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Capítulo 2: Bajo llave
Marina no durmió esa noche.
Cada vez que cerraba los ojos, sentía el aliento de aquel hombre en su cuello, sus dedos apenas rozándola, y esa mirada que le decía todo sin pronunciar más que un par de frases. Nunca alguien la había tocado con tanta… paciencia. O con tanto poder.
A la mañana siguiente, encontró una nota en su casillero del hotel, doblada con una precisión casi militar:
> “604. A las 11. Solo tú.”
No había firma. No hacía falta.
Cuando el reloj marcó las 11:00 en punto, Marina subió por el ascensor sintiendo cómo cada piso que ascendía le aceleraba el pulso. Su uniforme estaba impecable, pero debajo llevaba algo que nunca usaba en el trabajo: lencería negra. No sabía por qué lo había hecho. Tal vez intuía que esa mañana no sería como las demás.
Tocó la puerta. Esta vez, no se abrió al instante.
Pasaron cinco segundos. Luego diez.
Cuando por fin la puerta se entreabrió, él la miró como si hubiera estado esperándola toda su vida.
—Pasa.
Ella obedeció, y tan pronto la puerta se cerró tras ella, escuchó el clic del seguro.
Él se acercó sin decir palabra. Le tomó el rostro con una sola mano, con firmeza, y la miró de cerca, como si quisiera leerle cada pensamiento.
—Estás temblando —dijo con voz baja.
—Estoy... nerviosa —respondió ella, apenas audible.
—No tienes por qué estarlo. A menos que quieras estarlo.
Esa frase, cargada de intención, le recorrió el cuerpo como una caricia. Sin más, él deslizó un dedo por su mejilla, bajando lentamente por su cuello, deteniéndose en la clavícula. Marina no podía moverse. Era como si todo el mundo se hubiera reducido a esa habitación y ese toque.
—Quítate los zapatos —ordenó, sin elevar la voz.
Ella lo hizo, sintiendo el suelo frío contra la planta de sus pies. Entonces, él dio un paso atrás, contemplándola.
—Ahora ven.
La condujo hasta el sofá largo junto a la ventana, donde la luz del sol entraba como un reflejo dorado. La hizo sentarse, y luego se arrodilló frente a ella. Sus manos comenzaron a recorrerla, esta vez sin prisa, pero sin timidez. Cada botón desabrochado, cada centímetro de piel expuesto era recibido con un suspiro contenido.
—No es sólo tu cuerpo lo que quiero explorar —dijo él al oído—. Quiero que me dejes entrar a ese lugar donde nadie más ha estado. Quiero verte rendirte.
Marina cerró los ojos. La sensación era abrumadora. Cada movimiento suyo parecía calculado para elevarla al borde, sin dejarla caer. Él no era agresivo. Era intenso. Preciso. Como si cada roce suyo buscara no sólo su cuerpo, sino sus secretos más escondidos.
Cuando finalmente la acarició por encima de la ropa interior, sus labios estaban apenas a centímetros de los suyos, y sin besarla aún, dijo:
—Si me pides que pare, paro. Pero si no lo haces… voy a llevarte a un lugar del que no vas a querer volver.
Ella lo miró directo a los ojos por primera vez.
—No pares.
Lo que siguió fue una danza silenciosa de deseo contenido. Sin gritos, sin urgencias. Solo piel, respiración entrecortada, y una tensión que se estiraba como una cuerda a punto de romperse.
Y cuando todo terminó, Marina se quedó acostada sobre su pecho, con la respiración calmándose lentamente y una sonrisa que no sabía que podía tener.
No fue solo placer. Fue entrega. Y supo, sin lugar a dudas, que la historia con el huésped 604… apenas comenzaba.