Guía Cereza
Publicado hace 3 días Categoría: Sexo con maduras 215 Vistas
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La conocí en una página de citas virtuales, un lugar donde las fantasías se entrelazan con la realidad y las promesas de pasión se tejen en cada mensaje. Tras semanas de charlas ardientes y sesiones de sexo telefónico que me dejaban sin aliento, acordamos una cita a ciegas. Ella, una mujer morena madura de 65 años, y yo, con mis 57, estábamos listos para llevar nuestra conexión virtual al mundo real. Aunque me había enviado fotos, siempre tuve la sospecha de que eran falsas. Su belleza parecía demasiado perfecta, demasiado inalcanzable. Pero la curiosidad y el deseo de aventura me impulsaron a arriesgarme.


El día de la cita, llegué al lugar acordado, un café tranquilo en el centro de la ciudad. Mi corazón latía con fuerza mientras escaneaba el lugar en busca de su figura. Y allí estaba, sentada en una mesa cerca de la ventana. Su vestido largo, de tela suave y ceñida, resaltaba sus curvas de manera sutil pero irresistible. Sus tetas medianas, sus caderas anchas y, sobre todo, ese culo impresionante que parecía desafiar la gravedad, confirmaron que era ella. No había duda.


Me acerqué con una mezcla de nerviosismo y excitación. Al llegar a su mesa, la saludé con un beso en las mejillas, sintiendo el calor de su piel y el aroma sutil de su perfume. Su sonrisa era tan seductora como la recordaba de nuestras conversaciones. Nos sentamos en un rincón discreto, alejados de las miradas curiosas. El ambiente era íntimo, perfecto para lo que estaba por venir.


No tardamos en dejar de lado las formalidades. Nuestras miradas se encontraron, y sin necesidad de palabras, nos acercamos. Nuestros labios se fundieron en un beso apasionado, lleno de la tensión sexual que había estado creciendo durante semanas. Sus labios eran suaves, su lengua juguetona, y su sabor era adictivo. Mientras nos besábamos, mis manos comenzaron a explorar su cuerpo, deslizándose por sus caderas y su espalda, sintiendo la calidez de su piel a través de la tela de su vestido.


Ella era ardiente y fogosa, tal como la había imaginado. Su vestido, aunque elegante, estaba diseñado para permitir caricias discretas. Mis dedos se aventuraron bajo la tela, recorriendo su cuerpo con una mezcla de ternura y urgencia. Sus pechos eran firmes, sus pezones endurecidos por el deseo. Pero fue cuando mis dedos encontraron su clítoris que su respiración se aceleró. Lo acaricié con suavidad, sintiendo cómo su cuerpo temblaba de placer. Ella gemía suavemente, su cabeza recostada en el respaldar de la silla, entregada al momento.


No contento con solo eso, mis dedos continuaron su exploración, deslizándose hacia su ano. Era apretado y cerrado, pero su humedad delataba su excitación. La acaricié con cuidado, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba y relajaba al ritmo de mis movimientos. Ella respondió con igual intensidad, su mano buscando mi entrepierna. A través de la tela de mis pantalones, comenzó a masajear mi erección, premiándome con una paja que me hizo arquear la espalda de placer.


El café, con su ambiente tranquilo, ya no era suficiente para contener nuestra pasión. Nos miramos, sabiendo que necesitábamos más. Sin decir una palabra, nos levantamos y salimos, dirigiéndonos al primer motel que encontramos. El camino fue corto, pero cada segundo se sentía como una eternidad. Nuestras manos no se soltaban, nuestros cuerpos se rozaban, y el deseo crecía con cada paso.


Al llegar a la habitación, no perdimos tiempo. El vestido cayó al suelo, revelando su cuerpo maduro y perfecto. Sus curvas eran hipnóticas, su piel suave y sedosa. Me acerqué a ella, besando cada centímetro de su cuerpo, desde sus pechos hasta sus muslos. Mi lengua exploró su sexo, saboreando su humedad, sintiendo cómo su cuerpo temblaba de placer. Ella gemía, sus manos enredadas en mi cabello, guiándome con urgencia.


Pero la noche no era solo para el placer oral. Mi atención se centró en su ano, ese tesoro apretado que había estado deseando explorar. Con paciencia y cuidado, lo preparé, usando mis dedos y saliva para asegurarnos de que estuviera lista. Cuando finalmente entré en ella, ambos suspiramos de placer. La sensación era increíble, su cuerpo ajustándose perfectamente al mío. Comencé a moverme con lentitud, sintiendo cada centímetro de su calor, cada contracción de su cuerpo.


Ella se movía conmigo, sus gemidos llenando la habitación. Su cuerpo maduro era una maravilla, respondiendo a cada embestida con una pasión que solo la experiencia podía traer. La tomé con fuerza, pero siempre con cuidado, respetando su cuerpo mientras explorábamos los límites de nuestro deseo. La noche se convirtió en una danza de pasión anal y oral, cada momento más intenso que el anterior.

Su culo es precioso, dos nalgas morenas, divididas por una raja espectacular, Al principio, se quejaba y quería sacársela del ano, porque decía que le dolía mucho… pero después comencé a juguetear con su ano… Al minuto, se estaba enrojeciendo de lujuria, moviendo las nalgotas de un lado a otro, mientras se acariciaba su clítoris… Me ensalivé un dedo y bordeé todo su palpitante culito apretado…

A ella le encantó, se crispó y pude ver como se ponía roja, más roja, mientras decía: «esto si es saber culear papito …»

Poco a poco, me iba volviendo loco con su ano que latía y latía sin parar, nublándome la vista. Su mano seguía perdida en su entrepierna, que yo no podía ver. Solo podía ver su palpitante ano, y entonces le penetré despacio sin prisas disfrutando como se abrían sus paredes anales con la embestida. Empezó a hacer movimientos circulares que me pusieron a mil…

El ano de ella ya era descaradamente palpitante… parecía un corazón, se movía sin freno con mi verga dentro …


Se empezó a masturbar más rápido, más y más, hasta que, enloquecedoramente morbosa, se derritió en un orgasmo anal tremendo, que hizo que su cuerpo se doblara. Pude ver en el espejo a un lado de la cama su cara, enrojecida de morbo, enloquecida tenía las venas saltadas y fruncía la cara con expresiones que solo una verga en el culo puede hacerla tener …

Poco después del primer orgasmo anal y sus venas saltadas, se volvió a sumir en un segundo orgasmo anal, entonces el hoyo del culo le latió y palpitó a mil…


Al final, nuestros cuerpos se fundieron en uno, nuestros gemidos llenando la habitación. Ella se vino en un chorro inmenso que inundo parte de la cama y el piso , su cuerpo temblando mientras su ano apretaba mi erección con fuerza. Yo no tardé en seguirla, mi semen llenando su interior mientras gritaba su nombre. Caímos exhaustos en la cama, nuestros cuerpos sudorosos y satisfechos.


Esa noche fue inolvidable, una celebración de la pasión, el deseo y la conexión que habíamos construido. Y aunque todo comenzó con una cita a ciegas, sabía que esta no sería la última vez que nos veríamos.

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🍒 Pregunta Cereza

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