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No es raro ver —o vivir— ese deseo intenso y casi magnético por una mujer mayor. No estamos hablando solo de lo físico (aunque las curvas seguras, las miradas firmes y esa elegancia natural ayudan), sino de algo más profundo, más psíquico. Algo que toca fibras internas que muchas veces ni el propio joven comprende del todo.
Se podría pensar que el deseo por mujeres maduras tiene que ver con el valor simbólico que ellas representan. No tanto por una “figura materna” literal, sino por lo que la mujer madura encarna a nivel inconsciente:
- Seguridad, experiencia, contención… pero también peligro y poder.
La mujer madura no es una figura que “necesita” al joven. No busca ser salvada, ni educada, ni validada. Ella ya es. Tiene historia, pasado, deseo propio. Y eso, para un joven que está en plena construcción de su identidad sexual, puede ser tremendamente erótico: encontrarse con alguien que lo “sabe todo”, que no titubea, que toma el control, puede ser una forma de ceder el mando sin sentirse débil. En otras palabras: desear a una mujer madura es también, muchas veces, desear soltarse, entregarse sin miedo.
Otro punto: en un mundo donde muchas relaciones entre jóvenes están marcadas por la hiperconectividad, la validación constante y cierta ansiedad por el “qué somos”, la mujer madura suele operar fuera de ese circuito. No necesita actualizar el estado en redes, no exige definiciones inmediatas, y su deseo puede ser más directo, más carnal, más honesto. Y eso también excita: la idea de un deseo que no pide permiso, que no está sujeto a juegos de aprobación.
Además, desde lo simbólico, la mujer mayor a veces representa una autoridad que se vuelve erótica. Y eso tiene mucho jugo psicoanalítico: el deseo por lo prohibido, por lo que tiene poder, por lo que impone reglas… pero que se entrega o se abre, precisamente, al deseo. Es el placer de romper una jerarquía sin destruirla: ser tomado por alguien que sabe más, que exige más… y que da más.
Entonces, el deseo por mujeres maduras no se trata simplemente de una fantasía de "figura materna sexualizada". Va más allá: se trata del fascinio por lo que ya está construido, por lo que impone respeto y deseo al mismo tiempo, por lo que enseña sin pedir, y toma sin preguntar.
Es el deseo de encontrarse, aunque sea por un rato, con alguien que no está aprendiendo a desear, sino que ya domina el arte de hacerlo... o al menos eso creo.