su verga llenando su culo por completo. Ella se aferró al árbol, sus uñas enterrándose en la corteza, mientras el placer la consumía. El parque, con su tranquilidad aparente, fue testigo de su pasión desatada.
Pero incluso eso no fue suficiente. Él la giró de nuevo, llevándola al suelo, donde las hojas secas amortiguaban su caída. Su boca buscó la suya, sus labios chocando en un beso voraz, mientras sus manos exploraban cada rincón de su cuerpo. El sexo vaginal fue salvaje, sus cuerpos moviéndose con urgencia, como si el tiempo se estuviera acabando.
Ella lo montó, su cabello cayendo sobre sus hombros, mientras se movía sobre él con ritmo. Sus pechos botaban con cada movimiento, y él los tomó con sus manos, apretándolos suavemente mientras ella cabalgaba sobre su verga. El placer los llevó al borde, pero no querían que terminara.
—No pares —jadeó ella, su voz un susurro en su oído—. Sigue, sigue.
Él la tomó de nuevo, cambiándola de posición, explorando cada ángulo, cada sensación. El parque, con su atmósfera serena, contrastaba con la intensidad de su encuentro. Pero a medida que el sol se escondía detrás de los árboles, dejando el cielo en tonos de naranja y rosa, supieron que no podían seguir.
Con un último esfuerzo, él la tomó con fuerza, sus movimientos desesperados, como si quisiera grabar cada sensación en su memoria. Ella gimió, su cuerpo temblando, mientras el orgasmo la consumía. Él la siguió, su verga pulsando dentro de ella, su semen llenándola por completo.
Ella alzó su cuerpo hasta cabalgar la boca de Gustavo, inicio un vaivén suave que se fue convirtiendo en una cabalgata desbocada, sus gemidos eran gritos ahora y de pronto, un chorro de líquido caliente inundo la boca del hombre que estaba bajo su sexo, fue increíble y solo termino cuando ella relajo su cuerpo dejándose caer a su lado entre la hierba
Sus cuerpos, sudorosos y satisfechos, se quedaron en silencio, respirando pesadamente. El parque, ahora en penumbra, los envolvió en su tranquilidad. Ella lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de satisfacción y deseo insatisfecho.
—¿Y ahora qué? —preguntó, su voz un susurro.
Él sonrió, su mano acariciando su mejilla. El final quedó en el aire, abierto a la imaginación, mientras el parque los envolvía en su silencio cómplice.