Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Sexo anal 674 Vistas
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En el bullicioso supermercado de la esquina, donde las estanterías rebosaban de productos y los carritos chocaban en los pasillos, Gustavo, un hombre de 57 años con la madurez reflejada en su mirada, se encontró con una presencia que alteró su tranquila mañana. Era Yajaira, una joven de 20 años que, a pesar de su edad, irradiaba una sensualidad que parecía desafiar las normas de la decencia. Su apariencia de colegiala, con su falda corta y amplia que apenas cubría sus curvas, contrastaba con la madurez de sus movimientos y la intensidad de su mirada.


Yajaira caminaba con una confianza que hacía que su cuerpo se moviera como si estuviera bailando un ritmo invisible. Sus pechos, firmes y generosos, se balanceaban ligeramente bajo la tela holgada de su blusa, mientras que su trasero, redondo y provocativo, se bamboleaba con cada paso, amenazando con revelar el hilo que apenas lo cubría. Su piel morena brillaba bajo la luz fluorescente del supermercado, y su cabello oscuro caía en ondas sueltas sobre sus hombros, enmarcando un rostro que combinaba inocencia y descaro.


Gustavo, que había ido a comprar algunos ingredientes para el desayuno , se sintió inmediatamente atraído por la presencia de Yajaira. No era solo su apariencia física lo que lo cautivó, sino la energía que irradiaba, una mezcla de juventud y experiencia que lo intrigó. Sus miradas se cruzaron brevemente en el pasillo de las frutas, y en ese instante, algo eléctrico pasó entre ellos. No hubo palabras, solo una conexión silenciosa que los llevó a buscar un rincón más privado.


El pasillo de los productos de limpieza, generalmente tranquilo y poco transitado, se convirtió en su refugio. Yajaira se acercó a Gustavo con una sonrisa pícara, sus ojos brillando con una promesa que él no podía ignorar. Sus manos se rozaron accidentalmente mientras ambos alcanzaban una botella de detergente, y ese simple contacto fue suficiente para encender una chispa. La mano de Gustavo, guiada por un impulso que no podía controlar, se deslizó lentamente bajo la falda de Yajaira, como si estuviera siguiendo un camino que ya conocía.


Ella no se apartó. En cambio, su respiración se aceleró, y su cuerpo se tensó ligeramente, anticipando lo que estaba por venir. La tela de su hilo era fina y suave, y Gustavo sintió la calidez de su piel a través de ella. Su dedo, tembloroso pero decidido, se movió con cuidado, explorando la suavidad de su piel hasta que encontró su objetivo. El ano de Yajaira, estrecho y tentador, se abrió ligeramente al contacto, como si lo estuviera invitando a seguir adelante.


—¿Te gusta esto? —murmuró Gustavo, su voz ronca y cargada de deseo, mientras su dedo presionaba suavemente contra su entrada.


Yajaira cerró los ojos, su rostro una máscara de placer y anticipación. —Sí —susurró, su voz apenas audible sobre el murmullo del supermercado—. Me encanta.


El  dedo de  Gustavo comenzó a moverse con más confianza, explorando, estimulando, mientras Yajaira se apoyaba contra él, su cuerpo respondiendo a cada caricia. El pasillo, con sus estantes llenos de botellas y envases, se convirtió en el escenario de un encuentro que trascendía lo cotidiano. El mundo exterior parecía desvanecerse, dejando solo a dos personas consumidas por el deseo.


—Quiero más —dijo Yajaira, su voz ahora más firme, más exigente. Sus manos se aferraron a los brazos de Gustavo, como si temiera caer bajo el peso de las sensaciones que la inundaban.


Gustavo sonrió, una sonrisa que combinaba experiencia y lujuria. —Entonces tómalo —respondió, guiando su mano hacia su pantalón.


Yajaira no se hizo de rogar. Con dedos ágiles y seguros, desabrochó su cinturón y bajó la cremallera, liberando lo que había estado creciendo dentro de sus pantalones. Su miembro, duro y palpitante, emergió, y ella lo tomó con una mezcla de curiosidad y hambre. Sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa mientras comenzaba a mover su mano arriba y abajo, su tacto experto enviando oleadas de placer a través del cuerpo de Gustavo.


—Joder, Yajaira —gruñó él, su voz ronca y llena de necesidad—. No sabes lo que haces conmigo.


Pero ella sí lo sabía. Lo sabía muy bien. Sus movimientos se volvieron más rápidos, más urgentes, mientras el placer los consumía a ambos. El supermercado, con sus pasillos llenos de gente y sus altavoces anunciando ofertas especiales, parecía un mundo lejano. En ese momento, solo existían ellos dos, perdidos en un mar de sensaciones que los arrastraba hacia lo desconocido.


—No puedo esperar más —dijo Gustavo, su voz temblorosa de deseo—. Necesito estar dentro de ti.


Yajaira asintió, su rostro brillante de excitación. —Hazlo —susurró, su voz un susurro seductor—. Tómame aquí, ahora.


Gustavo la entendió . Con manos expertas, la giro de espaldas a la estantería ,  levantó  su falda y corrio el hilo  que gtrataba de cubrir el culo de Yajaira y la apoyó contra el estante, sus piernas sosteniéndola fuerte  mientras su miembro encontraba su camino hacia su entrada. El mundo exterior se desvaneció por completo cuando entró en ella, llenándola, poseyéndola de una manera que la hizo gemir de placer.


El pasillo, antes tranquilo, ahora resonaba con los sonidos de su pasión. Los gemidos de Yajaira, los gruñidos de Gustavo, el ritmo constante de sus cuerpos moviéndose al unísono. Era un baile primitivo, una expresión pura de deseo que trascendía las palabras y las convenciones.


—Más fuerte —pidió Yajaira, sus uñas clavándose en las nalgas  de Gustavo y empujándolo hacia ella —. Más fuerte, por favor.


Y él obedeció, aumentando el ritmo, sus caderas chocando contra las de ella con una fuerza que la hizo gritar de placer. El estante detrás de ella temblaba bajo su peso, las botellas de detergente y limpiadores amenazando con caer, pero ninguno de los dos se dio cuenta. Estaban demasiado perdidos en el momento, demasiado consumidos por la intensidad de lo que estaban compartiendo.


—Voy a… —comenzó Gustavo, su voz quebrada por el esfuerzo—. Voy a venirme.


—Hazlo —gimió Yajaira, su cuerpo temblando al borde del orgasmo—. Lléname, por favor.


Y entonces, en ese pasillo olvidado del supermercado, en medio de los productos de limpieza y los carritos de compras, Gustavo alcanzó su clímax. Su cuerpo se tensó, y un grito ahogado escapó de sus labios mientras vaciaba su semilla dentro de Yajaira, llenándola, marcándola como suya. Ella lo siguió casi inmediatamente, su cuerpo convulsionando en torno a él mientras alcanzaba uno tras otro sus propios orgasmos, sus gritos mezclándose con los de él en una sinfonía de placer.


Cuando finalmente se separaron, ambos jadeantes y sudorosos, el mundo exterior comenzó a filtrarse de nuevo en su conciencia. El supermercado, con su bullicio y sus luces fluorescentes, los rodeaba una vez más, recordándoles dónde estaban y lo que acababan de hacer.


—¿Y ahora qué? —preguntó Yajaira, su voz aún temblorosa mientras se ajustaba la ropa.


Gustavo sonrió, una sonrisa que prometía más de lo que podía decir. —Ahora —respondió—, solo es el comienzo.


Y con eso, se alejaron del pasillo rumbo a la salida del lugar , sus cuerpos aún temblorosos, sus mentes aún enredadas en el recuerdo de lo que acababan de compartir. El supermercado seguía siendo el mismo, pero ellos habían cambiado. Ya nada sería igual, y ambos lo sabían. La mañana de sexo desenfrenado entre la jovencita y el maduro cincuentón había abierto una puerta a posibilidades que ni siquiera habían comenzado a explorar. ¿Qué vendría después? Solo el tiempo lo diría.

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