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"Habitación 604"
Marina llevaba ya seis meses trabajando en el hotel. Un lugar elegante, de esos donde cada alfombra está impoluta y el silencio pesa como el lujo. A sus 27 años, no estaba acostumbrada a ver tantas personas importantes, mucho menos a interactuar con ellas. Era una chica reservada, de sonrisa honesta, que se ganaba la simpatía de los huéspedes sin buscarla.
Pero aquel martes, algo cambió.
Le asignaron la habitación 604. “No tardes mucho”, le advirtió la supervisora con una media sonrisa. “El huésped no es precisamente... accesible.”
Cuando Marina tocó la puerta, no esperaba que se abriera tan rápido. Allí estaba él.
Alto, con una presencia que llenaba el pasillo. Vestía una camisa negra arremangada, dejando ver unos antebrazos marcados. Su mirada era penetrante, de esas que te desnudan sin tocarte. No dijo nada al principio. Solo se hizo a un lado, dándole permiso para entrar.
Marina sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras empujaba el carrito. El aire acondicionado estaba alto, pero no era solo frío. Era él.
—¿Necesita algo más, señor? —preguntó con suavidad, mirando al suelo.
—Cierra la puerta —respondió él, sin levantar la voz, pero con una autoridad que no admitía réplica.
El clic del cerrojo sonó más fuerte de lo normal.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, acercándose. Su tono era más bajo ahora, casi íntimo.
—Marina...
Él se detuvo muy cerca. No la tocó. No lo necesitaba. Su sola presencia bastaba para que ella sintiera el pulso en las sienes.
—Tienes unas manos delicadas. ¿Siempre haces esto?
Ella asintió, sin poder sostenerle la mirada. Pero no era miedo lo que sentía. Era algo más crudo, más animal. Una mezcla de deseo y vulnerabilidad.
—Quiero ver cómo haces la cama —dijo, y se sentó en el sillón, cruzando las piernas, observándola como si cada uno de sus movimientos fuera parte de un ritual.
Marina tragó saliva y comenzó a alisar las sábanas con manos temblorosas. Sentía su mirada recorriéndola, desnudándola en silencio. Cada rincón de la habitación parecía más estrecho, más cargado.
—Eres muy meticulosa… —murmuró él, y se puso de pie.
Ahora estaba detrás de ella. Tan cerca, que podía sentir el calor de su cuerpo a través del delgado uniforme. No la tocó, pero su respiración acariciaba su cuello. Marina cerró los ojos.
—Dime si te incomodo —susurró.
Ella negó suavemente con la cabeza.
Entonces, como si se abriera un pacto invisible, sus dedos rozaron apenas su brazo. Una corriente eléctrica se desató. Los dos sabían que no había prisa, que cada gesto debía ser lento, prolongado, más eficaz que cualquier palabra.
Él se acercó un poco más, su mano subió por su cintura, apenas tocándola, mientras le murmuraba algo que ella no logró entender. Solo sentía. Sentía el temblor de sus propias piernas, el cosquilleo en su abdomen, la sensación de estar al borde de algo prohibido… y delicioso.
Pero justo antes de cruzar la línea, él se separó.
—Ya puedes irte, Marina —dijo con una sonrisa enigmática—. Por ahora.
Ella salió de la habitación con el corazón desbocado y los labios entreabiertos. Supo, sin necesidad de explicaciones, que volvería a la 604… y que la próxima vez, no habría tanta distancia.