Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Sexo con maduras 385 Vistas
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Gustavo entró en la recepción con los documentos en mano, sin imaginar que ese mediodía se convertiría en algo más que una simple entrega de papeles. El aire acondicionado del lugar le dio un breve respiro del calor sofocante de la calle, pero lo que realmente lo dejó sin aliento fue la presencia de Yoana, la recepcionista. Con su piel morena y sus curvas pronunciadas, ella no hizo ningún esfuerzo por disimular su intención. Sus movimientos eran deliberados, cada gesto calculado para que Gustavo notara la pequeña tanga que asomaba bajo su falda holgada. Sus ojos se encontraron, y en su mirada había una descarada invitación que no necesitaba palabras.


—Buenas tardes —dijo Gustavo, tratando de mantener la compostura mientras le entregaba el paquete—. Aquí tien’tengo los documentos.


Yoana sonrió, sus labios rojos y carnosos curvándose en una expresión que era tanto profesional como seductora. Tomó los papeles con manos que parecían moverse más lento de lo necesario, asegurándose de que Gustavo notara la suavidad de su piel.


—Gracias —respondió, su voz ronca y melodiosa—. Solo un momento mientras firmo el recibo.


Mientras ella escribía, Gustavo no pudo evitar observar cómo su blusa holgada resaltaba sus pechos generosos. Cada movimiento suyo era un recordatorio de su presencia, una tentación que se hacía cada vez más difícil de ignorar. Cuando finalmente le entregó el recibo, Gustavo se giró para marcharse, pero la voz de Yoana lo detuvo.


—Oye, ¿tienes prisa? —preguntó, su tono casual pero cargado de intención—. Justo estaba por salir a almorzar.


Gustavo se detuvo, su mente trabajando rápidamente. No tenía prisa, pero tampoco esperaba que la situación tomara ese giro. Sin embargo, la mirada de Yoana no dejaba lugar a dudas. Decidió quedarse.


—No, no tengo prisa —respondió, tratando de sonar despreocupado.


Yoana sonrió de nuevo, esta vez con una chispa de triunfo en sus ojos. Tomó su bolso y se levantó, ajustando su falda de manera que su tanga quedara aún más expuesta. Juntos caminaron hacia el ascensor, el silencio entre ellos cargado de tensión. Cuando las puertas se cerraron, no hubo palabras. Yoana se acercó a Gustavo, sus labios buscando los suyos en un beso apasionado y desesperado. Sus manos se movieron con urgencia, como si temieran que el ascensor se detuviera antes de tiempo. Gustavo la abrazó con fuerza, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo, la suavidad de su piel bajo sus dedos.


El ascensor se detuvo en la planta baja, pero ninguno de los dos se movió para salir. El beso continuó, más intenso si cabe, hasta que el sonido de las puertas abriéndose de nuevo los obligó a separarse. Yoana tomó a Gustavo de la mano y lo llevó hacia un restaurante cercano, un lugar discreto en el segundo piso, donde el ambiente era tranquilo y las mesas estaban lo suficientemente separadas para ofrecer privacidad.


Subieron las escaleras en silencio, sus manos entrelazadas, la tensión sexual entre ellos palpable. El segundo piso estaba casi vacío, solo una pareja en una esquina y un camarero que los miró con curiosidad antes de dirigirse a otra mesa. Se sentaron en una esquina, lejos de las miradas indiscretas, y Yoana se reclinó en su silla, su falda subiendo lo suficiente para revelar aún más su tanga.


—¿Qué quieres almorzar ? —preguntó, su voz baja y seductora.


Gustavo apenas podía concentrarse en el menú. Sus ojos estaban fijos en las piernas de Yoana, en la manera en que su falda se ajustaba a sus curvas. Sin decir una palabra, extendió su mano y comenzó a acariciar su muslo, su tacto firme pero suave. Yoana sonrió, inclinándose hacia él mientras el camarero se acercaba para tomar su pedido.


—Lo de siempre —dijo Yoana, sin mirar el menú—. Y para él, lo mismo.


El camarero asintió y se alejó, dejándolos a solas. Gustavo no perdió el tiempo. Sus dedos se movieron con habilidad, deslizándose bajo la falda de Yoana y encontrando la humedad que ya la esperaba. Ella gimió suavemente, su cabeza inclinándose hacia atrás mientras Gustavo penetraba su vagina con dos dedos, moviéndolos con un ritmo constante que la hizo arquearse en su silla.


—Me encanta cómo me tocas —susurró Yoana, su aliento caliente en el oído de Gustavo—. Pero no te olvides de mi culito.


Gustavo sonrió, complacido por su franqueza. Retiró sus dedos de su vagina y los llevó a su ano, presionando suavemente hasta que entró, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba y se relajaba al mismo tiempo. Yoana gimió de nuevo, su mano buscando la entrepierna de Gustavo, masajeando su erección a través de los pantalones.


—¿Te gusta lo que sientes? —preguntó, su voz cargada de deseo—. Me encanta cómo me llenas.


Gustavo asintió, su mente en un estado de embotamiento placentero. Yoana continuó susurrando en su oído, describiendo con detalle cómo le gustaba ser penetrada, cómo quería sentir su verga en su culo, en su raja, en su boca. Sus palabras eran como combustible, alimentando el fuego que ardía entre ellos.


El camarero regresó con el pedido , pero ninguno de los dos parecía tener apetito. Yoana se reclinó en su silla, su falda ahora completamente subida, su tanga expuesta para que Gustavo la viera. Él no pudo resistirse, sus dedos volviendo a su cuerpo, explorando cada centímetro de su piel mientras ella lo miraba con ojos llenos de deseo.


—Después de esto —dijo Yoana, su voz baja y ronca—, vamos a un lugar donde podamos seguir.


Gustavo asintió, su mente ya imaginando lo que vendría. Pagaron la cuenta y salieron del restaurante, sus manos entrelazadas de nuevo, la tensión sexual entre ellos más intensa que nunca. Yoana lo llevó a una residencia cercana, un edificio discreto donde nadie los conocería. Subieron las escaleras rápidamente, sus besos y caricias continuando en cada descanso.


Cuando finalmente llegaron a la habitación, no hubo palabras. Yoana se quitó la ropa con movimientos rápidos y desesperados, su cuerpo curvilíneo expuesto ante Gustavo. Él la miró con deseo, su erección palpitante mientras se quitaba los pantalones. Yoana se arrodilló frente a él, tomando su verga en su boca y chupando con habilidad, su lengua moviéndose en movimientos  que lo hicieron gemir de placer.


—Quiero sentirte en mi culo —dijo Yoana, levantándose y posicionándose a cuatro patas en la cama—. Culeame como a una puta.


Gustavo no espero . Se colocó detrás de ella, su verga erecta apunto a  su ano, y empujó con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo lo recibía con un gemido de placer. El sexo anal fue intenso, cada embestida más profunda que la anterior, sus cuerpos moviéndose al unísono en un ritmo que los llevó al borde del éxtasis.


Pero Yoana no se conformó con eso. Lo hizo girar, posicionándose sobre él y montándolo con habilidad, su raja apretada abrazando su verga mientras se movía con un ritmo que lo dejó sin aliento. Sus tetas rebotaban con cada movimiento, sus gemidos llenando la habitación mientras el placer los consumía.


Finalmente, Yoana se inclinó hacia adelante, tomando su verga  y colocándola  en la entrada de su ano y un instante después disfrutaba como Gustavo la penetraba desde atrás. El sexo anal se convirtió en una explosión de sensaciones, sus cuerpos temblando mientras alcanzaban el clímax juntos, sus gemidos llenando la habitación en un coro de placer indescriptible.


Cuando terminó, cayeron exhaustos en la cama, sus cuerpos sudorosos y satisfechos. Yoana sonrió, su mano acariciando el pecho de Gustavo mientras recuperaban el aliento.


—¿Y ahora qué? —preguntó, su voz suave y cargada de posibilidades.


Gustavo la miró, su mente girando con las opciones que se abrían ante ellos. Podían quedarse allí, repitiendo la experiencia una y otra vez, o podían salir y continuar su día como si nada hubiera pasado. O quizás, solo quizás, esto era solo el comienzo de algo más, algo que ni siquiera podían imaginar aún.


La respuesta quedó en el aire, suspendida entre ellos mientras Yoana se inclinaba y se metía la verga flácida ahora, entre su boca y decía entre chupadas y mamadas: ¿un postre de leche para esta putica sí? Gustavo no tardo en darle gusto y luego bajo hasta la vagina de ella y se posesiono de sus labios mojados y gruesos con grandes chupones y termino con una succión fuerte hasta que ella dejo escapar un chorro de líquido dorado en su boca mientras gritaba- jueputaaaaa, me vineeeee.

Y en ese momento, sonó el teléfono de la habitación para recordarles que el tiempo había acabado, no importaba lo que viniera después, porque lo que habían compartido era real, intenso y completamente indescriptible.

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🍒 Pregunta Cereza

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