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Cuando Claudia abrió la puerta, supe de inmediato que esa noche iba a ser distinta a cualquier otra que hubiera vivido. El aire olía a incienso, madera tibia y vino tinto, y desde dentro salía una música suave, apenas un murmullo que flotaba con el ambiente. Ella me miró con esa mezcla suya de ternura y picardía, vestida con una bata de seda marfil que no escondía nada… solo sugería.
—Sabía que vendrías —me dijo, y me tomó la mano con una dulzura que me desarmó—. Estás hermoso esta noche.
Entré sin decir nada. Me sentía algo fuera de lugar. En la sala ya estaban dos parejas, relajadas, hablando y riendo con la confianza de quienes comparten secretos. Nico me saludó desde el sillón, tranquilo, como si ya estuviera todo acordado. Pero fue Claudia quien no me soltó la mano, guiándome por la casa como si me perteneciera desde siempre.
—Quiero que te relajes —me susurró al oído mientras me guiaba a la sala. Una charla leve, presentaciones, apretones d emano y besos en la mejilla. Mucha piel, yo era el mas vestido claro esta. Recibí una copa de vino y entre las risas cómplices de los que ya estaban, me fueron pidiendo que me quitara el exceso de ropa. La musica continuaba y Claudia me saco a bailar, dos tres canciones, baile con ella, con la otra mujer, que desconfiada, de a poco se fue soltando. Tres copas de vino mas tarde, ya en ropa interior solamente, Claudia miro a Nico y me tomo de la mano. Me llevo hacia la habitación — Esta noche es para disfrutar, sin presiones, me dijo.
La habitación era íntima. Una cama amplia, sábanas oscuras, luces tenues, cortinas cerradas… todo cálido, pensado para el placer. Me quedé parado en la entrada, sin saber muy bien cómo moverme. Claudia, en cambio, ya sabía exactamente qué hacer. Se acercó por detrás, y sus manos bajaron por mi espalda hasta quedarse en mis glúteos, apretando con suavidad, con esa mezcla de cariño y deseo que sólo ella tiene.
—Me encantan tus muslos… tu trasero —murmuró, y me besó el cuello, despacio.
Me giré hacia ella. Se abrió la bata sin apuro. Sus pechos quedaron expuestos ante mí, generosos, firmes, con los pezones ya erguidos. Sus piernas largas, la piel cálida, la respiración cada vez más agitada… Era hermosa. Pero no solo eso: era amorosa, contenida, como si me ofreciera su cuerpo sin apuro, solo con ganas de hacerme sentir.
Me termino de desnudar con paciencia, como si saboreara cada cm. Yo apenas me movía, rendido, dejándome llevar por el ritmo que ella marcaba. Se sentó sobre mí, sus caderas rozando mi entrepierna, y me besó. Primero suave. Luego con más hambre. Su lengua jugaba con la mía mientras se comenzaba a mover, lenta, húmeda, perfecta. Sus manos estaban en mis hombros, en mi cuello, en mi espalda… como si quisiera abrazarme por dentro.
Entonces escuché pasos. Otro hombre entró a la habitación. No era Nico, eso lo supe por el sonido de su respiración. Claudia no se detuvo. Me miró a los ojos mientras seguía montándome con esa cadencia deliciosa. El otro se acercó por detrás de ella. La acarició como si ya conociera cada rincón de su cuerpo. Ella gimió, se estremeció, y dejó que él abriera sus caderas y la tomara por atrás.
Yo no me movía. Solo sentía. Sentía su cuerpo apretado contra el mío, sus gemidos suaves en mi oído, el calor de su piel, el aroma a sexo que llenaba la habitación. Ella me abrazó mientras su cuerpo era compartido, con una entrega que no tenía ni un gramo de vergüenza. Era pura libertad.
Su frente se apoyó en mi cuello. Su boca encontró mi piel, su respiración se volvió más profunda. La sentía apretarse contra mí, temblar con cada embestida que venía por detrás. Y aun así, su ternura no desaparecía. Seguía besándome con la boca húmeda, suave, casi enamorada.
La imagen era imposible de borrar: Claudia, cabalgándome con ese ritmo hipnótico, mientras otro hombre la devoraba por detrás. Ella completamente entregada. Y yo, ahí, sintiendo que todo mi cuerpo ardía, pero sin querer que terminara.
En un momento, ella me miró. Tenía el cabello revuelto, la piel brillante de sudor, los labios entreabiertos.
—Esto apenas comienza —me dijo con una sonrisa que aún me acelera el pecho cuando la recuerdo—. Esta noche es tuya...