Guía Cereza
Publicado hace 2 días Categoría: Fantasías 41 Vistas
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Capítulo 3: El ascensor prohibido

Era su último día.

Él había extendido la reserva tres veces, pero esa mañana, Marina escuchó que el huésped de la 604 haría el check-out antes del mediodía. No se lo habían dicho directamente… pero en el mundo de los pasillos y miradas, todo se sabía.

Ella no debía subir.

No estaba en su turno. Ni siquiera estaba uniformada. Pero lo hizo de todos modos, con ropa discreta, casi como una sombra que se desliza entre las paredes de aquel hotel que la había visto cambiar.

Frente a la puerta 604, respiró hondo.

Antes de que tocara, se abrió.

Él ya sabía que ella vendría.

—No tengo mucho tiempo —dijo ella.

—Tampoco lo necesito —respondió él, con esa media sonrisa que siempre la desarmaba.

La habitación estaba recogida. Las maletas listas. Pero sus ojos decían que había algo pendiente. Algo inacabado. Algo que solo podía cerrarse de una manera: con piel y respiración.

Se besaron por primera vez.

No fue dulce. Fue una descarga. Como si cada roce anterior hubiera sido el prólogo, y ahora, por fin, comenzara el verdadero capítulo. Él la alzó sin esfuerzo, como si conociera cada rincón de su cuerpo, y la dejó sobre el escritorio junto a la ventana, donde la ciudad parecía no existir.

Marina sintió que el tiempo se detenía. Solo estaban ellos dos, fundidos en una coreografía salvaje y silenciosa. Los movimientos eran firmes, pero llenos de intención. No había palabras innecesarias. Solo el lenguaje del roce, de la piel que aprendía la otra como un idioma nuevo.

Él bajó las tiras de su vestido con una lentitud tortuosa, mirándola como si fuera una obra de arte que solo él tenía derecho a tocar. Sus manos, ya conocidas, sabían dónde quedarse y dónde presionar. La llevó al límite sin apurarse, explorando cada rincón de su cuerpo como si se lo quisiera memorizar antes de irse.

Cuando todo terminó, sus cuerpos temblaban juntos, aún enredados. Marina no quería hablar. No necesitaba promesas.

Él le acarició el cabello y susurró:

—No soy hombre de finales… pero contigo, este lo recordaré.

Bajaron juntos por el ascensor de servicio. Él llevaba las gafas oscuras puestas, ella, el cabello revuelto y una sonrisa que ya no podía esconder. Cuando las puertas se abrieron en el lobby, él salió sin mirar atrás.

Marina no lo siguió.

Solo se quedó allí, de pie, sabiendo que la habitación 604 quedaría vacía… pero nunca silenciosa.

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FIN

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